El cabo José García, el inválido que no existió ni impidió la voladura de la Alhambra
La ruina natural que arrastraba la Alhambra en el siglo XVIII empeoró con la demolición parcial de diez torretas, especialmente del lado del Generalife. Fue un milagro que no hubiese más daños aquella noche del 15 al 16 de septiembre (del que se cumplen 212 años) en que los gabachos encendieron la mecha que llevaba a toneles y minas colocadas en la fortaleza; la realidad nunca quedó escrita. Falló la cadena de destrucción: ¿Fue porque se apagó la mecha o el reguero de pólvora que los unía? ¿Se mojó el cordón? ¿Se apagó solo o intervino la mano del hombre para impedir que siguieran las explosiones previstas?
Habían ocupado Granada en febrero de 1810 y la estuvieron gobernando −y saqueando− durante dos años largos
Hasta aquí los hechos objetivos de lo ocurrido durante el precipitado abandono de los franceses en septiembre de 1812. Habían ocupado Granada en febrero de 1810 y la estuvieron gobernando −y saqueando− durante dos años largos. Al huir por la presión del ejército español, decidieron prender fuego a monumentos y, sobre todo, a la fábrica de Pólvoras de El Fargue, cuyos molinos quedaron destrozados por mucho tiempo. Era una táctica militar habitual el destruir armamento y fortificaciones si se veían obligados a huir con premura. Lo que se perdió de la Alhambra fueron partes de torres en las que se supone guardaban las municiones. Nada de los palacios desapareció, justo los lugares habitados por jefes y soldadesca.
Surgieron infinidad de cuentos de La Alhambra. Y ninguno de sus autores extranjeros recogió la más mínima referencia a la existencia de un tal José García, cabo del cuerpo de inválidos que tuvo encomendada la vigilancia –honorífica más que efectiva– de la Alhambra desde el siglo XVIII hasta finales del XX
Entre 1812 y 1833, la Alcazaba y Torres Bermejas volvieron a ser lugares de prisión y destierro para delincuentes y enemigos de Fernando VII; en tanto que los Palacios fueron ocupados por gentes sin hogar ni lugar donde guarecerse. Allí se dieron cita infinidad de curiosos personajes que hicieron de guías y cuentistas para los primeros viajeros románticos que empezaron a llegar a Granada en busca de genuino orientalismo. Irving, Ford, Owen… vivieron en la Alhambra del primer tercio del XIX. Aquí se empaparon de las historias que les contaban a cambio de cuatro monedas. Surgieron infinidad de cuentos de La Alhambra. Y ninguno de sus autores extranjeros recogió la más mínima referencia a la existencia de un tal José García, cabo del cuerpo de inválidos que tuvo encomendada la vigilancia –honorífica más que efectiva– de la Alhambra desde el siglo XVIII hasta finales del XX. Ni tan siquiera achacaron a la pólvora francesa el desmoronamiento de torretas y muros del monumento. Simplemente, porque el cabo José García todavía no formaba parte de la tradición oral ni de la leyenda local en el primer tercio del XIX.
1843: La imaginación de Lafuente Alcántara
El cabo José García y su hazaña surgieron de la imaginación y la pluma del escritor Miguel Lafuente Alcántara en 1843. Este autor nació en Archidona en 1817; su familia lo envió a estudiar cánones y Derecho al Colegio del Sacromonte y a la Universidad de Granada. Muy joven se integró de lleno en la vida cultural y literaria de la ciudad. Su predilección por la Historia le llevó a ser nombrado Cronista de Granada y miembro de la junta de gobierno del Liceo. En 1840 solía deleitar a la concurrencia leyendo poemas y narrando historias del glorioso pasado musulmán granadino. En 1842 fue uno de los vocales del Liceo que visitó y elaboró un informe sobre el descubrimiento de la ciudad romana de Medina Elvira en el pago Marugán (próximo a Atarfe); las lluvias dejaron al aire una necrópolis llena de vasijas, monedas y ajuares. Los adquirieron y comenzaron las primeras excavaciones.
En 1843, con sólo veintiséis años, Lafuente Alcántara publicó el primer tomo de su Libro del viajero en Granada” (Imprenta y librería de Sanz). El libro, en cuatro tomos, sería una historia de las provincias que formaron el antiguo Reino de Granada; se publicaron entre 1843 y 1858, los últimos póstumamente por su familia. Miguel Lafuente Alcántara obtuvo un cargo político-administrativo en Cuba, adonde viajó en 1850. Allí falleció de fiebres. Su obra literaria tuvo bastante éxito durante el siglo XIX, reeditada continuamente por sus hermanos.
1845: Giménez-Serrano añade la fecha
Un año más tarde, José Giménez-Serrano (1821-59), periodista, catedrático y erudito, publicó un libro muy similar al de su compañero Lafuente Alcántara. Se tituló Manual del Artista y del Viajero en Granada (1845). Como el anterior, y siguiendo a su admirado José Zorrilla, sus textos estaban plagados de romanticismo y fabulación. Es de imaginar que tomó de Lafuente la historia del cabo José García, aunque no lo nombra: “En 15 y 16 de setiembre de 1812 –escribió– volaron las tropas francesas la mayor parte de las fortificaciones del recinto de La Alhambra, arrasaron las casas y quemaron los víveres que tenían almacenados; y cayeron con los bastiones de argamasa y con los cubos y las torres mil preciosidades, orgullo de las artes… Hoy el artista no puede visitar más que ruinas”.
Aquella leyenda quedó en el olvido de los románticos de mitad del XIX. Hasta que, en 1884, en la revista cultural La Alhambra, el erudito Manuel Gómez-Moreno Martínez inició una serie de artículos titulado Breve reseña de las pérdidas que Granada ha experimentado en sus monumentos y obras de arte en lo que va de siglo
Aquella leyenda quedó en el olvido de los románticos de mitad del XIX. Hasta que, en 1884, en el número 29 de la revista cultural La Alhambra (de 10 de octubre), el erudito Manuel Gómez-Moreno Martínez inició una serie de artículos titulado Breve reseña de las pérdidas que Granada ha experimentado en sus monumentos y obras de arte en lo que va de siglo. En este artículo desempolvó los daños que provocaron los franceses en las torres de la Alhambra. Y se basaba precisamente en lo escrito por Lafuente Alcántara en 1843; asegura en su texto que “el nombre de este inválido nos lo ha conservado D. Miguel Lafuente”. También hace referencia a los escritos de Giménez-Serrano. Pero advierte sobre que debió ser una tradición o leyenda oral.
La bola con la leyenda había arraigado, empezaba a rodar y engordaba. En 1885 retomó el tema otro escritor, en este caso madrileño, amante de las tradiciones, arte y leyendas moriscas. Se llamó Rodrigo Amador de los Ríos (1849-1917). En varios artículos en la Revista de España (1885-86) reproduce la historia de José García. De su cosecha añade que el cabo murió de cólera, pobre y solo en 1834. Redactó una especie de episodios nacionales novelados y dialogados, en los que el cabo Pepiyo y su compadre Juanillo corren una aventura por la ciudad y subían a cojetadas a La Alhambra para impedir su destrucción.
Leyenda recuperada por Paula Valladar
Francisco de Paula Valladar, gran erudito y divulgador de intersiglos XIX-XX, recuperó la hazaña del cabo José García en El Defensor (1891), pero sobre todo en su revista La Alhambra. Recurría a escribir de ello periódicamente (en 1908, 1910, 1912). A Valladar le copiaron varios periodistas, que por su cuenta fueron añadiendo el año de supuesto nacimiento del cabo (1771), su cojera por herida de fuego en la Batalla de Bailén (1808) y demás condiciones de servicio y miseria en la Alhambra. Paula Valladar, investigador serio que hizo bastantes aportaciones y descubrimientos a la Historia de Granada, se empleó durante décadas siguiendo el rastro del tal José García. No encontró jamás una mínima referencia escrita o en archivo a su nacimiento, existencia, muerte, entierro, familia o descendientes. Siempre advertía que debió tratarse más de una tradición oral que de una realidad documentada.
13 años para poner la placa
Así las cosas, nos plantamos en el 19 de febrero de 1923. Se reunió en Granada la Comisión de Monumentos, que presidió el director general de Bellas Artes (Fernando Weyler), enviado por el omnipresente Natalio Rivas (presidente del Consejo de Instrucción Pública). En aquella sesión estuvieron presentes grandes figuras de la cultura granadina; la mayoría de ellos habían escrito o estaban en fase de escribir historias sobre la invasión francesa: Manuel Gómez-Moreno, Francisco de Paula Valladar, Antonio Gallego Burín, etc. Se propuso, y se aprobó, dedicar una placa recordatoria de la hazaña de José García. Se ubicaría en algún lugar preeminente del monumento.
Pero como los proyectos, por nimios que sean, suelen eternizarse en Granada, de la lápida nada se supo
Pero como los proyectos, por nimios que sean, suelen eternizarse en Granada, de la lápida nada se supo. Hasta que el 12 de septiembre de 1923 volvió a desempolvar el asunto en el pleno el concejal y ex alcalde de Granada, Germán García Gil de Gibaja. El alcalde accidental le respondió que la lápida ya estaba encargada y pagada por el general que mandaba el cuerpo de inválidos de la Alhambra. El alcalde propuso abrir un concurso/investigación entre expertos en Historia para averiguar datos sobre el enigmático José García, para que el mundo conociera, divulgara y honrara su memoria, poco conocida hasta entonces. En 1926, el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes publicó una real orden por la cual se daba carácter oficial de agradecimiento de España y de Granada al cabo José García.
Corrieron los meses. Ni el Ayuntamiento convocó concurso ni el general de inválidos hizo la placa. Transcurrieron nada menos que trece años hasta que un día, en plena guerra civil (1936-39), recuperó la idea de la lápida el delegado de Bellas Artes y Conservador de la Alhambra, nombrado por los militares golpistas. Se trataba del médico Fidel Fernández Martínez, muy conocido por su notable actuación en la Gripe de 1919. También como escritor −con el seudónimo de Asclepios− de tradiciones y “colocador” de placas-recordatorios de escritores. El 26 de noviembre de 1936, sin ninguna alharaca, cogió la placa, se llevó a los albañiles y la colocó en el muro de la Plaza de los Aljibes, donde luce desde entonces.
Manuel Gómez-Moreno se negó a incluir esta tradición del cabo de inválidos en su Guía de Granada (1892). Sí lo hizo Antonio Gallego Burín en la suya, dándole carta de autenticidad: “Si el resto de la Alhambra no desapareció entonces, se debió a la intervención de un cabo de inválidos llamado José García, que cortó las mechas encendidas entra la torre de la Carrera y de las Infantas”.
- Los franceses entraron por Pinos Puente a la Vega de Granada el 27 de enero de 1810. Allí capitularon las autoridades de Granada. No hubo resistencia por la parte granadina.
- Venían unos 3.000 soldados de los regimientos 32 y 43 del ejército francés, procedentes de los pasos de Despeñaperros y Fuentenueva (Montizón, Jaén). Más tres escuadrones de la división que mandaba el general Horace Sebastiani.
- Los acompañaba un pequeño contingente de tropas españolas leales al rey José Bonaparte I. Entre ellos venía un batallón de inválidos de algo más de 300 miembros (españoles).
- Se aposentaron en la Alhambra y Monasterio de San Jerónimo, principalmente. El cuartel general lo ubicaron en la Silla del Moro. El palacio de gobierno de Sebastiani quedó en la Real Chancillería.
- Talaron infinidad de árboles en la Vega y bosque de la Alhambra para cercar la ciudadela y ubicar casi un centenar de piezas de artillería apuntando a la ciudad.
- Los franceses expoliaron los bolsillos de los granadinos exigiéndoles dinero para mantener su ejército y sus lujos. Después se dedicaron expoliar también el arte de iglesias, conventos y casas señoriales. Profanaron la tumba del Gran Capitán en la iglesia de San Jerónimo.
En esta foto de 1860 las torres que dan a la Cuesta de los Chinos, y algunos tramos de la muralla, tenían restos de demoliciones. Foto: PAG
- Sebastiani inició la primera desamortización eclesiástica, convirtiendo conventos en cuarteles. También acabó el teatro del Campillo y lo bautizó con el nombre de Napoleón. Plantó alamedas en las riberas del Genil. Completó el puente Verde con piedras de la torre de San Jerónimo, etc.
- Trajo al rey José Bonaparte a Granada durante la primavera de 1810 a pasar unos días a Granada.
- Tras empobrecer y esquilmar Granada durante dos años −con la colaboración de infinidad de granadinos afrancesados- en la primavera de 1812, la actividad guerrillera y del ejército español del Príncipe de Anglona empezaban a cercar Granada capital. Comenzó una dura represión y hambruna en la ciudad.
- A primeros de septiembre de 1812 aparecieron las tropas del Príncipe de Anglona por la zona de la Silla del Moro. Los franceses deciden evacuar Granada por el camino de Guadix. Era ya el 16 de septiembre por la tarde.
- Los franceses ordenaron volar la Ermita de San Miguel y las torres de la Alhambra. Se cuenta que fueron diez las voladas, destrozaron lo que quedaba del Palacio de los Abencerrajes y los molinos de pólvora de El Fargue para impedir que los españoles los utilizaran contra ellos.
-
Los cuadros de Alonso Cano robados en Granada y aparecidos en el Museo de Castres
-
El libelo que acabó con la carrera de un político “afrancesado y chaquetero”