'Gerda Leimdörfer y Gretel Adler: huir de la Alemania nazi para hallar el terror en la Granada franquista'
Artículo aparecido en el libro: 'Señoritas en Berlín, Fräulein in Madrid 1918-1939'. Gabriele Beck-Busse, Arno Gimber y Santiago López Ríos (eds, 2014). Berlin: Hentrich & Hentrich, págs, 201-221, titulado: 'Huyendo del Berlín nazi: Gerda Leimdörfer y Gretel Adler en España'.
El papel de estas dos mujeres en su periplo español viene unido a la tragedia que vivió el rector de la Universidad de Granada en el año 1936, cuya biografía he publicado en 2005 bajo el título Salvador Vila: el rector fusilado en Víznar (Amo 2005, 3ª ed. 2020). Como se ve en el título y no pretendo desarrollar aquí, el rector de la Universidad de Granada fue fusilado por los rebeldes fascistas al comienzo de la Guerra Civil española por sus ideas liberales y su defensa de la República. La misma suerte corrieron miles de ciudadanos por los mismos motivos que el rector y de estos hechos existe una amplia bibliografía. Pero no ocurre lo mismo con las historias de vida de las mujeres de estos intelectuales que también fueron víctimas de la misma violencia, tal como lo fueron las dos mujeres alemanas de las que se trata en este trabajo.
I. Gerda Leimdörfer
Gerda Leimdörfer, mujer de Salvador Vila, pertenecía a una familia de judíos alemanes provenientes de Pisek en Bohemia del Sur, que en aquel entonces formaba parte del Imperio Austro-húngaro. Su padre, Emil, había estudiado Derecho y Economía Política en Viena, pero trabajó desde los dieciocho años como periodista, especializándose más tarde como corresponsal parlamentario y comentarista político (Friedrich 1972: 14–15). Amigo personal del Canciller alemán y previamente Ministro de Exteriores, Dr. Stresemann, dirigió su equipo económico durante cierto tiempo. La madre de Gerda, Cecilia, era vienesa y conoció a su marido en los años en que este estudió en la capital austriaca. Además de Gerda, la pareja tenía otro hijo llamado Rudolf, diez años menor que la hija. Por su pertenencia a una familia acomodada, la infancia de Gerda fue fácil. Nació cuando el matrimonio Leimdörfer estaba ya afincado en Berlín e hizo sus estudios primarios y secundarios en la misma ciudad. Su ocio se dividía entre los deportes (fundamentalmente patinaje en invierno y tenis en verano) y las actividades culturales tan abundantes en esta ciudad alemana; a ella le atraían más que otras el teatro y la ópera. Pertenecía, además, a un club de baile de salón, por lo que la suponemos buena bailarina, virtud que en la época era muy apreciada en las mujeres. A pesar de todo ello no era coqueta y las relaciones con los chicos de su edad las establecía de igual a igual [1] . Cuando conoció al que más tarde fuera su marido contaba veinte años de edad y era estudiante de Lenguas Modernas en la Universidad de Berlín.
Después de la boda los Vila se instalaron en Madrid donde Salvador, además de su puesto en la Universidad Central, simultaneó otro de adjunto en la Escuela de Estudios Árabes desde su misma creación en 1932 en el primer gobierno republicano
Poco después de trabar amistad con el becario español, Gerda le invitó a su casa, en Ludwigkirchstrasse 2, Berlin-Wilmersdorf, donde le presentó a sus padres (Pulgar 1997: 6) comenzando así una relación que llegaría al matrimonio tres años más tarde. Salvador tuvo que enfrentarse a los numerosos obstáculos que su familia y su sociedad le plantearon; por el contrario, la familia de Gerda, al tratarse de judíos laicos ilustrados, acostumbrados a tratar con gentes muy diversas de distintos países y credos, no pusieron ningún impedimento a las relaciones incipientes. El cuatro de julio de 1932 Salvador Vila y Gerda Leimdörfer contrajeron matrimonio ante el párroco de la iglesia berlinesa de San Ludwig. Después de la boda los Vila se instalaron en Madrid donde Salvador, además de su puesto en la Universidad Central, simultaneó otro de adjunto en la Escuela de Estudios Árabes desde su misma creación en 1932 en el primer gobierno republicano. Gerda, que sepamos, no ejerció ninguna profesión a pesar de su licenciatura en Lenguas Modernas y de dominar siete idiomas, pues según asegura su familia, hablaba correctamente alemán, español, inglés y francés, y se hacía entender en holandés, italiano y portugués (Pulgar 1997). El año 1933 fue intenso para los Vila-Leimdörfer pues Salvador tuvo que preparar oposiciones a la cátedra de Derecho e Instituciones Islámicas de la Universidad de Granada y además este mismo año nació su hijo el 25 de abril, al que le pusieron el mismo nombre que el de su amigo Ángel Santos Mirat, que además lo apadrinó.
El ambiente intelectual de la Granada de los años veinte y hasta la Guerra Civil era bastante estimulante; personalidades como García Lorca, Manuel de Falla, Manuel Ángeles Ortiz, Hemenegildo Lanz, Constantino Ruiz Carnero, o en la Universidad, Fernando de los Ríos, Alejandro Otero, y en el arabismo, Emilio García Gómez, entre otros muchos intelectuales
El 15 de diciembre de este año Salvador tomó posesión de la cátedra de Cultura e Instituciones Musulmanas de la Universidad de Granada, lo que hizo que la familia se trasladara a esta ciudad. Cuando los Vila llegaron a Granada en enero de 1934, se encontraron con la ciudad bicéfala que sigue existiendo en la actualidad: la abierta, hospitalaria y tolerante de una parte de la población y la intransigente e inmovilista que representa otra parte de los habitantes granadinos. El ambiente intelectual de la Granada de los años veinte y hasta la Guerra Civil era bastante estimulante; personalidades como García Lorca, Manuel de Falla, Manuel Ángeles Ortiz, Hemenegildo Lanz, Constantino Ruiz Carnero, o en la Universidad, Fernando de los Ríos, Alejandro Otero, y en el arabismo, Emilio García Gómez, entre otros muchos intelectuales, habían propiciado un intenso movimiento cultural que se concretó en varias tertulias: la muy famosa y estudiada de El Rinconcillo, en la que participaban García Lorca y todos los jóvenes vanguardistas de la cultura y el arte de la Granada de los años veinte, y otras menos recordadas.
Pero no solo se hacían tertulias en lugares públicos, Salvador y Gerda llegaron a instituir una en su propia casa, a imagen y semejanza de la que Emil Leimdörfer tenía en Berlín. Para ello alquilaron un carmen con amplio jardín muy cerca del de la Antequeruela, ocupado por el músico Manuel de Falla
Pero no solo se hacían tertulias en lugares públicos, Salvador y Gerda llegaron a instituir una en su propia casa, a imagen y semejanza de la que Emil Leimdörfer tenía en Berlín. Para ello alquilaron un carmen con amplio jardín muy cerca del de la Antequeruela, ocupado por el músico Manuel de Falla, cosa que le comenta con orgullo a Unamuno: “Yo he tomado una casa con jardín, un carmen, que domina la vega, hasta la sierra, y donde tengo sol casi desde que nace hasta que se pone; esto, con mujer e hijo, es ya bastante riqueza y, por de pronto, un consuelo” (Amo 2004: 258). Esta casa era propiedad de Adolfo Penzatto Rives, director del Hotel Alhambra Palace, que estaba casado con la francesa Virginia Plusquin, que se hizo rápidamente amiga del joven matrimonio y fue persona de referencia y consejera de Gerda en todos aquellos asuntos en los que ella era inexperta, fundamentalmente en los domésticos. A su debido tiempo doña Virginia jugaría un papel esencial como guardiana de la memoria de lo sucedido en Carril de San Cecilio, número 12. En ese carmen se recibía a los amigos que poco a poco los Vila-Leimdörfer se fueron haciendo en Granada, entre los que se encontraban el secretario de Manuel de Falla, Enrique Gómez Arboleya, y el arquitecto Rodríguez Orgaz, ambos amigos de Federico García Lorca.
Era, por tanto, una vida feliz y normalizada dentro de un periodo histórico que comenzaba a estar más convulso de lo habitual, pero nadie sospechaba en estos años lo que se les avecinaba, la tragedia nacional y familiar que llegaría inexorablemente
En lo familiar los años 1934–35 debieron de ser años felices; el joven matrimonio tenía un hijo, Salvador se había asentado profesionalmente y vivían en una buena casa; Gerda contaba para ayudarle en las tareas de ama de casa y de buena anfitriona con niñera y cocinera; Salvador se dedicaba a sus quehaceres universitarios y Ángel iba creciendo entre los mimos de todos. En las vacaciones viajaban a Salamanca para visitar a la familia paterna y a los amigos que aún quedaban allí. Era, por tanto, una vida feliz y normalizada dentro de un periodo histórico que comenzaba a estar más convulso de lo habitual, pero nadie sospechaba en estos años lo que se les avecinaba, la tragedia nacional y familiar que llegaría inexorablemente. Más complicada se había vuelto la vida cotidiana en Alemania con el ascenso de Hitler al poder en 1933. Si hasta ahora los padres de Gerda habían abrigado alguna esperanza sobre las intenciones de los nazis con respecto a su comunidad, a partir de la noche del 30 de junio de 1934, Noche de los Cuchillos Largos, no quedó ninguna esperanza a la que aferrarse. El padre decidió enviar a Rudolf a vivir a España con su hermana y aquí, con la ayuda de Salvador, estudiaba bachillerato. En Alemania la vida de los Leimdörfer a partir de entonces había experimentado un cambio de ciento ochenta grados: El Berliner Zeitung am Mittag, cuyos accionistas principales eran judíos, fue cerrado y Emil perdió su empleo de redactor-jefe, pero el acoso no terminó con eso.
Salvador y Gerda pensaron permanecer un tiempo en Madrid y así lo hicieron, pero en la capital sí les alarmó ya el ambiente enrarecido por los últimos asesinatos de partidarios de ambos bandos. Así pues, marcharon a Salamanca en uno de los últimos momentos en que todavía había comunicación con Madrid. Fue otra fatalidad del destino
Cierto día un grupo de la Gestapo se presentó en su casa cuando Cecilia se hallaba sola y lo registraron todo buscando sabe Dios qué. A partir de aquí la madre de Gerda no volvió a ser la misma, hasta que poco después sufrió la primera hemiplejía que le dejó paralizado un lado del cuerpo. Había llegado el momento de que el joven matrimonio ofreciera hospitalidad también a los padres de Gerda para que viviesen con ellos hasta que la situación en Alemania mejorase. El ofrecimiento fue aceptado y los Leimdörfer recalaron en el carmen del Carril de San Cecilio. Tras el nombramiento de Vila como rector de la Universidad de Granada en abril de 1936 y como acostumbraban a hacer todos los veranos, el matrimonio Vila se preparó para pasar las vacaciones en Salamanca, haciendo caso omiso de los síntomas de inquietud generalizada que se respiraba en el ambiente. La familia de Gerda se quedó en Granada, pues la madre se iba recuperando satisfactoriamente de su hemiplejía y el padre estaba a punto de conseguir un empleo en Madrid para poder establecerse en España, lejos de las persecuciones nazis de las que habían sido objeto. Salvador y Gerda pensaron permanecer un tiempo en Madrid y así lo hicieron, pero en la capital sí les alarmó ya el ambiente enrarecido por los últimos asesinatos de partidarios de ambos bandos. Así pues, marcharon a Salamanca en uno de los últimos momentos en que todavía había comunicación con Madrid. Fue otra fatalidad del destino (Zatarain 2002: 346).
II. Margarete Adler
La casa de Gerda se había convertido en un refugio para los viejos amigos que dejaban Alemania obligados por las circunstancias de persecución y arrestos que vivía la comunidad judía. A finales de primavera llegó un primo de Gerda que hizo una parada en su camino hacia los Estados Unidos, se llamaba Kurt, tenía veintidós años y en la tierra de acogida llegaría a ser un banquero de éxito. Por la misma época llegó Margarete Adler (familiarmente conocida como Gretel) fue compañera de colegio de Gerda en Berlín, cuando tenía diez o doce años; como los de Gerda, sus padres eran austriacos, de clase media y de religión judía. En esas circunstancias Gretel decidió salir al extranjero y en la primavera de 1936 se fue a España, primero a Barcelona, y de allí, sabiendo que Gerda tenía una casa en Granada, a esta ciudad. La acompañaba Werner, un chico abogado, también alemán y judío, que se interesaba por ella. Gretel era muy vistosa y tenía la clase de figura que atrae la mirada de los hombres, junto con la desenvoltura de una chica acostumbrada a otro ambiente. Todos estos habrían de ser factores importantes a su debido tiempo.
En la Granada del verano de 1936, lo que no pasó fue desapercibida. Gerda, casada tres años antes, tenía una casa simpática a la que acudían amigos de Salvador y compañeros de Universidad a tomar café o una copa
En la Granada del verano de 1936, lo que no pasó fue desapercibida. Gerda, casada tres años antes, tenía una casa simpática a la que acudían amigos de Salvador y compañeros de Universidad a tomar café o una copa. Uno de ellos, Enrique Arboleya, entonces auxiliar de la Facultad de Filosofía, muy católico y que se hizo falangista, sería quien meses después habría de interceder ante el compositor Manuel de Falla (de quien era secretario particular) para salvarle a Gerda la vida; después le veríamos bastante en los viajes que haría a Londres, ya de catedrático de Madrid, durante los años anteriores a su suicidio. Alfredo, un chico arquitecto, de orientación socialista, que se enamoró de Gretel, era otro de los asiduos a la casa; el enamoramiento debió de ser mutuo y Gretel permitió que se deshiciese la relación con Werner. Este último, desilusionado o como fuese, terminó marchándose a Madrid, de donde dejaron de recibirse noticias suyas una vez iniciada la Guerra Civil. (Pulgar 1997) [2].
Enrique conoció a Gretel corría la primavera de 1936 y debió de quedar prendado de ella, pero la alemana prefirió al arquitecto y en poco tiempo eran conocidas sus relaciones por toda Granada. Alfredo Rodríguez Orgaz tenía un coche descapotable, llamativo para la época, en el que paseaba a la amiga de Gerda en excursiones y paseos, pero el idilio duró apenas tres meses...
Enrique Gómez Arboleya [3]era amigo de los hermanos García Lorca, y por la edad debió de serlo más de Francisco que de Federico; cuando conoció a los Vila era un joven de 24 años que había cortejado a la pequeña de los García Lorca con la aquiescencia de ésta, aunque a la familia no le gustara esta relación; sin embargo, en Isabel dejó la suficiente huella como para que recuerde en sus memorias esta época como uno de los tiempos más felices de su vida, a pesar de la pesadumbre que le supuso la ruptura. Estos recuerdos de Isabel García Lorca son referentes a los años 1930 y 1931. Cuando Enrique conoció a Gretel corría la primavera de 1936 y debió de quedar prendado de ella, pero la alemana prefirió al arquitecto y en poco tiempo eran conocidas sus relaciones por toda Granada. Alfredo Rodríguez Orgaz tenía un coche descapotable, llamativo para la época, en el que paseaba a la amiga de Gerda en excursiones y paseos, pero el idilio duró apenas tres meses, siendo interrumpido abruptamente como millones de otros proyectos vitales que jamás se llevarían a buen término.
III. La tragedia de Gretel
Entre tanto, Gerda y su marido quedaron incomunicados de su familia y de su amiga y nada sabían de lo que estaba sucediendo entonces en su propia casa. Alfredo Rodríguez Orgaz, novio de Gretel, estaba siendo buscado por los falangistas para detenerlo y se hallaba escondido en el carmen del rector. Ian Gibson pudo hablar con él de este suceso en la casa que Rodríguez Orgaz tenía en Madrid, el día 9 de octubre de 1978. Gibson resume así la conversación mantenida con él:
No venían buscando a Alfredo Rodríguez Orgaz, sino al casero de la Huerta de San Vicente que fue golpeado por los falangistas al igual que Federico, cuando quiso defenderle. Fue la primera vez que la familia García Lorca fue consciente del peligro que corría Federico. Rodríguez Orgaz no informó en ningún momento a Gibson de su relación personal con Margarete Adler ni del episodio sangriento ocurrido a ella. Pero sí lo comentó con Gerda Leimdörfer y Manuel Pulgar en los años cincuenta, al regreso de una estancia en Nueva York con parada en Londres y en compañía de su primera mujer. La versión del propio protagonista nos ha llegado a través del relato de Pulgar. El relato es el siguiente:
–Pero ¿eso no era tan peligroso o más?
–A la luz de lo ocurrido después, es evidente, Gerda. No lo pensé en el momento, pero después me he maravillado de que ellos estuvieran tan ajenos a la inminencia del riesgo. Su buen nombre, sus relaciones con toda Granada, y la escrupulosidad con que se habían mantenido siempre distanciados de la lucha política, les prestó un falso sentido de seguridad. Como fuese, no sólo me dieron asilo, sino que se ofrecieron a buscarme un guía que conocía palmo a palmo los recovecos y los caminos menos transitados de Las Alpujarras, con lo cual pude huir a Málaga, según era mi intención.
–¿Suponía eso que Gretel no entraba en tus planes?
–En modo alguno. Yo había dejado el coche en el garaje de un amigo fuera, pero muy cerca de la ciudad. A Gretel le conté el plan, le enumeré los riesgos y la dejé optar entre correrlos conmigo o quedarse en casa, expuesta a lo que fuese, por el simple hecho de nuestra relación. No lo dudó un segundo y la mayor parte del tiempo que pasé en el carmen lo dedicamos a pulir el plan en sus menores detalles.
–¿Qué falló?
–El primer día de mi estancia en la Huerta de los García Lorca organicé los preparativos materiales especialmente con el guía que me presentaron, además de estudiar y tomar notas con respecto a la ruta. Antes, con Gretel, había quedado en que el viernes al atardecer, ella saldría sin otra cosa que un libro de oraciones y un velo en la cabeza, dando la impresión de que salía a una placita determinada en cuyo centro estaba erigida una imagen de la Virgen ante la cual muchas mujeres que pasaban se arrodillaban a orar un momento, camino de la iglesia. Según evocaba yo la escena en el jardín de la Huerta, me trajo a la realidad el ruido de un vehículo militar con ocupantes dando voces, que se detuvo a la entrada de la casa. Con premura, corrí a un cobertizo de la parte trasera donde me mantuve oculto y en silencio un par de horas. Al cabo, oí pasos y que alguien de la familia me llamaba para avisarme de que había pasado el peligro. Los visitantes, un piquete de falangistas, habían venido a inquirir si alguien sospechoso había estado merodeando por los alrededores. Estaba claro que no debía prolongar mi estancia. Escribí una breve nota para Gretel diciéndole que era necesario adelantar la marcha. Quedaba en pie el resto del plan, pero yo iría a encontrarla dos días antes de lo planeado, en el mismo sitio y a la misma hora. Una sirviente aceptó el encargo de llevarle a Gretel la nota con el máximo sigilo.
–¿Volvisteis a hablar o a poneros en contacto?
–No había tiempo y el riesgo era excesivo. De la casa del amigo con quien había dejado el automóvil y donde pasé la última noche, me iría al punto de la cita a donde llegaría hacia las nueve, con el cielo ya en penumbra. Yo me detendría unos segundos para persignarme ante la imagen de la Virgen a cuyos pies estaría Gretel arrodillada y ella me seguiría cuesta abajo. Fuera de la placita me esperaría mi amigo en su coche para llevarnos a su casa donde estaba el mío con el guía esperando. De allí en muy pocas horas pasaríamos ya a territorio bajo la jurisdicción del gobierno.
–¿Y no fue así?
–Por desgracia, no. Pasar desapercibido al lugar de la cita fue una odisea para mí. Eso me obligó a dar rodeos en cuanto advertía jóvenes de camisa o aspecto fascista. Para cuando llegué a la placita, era un cuarto de hora más tarde de la convenida. No entré de lleno, pero desde la esquina protegida por la oscuridad pude verlo todo bastante bien. La tranquilidad y el vacío ominoso me paralizaron un momento. Después comprendí el peligro de mi situación y confié en que, por la causa que fuese, a Gretel le había sido imposible venir. Tras una espera prudencial de cinco siglos (cinco minutos por el reloj), corrí al coche en que esperaba mi amigo para llevarme al mío y de allí escapar a la libertad, reprimiendo como pude el miedo y la ansiedad.
–¿Y la pobre Gretel?
–En Málaga me enteré poco después. Solapadamente, la habían tenido bajo vigilancia, confiando en que ella era el mejor señuelo para capturarme. Con seguridad su salida a la placita les abrió el apetito. Después debieron entrarles dudas, asumiendo que Alfredo Rodríguez Orgaz o era un cobarde o un listo y no vendría. Para que no todo fuese un fracaso, decidieron echar mano de Gretel y llevarla a un rincón oscuro donde su cuerpo bañado en sangre fue descubierto la mañana siguiente. (Pulgar 1997: 14–15)
Gerda en Salamanca ignoraba estos hechos, aunque recibió un paquete con ropas de Gretel, enviado por su vecina doña Virginia. El paquete no llevaba nota alguna que pudiera explicarles el porqué del envío y ellos no supieron leer el mensaje implícito, que les avisaba de la muerte de la amiga y del peligro que corrían si decidían volver a Granada
Gerda en Salamanca ignoraba estos hechos, aunque recibió un paquete con ropas de Gretel, enviado por su vecina doña Virginia. El paquete no llevaba nota alguna que pudiera explicarles el porqué del envío y ellos no supieron leer el mensaje implícito, que les avisaba de la muerte de la amiga y del peligro que corrían si decidían volver a Granada. Gerda y Manolo Pulgar llegaron a enterarse de la versión real de lo sucedido a Margarete, cuando a principios de los años sesenta, en viaje turístico por Granada, se encontraron con doña Virginia que les contó que la detención había tenido lugar en la Plaza del Príncipe (luego la imagen era un Cristo crucificado y no una Virgen) y que había sido la primera mujer ejecutada en Granada, a pesar de ser una extranjera que nada sabía de la política española, que apenas conocía nuestro idioma, y cuyo único ‘pecado’ fue su relación con un socialista durante unos pocos meses. Tampoco es cierto que se la encontrara asesinada al día siguiente en un callejón, pues Rudolf, el hermano de Gerda, le llevó varios días a la cárcel la comida y aquellos utensilios que necesitó en el breve plazo que estuvo detenida en la cárcel de Granada. Esta muestra de solidaridad hizo que también fuera detenido y acusado de trabajar en favor del gobierno republicano y puesto en libertad por los oficios del cónsul alemán en Granada, aunque éste no pudo, o no quiso, evitar que fuera expulsado de nuestro país y enviado de nuevo a Alemania nazi junto con sus padres, Emil y Cecilia [5].
En las entrevistas que Molina Fajardo hace a falangistas y otros derechista de la CEDA, algunos de los cuales intervinieron en el asesinato de Federico García Lorca, hay una referencia a ella que indica que estuvo presa en Víznar algún tiempo antes de ser fusilada
En las entrevistas que Molina Fajardo hace a falangistas y otros derechista de la CEDA, algunos de los cuales intervinieron en el asesinato de Federico García Lorca, hay una referencia a ella que indica que estuvo presa en Víznar algún tiempo antes de ser fusilada, al menos el tiempo suficiente para encariñar a un perro callejero que la seguía a todas partes y al que había adoptado en estos momentos de desventura (algunas mujeres tenían una cierta libertad de movimientos en La Colonia, al hacerse cargo de los quehaceres domésticos de la misma). Gretel Adler debió mantener alta la moral, al menos ante sus verdugos, si se tienen en cuenta las palabras de Emilio Moreno Olmedo, que estuvo destinado en Víznar durante algún tiempo y la recordaba con nitidez el 26 de marzo de 1969, cuando tuvo lugar la conversación con Molina Fajardo que la transcribe así:
Ni después de muertos y ya pasado el tiempo, los vencedores sintieron la más mínima compasión por sus víctimas, como queda patente en el lenguaje soez de la anterior cita
Ni después de muertos y ya pasado el tiempo, los vencedores sintieron la más mínima compasión por sus víctimas, como queda patente en el lenguaje soez de la anterior cita. En la amplia bibliografía consultada no hemos encontrado ninguna otra referencia a la amiga de Gerda, a no ser el edicto de expropiación de sus bienes que eran pocos más que las cosas que podían caber en un baúl o una maleta y que se hallaban en la casa de los Vila-Leimdörfer, donde se le había dado cobijo contra los nazis. Este bando de expropiación fue publicado el día 23 de octubre de 1936 (Molina Fajardo 1983: 390–393), y en él también aparecen Vila y Rodríguez Orgaz, así como los nombres de otros 364 ‘rojos’, todos ellos víctimas de la codicia fascista. Recientemente he encontrado una reclamación judicial realizada por una familia de judíos americanos, sobre una cuenta abierta en un banco suizo en 1935 a nombre de Gretel Adler. Si se trataba de la amiga de Gerda Leimdörfer o de la familiar de los reclamantes, posiblemente no lo sabremos, pues el hecho de que las mujeres alemanas solo sean registradas con un apellido no ayuda a los investigadores a encontrar fácilmente su rastro, como ocurre en este caso.
IV. La tragedia de Gerda
Gerda y Salvador, ignorando la represión que estaba ocurriendo en Granada e incluso el peligro que ellos mismos corrían, se negaron a esconderse o a intentar pasar a territorio republicano, alegando que ellos no había hecho daño a nadie nunca, que como rector, Salvador había intentado solucionar en beneficio de todos los problemas que se encontró a su llegada al rectorado y que en parte lo había conseguido. El matrimonio Zatarain-De Dios les ofreció una casa en un pueblo, ofrecimiento que primero aceptaron y luego rechazaron, pensando en las consecuencias que podría acarrearles a sus amigos por ayudarles. De hecho, nunca llegaron a esconderse si tenemos en cuenta que Salvador seguía con sus paseos con Unamuno, mientras Salamanca se convertía en el centro del poder franquista y cuyo gobierno, con Franco a la cabeza, ocupaba el Palacio Episcopal, situado a espaldas de la Universidad y frente a la Catedral. Salvador se enteró allí de que el día 24 de julio había sido destituido por el nuevo gobernador civil de Granada, el sanguinario comandante Valdés, y de que había sido repuesto en el cargo su antecesor y colega de la misma Facultad, Antonio Marín Ocete.
En septiembre y desde la Universidad de Granada se debió reclamar a Vila para que volviera a Granada, regreso que trató de demorar lo más posible intuyendo lo que pasaría a su llegada
En septiembre y desde la Universidad de Granada se debió reclamar a Vila para que volviera a Granada, regreso que trató de demorar lo más posible intuyendo lo que pasaría a su llegada. Por esas mismas fechas la unificación del mando militar de los sublevados se estaba fraguando a lo largo de todo el mes de septiembre; el día veintiocho se decidió que la jefatura del gobierno y del Estado recayera en el General Franco y el día uno de octubre tomó posesión del mismo pronunciando la famosa frase: “Ponéis en mis manos a España y yo os aseguro que mi pulso no temblará, que mi mano estará siempre firme” (Sena 2001: 331). Todavía nadie sabía hasta qué punto cumpliría esta promesa y cómo incidiría en la vida de todos los españoles a lo largo de cuarenta años:
La respuesta del general a la crítica implícita en las palabras del rector fue la detención de Salvador Vila, que fue arrestado junto a su esposa y trasladados a Granada el 7 octubre de 1936, cuando éste regresaba de uno de los paseos habituales con Unamuno. De cómo vivieron la detención da cuenta de nuevo Pulgar Cifuentes:
Quizá porque percibieran la tragedia de la joven pareja, o por lo que fuese, los Guardias Civiles los habían tratado con simpatía, cuidándose de que no pasaran sed o sufrieran molestias innecesarias. Incluso su veto de que no utilizasen el alemán lo formularon más como ruego que como interdicción. Por fin, el largo viaje llegó a su término. Otra furgoneta les llevó por calles con gente que iban a sus cosas, totalmente ajena al vehículo y sus ocupantes; parándose ante un vasto edificio, les hicieron entrar, precedidos por los Guardias Civiles que, con la civilidad que permitían las circunstancias, se despidieron. Un oficial sentado a la mesa del despacho había cursado ya instrucciones para que un subordinado llevase los detenidos a sus celdas en el sótano, una de hombres y otra de mujeres. Fue tan abrupto y tan perentorio el desenlace que ni Gerda ni Salvador tuvieron tiempo de reaccionar. Todo lo que lograron hacer fue intercambiar un abrazo, besos y unas pocas palabras de cariño. Por suerte, en su estado de desesperación a ninguno se les pasó por las mentes que jamás volverían a verse. No hay constancia alguna de cuáles fueron los pensamientos y la amargura de Salvador en los pocos días y noches que le quedaban de vida. (Pulgar 1997: 10–11)
Gerda fue recluida en la prisión de mujeres sin conocer de qué se le acusaba y jamás se había visto en una situación parecida ni sabía cómo actuar. Las compañeras de celda le contaron las noticias provenientes de la prisión de hombres acerca del asesinato de Salvador en Víznar, como dos meses antes les había ocurrido al poeta y a muchos otros
Gerda fue recluida en la prisión de mujeres sin conocer de qué se le acusaba y jamás se había visto en una situación parecida ni sabía cómo actuar. Las compañeras de celda le contaron las noticias provenientes de la prisión de hombres acerca del asesinato de Salvador en Víznar, como dos meses antes les había ocurrido al poeta y a muchos otros. No quisieron decirle que ella también corría peligro porque, a la acusación de ‘espía rusa’ (en la mentalidad de sus captores para qué necesitaba saber tantos idiomas una mujer de su época) se añadía su condición de judía alemana, proveniente de una familia de intelectuales progresistas, y en la España nacional-católica, que apenas despuntaba, esos eran pecados imperdonables. No importaba que en su corta estancia en España sólo hubiera ejercido de ama de casa, dedicada a la crianza de su hijo. Enrique Gómez Arboleya, pretendiente de Gretel Adler, que ya había sido fusilada, falangista y secretario del compositor Manuel de Falla, había solicitado los buenos oficios del maestro para intentar salvar la vida de los Vila. Las gestiones que realizó don Manuel acerca de Salvador fueron baldías, pero gracias a su coraje, y a pesar de los escarnios que él mismo sufría cada vez que se acercaba a la sede del Gobierno Civil para solicitar compasión por alguno de sus conocidos, Gerda Leimdörfer salvó la vida, pero ella debió pagar un alto precio: abjurar de su religión y convertirse al catolicismo. Según testimonio de Hannelore y Claudia Leimdörfer, cuñada y sobrina de Gerda[6] cuando le comunicaron que su vida dependía de esta condición se negó a aceptarla y fueron de nuevo las otras reclusas las que tuvieron que convencerla de que se debía ahora a su hijo de apenas tres años de edad, que no podía de ninguna manera quedar huérfano de padre y de madre. Gerda aceptó finalmente ser bautizada y el 1 de noviembre de 1936 en la parroquia de San José se le impuso el nombre de María de las Angustias, nombre de la Virgen patrona de Granada, que iba en consonancia con lo que ella estaba sufriendo en esos momentos. A pesar del miedo que la acompañó mientras continuó en España, pues en cualquier momento podía volver a ser detenida, jamás firmó como Angustias, aunque añadiera al suyo propio el de María que ostentaban por aquel entonces casi la totalidad de las españolas. En el exilio volvió a su nombre originario.
Cuando Gerda salió de la cárcel y llegó a Salamanca la familia sopesó el peligro que corría allí, donde estaba aún Franco con todo el Estado Mayor, y llegaron a la conclusión que sería mejor para Ángel y Gerda irse al pueblo en que María, una de las hermanas de Salvador, y su marido vivían
Cuando Gerda salió de la cárcel y llegó a Salamanca la familia sopesó el peligro que corría allí, donde estaba aún Franco con todo el Estado Mayor, y llegaron a la conclusión que sería mejor para Ángel y Gerda irse al pueblo en que María, una de las hermanas de Salvador, y su marido vivían. Se trataba de Villanueva de la Vera, un pequeño pueblo de Cáceres en el que María era maestra y su marido agricultor y exportador de productos agrícolas y hombre acomodado. Ambos acogieron con gusto a los dos refugiados. Para Ángel ese fue el paraíso de su infancia pero para Gerda aquellos tres años fueron difíciles; sin noticias de sus padres y hermano, nada sabía tampoco de lo sucedido a su amiga Gretel ni a los otros amigos granadinos a los que había dejado antes de salir de vacaciones, como hacía cada año. La ausencia de Salvador se le hacía insoportable y ahora se encontraba fuera de su casa y los del pueblo la llamaban la alemana, cuando ella no estaba delante, o señora Gerarda, cuando sí lo estaba.
En estos tres años la vida del resto de la familia Leimdörfer había sufrido nuevos avatares. Expulsados de España llegaron a Viena donde vivía un hermano de Emil que les ayudó, buscándole un trabajo en una compañía maderera de importación y exportación para Europa al inicio de 1937, pero la historia volvió a interponerse en sus vidas: Emil relata los sinsabores de estos años en una especie de currículum que redacta para poder emigrar a emigrar a Argentina,[7], entre otras cosas, dice:
En julio de 1939 viajamos directamente de Viena a Birmingham, con la esperanza de encontrar desde allí una posibilidad para unirnos a nuestro hijo en Argentina, donde había podido emigrar. En Birmingham, mi mujer murió a finales de enero de 1940 como consecuencia de tantas preocupaciones, miedos y sufrimientos durante aquellos siete años. En junio de ese mismo año, a pesar de mi edad y mi absoluta lealtad (un tribunal me clasificó como extranjero amigable), fui arrestado en Inglaterra y enviado a tres campos de internamiento sucesivamente. Hacia finales de agosto de ese año me excarcelaron. De mis dos hijos, como ya he mencionado anteriormente, mi hija está en España y mi hijo, ahora de 21 años, lleva viviendo tres años en Argentina. Trabaja en una granja de la renombrada compañía inglesa de exportación de fruta Backhouse, Mcdonald & Co., en Cinco Saltos, FC.S., en la Patagonia, cerca de la frontera chilena. Él intenta encontrar algunos amigos que puedan garantizarme el viaje y la estancia en Argentina hasta que yo mismo pueda de nuevo ser capaz de ganarme la existencia modestamente. Como en 1939 antes de dejar Viena tuve que aprender, en un así llamado curso de reasentamiento, a hacer mermelada, conservas…, ahora espero ganarme la vida mediante ese trabajo en la región central de Argentina; si no puedo encontrar ningún trabajo en el campo en el que he trabajado antes toda mi vida. Como he perdido a mi amada esposa en un momento tan temprano, naturalmente mi deseo más ferviente es reunirme con mis hijos, y después de las terribles experiencias de mi destino, pasar el resto de mis días sin preocuparme constantemente de ir de un lugar a otro, sino vivir en paz. (Leimdörfer 1940)
Rudolf, el hermano pequeño de Gerda, fue enviado a la Argentina casi inmediatamente de su salida de España, pues por la edad que tenía podía ser movilizado y por su condición de judío, detenido y confinado en un campo de concentración y no tuvo noticias de sus padres y de su hermana hasta finales del año 1939.
Gerda inició sus pesquisas desde Salamanca, casi al mismo tiempo que lo hacía su padre desde Inglaterra. Este proceso queda patente en la correspondencia familiar
La edad de la escolarización de Ángel llegó al finalizar la Guerra Civil española, lentamente para la madre y como en un suspiro para el hijo. Hubo que pensar en la vuelta a Salamanca y así se hizo. La fecha del retorno a Salamanca debió coincidir con el comienzo del curso escolar, septiembre del año 1939. Hasta este momento ninguno de los supervivientes supo de los otros. Gerda inició sus pesquisas desde Salamanca, casi al mismo tiempo que lo hacía su padre desde Inglaterra. Este proceso queda patente en la correspondencia familiar (Amo 2005: 187–219); las cartas entre padre e hijo, como es lógico, están escritas en alemán, su lengua materna, mientras que las de Gerda están escritas en español y firmadas como María Gerda; Emil se las transcribe a Rudolf también en español. Este hecho da una idea de la censura existente y el miedo a ser vigilada que tenía ella, pues había estado detenida acusada de espía y podía volver a la cárcel si despertaba alguna sospecha. La frustración, los equilibrios mentales, quizá también algo escrito en clave que ahora no podemos desentrañar, aparecen en las cartas de Gerda a su padre y a su hermano, que fuera de contexto parecerían cartas de simple cortesía entre extraños.
Gerda defendió hasta su muerte la memoria de su primer marido y fue su segundo marido, también español, el encargado de dejarla por escrito para su hijo y sus nietos
Sin embargo, un seguimiento de los personajes que aparecen desde las primeras cartas con las que he podido contar, pueden ofrecernos algunas pistas de los pasos dados por Emil Leimdörfer para reunir a la familia. Werner Treuherz aparece varias veces nombrado en relación con Gerda y con Gretel en la documentación familiar. Ángel Vila contestó a mi pregunta asegurando que era un viejo amigo de infancia de su madre y así debió ser, porque Manolo Pulgar le pregunta a él por la infancia de su mujer a la muerte de ésta y Werner le responde en una carta que resumo en el libro. Pero Werner Treu herz era mucho más que eso ya en 939 (Taylor 2002): había trabajado en la empresa Adler y Oppenheimer de cuero sita en Berlín desde la década de 1920 a la vez que estudiaba en la universidad. El propietario de la empresa, el químico industrial Dr. Paul Oppenheimer, le envió a Gran Bretaña con el fin de encontrar un lugar idóneo para abrir una sucursal, debido a los ataques nazis y previendo lo que sucedería más tarde, y desde 1936 había conseguido visados ingleses para los judíos que trabajaban en la casa matriz, de manera que consiguió salvar a muchos de ellos con los nazis pisándole los talones. Además Werner fue también quien trajo a Granada a Rudolf y a Gretel Adler y por eso pienso que ella pertenecía a la familia Adler, propietaria de esta empresa, y quizá fuera también el mismo Treuherz el que facilitara la entrada en Gran Bretaña a Emil y su esposa; en fin, multitud de cabos sueltos que quedan aún por investigar, y de los que quizá se pueda deducir en un futuro que existió una red de ayuda en Inglaterra para reunir a las familias judías que habían sido separadas por causa del nazismo.
En el caso de la familia Leimdörfer y a pesar de la referencias a Werner Treuherz en otras cartas familiares, Gerda, su hijo y su padre no pudieron reunirse hasta 1946, ya terminada la Segunda Guerra Mundial. Gerda defendió hasta su muerte la memoria de su primer marido y fue su segundo marido, también español, el encargado de dejarla por escrito para su hijo y sus nietos.
Referencias bibliográficas:
- Amo, Mercedes del (2004). Cuatro cartas inéditas del arabista Salvador Vila a Unamuno. En: Bauden, Frédéric (Ed.), Ultramare. Mélanges de langue et d’islamologie offerts a Aubert Martin. Louvain. Peeters, 249–270.
- Amo, Mercedes del (2005). Salvador Vila: el rector fusilado en Víznar. Granada. Univer- sidad de Granada.
- Friedrich, Otto (1972). Before the Deluge: a Portrait of Berlin in the 1920’s. New York. Harper and Row.
- Gibson, Ian (1986). Granada en 1936 y el asesinato de Federico García Lorca. Barcelona. Crítica.
- Leimdörfer, Emil (1940). Curriculum. (inédito)
- Molina Fajardo, Eduardo (1983). Los últimos días de García Lorca. Barcelona. Plaza & Janes.
- Pulgar Cifuentes, Manuel (1997). Vida Breve. (inédito)
- Sena, Enrique de (2001). Guerra, censura y urbanismo: recuerdos de un periodista. En: Martín, José Luis (Ed.), Historia de Salamanca. Salamanca. Centro de Estudios Sal- mantinos, 325–394.
- Taylor, Julia (2002). Was Tanning Works Like Schindler’s Ark? Rochdale Obser- ver 23/10/2002. Versión on line: http://menmedia.co.uk/rochdaleobserver/ news/s/332064_was_tanning_works_like_schindlers_ark (consultada 07/11/2011) Zatarain, Isidro (2002). Perfil humano del rector Vila. Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos 52: 339–354.
Notas:
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[1] Su segundo marido, Manuel Pulgar, se puso en contacto con un amigo de Gerda, Wer- ner Treuherz, que había sido también antiguo pretendiente de ella y que da en su carta estos datos que de lo contrario hubiéramos ignorado
[2] Para la redacción de Vida Breve, Manuel Pulgar redactó varios borradores, dedicados cada uno de ellos a las distintas historias de vida que se cruzan con la de los Vila. Este párrafo lo entresacamos del dedicado a Gretel Adler.
[3] Nació en 1910, catedrático de Filosofía del Derecho y secretario particular de Manuel de Falla, se le considera el padre de la Sociología española. Murió por suicidio en 1959. 4
[4]Los granadinos distinguen al padre de Federico García Lorca del hijo anteponiendo al nombre del primero el “don”, pues para referirse al poeta lo nombran Federico, sin apellidos ni títulos, pues es el Federico por excelencia.
[5] En abril de 2003 estuve en Buenos Aires y pude contactar con la esposa de Rudolf, Hannelore, que me contó lo que le había sucedido a él. Todos estos testimonios parciales arman esta historia sin contradicciones, apenas algunas pequeñas diferencias en los detalles.
[6] Entrevista mantenida por la autora con la mujer y la hija de Rudolf Leimdörfer, hermano de Gerda, en Buenos Aires en la primavera del 2003.
[7] Este currículum, redactado en inglés, fue corregido por la propia Gerda en 1949. Por las cartas que pude conseguir en Buenos Aires enviadas a su hijo Rudolf y algún dato más, como la edad de Ángel a la que se refiere este documento, realmente la fecha de redacción es finales de 1940 o principios de 1941. Este documento tan informativo me fue entregado por Ángel Vila.
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Para que nunca se olvide. Para que nunca se repita.
En colaboración con y las asociaciones memorialistas de la provincia de Granada.
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