Una reflexión necesaria con sólidos argumentos de Eduardo Castillo, concejal socialista en el Ayuntamiento de Granada, que te recomendamos. Imprescindible.
E.P.
Una profesional sanitaria se unía a la salva de aplausos durante los duros días de la pandemia.
A partir de 2008 comenzó a generalizarse aquello de que debíamos aprovechar las crisis como oportunidades. Es una premisa perversa, de manual de autoayuda, aparentemente bienintencionada pero cargada de sutil responsabilidad al individuo de todo lo bueno y lo malo que le ocurre, como si el contexto socioeconómico, por ejemplo, no influyera en nada. Doce años después son muchas las voces, la mayoría también bienintencionadas, que defienden que de esta crisis sanitaria, social y económica provocada por la pandemia de la COVID-19, debe surgir y surgirá una transformación del sistema; un mundo más sostenible e igualitario en el que rijan otros principios y otra gobernanza.
Once años después son muchas las voces, la mayoría también bienintencionadas, que defienden que de esta crisis sanitaria, social y económica provocada por la pandemia de la COVID-19, debe surgir y surgirá una transformación del sistema; un mundo más sostenible e igualitario en el que rijan otros principios y otra gobernanza
Por supuesto, es positivo partir de ese impulso, provocado por una crisis que no nos ha afectado a todos de la misma forma, para definitivamente conseguir la transformación social anhelada. Pero esa transformación no puede ser fruto de un virus por terribles que hayan sido sus consecuencias. Cierto es que la pandemia ha hecho más evidentes algunas desigualdades -es una obviedad que las crisis golpean con más fuerza a los más débiles- y que esa evidencia nos ha hecho reflexionar sobre la insostenibilidad de algunos de nuestros hábitos, de algunas de las políticas de nuestros gobiernos o de la lógica y la práctica intrínseca del capitalismo, pero no va a ser suficiente.
La necesaria transformación de nuestra sociedad debe partir de interiorizar que nuestro mundo era insostenible antes de la pandemia y sigue y seguirá siéndolo después si no se modifican radicalmente aspectos que van desde la gobernanza hasta el sistema productivo; pasando, por supuesto, por nuestros hábitos individuales que, por cierto, están condicionados por el mundo que nos ha tocado vivir.
De la crisis de 2008, que en la Unión Europea golpeó con especial fuerza a los países del sur, parece que aprendimos algunas cosas. Es evidente que la forma de afrontar esta crisis, por parte de las instituciones europeas, no es la misma que la de hace 12 años. Algo aprendimos, pero, ¿se cambiaron las estructuras económicas, políticas que produjeron dicha crisis?
Aplaudir a los sanitarios demuestra nuestro reconocimiento a su trabajo; apostar por un Estado que garantice y amplíe una sanidad universal, pública, gratuita, de calidad no es un gesto a las ocho de la tarde, demuestra verdaderas ansias de justicia social.
Aplaudir a los sanitarios demuestra nuestro reconocimiento a su trabajo; apostar por un Estado que garantice y amplíe una sanidad universal, pública, gratuita, de calidad no es un gesto a las ocho de la tarde, demuestra verdaderas ansias de justicia social. La financiación de las administraciones sale de los bolsillos de ciudadanos y ciudadanas: dotaciones sanitarias y educativas, dependencia, medidas de conciliación o el ingreso mínimo vital están financiados por los contribuyentes. Con nuestros gestos hemos demostrado nuestro reconocimiento a los trabajadores de servicios públicos, con nuestros impuestos sostenemos esos servicios públicos.
La pandemia, antes o después pasará, por desgracia dejará cientos de miles de víctimas en todo el mundo, además de una crisis social y económica de la que tardaremos años en salir. Si no ponemos remedio se volverá a imponer la premisa “lampedusiana” de que todo cambie para que todo siga como está. Interioricemos que la transformación necesaria debe trascender a la pandemia y sus consecuencias. Estamos a tiempo.