La BPS no tuvo reparo, como con los hombres, de apalear a algunas de las mujeres detenidas

'Mujeres y antifranquistas en Granada. Las estudiantes represaliadas (III)'

Política - Alfonso Martínez Foronda e Isabel Rueda Castaño - Sábado, 7 de Enero de 2023
El extraordinario homenaje de Alfonso Martínez Foronda e Isabel Rueda Castaño a las mujeres que lucharon contra el franquismo sigue en este brillante capítulo con las estudiantes represaliadas, desde la primera mujer que es detenida en la UGR, a finales de 1969.
Imagen de una de las celdas de la Comisaría de Los Lobos en 2010. Las celdas ocupan espacios que iban desde los 1.50 por 2 metros y la mayor, desde los 1.50 por 3 metros.
ALFONSO MARTÍNEZ FORONDA
Imagen de una de las celdas de la Comisaría de Los Lobos en 2010. Las celdas ocupan espacios que iban desde los 1.50 por 2 metros y la mayor, desde los 1.50 por 3 metros.

La primera mujer que es detenida en la Universidad de Granada (UGR)  lo es a finales de 1969. Es, concretamente, Socorro Robles Vizcaíno, militante del PCE. Y es detenida cuando intenta boicotear, junto a otros compañeros de su partido, la película norteamericana “Boinas Verdes”, que hacía una apología de la guerra de Vietnam. Ciertamente, aunque las primeras detenciones de mujeres se producen entre finales de 1969 y comienzos de 1970, sin embargo, algunas de ellas habían iniciado su andadura prácticamente al mismo tiempo que los hombres, formando parte de las primeras células clandestinas que se habían organizado en la Universidad.

Socorro Robles Vizcaíno, primera mujer detenida dn la UGR. Buscada y detenida tras el Estado de Excepción de 1970. Archivo Histórico CCOO de Andalucía. Colección Fotográfica. Foto: Alfonso Martínez Foronda. 

...pasarán por las comisarías, ingresarán en la cárcel o serán multadas. Por ello, podemos comprobar –como se indica en el cuadro anterior- que serán detenidas por asociación ilícita, por realizar propaganda clandestina, por pertenecer a partidos políticos o por colaborar con el movimiento obrero

La actividad que despliegan las estudiantes será la misma que sus compañeros y, por tanto, la represión del régimen hacia ellas tendrá las mismas consecuencias: pasarán por las comisarías, ingresarán en la cárcel o serán multadas. Por ello, podemos comprobar –como se indica en el cuadro anterior- que serán detenidas por asociación ilícita, por realizar propaganda clandestina, por pertenecer a partidos políticos o por colaborar con el movimiento obrero.

Nos interesa ahora mostrar algunos casos de mujeres de la UGR que fueron  especialmente significativos, antes de rastrear la diferencia de trato que la BPS tuvo hacia éstas respecto de los varones. El primero es el de Julia García Leal. Las numerosas detenciones que se habían producido en el mes de septiembre de 1975 –y que continuarían en el mes siguiente-, provocan que tanto Julia García Leal y su compañero Roberto Mayoral Asensio decidan, por medidas de seguridad, cambiar el domicilio familiar por el de otros amigos, temiendo que sus responsabilidades en su partido, el PTE, ponían en peligro su libertad pues había que tener en cuenta que, en esos momentos, Julia era miembro del Comité Provincial de esa organización.

Julia García Leal. Foto de Alfonso Martínez Foronda.

No se percatará de la presencia de la BPS, camuflada, ni que no encajaba un coche de la policía armada un domingo cerca de la peluquería –cerrada- donde habitualmente recalaba uno de sus números por su relación sentimental con la dueña del establecimiento

Cada uno se instalará en lugares distintos. Pero una mañana de domingo de finales de septiembre, Julia decide ir a su domicilio familiar para recoger libros habida cuenta de su profesión de PNN en la Facultad de Ciencias. No se percatará de la presencia de la BPS, camuflada, ni que no encajaba un coche de la policía armada un domingo cerca de la peluquería –cerrada- donde habitualmente recalaba uno de sus números por su relación sentimental con la dueña del establecimiento. Cuando se da cuenta de esta anomalía es tarde porque no puede detener el ascensor y, a la salida del mismo, esperándola en el rellano del piso se encontraban varios números de la policía, metralleta en ristre, y otros de la BPS, entre los que destaca don Paco “El Jirafa”. Tienen prisa por hacer un registro domiciliario y encontrar en el mismo no sólo a Roberto Mayoral, sino documentos comprometedores. Vecina de rigor como testigo, entran en el domicilio y lo único que encuentran son libros. Más de dos centenares de libros “subversivos”, entre ellos muchos legalizados, son transportados desde el piso hasta los coches que lo esperan abajo e, inmediatamente, se llevan a Julia detenida sin más explicaciones hasta la plaza de Los Lobos. La suben al primer piso y la sientan sin esposar en un banco a la espera de las diligencias policiales; desde allí se divisa la entrada a la comisaría y a un policía que la custodiaba. Inexplicablemente, al poco tiempo se quedará sola en el banquillo porque unos policías se dedican a sacar los libros de los coches, otro se mete en un despacho contiguo y el que quedaba con ella, en un momento dado, recibe a un viejo policía conocido y desaparece con él charlando amigablemente por otro despacho. Finalmente, el policía que estaba en la puerta es reclamado por otro y deja la puerta expedita. Y en esa situación Julia se plantea:

“¿Qué hago? ¿Me voy o me quedo? Yo, desde arriba, veía que no había nadie en la puerta. Y el pensamiento fue que si lo pensaba dos veces no me iba. Y me fui. Y pensé que si escucho “al” no espero al “to”, porque me paro inmediatamente. Y me bajé despacito, muy despacito. Giré la calle y eché a correr”. (Entrevista a Julia García Leal, en AHCCOO-A).

No lo describe con algo heroico, sino como un acto reflejo por la libertad, una necesidad para alejarse de una comisaría que en el consciente de todos los antifranquistas granadinos era un lugar de torturas

No lo describe con algo heroico, sino como un acto reflejo por la libertad, una necesidad para alejarse de una comisaría que en el consciente de todos los antifranquistas granadinos era un lugar de torturas. Permanecerá varios días escondida en casa de unos amigos y después, tanto Roberto Mayoral –con el que tampoco pudo dar la policía- como ella, huyen hacia Madrid donde su partido les ha buscado una casa donde protegerlos. Allí estarán hasta febrero de 1976 en que  consideran que ya no corren tanto peligro y deciden volver a su domicilio familiar de Granada. Y decimos que para ella no fue un acto heroico porque incluso, a los pocos días de huir hacia Madrid, reconoce que en varias ocasiones reconsideró su acción, pensó si no tendría que haberse quedado en comisaría –como le había recriminado incomprensiblemente su abogado defensor- para no implicar a terceros en su huida, cuando no se debatía, incluso, con la posibilidad de exiliarse a Francia. Con todo, su huída llevó aparejada la pérdida de su empleo de PNN en la Facultad de Ciencias, decidida inmediatamente por el rector Juan de Dios López González, aunque tanto el Director de su Departamento, Alfonso Guirao Martín como el propio decano, Juan Antonio Vera, intentaron protegerla. A su vuelta a Granada, los dos últimos volvieron a mostrar su solidaridad con Julia García y en el mes de marzo de ese mismo año crearon una plaza para ella, reparando el daño que los coletazos del franquismo habían provocado en esta audaz militante antifranquista.

Después de pasar varios días en comisaría la autoridad militar ordenó su detención posteriormente, sin que fuera encontrada

Un caso especial será también el de la estudiante de Psicología, militante de la Joven Guardia Roja, Antonia Martín Murga, que aunque no esté relacionado directamente con la propia comisaría, sí con su situación de rebeldía en la que estuvo desde que fuera detenida en marzo de 1976 cuando repartía propaganda a favor de la Unión Democrática de Soldados, organización ligada al PTE. Después de pasar varios días en comisaría la autoridad militar ordenó su detención posteriormente, sin que fuera encontrada. El día 12 de agosto de 1976 se presentaría voluntariamente ante la autoridad militar para acogerse a la reciente ley de amnistía de ese año. (Diario Ideal, 13.8.76, p. 13).

Pero no todas las detenidas recibieron el mismo trato a su llegada a la comisaría, ni fueron capaces de reunir el valor suficiente para levantarse y huir, o así nos lo hace ver con su testimonio otra de las protagonistas de la época, Carmen Morente Muñoz:

“…me acordé muchísimo de Julia García Leal, porque estuvimos sentadas en un banco a la entrada de la DGS (Dirección General de Seguridad) de la Calle Duquesa y desde allí yo veía una escalera que daba a la placeta de los Lobos. Estuvimos unos minutos y sólo había policías entrando y saliendo de la comisaría y una oficina en la que había agentes, pero no reparaban en nosotras. Yo me acordé de que Julia se había fugado, pero no tuve el valor de hacerlo. Las instrucciones que nos daba el Partido [PCE] decían que si uno se veía en esa situación podía ser una trampa, ya que si echabas a correr te podían pegar un tiro y aplicarte la ley de fugas. A pesar de esto, me estuve acordando durante todo ese instante del valor de Julia”. (ENTREVISTA A Carmen Morente Muñoz, en AHCCOO-A).

Tampoco huyó, aunque pudo hacerlo, Araceli Ortiz Arteaga cuando la BPS, tras el registro domiciliario en su casa en enero de 1973, le dio unas horas para presentarse en comisaría

Tampoco huyó, aunque pudo hacerlo, Araceli Ortiz Arteaga cuando la BPS, tras el registro domiciliario en su casa en enero de 1973, le dio unas horas para presentarse en comisaría. Sin duda, la policía pensó que la juventud de Araceli les llevaría a otros estudiantes comunistas con los que contactaría en esas horas, pero no pudieron imaginar que ella –que conocía las recomendaciones del PCE- ni usó el teléfono, ni fue andando –estaba segura que la estaban vigilando- hasta el despacho de sus amigos los abogados Miguel Fernández Aceytuno y Fernando Sena, sino que tomó un taxi en la puerta de su casa, esquivando la presencia policial. Sin embargo, esta reacción inteligente se tornó en pesadumbre al no encontrar a los abogados en su despacho. “Pensé morirme en esos momentos”, afirma, pero dirigió sus pasos a la comisaría y allí quedó detenida. Reconoce que acciones de este tipo, aparentemente frías y cerebrales, no podían esconder el miedo que se derivaba de este tipo de situaciones, como cuando ya en la cárcel se le presentó un funcionario del juzgado y le exigió que firmara la copia del exhorto judicial, pero ella armada de valor ante la indignación del testaferro le planteó que no firmaba nada que no hubiera leído antes:

“…hice como que lo leía –afirma- pero no sabía lo que leía con el miedo que tenía, pero no firmé hasta que leí todo que venía en el original”. (Entrevista a Araceli Ortiz Arteaga).

Veamos ahora la diferencia de trato de los cuerpos represivos respecto a los hombres. Se puede afirmar que las estudiantes recibieron cierto trato de favor en los interrogatorios con respecto a sus compañeros, es decir, que las FOP ejercieron hacia ellas un menor grado de violencia física y psicológica. Aún así, y aunque esto fue casi norma, las militantes comunistas no se extrañaban que se les pudiera dar “una hostia” como la que recibió Araceli Ortiz Arteaga en uno de los interrogatorios en su detención de enero de 1973 por elaborar carteles de apoyo a los trabajadores de la construcción de la empresa Colomina:

“Pero yo lo entendía, porque era hija de un señor de la burguesía que tenía muchas relaciones y si salgo con algún hematoma… Porque ellos podían entender que los niñitos de la burguesía hiciéramos cosas en la Universidad, pero lo que no soportaban eran nuestros contactos con el movimiento obrero…”.

Excepcionalmente, los miembros de la BPS no tuvieron ningún reparo, al igual que no lo tuvieron con los hombres, de apalear a algunas de las mujeres que pasaron por sus manos, aunque con menos brutalidad. Carmen Morente, por ejemplo, afirma haber recibido durante los interrogatorios esos “ocho o diez puñetazos de los que no debía extrañarse un comunista”, pero era más común que las torturas ejercidas sobre ellas fueran de otro tipo:

”... bajaron dos miembros de la BPS que ya habían estado en el interrogatorio, a hablar conmigo al calabozo y me dijeron que irían a por mi padre, recordándome el pasado político de la familia”.
Carmen Morente Muñoz, en su casa. Fotografía de Alfonso Martínez Foronda.

La violencia psicológica era bastante recurrente en las comisarías franquistas, ya que –acompañada de algunas bofetadas y/o puñetazos- ayudaba a obtener el efecto deseado, es decir, el desplome moral de la detenida y una declaración auto inculpatoria

Como podemos deducir de este comentario de Carmen Morente, la violencia psicológica era bastante recurrente en las comisarías franquistas, ya que –acompañada de algunas bofetadas y/o puñetazos- ayudaba a obtener el efecto deseado, es decir, el desplome moral de la detenida y una declaración auto inculpatoria. Si los procedimientos utilizados por la policía durante los interrogatorios resultaban insuficientes para hacer que se derrumbasen y dieran toda la información que los agentes requerían, el siguiente paso sería la amenaza hacia miembros de sus círculos sociales más cercanos. Este fue el caso de la misma Carmen Morente, cuya familia estuvo marcada por las condenas a muerte de sus abuelos materno y paterno poco tiempo después de la sublevación de los militares en julio de 1936, por ser socialista el primero y masón el segundo. Ambas penas fueron conmutadas, pero la policía tenía acceso a expedientes completos que les permitían estar informados del pasado y el presente de los enemigos del régimen. El miedo hacia las amenazas contra su familia, motivaron que se autolesionara para salir de la comisaría con la mayor brevedad posible.

“Yo lo que quería era salir, porque estábamos días incomunicados sin que se diera parte al juez de que estábamos detenidas. Se había suprimido el habeas corpus de 72 horas y se prolongaba a diez días (…).

Esta afirmación se debe a que gracias al Decreto 10/1975 de prevención del terrorismo, la policía franquista dispuso de un margen de tiempo mayor para su actuación en comisaría, dado que dicho Decreto les permitía mantener al detenido en dependencias policiales durante más de las 72 horas que estipulaba la cláusula del habeas corpus, al igual que ocurría durante los estados de excepción. En estos casos el miedo era mayor, ya que la estancia en comisaría era indefinida y, tras ser sometidos a las primeras torturas, la tensión podía llegar a ser desesperante a la espera de comparecer ante un juez como única tabla de salvación.

Y continúa Carmen Morente:

“Me golpeé varias veces en la cabeza contra el banco del calabozo. Empecé a convulsionar, Encarna [Martín Rivas] escuchó algo y alertó a la policía, que entró a sacarme. Ellos no asociaron los chichones a que me autolesionara, sino que pensaban que me había dado un ataque epiléptico y, convulsionando, me había golpeado la cabeza. La policía me lleva al hospital de San Juan de Dios. Allí yo ya empiezo a recobrar la consciencia y el médico se negó a atenderme, y eso que me llevaba la policía (…) Me dijo guarra, me ofendió… Después de este episodio, me sacan de allí de nuevo y me llevaron al psiquiátrico”.

El brazo represor del régimen volvió a aparecer, esta vez personalizado en el equipo médico

Al margen de la actuación policial, del anterior testimonio podemos obtener una deducción interesante en lo que respecta a la represión hacia la disidencia: ‹‹el médico se negó a atenderme (…) Me dijo guarra, me ofendió…››. Según Carmen Morente, al llegar al Hospital de San Juan de Dios de manos de la policía, el brazo represor del régimen volvió a aparecer, esta vez personalizado en el equipo médico de dicho centro. Que el médico que la recibió se negara a atenderla conociendo bajo qué circunstancias se habían producido las heridas que la estudiante presentaba, nos muestra que no fueron los miembros de las FOP y los tribunales franquistas los únicos ejecutores del castigo a la oposición, sino que cualquier persona afín a la doctrina o el aparato franquista pudo llevar a cabo una función represiva, tuviera o no consecuencias legales.

Los compañeros de los detenidos se hicieron eco, en las distintas facultades, de los incidentes ocurridos en las comisarías y las cárceles del franquismo. Así relataba un cartel retirado el 18 de diciembre de 1975 de la Facultad de Filosofía y Letras, el traumático episodio por el que Carmen Morente atravesó durante los últimos días de noviembre.

“...el sábado día 15, ingresaba en el Hospital Psiquiátrico, víctima de una crisis nerviosa, la alumna de 3º de Historias, María del Carmen Morente, que presentaba en el cuerpo hematomas suficientes para demostrar los malos tratos recibidos durante 48 horas que había permanecido en Comisaría, interrogada en la Jefatura de Investigación Social”. (Extracto de un cartel retirado por la policía, en  AHGCG. Caja 1325-A).

Bibliografía:

  • MARTÍNEZ FORONDA, Alfonso; SÁNCHEZ RODRIGO, Pedro; RUEDA CASTAÑO, Isabel; SÁNCHEZ RODRIGO, José María; CONEJERO RODRÍGUEZ, Miguel y RODRÍGUEZ BARREIRAÓscar: La cara al viento. Estudiantes por las libertades democráticas en la Universidad de Granada (1965-1981), Vol. I y II, Córdoba, El Páramo, 2012.
  • MARTÍNEZ FORONDAAlfonso y SÁNCHEZ RODRIGO, Pedro: Mujeres en Granada por las libertades democráticas. Resistencia y represión (1960-1981). Fundación de Estudios y Cooperación CCOO-A, Gráficas La Madraza, Granada, 2017.
  • BALLARÍAN DOMINGO, P.: La educación de las mujeres en la España Contemporánea (Siglos XIX-XX), Ed. Síntesis, Madrid, 2001, p. 143.
  • BUJ, Carmen, Dos sendas de mujer, Madrid, 1948, citado por G. M. Scanlon, La polémica feminista en la España contemporánea, 1868-1974, Akal, Madrid, 1986, pp. 337-338.
  • HERNÁNDEZ SANDOICA, E. y RUIZ CARNICER, M. A., BALDÓ, M., Estudiantes contra Franco (1939-1975). Oposición política y movilización juvenil; La esfera de los libros, Madrid, 2007 pp. 85- 86.
  • RICHMOND, K., Las mujeres en el fascismo español, Alianza Editorial, Col. Alianza Ensayo, Madrid, 2004, pp. 58-59.
  • Entrevistas en Fondo Oral de CCOO de Andalucía a Julia García Leal, Socorro Robles Vizcaíno, Carmen Morente Muñoz, Dolores Parras Chica, Araceli Ortiz Arteaga, Lola Hita Romero, Gádor Flores Navarro, Matilde Córdoba Fernández, Ana Ortega Serrano, Formulario a Alicia Baches Baches, en AHCCOO-A.
Isabel Rueda Castaño (El Centenillo, 1982) es doctora en Historia del Arte (2019) y Máster en Museología (2012) por la Universidad de Granada. Su trayectoria investigadora abarca una doble vertiente: desde la Historia Contemporánea se adentra en la represión en la dictadura franquista y, desde la Historia del Arte y la Museología, en el territorio y patrimonio mineros, ámbito en el que se inscribe su tesis doctoral. Su actividad profesional se desarrolla a medio camino entre la mediación cultural y la difusión y conservación de colecciones patrimoniales a través de su participación como asociada en Artemisia Gestión de Patrimonio C.R.D.I.
Alfonso Martínez Foronda es licenciado en Filosofía y Letras, profesor de Secundaria e históricamente vinculado al sindicato CCOO, en el que ocupó distintas responsabilidades, como investigador ha profundizado en el movimiento obrero y estudiantil.

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