'El amor de Carmen y Manolo, más fuerte que la represión franquista'
Carmen González Alcarria, mi madre, nació el 14 de noviembre de 1909 en el cortijo de Rías, (Diezma) en el seno de una humilde familia campesina. Sus padres, José González Bas casado con Isabel Alcarria Fernández tuvieron doce hijos, aunque solo sobrevivieron diez. Ella era la sexta niña consecutiva, después vinieron dos varones gemelos y dos niñas más.
De muy pequeña sufrió una enfermedad, creo que debió ser poliomielitis, que la dejó sin fuerza en las piernas, especialmente en las articulaciones de la rodilla y unas pequeñas deformaciones en los pies y por tanto estuvo varios años, durante su infancia, sin poder caminar.
Esta enfermedad también había afectado a otras niñas, entre ellas a la hija del médico de Diezma, el doctor Palma, y posiblemente gracias al interés que se tomó este médico por la recuperación de su hija, y de otros niños, Carmen empezó a hacer ejercicios para volver a caminar cuando ya tenía once años, apoyándose en los respaldos de dos sillas, a modo de muletas, en las axilas.
Poco a poco fue ganando fuerza en la musculatura de las piernas, pero nunca llegó a recuperar la elasticidad y fuerza en los tendones que unen los músculos a los huesos, por lo que cualquier irregularidad en el terreno y especialmente si este era pendiente y hacia abajo, podía acabar en una “reverencia” como solía decir ella, o sencillamente en el suelo. Este condicionante físico, hizo que su aportación a la economía doméstica fuese mayoritariamente en las labores domésticas y no en las agrícolas.
Era frecuente que, cuando una de las hermanas mayores se casaba y marchaba del cortijo, si quedaba embarazada, o en los primeros meses de crianza, solicitaba ayuda a la abuela, para que le enviase a alguna de las hermanas solteras más jóvenes, y ésta, casi siempre designaba a mi madre
Era frecuente que, cuando una de las hermanas mayores se casaba y marchaba del cortijo, si quedaba embarazada, o en los primeros meses de crianza, solicitaba ayuda a la abuela, para que le enviase a alguna de las hermanas solteras más jóvenes, y ésta, casi siempre designaba a mi madre, pues, al parecer era la que tenía más habilidades domésticas y más paciencia para aguantar a los cuñados.
No puedo definir con exactitud si el primer encuentro entre mis padres fue en Diezma, Guadix, o en el cortijo en el que vivía mi madre. Lo único que puedo asegurar, para poder indicar una fecha, aunque sea orientativa, es que este hecho se produjo hacia 1930. Mi madre me explicaba, no sin cierto sabor de tristeza y un poco de amargura, que había sido más duradero el noviazgo, casi siempre por correspondencia, debido a la distancia, que la vida de casada.
Mi padre, debido, tal vez, a la influencia de los antecedentes familiares de su abuelo el capitán Garrido, solicitó en 1930 el ingreso como voluntario en la Academia Básica del Aire en Valverde de la Virgen (León)
Mi padre, Manuel Garrido Hidalgo, nació en Diezma el 22 de septiembre de 1910, de familia de comerciantes, estuvo estudiando en Barcelona en 1924. De regreso a Diezma, el inicio de noviazgo y viendo que su futuro, desde el punto de vista económico, no debería ser muy halagüeño, pensó en la carrera militar como una opción de futuro, debido, tal vez, a la influencia de los antecedentes familiares de su abuelo el capitán Garrido, por lo que, el día 1 de Julio de 1930, ya que él pertenecía al reemplazo de 1931, solicitó el ingreso como voluntario en la Academia Básica del Aire en Valverde de la Virgen (León). Esta era la academia militar para formación de suboficiales del Ejército del Aire.
Después de dos años de permanencia y habiendo sido ascendido a cabo, finalizó los estudios reglamentarios habiendo aprobado con la calificación y graduación de sargento, pero abandonó la Academia Militar antes de tomar posesión del ascenso.
Tras años probando otras opciones de vida regresó a Guadix, se instaló en el domicilio materno y consiguió trabajo en la gestión de las Bodegas Castañeda, en las que ya trabajaban dos hermanos suyos
Entre los años 1933 y 1936 fue probando otras opciones de vida en diferentes ciudades del centro de la península, Madrid, Valladolid, Tarancón y Alcázar de San Juan entre otras. Regresó a Guadix, se instaló en el domicilio materno y consiguió trabajo en la gestión de las Bodegas Castañeda, en las que ya trabajaban dos hermanos suyos.
El 16 de julio de 1936, día de la Virgen del Carmen, y con motivo del santoral, mi padre le regaló el vestido de novia a mi madre, ya que pensaban casarse en los próximos meses. Dos días después, el 18 de julio, empezó la rebelión de un sector del ejército, comandado por el general Franco, contra el gobierno democrático legalmente constituido de la República.
Debido a esta situación de incertidumbre inicial, confusión y en el que era de difícil previsión el desenlace final, mis padres habían ido aplazando la boda.
Finalmente se casaron el día tres de marzo de 1937. Cuatro meses después mi padre fue llamado a filas y como él había hecho el servicio militar en la Academia Básica del Aire (León) y tenía la graduación de sargento, fue destinado a la base aérea de San Javier (Murcia).
Una vez incorporado en su destino, pudo comprobar que reinaba cierta “tranquilidad”, ya que, al tratarse de una zona alejada del frente, con escaso riesgo de conflictos o bombardeos inminentes, decidió alquilar una pequeña vivienda cercana a la base para que se trasladase mi madre, que ya estaba embarazada.
A finales del verano de 1937 mi madre viajó hasta el pueblecito de San Javier y unos meses después se incorporó también su suegra, la abuela Luisa, con el pretexto de ayudarle en los trabajos domésticos, dada la natural evolución del embarazo y proximidad del parto.
El 6 de enero de 1938 nació el primer hijo, mi hermano Manolín. La vida, en aquellos momentos, transcurría con pocos sobresaltos en cuanto a la guerra, pero con bastantes limitaciones, especialmente, en cuanto a la alimentación. La ración que correspondía a mi padre por su condición de militar debía ser compartida entre mi madre y la abuela.
Mis padres decidieron, debido a la paulatina, pero constante, evolución desfavorable en el terreno militar, con bombardeos cada vez más próximos, que lo más seguro y razonable era separarse para que mi madre con el niño, en período de lactancia, volviesen al cortijo, con su familia, en el que estarían más seguros y con mayores posibilidades de supervivencia
Hacia finales del verano del mismo año, mis padres decidieron, debido a la paulatina, pero constante, evolución desfavorable en el terreno militar, con bombardeos cada vez más próximos, que lo más seguro y razonable era separarse para que mi madre con el niño, en período de lactancia, volviesen al cortijo, con su familia, en el que estarían más seguros y con mayores posibilidades de supervivencia. En aquel momento, ambos desconocían que mi madre estaba de nuevo embarazada.
Cuando llegó al cortijo se instaló en la casa materna, la de la abuela Isabel y allí nació, el 13 de marzo de 1939, mi hermana Mari Carmen. Diecinueve días después, el dia 1 de abril se proclamó el bando por el que se declaraba oficialmente acabada la guerra, pero eso no significó que la palabra “PAZ” tuviese realmente significado, pues a partir de esa fecha de 1939, lo que ocurrió fue que muchos combatientes del bando republicano, recelosos del comportamiento de los vencedores que, a menudo, detenían y fusilaban a aquellos que, de buena fe, se rendían y entregaban las armas, se “echaran al monte” manteniendo el hostigamiento, especialmente en las zonas rurales, y obligando al franquismo a combatir a un enemigo poco visible que había adoptado la forma de guerrilla como única manera de subsistencia y de lucha contra el fascismo.
Mi madre, una vez finalizada la guerra y debido al inicio de la segunda guerra mundial, con el consiguiente cierre de fronteras, estuvo casi tres años sin tener noticias sobre el paradero de mi padre, no sabía dónde podría estar, y si estaba vivo o muerto, hasta que finalmente, a través de la Cruz Roja Internacional, mi padre le hizo llegar una carta en la que le explicaba su situación en los campos de concentración de Argelia
Mi madre, una vez finalizada la guerra y debido al inicio de la segunda guerra mundial, con el consiguiente cierre de fronteras, estuvo casi tres años sin tener noticias sobre el paradero de mi padre, no sabía dónde podría estar, y si estaba vivo o muerto, hasta que finalmente, a través de la Cruz Roja Internacional, mi padre le hizo llegar una carta en la que le explicaba su situación en los campos de concentración de Argelia. Para ella, el hecho de recibir esta carta fue una gran noticia y también le supuso un gran alivio, pues a pesar de las penurias y la precariedad de su situación, sabía que estaba vivo.
Mientras tanto, ella con sus dos hijos pequeños, se había instalado en el cortijo de Rías, ya que su cuñado Andrés, casado con Josefa, la hermana mayor, era el guarda de la finca y también se habían refugiado otros miembros de la familia, la abuela Isabel, Trini, la hermana pequeña aún soltera y Remedios, viuda, con sus tres hijas. Posteriormente, una vez finalizada la guerra y con la situación más “normalizada”, se trasladó junto con su hermana Remedios a Diezma a la casa de su madre.
Remedios había quedado viuda (su marido fue fusilado en Granada, acusado de “rojo” por un falangista) con tres hijas pequeñas y para subsistir, efectuaba trabajos de costura, fundamentalmente relacionados con la confección de todo tipo de prendas de vestir, y también para el hogar, sábanas, cortinas, etc., utilizando para ello la máquina de coser doméstica que tenía en casa. Mi madre colaboraba con ella en estos trabajos, por lo que compartían vivienda con sus cinco hijos.
En 1941, Remedios consiguió que sus hijas ingresaran internas en una institución religiosa de Guadix, por lo que ella se trasladó a esa población para estar más cerca de ellas.
Desde unos meses antes de que finalizase la guerra, mi tía Isabel, hermana algo mayor que mi madre, casada con Juan López Morillas, padres de tres hijos de corta edad, labradores, vivían en el cortijo denominado “el Sotillo”, perteneciente a la cortijada de Rías.
Mi madre con sus dos hijos pequeños se trasladó en la primavera de 1941 al “Sotillo” y posiblemente este traslado se debiese al avanzado estado de embarazo y posterior parto del cuarto hijo de su hermana Isabel, y de esa manera colaborar con ella en las tareas domésticas de atención del hogar y el cuidado de los tres hijos pequeños.
Por el cortijo del “Sotillo”, al igual que por muchos otros, se recibían con cierta frecuencia, visitas de algunos grupos de guerrilleros “los tíos de la sierra”, ya fuese para buscar refugio ante las inclemencias del tiempo, o bien para comprar provisiones alimenticias. Me permitiría destacar a la partida del Yatero, que operaba por la zona, y que se daba la circunstancia de que era primo de una cuñada de mi madre, ya que en una de las visitas efectuadas al cortijo mi madre le reconoció a pesar de ir abrigado, con la cabeza cubierta y, posiblemente, mal afeitado y le dijo: “pero..., Yatero, eres tú?”
El 28 de noviembre de 1941, debido a una delación, la Guardia Civil y un destacamento del Ejército acuartelado en Guadix elaboraron una emboscada en Benalúa de Guadix para detener o aniquilar a los miembros de la partida de Yatero que se encontraban en el interior de una cueva de aquella población. Tras un día de asedio y mantener intensos tiroteos, uno de ellos, José María Martínez Hernández, (a)Chirreo, salió con vida y se entregó.
Con la promesa de una posible conmutación de la pena de muerte, si se prestaba a colaborar, el “Chirreo” en sus declaraciones, relató muchas de las acciones realizadas, delató nombres de otros guerrilleros, lugares donde se solían esconder, enlaces, cortijos y casas en los que solían recibir ayuda.
El 29 de enero de 1942 fue detenido mi tío Juan, acusado de 'facilitar víveres a los huidos en la sierra' y, pese a negar todas las acusaciones, en el careo, su delator amplió la declaración inicial y señaló la colaboración de mi tía Isabel y mi madre, que fueron detenidas
Dos meses después, el 29 de enero de 1942 fue detenido mi tío Juan acusado de “facilitar víveres a los huidos en la sierra”. A pesar de negar todas las acusaciones, incluso en el careo al que le sometieron con el “Chirreo”, éste, en su afán de mostrar su voluntad de colaboración, amplió su declaración inicial, dando todo lujo de detalles de las habitaciones en las que se habían alojado y en la colaboración de las mujeres, mi tía Isabel y mi madre, y que, además, en el caso de mi madre, era casada y tenía una foto de su marido que estaba huido.
Tras prestar declaración las dos hermanas, en la que continuaron negando las acusaciones, y tener ambas nuevos careos con el delator, el juez militar ordenó la detención e ingreso en prisión de las dos mujeres. Esto se produjo el 10 de marzo, en el caso de mi madre, en la prisión provincial de Guadix y en el de su hermana Isabel, dado que estaba amamantando a su hijo pequeño ingresó, aunque en vigilancia penitenciaria, en el Hospital cercano a la prisión.
Los cinco niños, tres de mis tíos y mis dos hermanos, todos ellos pequeños, con edades comprendidas entre los tres y los nueve años se quedaron en Diezma, en casa de la abuela Isabel al cuidado, especialmente, de mi tía Trini, la hermana pequeña de mi madre que aún estaba soltera.
Al ingresar en prisión le raparon la cabeza, como a tantas otras. Al poco tiempo, tal vez debido a su carácter social, afable, sus valores humanos y buenas formas, supo y pudo granjearse la simpatía de las monjas que se ocupaban de la vigilancia y especialmente la censora de la correspondencia, Sor Cruz.
Toda la correspondencia que entraba o salía de la prisión estaba sometida a censura. Las cartas no podían exceder de un determinado número de líneas, ella creía recordar que eran doce.
La monja censora, Sor Cruz, a veces, corregía, tachaba o añadía algún comentario, por lo que mi padre, que, a menudo, se extralimitaba en el número de líneas, le dedicaba algún párrafo amable a Sor Cruz, dándole las gracias y ésta le comentaba a mi madre, con cierto tono de admiración “Es que su marido, le escribe unas cartas tan bonitas” y de esta manera ella, cuando menos en este aspecto, gozó de cierto “privilegio epistolar”.
En el testimonio de la sentencia de la causa número 406, seguida contra mis tíos y mi madre, aparecen las actuaciones siguientes del siguiente tenor literal:
El día dos de octubre los trasladaron a la prisión provincial de Granada para su presentación en el consejo de guerra, pero éste no se celebró hasta el 20 de febrero de 1943, siendo las conclusiones de la sentencia:
De su estancia en prisión, en la que nunca pudo recibir visitas de sus hijos, es significativa una fotografía enviada por mi padre desde Oujda (Argelia) fechada el 28 de febrero de 1943 en el que el reverso llevaba la siguiente dedicatoria: “A mi adorada Carmelilla, en la prisión, de tu Manolín en el exilio, en recuerdo de una mala época que pronto terminará”.
Finalmente, el 8 de abril de 1943, tras trece meses, ya cumplida con creces la condena impuesta, se decretó su puesta en libertad. Ella volvió a Diezma, a casa de la abuela Isabel, ya fallecida, y en la que vivía Trini, que había quedado al cuidado de los niños.
Poco a poco empezó a recuperar su actividad con la costura utilizando para ello una máquina un poco antigua que había en casa de su madre, la abuela Isabel, y poco tiempo después, al contraer matrimonio Trini el 2 de febrero de 1945, se quedó viviendo sola con sus dos hijos en la casa materna.
Sobre el camino seguido para el exilio de mi padre, no dispongo de documentos acreditativos, pero según me explicaba mi madre, marchó en avión, teniendo en cuenta que era sargento de aviación destinado en la base aérea de San Javier y que, a finales de marzo, en los últimos días de guerra, muchos aviones salieron de la base “con el Estado Mayor” y con posible destino al aeropuerto de La Senia en Orán.
La primera foto de las que dispongo está fechada en Alger el 31 de enero de 1940 y posiblemente sea del campo de concentración de Camp Morand, al que fueron a parar varios miles de refugiados españoles.
Después fue trasladado a los campos de trabajos forzados de Bou Arfa para la construcción del ferrocarril Transahariano situados al sur, en pleno desierto. (dos fotografías fechadas en junio y julio de 1941). Posteriormente, tras el desembarco aliado en el norte de África, en noviembre de 1942, muchos de estos campos fueron liberados y en otros casos la disminución de la vigilancia posibilitó multitud de evasiones y, aunque oficialmente el cierre de los campos no se produjo hasta el 23 de junio de 1943, lo cierto es que el 28 de febrero, o sea, cuatro meses antes, en la foto enviada a mi madre desde Oujda a la prisión, empleaba la palabra exilio y no campo de concentración.
Después de unos años en esta población fronteriza entre Marruecos y Argelia, (la última foto enviada desde Oujda llevaba fecha 27/1/1946) se volvió a trasladar, en esta ocasión, al sur de Francia, residiendo en Burdeos y Toulouse hasta finales de 1949.
Para mi madre, la etapa comprendida entre la salida de la cárcel en 1943 y 1949 estuvo marcada por las interminables jornadas de largas horas en la máquina de coser, los hijos pequeños en la escuela y el transcurrir del tiempo a la espera del cartero con noticias de mi padre desde el exilio
Para mi madre, la etapa comprendida entre la salida de la cárcel en 1943 y 1949 estuvo marcada por las interminables jornadas de largas horas en la máquina de coser, los hijos pequeños en la escuela y el transcurrir del tiempo a la espera del cartero con noticias de mi padre desde el exilio.
Eran tiempos de escasez, racionamientos, estraperlo, sobre todo con algunos productos alimenticios, por lo que mi madre, dadas las dificultades de subsistencia, aceptaba a menudo como forma de pago, aceite, harina, pan blanco, café...
No faltaban opiniones de personas cercanas a mi madre, incluso alguna cuñada, que, dadas las enormes dificultades de sacar adelante la crianza de dos niños pequeños con las penurias económicas que ello significaba, le aconsejaban que debía rehacer su vida, casarse de nuevo, que seguramente su marido también lo había hecho en el extranjero y por eso no volvía. Ella nunca hizo caso de las habladurías y siempre se mantuvo fiel y confiando y esperando el seguro regreso de mi padre.
El 9 de Julio de 1949, mi padre envió una postal, fechada en Burdeos, con el siguiente texto:
“Mi querida esposa, aprovechando mi venida a ésta para unas gestiones relacionadas con mi viaje y con la carta de mi madre, y viendo que ya es imposible el ir a felicitarte personalmente como eran mis deseos, te mando esta postal y por correo aparte un paquetito con un poco de chocolate y caramelos para los niños. Abrazos para todos”
Y en una nota al margen, “mi dirección sigue siendo a Toulouse”. Por cierto, el “paquetito” nunca llegó a su destino.
En cuanto a las gestiones a las que hace referencia, estarían relacionadas con el expediente de repatriación que, finalmente, se decidió a realizar para su definitivo regreso a España.
Unos meses después y, tal vez, debido a un excesivo retraso en la respuesta a la solicitud presentada, él decidió volver a España, a pesar de no haber recibido respuesta a través del consulado y, por tanto, no tener la documentación “en regla”.
A su regreso a España desde el exilio fue detenido y encarcelado, sucediéndose diversos traslados de prisión en prisión hasta llegar a la de Granada
Supongo que debió cruzar la frontera por algún lugar del Pirineo navarro. Esto supuso la detención inmediata y encarcelamiento en Pamplona.
A partir de aquí se sucedieron diversos traslados de prisión en prisión, pasando por las de Zaragoza, Madrid y alguna otra, hasta llegar a la de Granada. En total este itinerario carcelario duró unos tres meses.
Una vez ya en la cárcel de Granada, entre mi madre y mi tía Carmela, hermana mayor de mi padre, fueron realizando diversas gestiones para conseguir la documentación solicitada para su puesta en libertad, sobre todo la de encontrar dos “avaladores”. Afortunadamente, conseguir estas dos personas fue relativamente fácil, por lo que mi padre consiguió salir de la cárcel en los primeros meses de 1950.
Me cuesta poner palabras, aunque no es difícil de imaginar, el raudal de emociones desatadas en el momento del reencuentro, tanto por parte de mis padres, como de mis hermanos, especialmente mi hermana Mari Carmen que tenía casi once años y que a pesar de que solamente le conocía por fotografías, lo había deseado con tanta intensidad.
Aquella primera noche, tuvieron una improvisada y humilde “noche de novios” gracias a que algunas vecinas insistieron en quedarse con los niños. Seguramente que a esa primera noche de reencuentro le siguieron otras muchas noches y días de verdadera y anhelada luna de miel, de relatos de las experiencias vividas, de descubrimientos, sorpresas, adaptación a la nueva situación...., tanto por parte de mi padre, que en el momento de la separación durante la guerra, se había despedido de su esposa que llevaba consigo un bebé de unos pocos meses, como por parte de mis hermanos, que tenían 12 y 11 años, no le habían visto nunca y la única referencia paternal que tenían era a través de los relatos de mi madre y de las pocas fotografías y postales que había podido enviar durante sus años de exilio.
Tras valorar las escasas posibilidades de buscar un trabajo para sobrevivir, tarea no siempre fácil para un 'rojo' en un pueblo pequeño, marcharon de Diezma a Granada
Una vez pasado un corto período de tiempo, en el que debieron plantearse y valorar las escasas posibilidades de buscar un trabajo para sobrevivir, tarea no siempre fácil para un “rojo” en un pueblo pequeño, mi padre aceptó el ofrecimiento de su hermana Carmela. Ella le facilitó un contacto para empezar a trabajar en una empresa de la capital granadina dedicada a la fabricación de galletas, productos de bollería y dulces.
Marcharon de Diezma a Granada instalándose provisionalmente en una vivienda de alquiler en la 'Cuesta de la Cava'. Esta vivienda seguramente no debería reunir las condiciones apropiadas para la nueva situación familiar, y a los dos meses se trasladaron nuevamente a una planta baja en la calle Alonso Cano, número tres.
En este nuevo domicilio iniciaron, por fin, la tan anhelada “nueva vida” destruyendo toda la correspondencia y documentos que les pudiesen recordar el terrible pasado que tanto deseaban olvidar.
Seguramente, y también a tanto deseo y amor acumulado durante todos aquellos años de obligada separación, se deba mi venida al mundo, pues mi madre quedó embarazada al poco tiempo y yo nací, sin previo aviso y prematuramente, el 31 de diciembre de 1950, un poquito adelantado a lo previsto por el médico.
Juan, el marido de Carmela, inició un comercio de droguería y perfumería y convenció a mi padre para que fuese a trabajar como contable y persona de confianza en el nuevo establecimiento, por lo que dejó su puesto de trabajo en la empresa de galletas. Además, tenía otro negocio, la “Academia Alcaicería” por lo que, dada la formación de mi padre, le condicionó a que debería compatibilizar las dos ocupaciones, la de contable en la Droguería y la de profesor de francés, mecanografía y cultura general en la Academia.
Dada la vinculación familiar, y las circunstancias derivadas por la diferente participación en la guerra, mi padre en el bando republicano y su cuñado en la zona franquista, a menudo comportaba que la relación en el terreno laboral no siempre fuese óptima y placentera. Siempre subyacía la sensación de que mi padre era un “rojo exiliado” que debía estar agradecido a su cuñado porque le había facilitado la posibilidad de trabajar.
A pesar de todo, aquella etapa de estabilidad laboral, aun a base de pluriempleo, les permitió a mis padres un cierto alivio y progreso en lo económico. Este cuatrienio, entre 1950 y 1953 fue el período más largo, y casi el único, en el que mis padres pudieron disfrutar de la felicidad de poder vivir como una familia “normal”.
Todo el tiempo libre que le permitía el trabajo lo pasaban juntos, me sacaban a pasear por los alrededores de casa, la plaza de los Lobos, la calle Alhóndiga, la plaza de la Trinidad...
A mi padre le gustaba mantenerme sentado sobre sus rodillas, incluso cuando fumaba, y si mi madre le llamaba la atención diciéndole que no debía cogerme tanto rato, que me estaba acostumbrando mal, la respuesta de mi padre era:
- Déjame que éste lo disfrute yo, tú ya has criado a los otros dos.
Mis hermanos siempre me han dicho que yo era el “niño mimado”. Yo en cambio, creo que, tal vez, tuve la enorme suerte de haber nacido en un hogar muy humilde, pero que, como consecuencia del reencuentro tan deseado, se respiraba una cantidad enorme de cariño y respeto que compensaba con creces las penurias económicas propias de la época, y que alejaba cualquier atisbo de fricción o malhumor que pudiera surgir en la vida cotidiana.
En 1953 les entregaron las llaves de la vivienda que habían solicitado en flamante barrio del Zaidín con la intención de abrir una droguería pero, en el periodo inicial de su puesta en marcha, mi padre falleció de una hemorragia relacionada con una úlcera de estómago posiblemente relacionada con los años de exilio y lucha por la superviviencia en los campos de concentración de Argelia
En los últimos meses de 1953 les entregaron las llaves de la vivienda que habían solicitado en el flamante barrio del Zaidín con la intención de abrir un comercio de droguería y perfumería. Para ello pudo contar con la ayuda y asesoramiento de algunos familiares.
Desgraciadamente, en este período inicial de puesta en marcha de la “Droguería y Perfumería Santa Ana”, mi padre, que siempre había tenido el estómago como su punto débil, tuvo, durante la noche, una hemorragia relacionada con la úlcera de estómago que ya tenía diagnosticada con anterioridad y a pesar de ser hospitalizado, no superó la adversidad y falleció a los 43 años de edad, un lunes, 22 de febrero de 1954. Posiblemente los años de exilio y de lucha por la supervivencia en los campos de concentración en Argelia le debieron pasar factura.
De este modo acabó para mi madre, la que, para ella, decía con cierta tristeza y amargura, había sido la etapa más feliz de su vida. Enviudó a los cuarenta y cuatro años con tres hijos a su cargo. El mayor, Manolín, con 16 años, Mari Carmen, que le faltaba un mes para cumplir los quince, y yo el pequeño, con tres años.
Mis hermanos se vieron obligados a crecer de golpe, hacerse adultos a marchas forzadas para que el incipiente comercio de la Droguería y Perfumería Santa Ana del barrio del Zaidin siguiese adelante y nos permitiese subsistir a la familia.
Mi madre tuvo que volver a abrir su gran maleta de perseverancia y fortaleza, esa que debía tener guardada en algún rincón de su interior y que le había hecho posible criar y educar sola a dos hijos pequeños, soportar escasez, prisión y penurias, y esperar con esperanza y firmeza a su marido durante más de once años.
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