'Marina Herlop y Los Sara Fontán: entre la clásica contemporánea, la electrónica experimental y el pop'
Últimamente, parece que me ha dado por escuchar los discos de dos en dos. Hablé en su momento de los LPs de pop ruidista de Mujeres y Aiko el grupo, y después de los de hip hop abstracto obra de Earl Sweatshirt con The Alchemist y Armand Hammer. Pues bien: me he encontrado nuevamente con ganas de comentar dos álbumes que están, de alguna manera, emparentados. Esta vez os voy a hablar de los trabajos de dos artistas catalanas que se mueven en los márgenes experimentales de la clásica contemporánea, la electrónica y el pop: Marina Herlop y Sara Fontán. De la primera os hablé el año pasado tras quedarme maravillado con su álbum Pripyat, uno de mis discos favoritos de 2022. Es una pianista de formación clásica con una voz prodigiosa que dio un potente giro a su sonido al incorporar percusión y efectos electrónicos. A Sara Fontán la acabo de descubrir gracias a mis amigos Cristina y Antonio. Violinista de dilatada trayectoria, lo mismo ha tocado en el grupo pop Manos de Topo que ha colaborado en proyectos de electrónica como Árbol. Desde hace seis años, toca con Edi Pou, el batería de los legendarios ZA!, bajo el nombre Los Sara Fontán.
El resultado, 'Queda pendiente', es una auténtica maravilla. Edi y Sara unen virtuosismo y juego, complejidad y gancho, tirando de ritmos rotos, capas y más capas de sintes y violín y múltiples efectos para crear composiciones perfectamente medidas y sorprendentemente adictivas
La gracia es que, hasta ahora, Los Sara Fontán habían prometido que nunca grabarían su música en estudio: la única opción para conocerlos era verlos en sus intensos directos. Finalmente, sin embargo, se decidieron a hacer un álbum, gracias entre otras cosas a que construyeron un estudio en su propia casa. El resultado, Queda pendiente, es una auténtica maravilla. Edi y Sara unen virtuosismo y juego, complejidad y gancho, tirando de ritmos rotos, capas y más capas de sintes y violín y múltiples efectos para crear composiciones perfectamente medidas y sorprendentemente adictivas. La primera canción, “Visita de obra”, es un perfecto microcosmos del álbum. Después de una divertida introducción en la que Sara y Edi bromean sobre cómo deben interpretar la pieza, una serie caótica de sonidos percusivos se desparraman sobre un violín desordenado. Entonces, tanto la percusión como el violín toman forma y empiezan a construir una progresión, que entonces vuelve a tambalearse, hasta que tras una breve pausa vuelven a alinearse. Empiezan entonces a superponerse las líneas de violín, y de pronto estalla una conjunción de batería y bajo sintético que, junto a los violines y los efectos electrónicos, crean una auténtica catedral sonora que se desmorona al cabo de un minuto, sin apenas ceremonia. Locura y orden se suceden y entrecruzan con pasmosa fluidez.
Las nueve canciones restantes no son menos emocionantes. “JJ.OO.” juega con unos sintes cuya tonalidad recuerda a los de la banda sonora de Carros de fuego. “Wall-e” combina un bajo sintético muy saturado, una batería poderosa, un cencerro y unos sintes alienígenas en un conjunto pesado, que recuerda a los momentos más heavys de The Comet is Coming. “ÍO” tiene como base una serie de sonidos de campanillas, que dialogan con unos sintes brillantes y calmados y con un violín sencillo, de una tristeza solemne. “OnOffOn”, el corte más largo del álbum, tiene una progresión exquisita, con varios de sus ingredientes sonoros apareciendo, desapareciendo y tomando el mando de la canción de manera consecutiva. “Quérome” es la más breve y remite al folklore celta, con un tambor elemental, un violín melancólico y, al final, un drone sintético que engulle la mezcla y despide la canción con mucha distorsión. “Talbot Samba” introduce, en efecto, una percusión de aroma brasileño en sus primeros compases, pero después la base rítmica muta, con un bajo elegante y simple dialogando con una batería muy móvil, mientras el violín de Sara hace un poco de todo y la canción se dirige hacia un potente crescendo final.
Cuando parece imposible que el álbum te sorprenda más, llega “Xilu”. Un xilófono precioso entra en bucle, el violín pasado por mil efectos de Sara acompaña repitiendo una misma nota rítmicamente, se agrega un sinte muy grave que aporta estructura, y poco a poco se suman la batería de Edi y el violín de Sara, multiplicando el impacto emocional a cada compás
Cuando parece imposible que el álbum te sorprenda más, llega “Xilu”. Un xilófono precioso entra en bucle, el violín pasado por mil efectos de Sara acompaña repitiendo una misma nota rítmicamente, se agrega un sinte muy grave que aporta estructura, y poco a poco se suman la batería de Edi y el violín de Sara, multiplicando el impacto emocional a cada compás, hasta llegar a un clímax con el que se me saltan las lágrimas cada vez. Después llega “Magaluf”, con sus cuatro minutos de carruseles de sintetizadores, percusión alocada y violines tensos y escalofriantes; y por último, el disco se despide con “Cuerno de Alce”, una reposada pieza en la que los sintetizadores aparecen en grandes bloques de sonido y la batería es dinámica y variada, hasta ese final en el que la distorsión barre todo lo demás. La sensación que queda en el cuerpo es la de haber vivido algo enorme, un viaje de los que te cambian la vida, en apenas cuarenta minutos.
El disco se abre y se cierra con la misma frase repetida: “Damunt de tu només les flors” (“encima de ti solo las flores”), y cada detalle del álbum forma parte de un ejercicio de worldbuilding brutal, que nos lleva a ese jardín inmenso e imposiblemente verde de la portada, que Marina cuida y nutre con su música
Algo parecido me pasó el año pasado con Pripyat, el tercer álbum de Marina Herlop. Pero durante mucho tiempo, la propia Marina no sabía si ese disco llegaría siquiera a ver la luz: debido entre otras cosas a la pandemia, tuvo muchas dificultades para conseguir que se editara. Durante la espera, se vio acosada por las dudas. Nekkuja, su brillante cuarto LP, nació en aquellos días: es una transmutación de todas esas dudas en un vergel de sonidos vibrantes, en una fantasía de infinita fecundidad. El disco se abre y se cierra con la misma frase repetida: “Damunt de tu només les flors” (“encima de ti solo las flores”), y cada detalle del álbum forma parte de un ejercicio de worldbuilding brutal, que nos lleva a ese jardín inmenso e imposiblemente verde de la portada, que Marina cuida y nutre con su música. Ese es el objetivo al que sirven esas grabaciones de campo en las que se oyen ruidos de animales y el rumor del agua; pero también cada frase en las canciones que tienen letra (“No permetis que s'adormin/canta fort que no s'adormin/si les deixes sense son/les flors es marceixen/de tristor i de por”, en “La Alhambra”) y esos balbuceos sin significado de “Karada” y “Babel” (un título nada casual), que contribuyen a poblar de sonidos y criaturas su particular floresta.
Lo mejor es que consigue transmitir todo esto a través de las composiciones más accesibles y pop de su carrera: “La Alhambra” es una canción de construcción y ejecución impecables, mientras que las frases repetidas de “Cosset” no podían ser más pegadizas
A nivel sonoro, Nekkuja parte de ingredientes muy similares a los de Pripyat, aunque con más diversidad en los instrumentos de cuerda y una influencia más clara de la música del Lejano Oriente (“Karada”). La sensación es, sin embargo, que nos encontramos ante un diseño mucho más barroco, excesivo, como se aprecia en ese explosivo final de “Reina Mora”. Ese exceso se percibe también en lo que no está: “Karada” y “Babel” aparentemente son temas más calmados, pero dan la sensación constante de estar bullendo bajo la superficie con una energía apenas contenida. Nekkuja es, en fin, un álbum sobre la creatividad entendida como un oasis: “A les mans hi tinc un tros de llum” (“en las manos tengo un trozo de luz”), canta Herlop en “Cosset”, y con esa luz la catalana ilumina un mundo que brota de ella misma pero que la desborda, que no puede controlar. Lo mejor es que consigue transmitir todo esto a través de las composiciones más accesibles y pop de su carrera: “La Alhambra” es una canción de construcción y ejecución impecables, mientras que las frases repetidas de “Cosset” no podían ser más pegadizas.
No se puede despreciar un regalo así: hay que escuchar estos dos pedazos de discos
Así pues, usando paletas sonoras muy diferentes (sin ir más lejos, Herlop es una maestra en el uso de la voz, mientras que en Los Sara Fontán no cantan), tanto una como los otros consiguen transmitir emociones e ideas de gran profundidad con canciones que no ignoran por completo la estructura pop, pero que tampoco se quedan atrapadas en ella. Del mismo modo, la influencia de su formación clásica es visible, pero nunca a través de un virtuosismo estéril, sino poniéndola al servicio del puro gozo de la creación y la interpretación. Nekkuja y Queda pendiente son clases magistrales de cómo atrapar esa ráfaga efímera de inspiración para crear algo que se pueda compartir con los demás. No se puede despreciar un regalo así: hay que escuchar estos dos pedazos de discos.