Antonio García Ordóñez, último superviviente de la Agrupación Guerrillera de Granada
Los duros años de postguerra
García Ordóñez pertenecía, desde 1946, a la Juventud Socialista Unificada, organización juvenil del Partido Comunista de España. Recuerda que en aquellos años tan duros de la postguerra, cuando algún camarada se ponía enfermo, había muchas solidaridad con la familia: “Nos ayudábamos unos a otros en la clandestinidad, pues si te detenían en aquellas fechas, la declaración en el cuartelillo consistía en pegarte una paliza y de cabeza a la cárcel”.
Por entonces, el régimen practicaba la ley de fugas. Es decir, dejaba salir a los presos de la cárcel, pero en la calle estaba esperando la guardia civil para matarlos con la excusa de que intentaban fugarse
Por entonces, el régimen practicaba la ley de fugas. Es decir, dejaba salir a los presos de la cárcel, pero en la calle estaba esperando la guardia civil para matarlos con la excusa de que intentaban fugarse. Ante esta situación, el Partido Comunista decidió organizar el maquis: “Yo me fui con la guerrilla para hacer de guía, pues conocía muy bien la sierra de Loja y sabía dónde se podía encontrar agua y sitios para acampar sin peligro. Llevaba a mis compañeros por rutas seguras y escuchábamos Radio Pirenaica, la voz de los comunistas en el exilio, para conocer los movimientos de las contrapartidas que el régimen organizaba contra nosotros. Es decir, guardias civiles que se hacían pasar por guerrilleros para hacernos emboscadas”.
Mete el dedo y notarás un agujero
Antonio confiesa que con doce años, durante la guerra, los franquistas le llevaron con otros niños del pueblo a hacer instrucción militar y le enseñaron a manejar el mosquetón: “también nos obligaban a cantar el cara al sol y, si no sabías cantarlo, te pegaban. Por eso, cuando cumplí 18 años me fui al monte con la guerrilla, no quería formar parte del ejército fascista”. Estuvo en la Agrupación Guerrillera de Granada-Málaga, también conocida como Agrupación Roberto, siendo Enrique su nombre en la clandestinidad. Su grupo mantuvo cuatro o cinco tiroteos con los nueve destacamentos que la guardia civil tenía en la zona. Antonio señala con la mano su hombro y me dice: “Mete el dedo y notarás un agujero. El tiro me entró y me salió por el hombro. Y tengo el cuerpo lleno de cicatrices por las bombas de mano que llamaban Bredas”.
En la sierra de Loja estuvo el Estado Mayor de la guerrilla, donde Antonio llegó a conocer personalmente a Roberto y a Ricardo Beneyto, comandantes de la resistencia armada de Málaga y Granada. Recuerda que se organizaban por grupos de siete guerrilleros: “De los distintos grupos, había uno que se dedicaba a la cocina e intendencia, otro se encargaba de buscar leña o también estaba el grupo que bajaba a los pueblos para buscar comida, ropa y medicinas, que era muy peligroso”.
En Zafarraya hicieron una acampada y se quedaron dormidos: “entonces nos vio un pastor y nos delató en el cuartel de la guardia civil”. Y en Riogordo, estuvo con un grupo de 21 guerrilleros en un cortijo y fueron cercados por la guardia civil: “para romper el cerco, tuvimos que provocar una estampida de ganado y salir camuflados entre las vacas. En la huida iba con otro compañero, a él lo detuvieron y yo me escapé, tuve suerte”.
En cada cerro, un campamento guerrillero
Desde comienzos del año 1950 la presencia de guerrilleros en la sierra de Loja fue habitual, según el investigador Juan Clemente. Salvo las ocasiones en las que se desplazaban para enlazar con los grupos distribuidos a lo largo de la cordillera cercana a la costa, la base se situaba en los campamentos ubicados en esta sierra: “Prácticamente en cada cerro que destacaba en el entorno, existía un campamento. Las vías de paso eran abundantes y frecuentadas, dado el número de guerrilleros y el trasiego de enlaces que nos abastecían - recuerda Antonio García -”.
En los alrededores de la sierra de Loja, se instalaron numerosos destacamentos de la Guardia Civil y soldados de Regulares. Incluso en el mismo corazón de la sierra había otros destacamentos, como en los cortijos de Cornilejo Alto o el Ranchuelo: “A pesar de este elevado número de guardias y la cantidad de guerrilleros que estábamos distribuidos en los diferentes campamentos los encuentros fueron muy escasos -me dice Antonio García-. Si no había un jefe que les obligara, los guardias solían evitarnos. Hay que tener en cuenta que ellos defendían un sueldo, y nosotros no teníamos nada que perder. Por eso, los guardias eran una cosa en el pueblo, y otra en la sierra. Al llegar la noche, los guerrilleros éramos los dueños de la situación.
Metralletas americanas para la guerrilla
En 1953, formó parte de un grupo de 18 guerrilleros que marchó a Almuñécar para recoger las 4.000 metralletas que Estados Unidos había enviado a la guerrilla: “pero cuando íbamos a recogerlas, escuchamos por Radio Pirenaica que los americanos habían hecho un pacto con Franco a cambio de las bases militares de Rota y Morón de la Frontera. Por tanto, nos quedamos sin las metralletas”.
Cuando la guerrilla dejó de recibir apoyo económico de Francia y América, el Estado mayor dio la orden de secuestrar a destacados representantes de la clase burguesa adinerada para financiarse. Antonio formó parte de un grupo especializado en estos secuestros y explica cómo lo hacían: “El grupo estaba formado por siete guerrilleros. Nos presentábamos en la casa del señorito y lo secuestrábamos. A la familia le dejábamos dos cartas con el sello de la guerrilla. Una era falsa y tenían que entregarla a la guardia civil para despistarla. La otra carta indicaba el camino por el que la familia nos tenía que llevar el dinero y nosotros salíamos al paso para recogerlo”. Considera que los secuestros estaban más que justificados: “tuvimos que secuestrar a señoritos y terratenientes y con el dinero del rescate, el partido ayudaba a las familias de los presos que hacían trabajos forzados en el canal de Sevilla.
Dos fusiles me estaban apuntando en la cabeza
El grupo de Antonio hizo dos secuestros en cortijos de la sierra de Tejeda y consiguió un millón de pesetas, “que en aquellos tiempos era dinero”. Su intención era entregar el rescate al partido en Sevilla y conseguir salvoconductos para pasar a Francia, pues la guerrilla estaba ya en retirada, tras el pacto de Estados Unidos con Franco.
Cuando llegaron a Sevilla, se pusieron en contacto con alguien del partido, pero resultó ser un infiltrado, que se quedó con el dinero y los delató: “la guardia civil nos encontró y dijimos que éramos obreros y que estábamos trabajando en las obras de la carretera. Pero no nos creyeron y salimos corriendo. A mi compañero lo detuvieron y yo conseguí escapar de nuevo, aunque esta vez me dieron un tiro por la espalda”.
A pesar de que iba herido, siguió caminando y llegó, ya de noche, al puente de Lora del Río: “me metí en una zanja y me escondí allí para pasar la noche. Cuando me desperté, los fusiles de dos guardias civiles me estaban apuntando en la cabeza. Me llevaron al cuartelillo de Lora del Río y llamaron a Sevilla para comunicar a la Comandancia que por fin me habían detenido. Recuerda que desde Sevilla dijeron: “Ahora vamos a por él, no le hagáis nada”.
Entró en la cárcel con 18 años y dos condenas de muerte, pues le acusaron de haber matado a un guardia civil, durante un enfrentamiento con la guerrilla: “pero yo lo negué. Tuve suerte, porque un testigo declaró que yo no estuve en ese tiroteo. Eso me salvó la vida. Al final, me conmutaron la pena y pasé en la cárcel casi 13 años, de los 30 a los que me habían condenado
Cuando lo trasladaron a la Comandancia de Sevilla, recuerda que estaba muy alterado y le pusieron dos inyecciones de aguarrás para quitarle los nervios, pero se negaron a curarle las heridas. Más tarde, le interrogaron en los cuarteles de Loja y Alhama para que delatara a sus camaradas de la guerrilla: “pero les di información falsa”.
Entró en la cárcel con 18 años y dos condenas de muerte, pues le acusaron de haber matado a un guardia civil, durante un enfrentamiento con la guerrilla: “pero yo lo negué. Tuve suerte, porque un testigo declaró que yo no estuve en ese tiroteo. Eso me salvó la vida. Al final, me conmutaron la pena y pasé en la cárcel casi 13 años, de los 30 a los que me habían condenado.
13 años en las cárceles franquistas
Primero estuvo en la cárcel del Puerto de Santa María, donde lo pasó peor; luego fue trasladado a la de Córdoba y acabó en la Prisión de Granada. Estuvo más de dos años en una celda de aislamiento de la que sólo le dejaban salir cuando recibía una visita familiar. Compartía la celda con otros compañeros que también habían sido guerrilleros o enlaces de la guerrilla: “y lo más terrible era cuando se despedían de mí, antes de ser fusilados”. Estuvo preso hasta diciembre de 1962, tras permanecer casi 13 años en las cárceles franquistas.
Cuando salió de la prisión, se marchó a un cortijo con su familia y sobrevivió recogiendo aceitunas. En Granada había mucha miseria y estaba vigilado por haber sido guerrillero. Por eso, cuando consiguió un permiso del Ayuntamiento de Loja, emigró a Barcelona donde no le conocía nadie: “Allí trabajé en la construcción y en un almacén. Cuando me jubilé, volví a Granada y en El Salar me hice la casilla donde vivo ahora”.
Documentación consultada:
- “España años 50, política y sociedad”, libro editado por la Diputación Provincial de Granada.
- “Causa perdida, Agrupación Guerrillera Málaga-Granada”, libro de Juan Morente.
Para que nunca se olvide. Para que nunca se repita.
En colaboracion con y las asociaciones memorialistas de la provincia de Granada.
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