'Mujeres y antifranquistas en Granada. Las estudiantes represaliadas (III)'
La primera mujer que es detenida en la Universidad de Granada (UGR) lo es a finales de 1969. Es, concretamente, Socorro Robles Vizcaíno, militante del PCE. Y es detenida cuando intenta boicotear, junto a otros compañeros de su partido, la película norteamericana “Boinas Verdes”, que hacía una apología de la guerra de Vietnam. Ciertamente, aunque las primeras detenciones de mujeres se producen entre finales de 1969 y comienzos de 1970, sin embargo, algunas de ellas habían iniciado su andadura prácticamente al mismo tiempo que los hombres, formando parte de las primeras células clandestinas que se habían organizado en la Universidad.
...pasarán por las comisarías, ingresarán en la cárcel o serán multadas. Por ello, podemos comprobar –como se indica en el cuadro anterior- que serán detenidas por asociación ilícita, por realizar propaganda clandestina, por pertenecer a partidos políticos o por colaborar con el movimiento obrero
La actividad que despliegan las estudiantes será la misma que sus compañeros y, por tanto, la represión del régimen hacia ellas tendrá las mismas consecuencias: pasarán por las comisarías, ingresarán en la cárcel o serán multadas. Por ello, podemos comprobar –como se indica en el cuadro anterior- que serán detenidas por asociación ilícita, por realizar propaganda clandestina, por pertenecer a partidos políticos o por colaborar con el movimiento obrero.
Nos interesa ahora mostrar algunos casos de mujeres de la UGR que fueron especialmente significativos, antes de rastrear la diferencia de trato que la BPS tuvo hacia éstas respecto de los varones. El primero es el de Julia García Leal. Las numerosas detenciones que se habían producido en el mes de septiembre de 1975 –y que continuarían en el mes siguiente-, provocan que tanto Julia García Leal y su compañero Roberto Mayoral Asensio decidan, por medidas de seguridad, cambiar el domicilio familiar por el de otros amigos, temiendo que sus responsabilidades en su partido, el PTE, ponían en peligro su libertad pues había que tener en cuenta que, en esos momentos, Julia era miembro del Comité Provincial de esa organización.
No se percatará de la presencia de la BPS, camuflada, ni que no encajaba un coche de la policía armada un domingo cerca de la peluquería –cerrada- donde habitualmente recalaba uno de sus números por su relación sentimental con la dueña del establecimiento
Cada uno se instalará en lugares distintos. Pero una mañana de domingo de finales de septiembre, Julia decide ir a su domicilio familiar para recoger libros habida cuenta de su profesión de PNN en la Facultad de Ciencias. No se percatará de la presencia de la BPS, camuflada, ni que no encajaba un coche de la policía armada un domingo cerca de la peluquería –cerrada- donde habitualmente recalaba uno de sus números por su relación sentimental con la dueña del establecimiento. Cuando se da cuenta de esta anomalía es tarde porque no puede detener el ascensor y, a la salida del mismo, esperándola en el rellano del piso se encontraban varios números de la policía, metralleta en ristre, y otros de la BPS, entre los que destaca don Paco “El Jirafa”. Tienen prisa por hacer un registro domiciliario y encontrar en el mismo no sólo a Roberto Mayoral, sino documentos comprometedores. Vecina de rigor como testigo, entran en el domicilio y lo único que encuentran son libros. Más de dos centenares de libros “subversivos”, entre ellos muchos legalizados, son transportados desde el piso hasta los coches que lo esperan abajo e, inmediatamente, se llevan a Julia detenida sin más explicaciones hasta la plaza de Los Lobos. La suben al primer piso y la sientan sin esposar en un banco a la espera de las diligencias policiales; desde allí se divisa la entrada a la comisaría y a un policía que la custodiaba. Inexplicablemente, al poco tiempo se quedará sola en el banquillo porque unos policías se dedican a sacar los libros de los coches, otro se mete en un despacho contiguo y el que quedaba con ella, en un momento dado, recibe a un viejo policía conocido y desaparece con él charlando amigablemente por otro despacho. Finalmente, el policía que estaba en la puerta es reclamado por otro y deja la puerta expedita. Y en esa situación Julia se plantea:
No lo describe con algo heroico, sino como un acto reflejo por la libertad, una necesidad para alejarse de una comisaría que en el consciente de todos los antifranquistas granadinos era un lugar de torturas
No lo describe con algo heroico, sino como un acto reflejo por la libertad, una necesidad para alejarse de una comisaría que en el consciente de todos los antifranquistas granadinos era un lugar de torturas. Permanecerá varios días escondida en casa de unos amigos y después, tanto Roberto Mayoral –con el que tampoco pudo dar la policía- como ella, huyen hacia Madrid donde su partido les ha buscado una casa donde protegerlos. Allí estarán hasta febrero de 1976 en que consideran que ya no corren tanto peligro y deciden volver a su domicilio familiar de Granada. Y decimos que para ella no fue un acto heroico porque incluso, a los pocos días de huir hacia Madrid, reconoce que en varias ocasiones reconsideró su acción, pensó si no tendría que haberse quedado en comisaría –como le había recriminado incomprensiblemente su abogado defensor- para no implicar a terceros en su huida, cuando no se debatía, incluso, con la posibilidad de exiliarse a Francia. Con todo, su huída llevó aparejada la pérdida de su empleo de PNN en la Facultad de Ciencias, decidida inmediatamente por el rector Juan de Dios López González, aunque tanto el Director de su Departamento, Alfonso Guirao Martín como el propio decano, Juan Antonio Vera, intentaron protegerla. A su vuelta a Granada, los dos últimos volvieron a mostrar su solidaridad con Julia García y en el mes de marzo de ese mismo año crearon una plaza para ella, reparando el daño que los coletazos del franquismo habían provocado en esta audaz militante antifranquista.
Después de pasar varios días en comisaría la autoridad militar ordenó su detención posteriormente, sin que fuera encontrada
Un caso especial será también el de la estudiante de Psicología, militante de la Joven Guardia Roja, Antonia Martín Murga, que aunque no esté relacionado directamente con la propia comisaría, sí con su situación de rebeldía en la que estuvo desde que fuera detenida en marzo de 1976 cuando repartía propaganda a favor de la Unión Democrática de Soldados, organización ligada al PTE. Después de pasar varios días en comisaría la autoridad militar ordenó su detención posteriormente, sin que fuera encontrada. El día 12 de agosto de 1976 se presentaría voluntariamente ante la autoridad militar para acogerse a la reciente ley de amnistía de ese año. (Diario Ideal, 13.8.76, p. 13).
Pero no todas las detenidas recibieron el mismo trato a su llegada a la comisaría, ni fueron capaces de reunir el valor suficiente para levantarse y huir, o así nos lo hace ver con su testimonio otra de las protagonistas de la época, Carmen Morente Muñoz:
Tampoco huyó, aunque pudo hacerlo, Araceli Ortiz Arteaga cuando la BPS, tras el registro domiciliario en su casa en enero de 1973, le dio unas horas para presentarse en comisaría
Tampoco huyó, aunque pudo hacerlo, Araceli Ortiz Arteaga cuando la BPS, tras el registro domiciliario en su casa en enero de 1973, le dio unas horas para presentarse en comisaría. Sin duda, la policía pensó que la juventud de Araceli les llevaría a otros estudiantes comunistas con los que contactaría en esas horas, pero no pudieron imaginar que ella –que conocía las recomendaciones del PCE- ni usó el teléfono, ni fue andando –estaba segura que la estaban vigilando- hasta el despacho de sus amigos los abogados Miguel Fernández Aceytuno y Fernando Sena, sino que tomó un taxi en la puerta de su casa, esquivando la presencia policial. Sin embargo, esta reacción inteligente se tornó en pesadumbre al no encontrar a los abogados en su despacho. “Pensé morirme en esos momentos”, afirma, pero dirigió sus pasos a la comisaría y allí quedó detenida. Reconoce que acciones de este tipo, aparentemente frías y cerebrales, no podían esconder el miedo que se derivaba de este tipo de situaciones, como cuando ya en la cárcel se le presentó un funcionario del juzgado y le exigió que firmara la copia del exhorto judicial, pero ella armada de valor ante la indignación del testaferro le planteó que no firmaba nada que no hubiera leído antes:
Veamos ahora la diferencia de trato de los cuerpos represivos respecto a los hombres. Se puede afirmar que las estudiantes recibieron cierto trato de favor en los interrogatorios con respecto a sus compañeros, es decir, que las FOP ejercieron hacia ellas un menor grado de violencia física y psicológica. Aún así, y aunque esto fue casi norma, las militantes comunistas no se extrañaban que se les pudiera dar “una hostia” como la que recibió Araceli Ortiz Arteaga en uno de los interrogatorios en su detención de enero de 1973 por elaborar carteles de apoyo a los trabajadores de la construcción de la empresa Colomina:
Excepcionalmente, los miembros de la BPS no tuvieron ningún reparo, al igual que no lo tuvieron con los hombres, de apalear a algunas de las mujeres que pasaron por sus manos, aunque con menos brutalidad. Carmen Morente, por ejemplo, afirma haber recibido durante los interrogatorios esos “ocho o diez puñetazos de los que no debía extrañarse un comunista”, pero era más común que las torturas ejercidas sobre ellas fueran de otro tipo:
La violencia psicológica era bastante recurrente en las comisarías franquistas, ya que –acompañada de algunas bofetadas y/o puñetazos- ayudaba a obtener el efecto deseado, es decir, el desplome moral de la detenida y una declaración auto inculpatoria
Como podemos deducir de este comentario de Carmen Morente, la violencia psicológica era bastante recurrente en las comisarías franquistas, ya que –acompañada de algunas bofetadas y/o puñetazos- ayudaba a obtener el efecto deseado, es decir, el desplome moral de la detenida y una declaración auto inculpatoria. Si los procedimientos utilizados por la policía durante los interrogatorios resultaban insuficientes para hacer que se derrumbasen y dieran toda la información que los agentes requerían, el siguiente paso sería la amenaza hacia miembros de sus círculos sociales más cercanos. Este fue el caso de la misma Carmen Morente, cuya familia estuvo marcada por las condenas a muerte de sus abuelos materno y paterno poco tiempo después de la sublevación de los militares en julio de 1936, por ser socialista el primero y masón el segundo. Ambas penas fueron conmutadas, pero la policía tenía acceso a expedientes completos que les permitían estar informados del pasado y el presente de los enemigos del régimen. El miedo hacia las amenazas contra su familia, motivaron que se autolesionara para salir de la comisaría con la mayor brevedad posible.
Esta afirmación se debe a que gracias al Decreto 10/1975 de prevención del terrorismo, la policía franquista dispuso de un margen de tiempo mayor para su actuación en comisaría, dado que dicho Decreto les permitía mantener al detenido en dependencias policiales durante más de las 72 horas que estipulaba la cláusula del habeas corpus, al igual que ocurría durante los estados de excepción. En estos casos el miedo era mayor, ya que la estancia en comisaría era indefinida y, tras ser sometidos a las primeras torturas, la tensión podía llegar a ser desesperante a la espera de comparecer ante un juez como única tabla de salvación.
Y continúa Carmen Morente:
El brazo represor del régimen volvió a aparecer, esta vez personalizado en el equipo médico
Al margen de la actuación policial, del anterior testimonio podemos obtener una deducción interesante en lo que respecta a la represión hacia la disidencia: ‹‹el médico se negó a atenderme (…) Me dijo guarra, me ofendió…››. Según Carmen Morente, al llegar al Hospital de San Juan de Dios de manos de la policía, el brazo represor del régimen volvió a aparecer, esta vez personalizado en el equipo médico de dicho centro. Que el médico que la recibió se negara a atenderla conociendo bajo qué circunstancias se habían producido las heridas que la estudiante presentaba, nos muestra que no fueron los miembros de las FOP y los tribunales franquistas los únicos ejecutores del castigo a la oposición, sino que cualquier persona afín a la doctrina o el aparato franquista pudo llevar a cabo una función represiva, tuviera o no consecuencias legales.
Los compañeros de los detenidos se hicieron eco, en las distintas facultades, de los incidentes ocurridos en las comisarías y las cárceles del franquismo. Así relataba un cartel retirado el 18 de diciembre de 1975 de la Facultad de Filosofía y Letras, el traumático episodio por el que Carmen Morente atravesó durante los últimos días de noviembre.
Bibliografía:
- MARTÍNEZ FORONDA, Alfonso; SÁNCHEZ RODRIGO, Pedro; RUEDA CASTAÑO, Isabel; SÁNCHEZ RODRIGO, José María; CONEJERO RODRÍGUEZ, Miguel y RODRÍGUEZ BARREIRA, Óscar: La cara al viento. Estudiantes por las libertades democráticas en la Universidad de Granada (1965-1981), Vol. I y II, Córdoba, El Páramo, 2012.
- MARTÍNEZ FORONDA, Alfonso y SÁNCHEZ RODRIGO, Pedro: Mujeres en Granada por las libertades democráticas. Resistencia y represión (1960-1981). Fundación de Estudios y Cooperación CCOO-A, Gráficas La Madraza, Granada, 2017.
- BALLARÍAN DOMINGO, P.: La educación de las mujeres en la España Contemporánea (Siglos XIX-XX), Ed. Síntesis, Madrid, 2001, p. 143.
- BUJ, Carmen, Dos sendas de mujer, Madrid, 1948, citado por G. M. Scanlon, La polémica feminista en la España contemporánea, 1868-1974, Akal, Madrid, 1986, pp. 337-338.
- HERNÁNDEZ SANDOICA, E. y RUIZ CARNICER, M. A., BALDÓ, M., Estudiantes contra Franco (1939-1975). Oposición política y movilización juvenil; La esfera de los libros, Madrid, 2007, pp. 85- 86.
- RICHMOND, K., Las mujeres en el fascismo español, Alianza Editorial, Col. Alianza Ensayo, Madrid, 2004, pp. 58-59.
- Entrevistas en Fondo Oral de CCOO de Andalucía a Julia García Leal, Socorro Robles Vizcaíno, Carmen Morente Muñoz, Dolores Parras Chica, Araceli Ortiz Arteaga, Lola Hita Romero, Gádor Flores Navarro, Matilde Córdoba Fernández, Ana Ortega Serrano, Formulario a Alicia Baches Baches, en AHCCOO-A.
Otros artículos y reportajes de Alfonso Martínez Fioronda:
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Capítulo XXXII: Francisco Portillo Villena, 'El tío del maletín'
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Capítulo XXXVI: 'Terroristas en la Universidad, una represión cochambrosa'
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Capítulo XXXVII: 'José Cid de la Rosa'