En Navidad, consume productos de Granada.
MEMORIA DEMOCRÁTICA

'El crimen del cortijo'

Ciudadanía - Manuel Macías - Domingo, 24 de Mayo de 2020
Un relato desgarrador, el del asesinato por los fascistas y, posterior represión, que sufrieron Bernardo Jiménez Medina y Adoración Martínez Romero y sus hijos Antonio, José, Rosa y Elena, conocido como el 'crimen del cortijo' de Maracena, que rememora Manuel Macías, quien recupera la narración emocionada de una de las hijas superviviente del matrimonio. Para que nunca se olvide, para que nunca se repita.
La familia, víctima del horror fascista.
M.M.
La familia, víctima del horror fascista.

Tiene Maracena un término municipal pequeño, comprimido como en un cinturón de bronce, entre el Barranco de Juncaril por el norte, el Barranco de San Jerónimo por el sur, al este la carretera de Jaén-Madrid y al oeste la carretera de Córdoba. Es conocida como pago de Zárate.

Convivieron y conviven en él dos almas: una, luminosa y grácil, festiva y culta, solidaria y comprometida. Pero tenía y tiene otra terrible, negra, putrefacta, envidiosa y cuando lo pudo demostrar asesina

Tierra fértil y bien labrada, de secano en una parte y regadío el resto. Cuatro o cinco industrias de transformación de productos cárnicos, viñas, higueras y olivos en el Zarate y maíz, trigo, lino, tabaco y huertas feraces de producción casera en el resto.

Tiene también una Iglesia y un convento que una antes y otro después bendijeron y alabaron o callaron y taparon toda la sangre que vertieron y que con dolor, mucho dolor, regó las calles y las almas negras de Maracena.

Convivieron y conviven en él dos almas: una, luminosa y grácil, festiva y culta, solidaria y comprometida. Pero tenía y tiene otra terrible, negra, putrefacta, envidiosa y cuando lo pudo demostrar asesina.

En este pueblo Vivian, Bernardo Jiménez Medina y Adoración Martínez Romero con sus hijos Antonio, José, Rosa y Elena.

Elena, mi suegra, protagonista a su pesar de esta terrible historia, murió el 10 de marzo de 2013. Murió como vivió. Digna, generosa, humilde, luminosa pero también triste silenciosa, dolorida, humillada, aterrorizada y con rabia escondida por más de 70 años.

Bernardo, el padre de la familia.

Fue su vida toda una odisea de dolor, de sangre y muerte. Con 12 años fue testigo en propias carnes del aquelarre de odio, tortura, venganza y asesinatos que fue la guerra civil española. Sus padres, Bernardo y Adoración, ésta en avanzado estado de gestación, (“preñada” decían sus verdugos), sus hermanos Antonio, José y Rosa; conformaban una familia feliz, bien avenida y económicamente desahogada para los cánones de la época.

Bernardo, el padre, además de esforzarse en el mantenimiento de sus tierras, trabajaba como empleado en la fábrica azucarera de San Isidro. En el laboreo de sus tierras contaba con la ayuda de sus hijos Antonio y José. El mayor Antonio, también trabajaba, por temporadas, en el ingenio azucarero. José además de ayudar en laboreo de la tierra, era el encargado de vender de forma ambulante los frutos obtenidos: uvas, higos y otras frutas.

No tenía la familia especial significación política, más allá de una inquebrantable lealtad a la República legalmente establecida

Rosa y Elena en el tiempo que les dejaba libre la escuela ayudaban en las tareas de la casa.

No tenía la familia especial significación política, más allá de una inquebrantable lealtad a la República legalmente establecida.

El padre era hombre de inquietud y sensibilidad cultural, amante de la música, participaba junto a su amigo Emilio Carmona –otro gran hombre de Maracena masacrado por esa alma negra de su pueblo- en cuantas actividades culturales se desarrollaban en el municipio.

Adoración, la madre de la familia.

Adoración, la madre, sí tenía un mayor perfil político, aunque no iba más allá de asistir a mítines y conferencias acompañada de su amiga Rita.

El golpe de estado de 18 de julio de 1936 no encontró apenas resistencia en Maracena. El alma de los buenos se refugió, por miedo, por interés, por desidia o por todo al mismo tiempo, en la neutralidad. Reniego de los neutrales dijo el poeta. Temo mucho más a la indiferencia de los buenos que al instinto de los malos

El compromiso político de esta familia estaba, como dijera Federico García Lorca: en ser partidarios de los pobres, de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada les era negada.

Transcurría la vida de esta familia con la tranquilidad y normalidad que los vaivenes de lo diario les exigían. Nunca sospecharon la terrible tormenta que marcaría la vida y la muerte de todos hasta el final de sus días.

El golpe de estado de 18 de julio de 1936 no encontró apenas resistencia en Maracena. El alma de los buenos se refugió, por miedo, por interés, por desidia o por todo al mismo tiempo, en la neutralidad. Reniego de los neutrales dijo el poeta. Temo mucho más a la indiferencia de los buenos que al instinto de los malos.

El fascismo se hizo con el poder en Maracena y obligó al hijo Antonio a pasar a la zona republicana. Su mayor compromiso le hacía temer por su vida. Este hecho, además de sumir en la tristeza y dolor por su ausencia a la familia fue el desencadenante, que no la causa, de los hechos –relatados minuciosamente a continuación- ocurridos en los días 30 y 31 de diciembre de 1936.

A la muerte de sus padres y hermano, las niñas quedaron en el más absoluto desamparo.

Elena y Rosa, mi suegra y su hermana; de 12 y 14 años; se vieron de la noche a la mañana arrancadas de cuajo del seno de su familia, tiradas literalmente a la calle. Solas y abandonadas. Robadas, expropiadas del amor de su familia y de todos sus bienes, humilladas y estigmatizadas, sintiéndose culpables de un dolor que no entendían pero que les obligaba a ir de casa en casa; con 12 y 14 años; sin recibir la más mínima muestra de caridad y compasión. El régimen nacional-católico mostraba aquí su alma.

“Algo habrán hecho”, “que apechuguen con su responsabilidad”, “los pecados de los padres los pagan sus hijos”… Estas y otras perlas en boca, incluso, de sus propios familiares. Abandonadas a su suerte, hoy aquí, mañana allí, sirviendo y trabajando en casas, que ayer fueron socorridas por sus padres, insultadas y explotadas a cambio de un plato de comida.

En su corazón no anidó nunca el odio, ni el rencor. Podrán arrancar todas las flores, pero nunca nos quitarán la primavera. Vivió tiempos sombríos, pero cantó. Como Bertold Brecht dijera: En los tiempos sombríos, ¿se cantará también? También se cantará sobre los tiempos sombríos

Elena mi suegra, mujer valiente, inquieta y sensible, quedó marcada de por vida. Jamás se recuperó. En su casa jamás se festejó navidad o fin de año. Jamás.

En su corazón no anidó nunca el odio, ni el rencor. Podrán arrancar todas las flores, pero nunca nos quitarán la primavera. Vivió tiempos sombríos, pero cantó. Como Bertold Brecht dijera: En los tiempos sombríos, ¿se cantará también? También se cantará sobre los tiempos sombríos.

Ella no sabía quién era el poeta alemán, pero intuyo que escribió para ella. Y así lo hizo: bailó, cantó y defendió la alegría.

Bernado, el padre, con los integrantes de la agrupación cultural de la que formaba parte en Maracena.

Hasta bien entrada la democracia, ni sus hijos, ni yo supimos nunca del infierno en que vivía. Oíamos referencias al crimen del cortijillo, de los asesinatos del cortijillo, o de aquel que participó en las muertes del cortijillo.… pero nunca nos habló de ello, ni inculcó odio en nuestros corazones.

Sí murió con el dolor y la rabia de no saber dónde están los cuerpos de sus padres y de su hermano. Como otras muchas víctimas del fascismo, permanecerán, hasta no sabemos cuándo, tirados en fosas comunes o en las cunetas. No sabemos dónde.

Paradojas de la vida. También hay distinta condición para los asesinados por el franquismo: los que tras pasar por algún tribunal instrumental dejaron constancia de su muerte; y los que como los padres y hermano de mi suegra fueron asesinados sin juicio, aunque fuese una farsa, por los sicarios y asesinos del régimen, todavía hoy, desaparecidos.

Sí pudo pedirnos, que no abandonásemos la búsqueda de sus cuerpos. Y en eso estamos, su hija, sus nietos, mi esposa y yo. Y no abandonaremos

Sí pudo pedirnos, que no abandonásemos la búsqueda de sus cuerpos. Y en eso estamos, su hija, sus nietos, mi esposa y yo. Y no abandonaremos.

Los hechos relatados por Elena antes de morir:

“Dos eran los motivos que me impedían relatar a mis hijos lo que se conocía como el crimen del Cortijillo: por un lado, el temor a que la historia se volviera a repetir, y ahora las victimas fuesen mis hijos y mis nietos, y por otro, mi obsesión por no trasmitir a mi familia el odio, el rencor o la venganza.

Elena, suegra del autor, que transcibe el relato de los hechos, en su voz.

Yo tenía solo 12 años cuando perdí a mis padres y a mi hermano Pepe que tenía 17 años. Mi otro hermano, Antonio, no corrió la misma suerte porque un par de meses antes, decidió incorporarse con solo 20 años en el bando republicano, pocas semanas después de producirse el golpe fascista contra el gobierno democrático de la república.

Los acontecimientos se desencadenaron la noche del 30 de diciembre de 1936 en el cortijo donde vivía mi familia situado entre los términos de Maracena y Albolote, en una zona conocida como pago del Zárate, frecuentada en ocasiones por soldados republicanos que solían cruzar las líneas golpistas para interesarse por sus mujeres e hijos, con mucha frecuencia represaliados por simpatía con el gobierno republicano

Los acontecimientos se desencadenaron la noche del 30 de diciembre de 1936 en el cortijo donde vivía mi familia situado entre los términos de Maracena y Albolote, en una zona conocida como pago del Zárate, frecuentada en ocasiones por soldados republicanos que solían cruzar las líneas golpistas para interesarse por sus mujeres e hijos, con mucha frecuencia represaliados por simpatía con el gobierno republicano.

Tres milicianos, soldados de la República, llegaron ese día al cortijo, y fueron acogidos por la familia pensando que podrían traer noticias sobre el Antonio, su hijo, y a recoger suministros.

Un agricultor, confeso fascista, supuesto amigo de la familia a la que debía favores, se percató de ello y los delató a las autoridades de la época. Cuando llegaron mi madre se encargó de abrirles la puerta a cinco falangistas fuertemente armados y conocidos en el pueblo como la banda negra.

En compañía del chivato, procedieron a registrar la casa mientras el resto de la familia dormía, a excepción de mi padre que trabajaba en la azucarera de San Isidro.

Cuando parecía que terminaba el registro, uno de los fascistas, a requerimiento del chivato, se adentró, en una especie de despensa que teníamos, cerca de la cocina, donde se ocultaban los milicianos que, de inmediato, abrieron fuego. Se produjo un tiroteo, a consecuencia del cual, uno de los fascistas resultó gravemente herido muriendo después.

Mi madre también resultó herida en un brazo. Los fascistas huyeron y pidieron refuerzos. Cuando volvieron dieron por supuesto que el autor de los disparos había sido mi hermano Antonio, en ese momento a cientos de kilómetros de allí.

No les hizo falta más, ni esperaron explicación. No hubo compasión. A mi padre lo detuvieron en el café Zurita cuando volvía de la azucarera. Al resto de la familia, mi madre y mis hermanos, nos trasladaron al cuartel de la Guardia Civil. Después nos soltaron a mi hermana Rosa y a mí

No les hizo falta más, ni esperaron explicación. No hubo compasión. A mi padre lo detuvieron en el café Zurita cuando volvía de la azucarera. Al resto de la familia, mi madre y mis hermanos, nos trasladaron al cuartel de la Guardia Civil. Después nos soltaron a mi hermana Rosa y a mí.

"Lo que hicimos en esa casa no tiene nombre". Esta frase forma parte de la confesión que décadas después pronunció una de las personas que participó en las torturas que infligieron a mis padres y a mi hermano Pepe.

Mi padre no se había señalado especialmente por sus ideas políticas. Era republicano y miembro de una especie de ateneo cultural que existía en Maracena. Era conocido por su afición musical. Tenía 42 años, mi madre 40. Ella sí tenía más inquietud política, aunque sin carnet de partido. Ninguno con especial significación política, más allá de sus simpatías por la izquierda.

En el cuartel de la Guardia Civil, donde hoy se encuentra la Casa de la Cultura, se llevaron a cabo las sangrientas torturas, coincidiendo con la Nochevieja del 1936.

Primero, apalearon a la madre, que no pudo decir, ni dar detalles del paradero de su hijo Antonio. Después, consciente, tuvo que soportar cómo masacraban a su marido y a su hijo. Al dolor físico se unió el desgarro emocional.

Mi hermana Rosa acudió al cuartel en la mañana del día siguiente para llevarles comida y pudo conocer por boca de mi madre que estaban siendo torturados. Ya no los vieron más. Al día siguiente, un falangista, ante la insistencia por conocer su paradero, nos dijo: "No busquéis más, aquí no están, y no sigáis insistiendo no sea que os ocurra lo mismo”

Mi hermana Rosa acudió al cuartel en la mañana del día siguiente para llevarles comida y pudo conocer por boca de mi madre que estaban siendo torturados. Ya no los vieron más. Al día siguiente, un falangista, ante la insistencia por conocer su paradero, nos dijo: "No busquéis más, aquí no están, y no sigáis insistiendo no sea que os ocurra lo mismo”.

A mi padre lo mataron reventado a palos. De igual manera a mi hermano Pepe. A mi madre, después de presenciar la muerte de su marido y su hijo, la mataron en avanzado estado de gestación.

Como botín de guerra, las "valientes tropas nacionales”, se apoderaron de la plata ahorrada por mi familia, durante años, además de los animales de la granja y del propio cortijo. "Se llevaron cuatro marranos, una cabra, una burra, la yegua y las gallinas, los conejos y el aceite del año", relata pormenorizando Elena.

Aunque lo he intentado y lo intento cada día, jamás he podido superar aquello.

Nadie de mi familia quiso acogernos o ayudarnos, a pesar de lo que nos debían. Tanto mi hermana como yo nos vimos obligadas a trabajar, explotadas y humilladas, en casa de familias que al menos agradecimiento, nos debían.

Todavía recuerdo mi miedo al acudir al comedor social temiendo ser envenenada por la cocinera, viuda del fascista que perdió la vida en el tiroteo del cortijillo. O mi recuerdo del cura al que servía, malo y nada caritativo, al que tenía que soportar para poder sobrevivir.

Pepe, con 17 años, hermano de Elena.

La vida a mi hermano Antonio, el único que quedaba vivo, tampoco le fue fácil. A su regreso de la guerra y conocer lo sucedido, creyó ser responsable e intentó ingiriendo fosforo, suicidarse. Él se creyó culpable, pensó que, de haber permanecido en casa, en lugar de marchar al frente su familia estaría viva

La vida a mi hermano Antonio, el único que quedaba vivo, tampoco le fue fácil. A su regreso de la guerra y conocer lo sucedido, creyó ser responsable e intentó ingiriendo fosforo, suicidarse. Él se creyó culpable, pensó que, de haber permanecido en casa, en lugar de marchar al frente su familia estaría viva.

Se olvidó que lo que no le perdonaban es haber sido leal a la República. No encontró perdón en los vencedores.

Estuvo preso por varios años en distintas cárceles y campos de trabajo. Una vez que pudo obtener la libertad, si es que alguien fue libre con Franco, intentó rehacer su vida aunque ni eso quisieron dejarle: los falangistas reventaron su boda y tuvo que emigrar a Barcelona, donde murió.

Sigo intentando encontrar a mis padres y a mi hermano, sus restos, para darles digna sepultura. Cuando yo no esté lo harán mis hijos, mis nietos... No cejaremos.

Hemos escrito a los responsables de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, granadina y nacional, al juez Baltazar Garzón, al Ministerio del Interior

Allí donde hemos creído que había alguna posibilidad de ser escuchados. No ha sido posible.

Si no fuese por lo trágico sería para reír. Cuando hemos acudido al juzgado a pedir certificado de defunción de mis padres o de mi hermano, no los pueden dar porque no han fallecido. No consta su muerte.

A día de hoy nadie me ha pedido perdón, por las muertes y por el sufrimiento”.

El autor, Manuel Macías, con el actor José Sacristán, en la inauguración de la Plaza de la Memoria de Maracena.