La primera estudiante de la UGR encarcelada durante dos días será Pilar Bustamante en abril de 1970

'Mujeres y antifranquistas en Granada. La cárcel de mujeres (IV)'

Política - Alfonso Martínez Foronda e Isabel Rueda Castaño - Sábado, 14 de Enero de 2023
¿Sabes cuántas mujeres estudiantes de la UGR fueron apresadas por el franquismo? El extraordinario homenaje de Alfonso Martínez Foronda e Isabel Rueda Castaño a las universitarias que lucharon contra el franquismo sigue en este brillante capítulo con las estudiantes detenidas.
magen de una de las celdas de la Comisaría de Los Lobos en 2010. Las celdas ocupan espacios que iban desde los 1.50 por 2 metros y la mayor, desde los 1.50 por 3 metros.
Alfonso Martínez Foronda
magen de una de las celdas de la Comisaría de Los Lobos en 2010. Las celdas ocupan espacios que iban desde los 1.50 por 2 metros y la mayor, desde los 1.50 por 3 metros.

Hemos contabilizado 25 mujeres estudiantes que pasaron por la cárcel, pero es muy probable que fueran algunas más, porque no hemos podido rastrear todas las caídas y, sobre todo, la de septiembre de 1975.

Al llegar a prisión eran identificadas y, posteriormente, llevadas a la galería de mujeres, donde debían convivir con las presas comunes

Al llegar a prisión eran identificadas y, posteriormente, llevadas a la galería de mujeres, donde debían convivir con las presas comunes. Esta es una diferencia fundamental respecto a los hombres que, en las cárceles que no eran de cumplimiento, siempre tuvieron que luchar por tener un espacio propio para los políticos. Probablemente, el hecho de que las mujeres frecuentaron menos la cárcel y en periodos más cortos no posibilitó, en este tipo de recintos, ni que se organizaran entre las políticas, ni que ellas mismas lo exigieran. En la mayor parte de los casos se encontraban solas –contadas las excepciones de caídas con varias de ellas. Eso y también por la propia naturaleza de las presas comunes detenidas, que en su mayor parte eran mujeres marginadas carentes de rasgos violentos. 

Mujeres de la UGR que pasaron por las cárceles de Granada

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La primera estudiante de la UGR encarcelada durante dos días será Pilar Bustamante en abril de 1970, cuando había sido detenida por repartir propaganda protestando contra la detención de una serie de militantes de las Comisiones Obreras Juveniles (CCOOJJ)

La primera estudiante de la UGR encarcelada durante dos días será Pilar Bustamante en abril de 1970, cuando había sido detenida por repartir propaganda protestando contra la detención de una serie de militantes de las Comisiones Obreras Juveniles (CCOOJJ). Luego, habrá que esperar a diciembre de ese año, durante el Estado de Excepción, cuando ingresarán, por unos meses, algunas militantes del PCE como Berta Ausín, Julia Cabrera o María Aránzazu Oñativia. Cuando a mediados de 1971 ingresa en la cárcel de Granada la militante comunista jiennense Rosario Ramírez Mora, procedente de la cárcel de Jaén, no había ninguna reclusa política, hasta que en septiembre de ese año ingresa Socorro Robles Vizcaíno y permanecerá allí un mes. Más tarde, en enero de 1973 ingresarán dos militantes del PCE, Concepción Carrillo Díaz y Araceli Ortiz Arteaga, con una noche y una semana respectivamente. Durante mucho tiempo, según Rosario, ella fue la única presa política que había en la cárcel y tendrá que esperar hasta marzo de 1974 para ver entre sus muros a las primeras estudiantes que habían sido detenidas en la caída de la célula del PCE de la Universidad.

Socorro Robles Vizcaíno, de las primeras mujeres detenidas en la UGR. Buscada y detenida tras el Estado de Excepción de 1970. Archivo Histórico CCOO de Andalucía. Colección Fotográfica. Foto: Alfonso Martínez Foronda. 

Pero, ¿qué experimentan estas jóvenes estudiantes cuando llegan a la cárcel? En general, es de alivio respecto a las terribles celdas de la comisaría. En algún caso, como el de Alicia Baches, cuando ingresa en prisión fue recibida con un aplauso de las internas, políticas y comunes, por lo que se quedó “emocionada”. (Formulario a Alicia Baches Baches, en AHCCOO-A). Excepcionalmente, la prisión fue menos terrible que otras experiencias anteriores, como la que tiene Araceli Ortiz Artega cuando ingresó en enero de 1973:

“Yo tenía una idea muy lúgubre, el miedo a la cárcel y me imaginaba a unas funcionarias que te machacaban. La noche que llegué conocí a Rosario [con la que habló de casi todo y la acogió amablemente], pero al día siguiente aquello no me pareció tan terrible. Yo había estado en sitios peores”. (Entrevista a Araceli Ortiz Arteaga).

Esos “sitios peores” de los que habla Araceli Ortiz es, por ejemplo, el internado de la escuela de ATS de Granada donde comienza a estudiar en 1967 como interna, ya que entonces era obligatorio para las estudiantes de enfermería, aunque no para los hombres

Esos “sitios peores” de los que habla Araceli Ortiz es, por ejemplo, el internado de la escuela de ATS de Granada donde comienza a estudiar en 1967 como interna, ya que entonces era obligatorio para las estudiantes de enfermería, aunque no para los hombres. Allí padecerá el régimen cuasi cuartelero que habían implantado las monjas que regentaban el internado con normas “terribles”, por lo represivas. Pero más allá de esta experiencia personal, excepcional, la sensación que describen, en general, es la soledad y el miedo ante lo desconocido. Es elocuente este testimonio de Lola Parras cuando es conducida la noche del 1 de marzo de 1974, junto al resto de la caída y, a la entrada, separan a los hombres de las mujeres:

“Sentí cómo se cerraba la  enorme puerta tras de mí. El grosor de la puerta de hierro a la que me había aferrado para volverme, era tal, que mi mano no podía abarcarla. El golpe que hizo al cerrarse me devolvió a la plena consciencia  del sitio en el que me encontraba: había entrado pero ya no podía salir (...).

Pasamos por lugares que no recuerdo, el cuarto de la funcionaria quizás, hasta llegar a otra lúgubre puerta de metal que cruzamos y se cerró a nuestro paso. Dentro,  el pozo de oscuridad era aún más impenetrable. Parecía un espacio  muy alto, grande y  rectangular, apenas perceptible gracias a que, en el centro de su parte superior había una pequeña hornacina  con una velilla roja.  A su oscilación, el mar de sombras se movía en inquietante consistencia.

Las tres amigas, compañeras y camaradas nos cogimos las manos en un intento inconsciente de protección. Sentí  allí mucho más miedo entonces que en todo el proceso de la detención. Más que en los tres días que había pasado sola en una húmeda celda; más que en el interrogatorio y más que cuando  uno de los interrogadores me cogió de la nuca en el cuarto piso de la escalera de la comisaría y me amenazó con tirarme”. (Entrevista a Lola Parras Chica, en AHCCOO-A).

Dentro de este pasillo se encontraba la zona de comedor, cocina y aseos, a la que se sumaba, en el piso superior, una nueva galería de celdas

Sin duda, había llegado a la galería de mujeres de la prisión provincial de Granada que era un largo corredor con celdas a ambos lados y al inicio del cual había un habitáculo pequeño desde el que una funcionaria controlaba a las reclusas. Dentro de este pasillo se encontraba la zona de comedor, cocina y aseos, a la que se sumaba, en el piso superior, una nueva galería de celdas.

Durante las ya comentadas detenciones de 1974, testimonios como el de Dolores Parras Chica –detenida el día 26 de febrero e ingresada en la prisión a comienzos de marzo- ejemplifican a la perfección las primeras sensaciones de las estudiantes. Pero en este caso, afortunadamente, encontraron a la jiennense Rosario Ramírez Mora, una veterana comunista entre aquellos muros desde que ingresara a mediados de 1971, procedente de la de Jaén. Ella se convierte en su faro, las acoge inmediatamente y les comenta su situación y su militancia en el PCE. Las estudiantes se sienten protegidas por ella, que se interesó por el trato que éstas habían recibido en comisaría y el que recibirían posteriormente. Lola recuerda que:

“… se ocupó de que cenáramos, habló con las funcionarias de dónde íbamos a dormir, consiguió convencerlas para que no nos llevaran a la celda de aislamiento del período sanitario (…). Tenía un gran sentido ético y una moralidad intachable. Para ella la capacidad de aguantar en la cárcel estaba relacionada con mantener muy alta su autoestima como ser humano (…). Decía que el tiempo en la cárcel era muy valioso, que había que aprovecharlo porque se nos podía volver en contra”.         

Durante la primera mañana tras su ingreso, las presas, bajo la dirección de Rosario, decidieron constituir una célula del PCE en la cárcel y, para administrar correctamente ese tiempo tan valioso, hicieron un horario de tareas

Así fueron recibidas en la prisión Dolores Parras, Dolores Huertas García y Juana García Ruiz, a las que se sumaron, unos días más tarde, las otras dos compañeras de la caída de 1974: Ana Ortega Serrano y Araceli Ortiz Arteaga. Ambas habían finalizado sus estudios y trabajaban como ATS, aunque la segunda continuaba su formación en la Facultad de Derecho. Durante la primera mañana tras su ingreso, las presas, bajo la dirección de Rosario, decidieron constituir una célula del PCE en la cárcel y, para administrar correctamente ese tiempo tan valioso, hicieron un horario de tareas:

“Mantener la limpieza de la brigada, el aseo de las cosas personales, camas y habitación, una hora de gimnasia, dos horas de estudio, un descanso, otras dos horas de trabajo en la cárcel –blanquear las paredes, abrir la lana de los colchones, arreglar las macetas, limpiar las cocinas-… no era voluntario, era como un trabajo colectivo dirigido por Rosario, que nos daba muchísimo prestigio de cara a las funcionarias y a las presas… sirvió para mejorar la convivencia. Ella había convencido a las comunes de que era mucho mejor hacer algo que no hacer nada”.

Algunas estudiantes verán entonces en la cárcel el microcosmos de la España negra reaccionaria que sigue encarcelando a mujeres por ser adúlteras o haber abortado, denunciadas por sus propios maridos

Conviviendo con las presas comunes, los testimonios recrean una relación cordial en la que se comparten tareas, tertulias, comidas, etc. Algunas estudiantes verán entonces en la cárcel el microcosmos de la España negra reaccionaria que sigue encarcelando a mujeres por ser adúlteras o haber abortado, denunciadas por sus propios maridos. Alicia Baches recuerda que había una mujer a la que el mismo hombre que la había denunciado (un Guardia Civil) le enviaba regalos y cartas de amor. Pero al mismo tiempo, las comunes no entendían los motivos por los que habían sido detenidas las presas políticas. Una convivencia fructífera que les lleva no sólo a compartir tareas, sino a compartir lo que podían dar: clases de cultura general y de formación para el exterior.

Las mujeres, al igual que los hombres, tenían acceso a comida y a la cocina, recibiendo en ocasiones alimentos de los comités de solidaridad que solían formar los estudiantes para apoyar a los compañeros que estaban privados de libertad. Es curioso cómo la única funcionaria de la que las presas recibieron un trato desagradable durante la caída de febrero de 1974, buscaba entre los alimentos enviados por compañeros y familiares, ‹‹desgarrando pescados y filetes de pollo››, algún elemento prohibido susceptible de filtrarse desde el exterior.  Esta comida es compartida entre políticas y comunes, dado que el rancho de la cárcel era malo y poco equilibrado. Tan malo que Socorro Robles recuerda que el día de la Merced de 1971, les dieron pasteles en malas condiciones a las comunes y estuvieron todas ellas con diarrea.

Foto de carnet de Rosario Ramírez Mora, a la que Alfonso Martínez Foronda, dedicó un espléndido reportaje: Rosario Ramírez Mora: la “prima” Rosario.
 

Las visitas estaban permitidas, habiéndose establecido una duración reglamentaria de veinte minutos. Igualmente las presas podían acceder a una sala de televisión, a un patio en el que podían pasear, charlar y, como ya hemos comentado, realizar actividades físicas

El ambiente, en general, de concordia entre unas y otras, desarrollándose unas relaciones de apoyo y ayuda que consiguieron hacer más llevaderas las largas horas que permanecieron encerradas. En lo referente al funcionamiento de la vida en prisión, se realizaban tres recuentos diarios –por la mañana, a mediodía y por la noche-, ya que durante todo el día las reclusas no ocupaban única y exclusivamente su celda, sino que el tránsito era libre en toda la galería, incluyendo el patio. Siguiendo con los derechos y deberes, en la sección de mujeres no era obligatorio asistir a misa ‹‹salvo para una de las presas comunes, por motivos especiales››. Por otra parte, las visitas estaban permitidas, habiéndose establecido una duración reglamentaria de veinte minutos. Igualmente las presas podían acceder a una sala de televisión, a un patio en el que podían pasear, charlar y, como ya hemos comentado, realizar actividades físicas. 

La relación con la sección masculina de la cárcel estaba prohibida, pero durante la entrevista a Dolores Parras pudimos comprender que hubo comunicaciones, a pesar de las dificultades a las que tuvieron que enfrentarse para conseguir hacer llegar y recibir noticias de los compañeros detenidos. Nos refería la entrevistada cómo el marido de Rosario –Cayetano Rodríguez García- ocupaba una de las celdas de los presos políticos en la galería masculina de la misma prisión y que Rosario había ideado un mecanismo en el tapón de un termo de café -que los funcionarios llevaban a Cayetano todas las mañanas-, en el que colocaba papel de fumar escrito, consiguiendo así una original forma de correspondencia epistolar. Al ingresar en prisión, las estudiantes se sirvieron también de este procedimiento para comunicarse con los compañeros que fueron detenidos en la misma caída.

un mes después de su llegada a la galería de la cárcel de mujeres fueron puestas en libertad, aunque sancionadas por el Gobierno Civil

Un año más tarde, a comienzos de septiembre ingresará en prisión, por pertenencia a las Plataformas Universitarias, Alicia Baches Baches y el 13 septiembre de 1975 serán detenidas varias estudiantes, junto a otro compañero. Las detenidas, Ángeles Hurtado Castillo, María Catena Delgado, Mercedes Belbel Bullejos y Matilde Córdoba Fernández, ingresarán en prisión sin saber a ciencia cierta de qué estaban acusadas, pasando los días en esa incertidumbre. Por fin, un mes después de su llegada a la galería de la cárcel de mujeres fueron puestas en libertad, aunque sancionadas por el Gobierno Civil.

Mas la perspectiva de una presa política cuando está sola se torna aún más difícil en su cotidianeidad

Mas la perspectiva de una presa política cuando está sola se torna aún más difícil en su cotidianeidad. Este es el caso de la última estudiante que pisó la cárcel de Granada: Concepción Jiménez Jávita. Había sido detenida, junto a Antonia Martín Murga, en marzo de 1976 cuando repartían propaganda de la JGR a favor de la Unión Democrática de Soldados. Pero mientras Martín Murga, como hemos visto, estuvo en situación de rebeldía, a Concepción Játiva la ingresan en prisión hasta el 5 de agosto de ese año en que sale por la aplicación de una ley de amnistía.  Esa muchacha de sólo 18 años había estado sola todo ese tiempo, junto a otras presas comunes, y pendiente de juicio de los tribunales militares. Cuando la entrevistan la tarde de su salida de la cárcel no duda en afirmar que, además de la pésima comida, en general lo pasó “mal, muy mal”, debido a que estuvo “sola, prácticamente incomunicada con las noticias del exterior” y apenas si pudo leer libros o prensa, aunque afortunadamente pudo examinarse de sus asignaturas de Psicología “gracias a Lens”. (Entrevista a Concepción Jiménez a su salida de la cárcel de Granada, donde le esperaban compañeros del PTE y de la JGR, en Diario Ideal de 6.8.76, p. 12).  También pudo examinarse en la cárcel Socorro Robles y recuerda que cuando Pita Andrade vino al recinto carcelario con sus diapositivas se creó expectación porque, entonces, era también la única presa política.

Reacción familiar ante la detención de sus hijas

Hay una última cuestión importante a la hora de abordar la represión al colectivo de las estudiantes, que es la que concierne a la reacción que las familias tuvieron ante las detenciones y/o encarcelamientos de sus retoños. Hemos de tener en cuenta que la mayor parte de las alumnas que poblaron las universidades de la época fueron, hasta bien entrada la década de los setenta, hijas de personal vinculado –ideológica o formalmente- con el régimen. Así, las detenciones eran mucho más traumáticas para las jóvenes cuya familia no formaba parte de un grupo disidente.

Los familiares tuvieron un talante menos represivo con el género masculino que con el femenino

Podemos afirmar que, si bien el trato en comisaría favoreció a las mujeres, los familiares tuvieron un talante menos represivo con el género masculino que con el femenino, ya que –por la propia actitud desarrollada en la cerrada sociedad patriarcal de la España de la época- la concepción sobre cuáles debían ser las bases de la vida de una mujer, no abarcaba la participación en el activismo político, más aún cuando se hacía desde posiciones tan delicadas como las que proporcionaba la clandestinidad:

“Vinieron a verme [a la cárcel] una hermana de mi madre y su marido, en representación de toda la familia de mi madre, que estaba consternada y aterrorizada y no se explicaba nada. Además, ellos estaban muy orgullosos de conservar su carnet de Falange y no podían entender cómo había llegado yo allí, atribuyéndolo a que me había quedado sin madre muy joven y eso había hecho que me desviara del camino, que mi novio también estaba en la cárcel y yo había estado bajo su influencia, que éramos dos jóvenes inocentes e inexpertos y que los comunistas nos habían engañado”. (Entrevista a Matilde Córdoba Fernández, en AHCCOO-A).

Este testimonio de Matilde Córdoba puede ejemplificar a la perfección las ideas que intentamos expresar sobre la percepción que los familiares tienen sobre el activismo de las estudiantes y sobre su acceso a un determinado grupo de oposición. Fundamentalmente se trata de presuponer la falta de voluntad de la joven para participar en un determinado acto, culpándose entonces de este hecho a cualquier agente externo, ya sean amigos, compañeros sentimentales o incluso la propia organización política de la que, voluntariamente, formaron parte. Y, aunque no fuera así, el hecho de que muchas de las jóvenes presas eran de familias de derechas, la sorpresa fue mayor cuando se enteraban de la militancia de izquierdas de su hija. En el caso de Alicia Baches, sus padres se llevaron dos sorpresas seguidas: que estaba embarazada y en la cárcel. Por ello, “lo pasaron mal, muy mal, sobre todo por vergüenza”; de aquí que la noticia de su detención fuera “demasiado para una familia convencional, de clase media, de derechas, para la que cualquier compromiso político frente al gobierno franquista era buscarse problemas sin razón”. Aunque no se sintiera apoyada por la familia, que sólo pagó la fianza, lo que menos deseaba era, precisamente, compasión y, de ahí que, probablemente, no deseara que vinieran a verla. (Formulario a Alicia Baches Baches, en AHCCOO-A).

Así observamos que la niña de la casa debía ser estudiosa, conocedora de las labores del hogar, discreta y sumisa hacia la jerarquía patriarcal, manteniéndose al margen de cualquier actividad que pudiera manchar esa imagen. Hubo casos en los que el desarrollo profesional de estas activistas antifranquistas se vio comprometido, siendo algunas obligadas a abandonar los estudios y volver a casa –las que realizaron su período de formación fuera del domicilio familiar-, creyendo los padres que así se evitaría la reincidencia. Evidentemente, el objetivo no siempre se conseguía. Lola Parras recuerda que

“… mi padre decía que para mí se había acabado la carrera. No me permitía salir a la calle. Pretendía que yo volviera a Jaén y que durante un tiempo demostrara a esta sociedad que esa parte de mi vida había acabado y que yo volvía a ser la niña bien que siempre había sido”.

Una última cuestión sobre este aspecto es el sentimiento de culpa de los represaliados, tanto hombres como mujeres, por causar dolor a sus seres queridos. En el caso de los hombres experimentarán las mismas sensaciones respecto al dolor que su detención había provocado en sus padres y, especialmente, en sus madres. Jesús Carreño, por ejemplo, se podía imaginar la pesadumbre familiar aquella Nochebuena de 1970, “con su niño en la cárcel” o cuando se entera que su madre se había echado a llorar cuando una vecina le preguntó dónde estaba él, pero, sobre todo, cuando estando en comisaría le comentan que todas las mañanas su madre, antes de irse al trabajo, le compraba un café con leche y un bollo para que se lo pasara la policía:

“Cuando yo lo supe me entraron ganas de llorar. Cómo somos los humanos. Yo me había mantenido firme, emocionalmente bien [en los interrogatorios no exentos de maltrato], pero cuando yo vi el desayuno de mi madre en la escalera me produjo emoción. No porque tuviera hambre, sino por la presencia de mi madre que, desde fuera, pensaba en mí”.

Algo similar le ocurre a Antonio Cruz Jiménez, cuando recuerda el sufrimiento de su madre:

“Mi madre sufre mucho y si tengo algún sentimiento contra ellos [la policía] es que mi madre lo pasa fatal. Mi casa la registraron en más de una ocasión y luego su hijo en comisaría y en la cárcel. Lo pasó fatal”. (entrevista a Antonio Cruz, en AHCCO-A).

En fin, si las mujeres en ocasiones fueron duramente castigadas por sus familias, este hecho se acentuó con la falta de entendimiento con los padres, el rechazo de la sociedad en general por mantener una determinada postura o militar en una determinada organización, provocando una situación de soledad y un sufrimiento terrible en las celdas de comisarías y cárceles. Para Lola Parras

“… fue muy difícil para mí. Ese fue el precio que yo tuve que pagar por militar en el Partido, el dolor tan tremendo que les causé a mi familia, mucho más que la detención y el paso por comisaría… el que mucha gente sufriera las consecuencias de una decisión que al fin y al cabo era una decisión personal  y que, sin embargo, estaba causando un dolor inmenso.”

Esas estudiantes que se atrevieron a buscar en los bordes del molde social de su época una grieta por la que colarse para luchar, a pesar de recibir en las comisarías un trato especialmente paternalista, sufrieron de una forma distinta la represión del aparato franquista, no sólo en lo que respecta al mecanismo legal o policial sino, más allá de esto, la censura que la sociedad en general ejerció sobre su conducta.

Bibliografía:

  • MARTÍNEZ FORONDA, Alfonso; SÁNCHEZ RODRIGO, Pedro; RUEDA CASTAÑO, Isabel; SÁNCHEZ RODRIGO, José María; CONEJERO RODRÍGUEZ, Miguel y RODRÍGUEZ BARREIRA, Óscar: La cara al viento. Estudiantes por las libertades democráticas en la Universidad de Granada (1965-1981), Vol. I y II, Córdoba, El Páramo, 2012.
  • MARTÍNEZ FORONDA, Alfonso y SÁNCHEZ RODRIGO, Pedro: Mujeres en Granada por las libertades democráticas. Resistencia y represión (1960-1981). Fundación de Estudios y Cooperación CCOO-A, Gráficas La Madraza, Granada, 2017.
  • BALLARÍAN DOMINGO, P.: La educación de las mujeres en la España Contemporánea (Siglos XIX-XX), Ed. Síntesis, Madrid, 2001, p. 143.
  • BUJ, Carmen, Dos sendas de mujer, Madrid, 1948, citado por G. M. Scanlon, La polémica feminista en la España contemporánea, 1868-1974, Akal, Madrid, 1986, pp. 337-338.
  • HERNÁNDEZ SANDOICA, E. y RUIZ CARNICER, M. A., BALDÓ, M., Estudiantes contra Franco (1939-1975). Oposición política y movilización juvenil; La esfera de los libros, Madrid, 2007,  pp. 85- 86.
  • RICHMOND, K., Las mujeres en el fascismo español, Alianza Editorial, Col. Alianza Ensayo, Madrid, 2004, pp. 58-59.
  • Entrevistas en Fondo Oral de CCOO de Andalucía a Julia García Leal, Socorro Robles Vizcaíno, Carmen Morente Muñoz, Dolores Parras Chica, Araceli Ortiz Arteaga, Lola Hita Romero, Gádor Flores Navarro, Matilde Córdoba Fernández, Ana Ortega Serrano, Formulario a Alicia Baches Baches, en AHCCOO-A.
Isabel Rueda Castaño (El Centenillo, 1982) es doctora en Historia del Arte (2019) y Máster en Museología (2012) por la Universidad de Granada. Su trayectoria investigadora abarca una doble vertiente: desde la Historia Contemporánea se adentra en la represión en la dictadura franquista y, desde la Historia del Arte y la Museología, en el territorio y patrimonio mineros, ámbito en el que se inscribe su tesis doctoral. Su actividad profesional se desarrolla a medio camino entre la mediación cultural y la difusión y conservación de colecciones patrimoniales a través de su participación como asociada en Artemisia Gestión de Patrimonio C.R.D.I.
Alfonso Martínez Foronda es licenciado en Filosofía y Letras, profesor de Secundaria e históricamente vinculado al sindicato CCOO, en el que ocupó distintas responsabilidades, como investigador ha profundizado en el movimiento obrero y estudiantil.

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