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FORO DE LA MEMORIA

José Jiménez de Toro, un guardia civil fiel a la II República Española

Ciudadanía - José María García Labrac - Sábado, 29 de Febrero de 2020
Esta es la historia recuperada de José Jiménez de Toro, un hombre cuya trayectoria ilustra la de otros muchos. Su fidelidad al régimen de la II República, como guardia civil, le costó muy cara: perdió el empleo, hogar y familia. Expulsado de su tierra, condenado al destierro, sin volver a ver a sus padres y hermanos. Nos la cuenta José María García Labrac, sobrino nieto de nuestro protagonista, al que honramos con este reportaje.
José Jiménez Toro, a la derecha, patrullando con su uniforme de la Guardia Civil en Cataluña (1934-1936).
José Jiménez Toro, a la derecha, patrullando con su uniforme de la Guardia Civil en Cataluña (1934-1936).
Muchas personas desconocen que la lealtad de un sector de la Guardia Civil a la Segunda República fue fundamental para desactivar el golpe de Estado franquista en varias capitales españolas. Concretamente, en Barcelona, la Benemérita derrotó a los sublevados con el concurso de los anarquistas de la CNT, imposibilitando que el general faccioso Manuel Goded tomara la ciudad e impusiera el terror en toda Cataluña. En otros lugares, como Madrid o Valencia, la fidelidad del Instituto Armado al régimen republicano no fue tan clave, pero ayudó a inclinar la balanza del lado del Gobierno legítimo del Frente Popular.

Los tópicos, prejuicios y recelos de la miope izquierda hispana, todavía presa del mito de la Antiespaña forjado por la dictadura, han contribuido a que buena parte de su base social y electoral ignore que la mayoría de las Fuerzas Armadas no se sumó al alzamiento del 18 de julio, que dieciséis generales fueron asesinados por los golpistas por oponerse a sus designios y que relevantes militares conservadores y católicos se mantuvieron leales a la causa republicana hasta el final de sus días.

La división de la Benemérita se produjo a todos los niveles, afectando a números, suboficiales y oficiales, aunque ninguno de sus seis generales se adhirió a la asonada. En algunos casos, el mantenimiento de la cadena de mando propició que los guardias rasos no se unieran al golpe, obedeciendo las órdenes de sus superiores, comprometidos con la defensa de la legalidad. En otros, la oficialidad y la tropa tomaron caminos radicalmente distintos

La Guardia Civil, fundada en 1844 por el duque de Ahumada, para garantizar el orden en las zonas rurales, ha sido durante su larga historia un instrumento represivo primordial en la defensa de los intereses de la clase dominante. Sin embargo, aquel verano del 36 el Cuerpo se partió en dos, impidiendo el triunfo inmediato de la conjura, que tuvo que esperar casi tres años para conquistar y ocupar el país entero.

La división de la Benemérita se produjo a todos los niveles, afectando a números, suboficiales y oficiales, aunque ninguno de sus seis generales se adhirió a la asonada. En algunos casos, el mantenimiento de la cadena de mando propició que los guardias rasos no se unieran al golpe, obedeciendo las órdenes de sus superiores, comprometidos con la defensa de la legalidad. En otros, la oficialidad y la tropa tomaron caminos radicalmente distintos.

En esta ocasión, quiero rescatar la trayectoria de un guardia civil leal, un simple número que fue fiel a sus juramentos y arriesgó su vida para salvar la democracia, perdiendo a su patria para siempre después de la derrota. Se llamaba José Jiménez de Toro.

José Jiménez de Toro en el paseo de los Tristes el domingo 10 de agosto de 1930.

Pepe Jiménez de Toro (derecha) y un amigo en Puerta Real, con el hotel Victoria y el edificio del Suizo al fondo (primeros años 30).

Primera página del expediente de ingreso de José Jiménez de Toro en la Guardia Civil (enero de 1932).

Loreto y Antonio procedían de la Alpujarra, siendo naturales de Yátor, actual pedanía del municipio de Cádiar. Ambos eran de origen humilde. Él trabajó de jornalero en su aldea natal y luego fue soldado del Ejército de Tierra, sirviendo en diversos regimientos de Infantería, en la Península y en el Protectorado español en Marruecos

Pepe, el segundo hijo del matrimonio formado por los granadinos Antonio Jiménez Ortiz (1884-1956) y Loreto de Toro Vela (1891-1975), vino al mundo el 21 de mayo de 1912 en la casa cuartel de Anglés, una localidad de la comarca gerundense de la Selva. Nació allí porque su padre estaba destinado en el pueblo como miembro del Instituto Armado.

Loreto y Antonio procedían de la Alpujarra, siendo naturales de Yátor, actual pedanía del municipio de Cádiar. Ambos eran de origen humilde. Él trabajó de jornalero en su aldea natal y luego fue soldado del Ejército de Tierra, sirviendo en diversos regimientos de Infantería, en la Península y en el Protectorado español en Marruecos: el Melilla Nº 19, el África Nº 68 o el Córdoba Nº 10. Ella, una correosa ama de casa alpujarreña, era sobrina y hermana de mineros de los yacimientos de plomo de Linares (Jaén).

José Jiménez de Toro, a la derecha de la imagen, junto a otro guardia civil y parece que un guardia de asalto (Cataluña, 1934-1936).

Pepe Jiménez de Toro, el 2º por la izquierda, pasando un día distendido con un paisano y unos compañeros (Cataluña, 1934-1936).

Pepe Jiménez de Toro, parece que trabajando de minero en Francia (1939-1944).

Tras casarse con Loreto en 1909, Antonio ingresó en la Guardia Civil en 1911. Su primer destino fue la Comandancia provincial de Gerona. La familia, formada entonces por la pareja y su hijo mayor, Fernando (1910-?), se mudó a Cataluña desde la Alpujarra, comenzando un periplo de una década, que les llevó a cambiar varias veces de ciudad a lo largo del tiempo, conforme sobrevenían los traslados laborales de Antonio.

Durante su infancia, que tengamos constancia, José Jiménez de Toro vivió, además de en Anglés, en las localidades granadinas de Alhama y Loja, donde nacieron sus hermanos Antonio (1915-1975) y Araceli (1920-1974), respectivamente. A principios de los años 20, parece que el núcleo familiar se asentó definitivamente en Granada capital, estableciéndose en la calle Santo Sepulcro del barrio de la Quinta, paralela a la actual avenida Cervantes, denominada en aquella época Camino Alto de Huétor. El domicilio estaba cerca del nuevo destino de Antonio Jiménez Ortiz: el cuartel de las Palmas, sede de la Comandancia provincial de la Benemérita.

Pepe se crió en el seno de la Guardia Civil, pasando por diferentes casas cuarteles de la geografía española, como algunos de sus hermanos, siendo, sin embargo, el único de los hijos que decidió seguir la estela de Antonio y enrolarse en el Cuerpo. En enero de 1932, a los 19 años, inició los trámites para entrar en el Instituto Armado, consiguiendo formar parte del mismo a partir del 1 de enero de 1934

Pepe se crió en el seno de la Guardia Civil, pasando por diferentes casas cuarteles de la geografía española, como algunos de sus hermanos, siendo, sin embargo, el único de los hijos que decidió seguir la estela de Antonio y enrolarse en el Cuerpo. En enero de 1932, a los 19 años, inició los trámites para entrar en el Instituto Armado, consiguiendo formar parte del mismo a partir del 1 de enero de 1934. Antes de lograr la admisión, fue mancebo de una botica, cuando la familia ya no habitaba en la Quinta, sino en el Albayzín, donde los padres trabajaban de porteros del carmen de Palmera (hoy colegio Divino Maestro), después de haberse visto obligado Antonio a abandonar la Benemérita en 1928, incapacitado por problemas de visión.

Al morir prematuramente, en plena adolescencia, su hermano Fernando, José se convirtió en el hijo mayor, circunstancia que quizás pudo influir en su empeño de hacerse guardia civil. La economía de los Jiménez de Toro necesitaba de un sueldo fijo para complementar la paga de enfermo de Antonio y los ingresos que recibían como caseros del carmen, sobre todo teniendo en cuenta que la saga había crecido de manera considerable, tras los sucesivos nacimientos de Pilar (1924-2019), Teresa (1927-2014), Encarnación (1930-2017) y Matías (1933-1999).

José Jiménez de Toro y Pepita Carraux Usandizaga en Francia, con su hijo mayor, José Luis Jiménez Carraux (finales de los 40).

Pepe Jiménez de Toro y Josefa Carraux Usandizaga en Francia, con su hijo mayor, José Luis Jiménez Carraux (26-02-1948).

En los dos años y medio que estuvo en la Guardia Civil justo antes del comienzo de la guerra, Pepe prestó servicios en las provincias de Granada, Sevilla y Gerona, tanto en el Arma de Caballería como en la de Infantería. Cuando se produjo el golpe de Estado que provocó el conflicto, se encontraba en territorio catalán, muy lejos de los suyos. El alzamiento fue desbaratado en Cataluña por la actuación conjunta de la Benemérita, la CNT y otras fuerzas leales al Gobierno, destacando el compromiso con la legalidad de los dos principales mandos del Cuerpo en la región, el general José Aranguren y el coronel Antonio Escobar. Una vez vencida la asonada, Lluís Companys, presidente de la Generalitat, exclamó lo siguiente en un célebre discurso: “Visca la República! Visca Catalunya! Visca la Guàrdia Civil!”. Así reconoció públicamente el máximo representante de la administración autonómica la importancia del Instituto Armado en la derrota de la sublevación. Companys, Aranguren y Escobar fueron fusilados por la tiranía franquista al concluir la contienda.

El 30 de agosto de 1936 el Ministerio de la Gobernación emitió un decreto reorganizando la Guardia Civil y refundándola como Guardia Nacional Republicana (GNR), a fin de asegurar y reforzar la lealtad de los guardias que habían permanecido fieles a la República. El titular del Ministerio era entonces el general Sebastián Pozas, director general de la Benemérita en el momento del golpe. Posteriormente, a finales de 1937, la GNR se disolvió al constituirse el Cuerpo de Seguridad Interior, una nueva entidad policial en la que se integraron todas las fuerzas de orden público del territorio republicano.

Fue un guardia civil fiel a la Constitución de 1931, un defensor de la pervivencia de la II República Española como el régimen legal escogido por el pueblo para regir los destinos del país. Un español que cumplió con la palabra dada, dando la cara por aquella República de trabajadores de toda clase, el período más digno de nuestra triste historia

Tenemos pocas noticias de la actuación de José Jiménez de Toro en la guerra civil. Sabemos qué el 27 de noviembre de 1937, al desaparecer la Guardia Nacional Republicana, pasó al organismo recién creado, porque su nombre figura en el Diario Oficial de la Generalitat de esa fecha (catalanizado como Josep Giménez i del Toro, por cierto), dentro de la relación de efectivos que conformaron los Grupos de Vanguardia de la Sección Uniformada del Cuerpo de Seguridad de Cataluña. Lo que sí que está claro es que fue un guardia civil fiel a la Constitución de 1931, un defensor de la pervivencia de la II República Española como el régimen legal escogido por el pueblo para regir los destinos del país. Un español que cumplió con la palabra dada, dando la cara por aquella República de trabajadores de toda clase, el período más digno de nuestra triste historia.

Pepe perdió la guerra. Al igual que otro medio millón de derrotados, en 1939 cruzó la frontera de los Pirineos, instalándose en Francia. Nunca más regresó a España. Así empezaba la segunda etapa de su vida: el exilio.

Tampoco sabemos cómo fueron los primeros años de José en tierras galas. Suponemos que estuvo un tiempo internado en algunos de los campos de concentración que montaron las autoridades francesas para los españoles vencidos. Desconocemos a qué se dedicó profesionalmente al salir del campo, aunque se conservan fotografías que podrían indicar que picó piedra en una explotación minera. Hay un lustro en blanco en la existencia del antiguo guardia civil, coincidente con la ocupación alemana de una mitad de Francia y la imposición de una dictadura títere en la otra parte de la nación (el régimen de Vichy, encabezado por el mariscal Philippe Pétain).

Durante aquella época, además de sobrevivir, Pepe conoció a su gran amor, una joven muchacha vasca, refugiada como él, proveniente de una estirpe republicana: Josefa Carraux Usandizaga (1920-1982)

Durante aquella época, además de sobrevivir, Pepe conoció a su gran amor, una joven muchacha vasca, refugiada como él, proveniente de una estirpe republicana: Josefa Carraux Usandizaga (1920-1982).

Pepita llevaba en Francia desde 1936 o 1937, cuando había escapado de Guipúzcoa junto a sus progenitores, Luis Carraux Ruiz (1884-1941) y Francisca Usandizaga Ezpeleta (1884-?), antes de la caída del norte en manos fascistas. Luis, afiliado de Izquierda Republicana, había sido el presidente del Círculo Republicano de Fuenterrabía, por lo que su seguridad y la de los suyos hubieran corrido un serio peligro de permanecer en casa ante el avance de los autodenominados “nacionales”. De hecho, sus bienes serían incautados por los golpistas en agosto de 1937.

Los hermanos de Josefa también se distinguieron por su compromiso político. Luis Carraux Usandizaga (1911/1912-?), miembro del PSOE y de la UGT en la República, recluido en los campos galos de Saint Cyprien y Gurs al terminar el conflicto. En los 40 dirigió el equipo de pasos que introducía guerrilleros en Guipúzcoa, militando ya en el PCE. Por otro lado, Juan (1922-2011), el benjamín de la familia, colaboró con el maquis antinazi tras pasar por varios campos de concentración.

José (izquierda) y su hermano Matías en Argentina, posando delante de la casa del 1º en la localidad de Carapachay (mediados o finales de los 50).

Los dos exiliados se casaron el 22 de julio de 1944 en su lugar de residencia, la comuna de Caussade, sita en el distrito de Montauban, perteneciente al departamento de Tarn y Garona (en la capital del distrito, la ciudad de Montauban, había muerto, en 1940, el presidente Manuel Azaña, último jefe de Estado “de hecho” de la Segunda República

Los dos exiliados se casaron el 22 de julio de 1944 en su lugar de residencia, la comuna de Caussade, sita en el distrito de Montauban, perteneciente al departamento de Tarn y Garona (en la capital del distrito, la ciudad de Montauban, había muerto, en 1940, el presidente Manuel Azaña, último jefe de Estado “de hecho” de la Segunda República, aunque las instituciones republicanas siguieron existiendo en el exterior hasta 1977, de manera totalmente simbólica y sin ningún tipo de control sobre el territorio español). Un año después del enlace, nació el primogénito de la pareja, José Luis Jiménez Carraux (1945-2003).

En febrero de 1950, buscando un futuro mejor, los tres embarcaron en el puerto italiano de Génova, rumbo a la Argentina, gobernada entonces por el general Juan Domingo Perón. Pepe, Pepita y el niño se afincaron en Carapachay, una localidad de la provincia de Buenos Aires, próxima a la capital de su nueva patria. La formación de un hogar estable no cortó los lazos con los parientes en España y en Francia. Todo lo contrario, porque Pepe propuso a sus padres que emigrarán al país austral con sus hermanos más jóvenes. 

La situación española continuaba siendo crítica y los Jiménez de Toro estuvieron a punto de cruzar el charco en masa. Finalmente, sin embargo, Antonio y Loreto cambiaron de opinión y se quedaron en Granada con la mayoría de sus hijos. Algunos estaban casados y tenían descendencia, lo que contribuyó a que sus progenitores no se atrevieran a marcharse. Además, la salud de Antonio no era nada buena, lo que desaconsejaba un viaje tan largo para un anciano cargado de achaques (a pesar de su baja en la Guardia Civil, como cabeza de familia numerosa, no había dejado de trabajar nunca, desempeñando distintos oficios: portero en el carmen de Palmera, maletero en la estación de trenes de Andaluces o guarda nocturno de acequias de riego, entre otros).

Hubo un Jiménez de Toro que sí que cogió el guante de su hermano Pepe y se trasladó a la República Argentina, en el verano de 1952: Matías, el más pequeño de los hijos de Loreto y Antonio, que solamente tenía 19 años.

En esa década de los 50, José constituyó una empresa, la Compañía Noroeste S.A.T., dedicada al transporte público de pasajeros en la zona de la actual Área Metropolitana de Buenos Aires. Los autobuses de la mercantil, de la que Pepe era administrador y en la que también trabajó su hermano Matías (y posteriormente sus sobrinos), siguen recorriendo las calles bonaerenses a día de hoy.

Pepe Jiménez de Toro en Argentina, junto a su mujer, su hijo mayor y su hermano Matías (entre mediados y finales de los 50).

El segundo vástago de Pepita y Pepe, Jorge Horacio Jiménez Carraux, llegó al mundo en 1963. Desgraciadamente, su padre no pudo verlo crecer porque murió el 30 de septiembre de 1970, a los 58 años, cuando Jorgito era un crío. Un cáncer de huesos puso el punto final a la vida del guardia civil leal, a demasiada distancia de su España, todavía prisionera del carnicero Francisco Franco.

La mujer, que sobrevivió a siete de sus descendientes (Fernando, Pepe, Ara, Antonio, una niña que apenas existió unos meses, Angelitas, y unas mellizas de las que ignoramos hasta el nombre de pila), tuvo el consuelo de no enterarse de las últimas defunciones, por la demencia senil que padecía. En aquel tiempo oscuro de la enfermedad, perdida casi siempre entre las brumas de su memoria, volvía a ratos del vacío para cantar en catalán

Cuando José Jiménez de Toro falleció en Argentina, su madre aún estaba viva. Viuda desde 1956, se había instalado en Madrid, en la casa de su hija Encarnita. La mujer, que sobrevivió a siete de sus descendientes (Fernando, Pepe, Ara, Antonio, una niña que apenas existió unos meses, Angelitas, y unas mellizas de las que ignoramos hasta el nombre de pila), tuvo el consuelo de no enterarse de las últimas defunciones, por la demencia senil que padecía. En aquel tiempo oscuro de la enfermedad, perdida casi siempre entre las brumas de su memoria, volvía a ratos del vacío para cantar en catalán. Loreto cantaba las melodías aprendidas en su juventud gerundense de Anglés, la población en la que nació su hijo José.

Josefa Carraux Usandizaga, aquella refugiada vasca que se enamoró de Pepe bajo un sol extranjero, expiró a los 62, el 2 de diciembre de 1982, un semestre después de la conclusión de la guerra de las Malvinas, una auténtica tragedia nacional para el pueblo argentino, inmerso entonces en la ominosa tiranía de la Junta Militar.

Carné de José Jiménez de Toro como administrador de la Compañía Noroeste S.A. de Transporte (04-05-1958).

La familia Jiménez en Argentina a finales de los 60, poco antes de la muerte de Pepe en 1970.

José Luis, el mayor de los Jiménez Carraux, murió el 27 de junio de 2003, a los 58 años, como su progenitor. Militó en el peronista Frente Justicialista Vecinal, sin ocupar ningún cargo orgánico en el partido por no ser argentino, ya que jamás renunció a la nacionalidad francesa. Su hijo, el músico Adrián Jiménez, reside en España.

El pequeño de la dinastía, Jorge, continúa radicado en la Argentina, como sus primos Luis Alberto y Carlos Antonio Jiménez Pla, los herederos de su tío Matías, también fallecido en la patria del libertador José de San Martín (tanto Luis como Carlos siguen vinculados a la Compañía Noroeste, de la que los dos son accionistas, siendo además el primero directivo de la empresa). Jorgito es jefe de logística de una multinacional y tiene dos vástagos, Maximiliano y Daiana Jiménez. Maxi vive en Argentina y Dai en nuestro país.

Loreto y Antonio, padres del homenajeado y bisabuelos del autor, en septiembre de 1953, junto a su domicilio de la calle Grajales (Bajo Albayzín).

República le costó muy cara: se quedó sin empleo, sin hogar y sin familia. Expulsado de su tierra, condenado al destierro, sin volver a ver a sus padres y hermanos (solo pudo recuperar a uno de ellos), obligado a vagar por el globo, mientras los traidores se apoderaban de todo

El próximo 30 de septiembre de 2020 se cumplirá medio siglo de la desaparición de José Jiménez de Toro, un hombre cuya trayectoria ilustra la de otros muchos. Su fidelidad al régimen de la II República le costó muy cara: se quedó sin empleo, sin hogar y sin familia. Expulsado de su tierra, condenado al destierro, sin volver a ver a sus padres y hermanos (solo pudo recuperar a uno de ellos), obligado a vagar por el globo, mientras los traidores se apoderaban de todo, sometiendo a la ciudadanía española al expolio, al hambre y al miedo. Para colmo, en la actualidad, parte de los que se dicen continuadores de la tradición republicana, algunos de los que forman el movimiento memorialista, se niegan a reconocer el papel de estas gentes en la lucha antifascista, dejando en la estacada a aquellos guardias civiles, carabineros, guardias de asalto y militares profesionales, los mismos que sostuvieron el esfuerzo de guerra, peleando codo con codo con la clase obrera (de la que procedía la mayoría).

Honor y gloria para Pepe y sus camaradas, diezmados por el franquismo y menospreciados por el sectarismo.

P.D.: José Jiménez de Toro era mi tío abuelo. Su hermana Teresa fue mi abuela paterna. Dedico este artículo a la memoria de ambos, a la del resto de hermanos y a la de sus progenitores, mis bisabuelos, Antonio Jiménez Ortiz y Loreto de Toro Vela.

Aprovecho la ocasión para dar públicamente las gracias al hijo de Pepe, Jorge H. Jiménez Carraux, y a la Sección de la Guardia Civil del Archivo General del Ministerio del Interior, por facilitarme datos y documentos imprescindibles para construir el presente relato.
José María García Labrac, natural de Granada (1985), es el presidente de la asociación ciudadana Granada Republicana UCAR, fundada en 2005 en la ciudad de los cármenes -a la que expresamos nuestro profundo agradecimiento por su desinteresada colaboración-Empeñado en hacer realidad una España distinta, se dedica profesionalmente a la asesoría laboral y es un apasionado de la historia de su tierra y de sus gentes.
Este es un espacio para el recuerdo y el homenaje a las víctimas del franquismo.

Para que nunca se olvide. Para que nunca se repita. 

En colaboración con las asociones memorialistas.
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