'jai/egun se adentra en la oscuridad de “lo abierto”'
Escribir esta crítica me llena de emoción, pero es, al mismo tiempo, una experiencia muy extraña. Quienes me leáis desde hace tiempo quizás recordéis que alguna vez he mencionado a mi amigo Aitor, que me ha descubierto mucha música a lo largo de los años. Resulta que Aitor es músico, y muy bueno. Es guitarrista desde la adolescencia, época en la que también quedó fascinado por el flamenco. Pasó los años de la carrera en Granada aprendiendo del género. Pero siempre lo hizo desde un acercamiento muy personal: la técnica y las armonías flamencas no eran tanto una disciplina que seguir al pie de la letra como herramientas que incorporar a su lenguaje artístico, vías para la expresión de su particular visión del instrumento. Durante años, Aitor me hablaba de la música como una eterna cuenta pendiente. Pero en los dos últimos años, empezó a dar pasos: compró utensilios para grabarse a sí mismo en su cuarto; aprendió ciertas nociones de producción musical; empezó a armar una colección coherente de canciones. En la primavera de 2023, tomó la decisión de grabar en un estudio profesional: El Tigre Estudios, en Bilbao, con Jon Aguirrezabalaga.
Desde los primeros compases de “Akapella”, con esa percusión electrónica que evoca el sonido de los martillos en una fragua, cual martinete, hasta la última nota sostenida en el final de “Ta hala ere”, este álbum transporta a un espacio emocional muy concreto, oscuro y reconcentrado como la portada de Libertad Ballester
Durante el proceso de grabación, Jon y Aitor empezaron a hablar de discográficas que pudiesen lanzarlo. La primera que les vino a la mente a ambos fue Humo Internacional: el sello gijonés que edita a gente tan diversa, pero siempre tan peculiar, como Pablo Und Destruktion, Somos la Herencia, Futuro Terror, Mausoleo, La URSS, Rata Negra o Cuchillo de Fuego. Les contactaron y tuvieron una respuesta inmediata. El 17 de noviembre, Humo editó Argiek Istilu, el debut de jai/egun, el nombre artístico de Aitor. Mientras grababa el disco, le pedí a mi amigo que no me enviase ningún avance: quería enfrentarme al producto terminado de golpe. Me alegro mucho de haber tomado esa decisión: la fuerza de Argiek Istilu se me ha llevado por delante y llevo diez días escuchándolo sin parar. Desde los primeros compases de “Akapella”, con esa percusión electrónica que evoca el sonido de los martillos en una fragua, cual martinete, hasta la última nota sostenida en el final de “Ta hala ere”, este álbum transporta a un espacio emocional muy concreto, oscuro y reconcentrado como la portada de Libertad Ballester. El poder evocador de la voz y la guitarra de Aitor son monumentales.
De las nueve canciones del álbum, cuatro son composiciones largas, de seis minutos o más, donde la guitarra actúa como hilo conductor. Aitor toca con furia en algunos momentos, con sutileza y gracilidad en otros; pero lo esencial es que consigue sostener la atención del oyente en todo momento gracias a su expresividad
De las nueve canciones del álbum, cuatro son composiciones largas, de seis minutos o más, donde la guitarra actúa como hilo conductor. Aitor toca con furia en algunos momentos, con sutileza y gracilidad en otros; pero lo esencial es que consigue sostener la atención del oyente en todo momento gracias a su expresividad. Ya sea en la cuasi bulería “Berriz”, en la solemne y melancólica “Alkitran”, en la desoladora “Kaletik” o en la compleja y cambiante “Bost batera”, Aitor encuentra siempre nuevas maneras de engancharnos y sorprendernos. A ello ayuda muchísimo la elegante y contenida producción de Jon, con los toques justos de percusión, sintetizadores y efectos en los momentos indicados (salvo, quizás, en “Ta hala ere”: la caja de ritmos es algo robótica y resta fuerza a esta sentida despedida al disco). El resto de canciones son más breves y exploran registros algo diferentes. Aparte de “Akapella” y “Ta hala ere”, de las que ya he hablado, al inicio llama la atención especialmente “Alhacaba”, con su ritmo y melodía cubanos; más todavía cuando aparece ese sintetizador tan propio de banda de fiesta mayor, que aporta la ligereza necesaria en medio de tanta oscuridad. Después de este tema, “Armonikos” es un efectivo interludio antes de la densidad de “Alkitran”, donde los trucos de estudio y la maestría de Aitor para extraer sonidos de su instrumento se dan la mano.
“Diabetes bat bezela” es la canción de estructura más tradicional, y es poderosísima. Tanto las estrofas como el estribillo tienen melodías vocales sutilmente pegadizas, también de aroma latino, de modo que, incluso si no eres euskaldun, quizás te sorprendas murmurando la letra
Por último, “Diabetes bat bezela” es la canción de estructura más tradicional, y es poderosísima. Tanto las estrofas como el estribillo tienen melodías vocales sutilmente pegadizas, también de aroma latino, de modo que, incluso si no eres euskaldun, quizás te sorprendas murmurando la letra. Y entonces, si te asomas a ver la traducción de esas palabras, te encontrarás de sopetón con la otra gran arma de jai/egun: su cruda poesía. En este tema, Aitor habla de forma especialmente clara de salud mental: el título, “Como la diabetes”, refiere a la frecuente comparación, desde perspectivas biologicistas, de la “enfermedad mental” con las enfermedades físicas. En la primera estrofa, presenta el discurso oficial: que “esto” es algo perfectamente normal (aunque no nos atrevamos ni a nombrarlo), que simplemente hay que ponerse en manos de los expertos; ellos se encargarán de todo. En el estribillo, sin embargo, se pregunta “¿Para quién es/Insoportable/La posibilidad/De que sea incomprensible?”, abriendo la posibilidad a la incertidumbre, a que haya algo inefable en lo que está viviendo, que solo él, desde su experiencia directa, puede entender. Por último, en la segunda estrofa, estalla contra la hipocresía de esos discursos: “Si me vuelves a mencionar la insulina/Te voy a matar/Te voy a matar como un loco”. Se entienden mejor así la potente distorsión y demás efectos que aparecen en ese momento en la mezcla.
Eso es estar en lo abierto: la sensación de volver siempre al punto de partida (“Ta berriz hamen zabalen”, “Y otra vez aquí en lo abierto”, canta en “Alkitran”) y de no poder confiar en tu propia percepción
Y es que Argiek Istilu (literalmente, “Luces disturban”; podría entenderse como “Luces trastocan”) habla, en su conjunto, de esos momentos en los que la cordura parece escaparse entre los dedos como fina arena. De momentos en los que sientes que estás en cinco sitios y en ninguno a la vez (“Bost batera”), en que las luces adquieren otros tonos y percibes que el cielo se pone a temblar (“Akapella”, “Kaletik”), en que sientes que estás seco como una montaña amarilla, cuando antes estabas perfectamente (“Alkitran”). A ese plano de la realidad en el que no haces fondo, Aitor lo llama “lo abierto” (“zabalen”) y lo describe como “Una eternidad vacía/Dueña de los ecos” (“Akapella”). Hay dos expresiones que definen especialmente ese espacio: “berriz” (“otra vez”) y “ta hala ere” (“y aun así”), que no solamente son los títulos de dos canciones, sino las palabras que más se repiten a lo largo del álbum. Representan la repetición y la duda. Eso es estar en lo abierto: la sensación de volver siempre al punto de partida (“Ta berriz hamen zabalen”, “Y otra vez aquí en lo abierto”, canta en “Alkitran”) y de no poder confiar en tu propia percepción.
Lo fascinante es que Aitor y Jon han conseguido crear el diseño sonoro perfecto para llevarnos a “lo abierto”: por un lado, en general hay mucho espacio entre todos los instrumentos, de modo que literalmente existe esa apertura; pero por otro, la intensidad del disco es tal que genera cierta claustrofobia y por momentos parece que te va a asfixiar
Lo fascinante es que Aitor y Jon han conseguido crear el diseño sonoro perfecto para llevarnos a “lo abierto”: por un lado, en general hay mucho espacio entre todos los instrumentos, de modo que literalmente existe esa apertura; pero por otro, la intensidad del disco es tal que genera cierta claustrofobia y por momentos parece que te va a asfixiar. Es el caso del poderoso final de “Alkitran”, donde los guitarrazos de Aitor son engullidos por ecos y efectos, o de los momentos más amenazantes de “Bost batera”. Pero la música de jai/egun también emociona desde la contención. Ahí está la última parte de “Kaletik”. Aitor toca unos sencillos acordes menores y su voz se quiebra mientras afirma: “Todo este destino me lo voy a comer yo/¿Quién si no?”. Es el momento que más recuerda a sus adorados Radiohead, en la forma y en el contenido: es fácil imaginar a Thom Yorke contemplando con tristeza cómo su mente se ha dispersado en “Tantos pensamientos pequeños/Tantos trocitos de pensamiento”. Así pues, Argiek Istilu es un disco redondo de un artista cuya visión, desde el debut, está ya madura. En un año en que la música española ha tenido tantos y tan diferentes momentos de gloria, me llena de orgullo poder decir que jai/egun nos ha dado uno de los discos del año.