'Los “juicios críticos” en la Universidad de Granada'
Posiblemente, los llamados “juicios críticos” sean una de las formas de protesta menos conocida dentro de la lucha por la reforma educativa. La lucha contra el franquismo no sólo consistía en el cuestionamiento del régimen político, en la actividad propagandística de los activistas dentro y fuera de la Universidad para construir un sistema de libertades públicas secuestrado por el régimen, ni la reforma democrática de la universidad pasaba sólo por la participación de los estudiantes en los órganos de gobierno, sino que era un posición ideológica –es decir, de visión del mundo- donde se cuestionaba todo lo que fuera, de una u otra forma, autoritario. En ese sentido, la autoridad entendida tradicionalmente de forma jerárquica, incluso el principio de autoridad, fue uno de los objetivos de lucha de los jóvenes universitarios. Y, lógicamente, el profesor –como rey sol-, sus clases magistrales y memorísticas, su saber anquilosado y sus formas autoritarias distantes y distanciadas del alumnado fueron cuestionados por quienes pensaban que la libertad y la liberación pasaban también replantearse los conocimientos institucionalizados. El arco de la crítica al “totalitarismo de la enseñanza” pasaba por cuestionar no sólo los métodos de enseñanza, sino también a aquellos catedráticos que, simplemente, no asistían a clase o a quienes ridiculizaban otras teorías del pensamiento, como el marxismo.
En estos años centrales de la década de los sesenta y, sobre todo, a partir del mayo del 68, la Universidad española va a asistir a confrontaciones entre el alumnado y determinado profesorado que, en algunos casos, pasaron por situaciones violentas como ocupaciones de cátedras, juicios críticos o, simplemente, confrontaciones individuales
En estos años centrales de la década de los sesenta y, sobre todo, a partir del mayo del 68, la Universidad española va a asistir a confrontaciones entre el alumnado y determinado profesorado que, en algunos casos, pasaron por situaciones violentas como ocupaciones de cátedras, juicios críticos o, simplemente, confrontaciones individuales. La radicalidad de las acciones dependió, fundamentalmente, en unos u otros casos, de la implantación de grupos políticos en cada uno de los distritos o de las Facultades. Mientras el PCE y la Federación Española de Congregaciones Universitarias Marianas (FECUM) los denominaron “juicios críticos” –evitando cualquier recurso a la violencia-, los del FLP los denominaron “ocupación de cátedras”, los prochinos del PC(i) los llamaron “juicios populares” o “expulsión de los fascistas de la Universidad”, no escatimando ocupaciones de cátedras.
Todos tienen como denominador común que son “juicios públicos” a los profesores (no conocemos ninguna a ninguna profesora) cuestionados y todos tenían como precedente inmediato la práctica que se había iniciado ya en 1964 en la Universidad de California (Berkeley) y que habían recogido los sesentayochistas franceses
En todo caso, más allá de la denominación –aunque detrás de cada una hay elementos diferenciados y diferenciadores-, todos tienen como denominador común que son “juicios públicos” a los profesores (no conocemos ninguna a ninguna profesora) cuestionados y todos tenían como precedente inmediato la práctica que se había iniciado ya en 1964 en la Universidad de California (Berkeley) y que habían recogido los sesentayochistas franceses. Y, detrás de todo ello, la influencia de Marcuse que con sus planteamientos antiautoritarios había sido algo así como “el profeta de la revuelta universal y juvenil” de mayo del 68. Así lo calificaba el padre José María Llanos en un artículo publicado en octubre de 1968, “Marcuse nos acusa ¿con razón?”, aparecido en El Correo de Andalucía, el 22 de octubre de 1968. Los libros de Marcuse como Eros y civilización, El final de la utopía o El hombre unidimensional, empezaron a circular en todas las universidades entre los activistas de izquierda y junto a la literatura marxista fueron de los más leídos.
El primer “juicio popular” registrado en Madrid fue el 19 de noviembre de 1968
El primer “juicio popular” registrado en Madrid fue el 19 de noviembre de 1968 donde un grupo de unos 300 alumnos tomaron el aula del catedrático de Política Social y Director General de Enseñanza Superior e Investigación, Federico Rodríguez. Un día más tarde, alumnos de varias facultades de la hispalense –próximos al PC(i)- irrumpieron en la clase del profesor de Lengua, Feliciano Delgado León, y lo sometieron también a un juicio popular, provocando que éste abandonara el aula.
El distrito de Granada no va a ser ajeno a estos juicios, pero por la predominancia del PCE y de la FECUM no conocerá la radicalidad que se había producido en otros lugares y, por otro lado, se circunscribirán a la Facultad de Filosofía y, dentro de ella, fundamentalmente a la especialidad de Historia
El distrito de Granada no va a ser ajeno a estos juicios, pero por la predominancia del PCE y de la FECUM no conocerá la radicalidad que se había producido en otros lugares y, por otro lado, se circunscribirán a la Facultad de Filosofía y, dentro de ella, fundamentalmente a la especialidad de Historia. Podemos afirmar que los juicios críticos en Granada comenzaron también a finales de ese curso 68/69 y se prolongaron durante el siguiente y empezaron a declinar o desaparecer en el 70/71 por la represión que se cernió durante el Estado de Excepción de ese último año. Aquí, no se conocerán ni ocupaciones de cátedras, ni “juicios populares”, sino sólo actuaciones críticas con determinados profesores que, como señala José María Lozano Maldonado, consistían en algo muy simple:
Otros alumnos, como Joaquín Bosque Sendra, definen este “juicio” no como tal, sino como:
Uno de los profesores a los que se cuestionó profundamente su concepto de historia memorística, fue al catedrático de Historia Medieval, Cristóbal Torres, no sólo “porque caíamos como moscas”, sino porque “queríamos historia social y no historia de nombres”
Por ejemplo, y como afirma Lozano Maldonado, uno de los profesores a los que se cuestionó profundamente su concepto de historia memorística, fue al catedrático de Historia Medieval, Cristóbal Torres, no sólo “porque caíamos como moscas”, sino porque “queríamos historia social y no historia de nombres”. Pero si hay un profesor que concitaba un consenso generalizado de rechazo fue Antonio Marín Ocete, ex Rector de la Universidad de Granada, el falangista que había sustituido al Rector “rojo” Salvador Vila Hernández, que había sido fusilado a comienzos de la guerra civil. A Marín Ocete, catedrático de Paleografía, se le consideraba una persona muy autoritaria y muy distante del alumnado. Tenía una fama terrible de suspender a casi todo el mundo. Se le criticaba que su enseñanza “era obsoleta, que no servía para nada, que era absurda”.
En este caso, el alumnado llegó a hacerle no sólo el juicio crítico, sino también una huelga por sus métodos y sus formas, hasta el punto de que dejó de ir a clase durante dos semanas
Jesús Carreño Tenorio Carreño recuerda que Marín Ocete “llamaba al bedel para que le diera el puntero, es decir, era un verdadero Duque en su clase”. (Entrevista a Jesús Carreño Tenorio, en AHCCOO-A). En este caso, el alumnado llegó a hacerle no sólo el juicio crítico, sino también una huelga por sus métodos y sus formas, hasta el punto de que dejó de ir a clase durante dos semanas. Hasta que no lo aceptó –posiblemente por sugerencia de Mayor Zaragoza- no se bajó la tensión y, aún así, siguió siendo cuestionado. Según Mateo Revilla este juicio crítico “fue un aldabonazo: un personaje conocido en toda la ciudad cuestionado por cuatro mocosos”. (Entrevista a Mateo Revilla Uceda, en AHCCOO-A). No obstante, como compensación pública y oficial, en marzo de 1971 la Junta de Gobierno, por unanimidad, le concedió la Medalla de Oro de la Universidad, en su máxima categoría. Esta distinción se reservaba para las entidades o personas que se habían “destacado por su servicio a nuestra Universidad”. (Véase Notas Informativas de los Servicios Centrales de la Universidad, III-71, nº 7). Un reconocimiento corporativo que volvía a demostrar a los activistas más concienciados la connivencia de las autoridades académicas con el régimen franquista por la biografía que arrastraba Marín Ocete.
Los juicios críticos no coincidieron, necesariamente, con los profesores más reaccionarios como el mismo Marín Ocete o por Jacinto Bosch –aunque éstos eran el blanco predilecto- porque tampoco se salvaron de ellos otros más dialogantes como Cepeda, catedrático de Historia Contemporánea o el mismo Joaquín Bosque Maurell, catedrático de Geografía, que era considerado como excelente profesor y más abierto en lo metodológico. En estos casos, cuando el profesorado se sentía seguro no sólo lo aceptaba, sino que tenía la suficiente maestría como para llevarse al alumnado a su terreno.
Algunos de estos profesores conservadores, agraviados, trasladaron sus quejas al Rector, Federico Mayor Zaragoza, aduciendo que quienes los atacaban eran comunistas, pero no tenemos constancia de que, en ningún caso presionara o abriera expediente alguno a quienes protagonizaron estos “juicios críticos”
Algunos de estos profesores conservadores, agraviados, trasladaron sus quejas al Rector, Federico Mayor Zaragoza, aduciendo que quienes los atacaban eran comunistas, pero no tenemos constancia de que, en ningún caso presionara o abriera expediente alguno a quienes protagonizaron estos “juicios críticos”. Mayor Zaragoza comprendía la situación incómoda de algunos de estos docentes, pero no podía entrar en esta batalla porque, en el fondo, compartía “la situación de justicia en la motivación por la que se hicieron” y porque –como él mismo afirma- “a veces era verdad” la crítica del alumnado. (Entrevista a Federico Mayor Zaragoza, en AHCCOO-A). No obstante, se mantuvo al margen, atemperó los ánimos, pidió paciencia y dejó que ese sarampión pasase cuanto antes, como así ocurrió.
En la mayor parte de los casos, los juicios críticos se preparaban con antelación y había algunos alumnos que se “especializaban” con determinados profesores, con el objetivo de que no fueran ridiculizados por estos
En la mayor parte de los casos, los juicios críticos se preparaban con antelación y había algunos alumnos que se “especializaban” con determinados profesores, con el objetivo de que no fueran ridiculizados por estos. El alumnado más comprometido era, casi siempre, el que se ocupaba de ello y para no desacreditarse procuraban que nunca se plantease la eliminación de materia. Por tanto, de lo que se hablaba era, fundamentalmente, del método y del contenido de la materia en cuestión, pero, al mismo tiempo, daban alternativas no sólo en programas y modelos, sino también en materia evaluadora: que se tomara en valor las intervenciones en clase, los trabajos presentados, la necesidad de una mayor coparticipación académica, la realización de seminarios… El alumno que se ofrecía debía encarar el asunto con seriedad, armarse de valor –nunca se sabía la reacción del catedrático o las posibles represalias- y sentirse arropado por sus compañeros y compañeras. Además, debía tener ciertas dotes oratorias que le permitieran salir airoso de sus críticas y sus propuestas, habida cuenta de la distancia entre el docente y el discente.
Pero los juicios críticos no tuvieron la aceptación unánime ni de todos los alumnos ni contaron con el beneplácito de otros profesores progresistas
Pero los juicios críticos no tuvieron la aceptación unánime ni de todos los alumnos ni contaron con el beneplácito de otros profesores progresistas. Según Jesús Carreño hubo alguna reunión con PNNs progresistas como Juan Carlos Rodríguez o Alberto Prieto para tratar sobre esta cuestión. Él recuerda que Juan Carlos, por ejemplo, les planteaba que había que “tener cuidado porque los juicios implicaban responsabilidad y era un tema delicado porque podía incurrirse en que algunos alumnos fueran a “pillarlo” en cualquier aspecto académico”. Y, en cuanto al alumnado, recuerda que en muchas ocasiones no era todo el curso, sino “la vanguardia roja”, ya que había quienes se solidarizaban con el profesor y, a veces, se quedaban solos. Recuerda cómo algunos alumnos le habían pedido a Cristóbal Torres que les hiciera un examen oral y público, pero “al final nos fuimos quedando tres o cuatro y entre nosotros mismos vimos que eso no conducía a nada”. (Entrevista a Jesús Carreño Tenorio, en AHCCOO-A). Aún así, y en lo que queda de dictadura, el alumnado seguirá –con más o menos intensidad- cuestionando los métodos y planes de estudio e, incluso, atacará directamente a algunos profesores –aunque de forma excepcional- por sus contenidos o, simplemente, por sus ausencias.
Un asunto colateral es la lucha del alumnado contra el profesorado absentista. Uno de los blancos de los estudiantes fue el profesor de Derecho José María Stampa Braun, que no asistía en clase porque residía en Madrid
Efectivamente, un asunto colateral es la lucha del alumnado contra el profesorado absentista. Uno de los blancos de los estudiantes fue el profesor de Derecho José María Stampa Braun, que no asistía an clase porque residía en Madrid. Desde muy pronto fue objeto de crítica y de boicot de los estudiantes granadinos. La primera vez que algunos estudiantes confrontan contra Stampa fue en 1966 con motivo de un mitin que éste daba a favor del referéndum franquista de diciembre de ese mismo año. Algunos estudiantes, que todavía no estaban organizados ni tenían posiciones antifranquistas definidas, desde un cierto aire de aventura juvenil, se les ocurrió la idea de tirar unos avioncitos de papel cuando Stampa daba ese mitin en el Cine Isabel la Católica defendiendo las ventajas del franquismo. Uno de ellos, Bernabé López García, recuerda que no pasó del intento porque no tuvieron la oportunidad de lanzarlos y se volvieron con los avioncitos en el bolsillo. (Entrevista a Bernabé López García, en AHCOO-A). Pero la protesta contra Stampa se sustanciará entre 1971 y 1972 por los estudiantes de Derecho por su inasistencia a clase. Una batalla que ganarán y, en abril de 1972, el Ministerio de Educación les comunicará por telex que Stampa había quedado suspendido de empleo y sueldo y que se le había abierto expediente, lo que implicaba que no podía examinar. Quiero recordar solo que este abogado y profesor defendió, posteriormente, al golpista Antonio Tejero por la conocida Operación Galaxia y, cómo no, al dictador Augusto Pinochet cuando fue encausado por Baltasar Garzón. Por sus méritos, se le concedió la prestigiosa Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort.
Otro fue la crítica que desde los representantes estudiantiles se hizo contra la costumbre de las clases particulares que determinados profesores dan para ganar un dinero extra. Las Asociaciones de Estudiantes, en un comunicado de noviembre de 1966 afirmaban que no querían desprestigiar a la Universidad y que no podían pagar justos por pecadores, pero denunciaban a determinados profesores:
Esa denuncia, que era un escándalo, es recogida por la Brigada de Información de la policía y se la traslada el Rector para informarle que había circulado con profusión en la Facultad de Farmacia, donde al parecer tenía más incidencia
Esa denuncia, que era un escándalo, es recogida por la Brigada de Información de la policía y se la traslada el Rector para informarle que había circulado con profusión en la Facultad de Farmacia, donde al parecer tenía más incidencia. En fin, todo esto demostraba que la acción no era inocua y que la transformación de la sociedad –y dentro de ello la Universidad- era posible con la firme voluntad de cambiar todo aquello que no respondía a la necesaria democratización de las relaciones humanas en la sociedad española.
La mayoría, no obstante, coincide que –además del atrevimiento y una cierta temeridad que eso supuso, visto en perspectiva- los juicios críticos no cayeron en saco roto y algunos de estos profesores comenzaron a cambiar y aceptaron determinadas propuestas, como la realización de trabajos evaluables, organización de algunos seminarios y una actitud menos autoritaria. Nada en baldío.
Bibliografía:
- CARRILLO LINARES, José María, Subversivos y malditos en la Universidad de Sevilla (1965-1977), Tesis doctoral en Centro de Estudios Andaluces, Sevilla, 2008.
- LLANOS, José María. Artículo publicado en octubre de 1968, “Marcuse nos acusa ¿con razón?”, aparecido en El Correo de Andalucía, el 22 de octubre de 1968, p. 3.
- MARTÍNEZ FORONDA, Alfonso; SÁNCHEZ RODRIGO, Pedro; RUEDA CASTAÑO, Isabel; SÁNCHEZ RODRIGO, José María; CONEJERO RODRÍGUEZ, Miguel y RODRÍGUEZ BARREIRA, Óscar: La cara al viento. Estudiantes por las libertades democráticas en la Universidad de Granada (1965-1981), Vol. I y II, Córdoba, El Páramo, 2012.
- Archivo de la Universidad de Granada. Notas Informativas de los Servicios Centrales de la Universidad, III-71, nº 7; Comunicado de las Asociaciones de Estudiantes de noviembre de 1966.
- Entrevistas a José María Lozano Maldonado, Joaquín Bosque Sendra, Javier Terriente Quesada, Jesús Carreño Tenorio, Bernabé López García, Mateo Revilla Uceda y Federico Mayor Zaragoza, en Fondo Oral de CCOO de Andalucía.
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