Cuando tu vida depende de una vela

Cuando era pequeñito, una de las imágenes que recuerdo cuando se iba la luz, era ver a mi padre y a mi madre encendiendo velas que estaban insertadas en una botella de cristal, normalmente era un quinto de cerveza, donde entre el vidrio y la vela se situaba un pequeño trozo de papel de plata para que la vela derretida se posara y se solidificara en esta improvisada, pero a la vez funcional, base.
Y a estos problemas se enfrentan día sí y día también en la Zona Norte de la ciudad de Granada donde diariamente pasan horas sin que les llegue corriente a casa convirtiendo su actividad diaria en una especie de “ruleta rusa de corriente eléctrica”
Mis hermanas me recordaban a menudo que a esa imagen se unía a la de mi padre escondiendo unas llaves que debían buscar. Pasó el tiempo y los utensilios de emergencia lumínica cuando nos quedábamos sin luz fueron cambiando por elementos más “sofisticados” como la lamparita de camping-gas, linternas de acampada u otras de dinamo que eran entretenidas, pero poco prácticas ya que si no parabas de mover el circuito la luz no se mantenía. Pero los años pasaban y las anécdotas se añadían a las de la infancia. Aún tengo grabado a fuego aquel episodio cuando estando en primero de bachillerato estuvimos toda la tarde sin luz y no pude prepararme el examen de Filosofía del día siguiente. Al profesor le dio igual el hecho de no poder estudiar de forma adecuada y sin la iluminación suficiente. Fue en ese mismo instante cuando cambié el concepto de permanecer a oscuras puesto que ya veía más contras que pros en el hecho de quedarnos sin este suministro básico.
Y lo cierto es que no somos conscientes de lo necesario que es tener electricidad puesto que es algo tan cotidiano que pasa desapercibida la enorme necesidad y dependencia de la misma. Y es que no solo es para que nos proporcione el uso más básico y primario como es el poder iluminarnos durante la noche, sino que su uso se amplía a darnos calor, a que podamos cocinar, a que las personas enfermas puedan mantener sus medicamentos y máquinas de respiración en perfectas condiciones o a que aquellas de avanzada edad o con movilidad reducida puedan hacer uso de los ascensores que tienen en sus bloques para acceder a sus viviendas.
Y a estos problemas se enfrentan día sí y día también en la Zona Norte de la ciudad de Granada donde diariamente pasan horas sin que les llegue corriente a casa convirtiendo su actividad diaria en una especie de “ruleta rusa de corriente eléctrica”.
¿Cuántas veces se irá hoy la luz? ¿Me fallará la máquina de respiración esta noche si no le llega la corriente? ¿Aguantarán mis medicinas que tienen que estar en el frigorífico? ¿Posarán frío mis hijas e hijos al no funcionar el calefactor? ¿Cómo cocinaremos?...
Cuando se aproxima de nuevo el frío invierno de Granada las vecinas y vecinos cruzan los dedos para que ese sea el primer invierno en el que no tengan que vivir con la incertidumbre del suministro eléctrico, cruzan los dedos con la esperanza de vivir el momento donde sus reivindicaciones sean tenidas en cuenta por las grandes eléctricas
Y ejemplo de esta lucha lo pudimos ver en primera persona a través de Mario Picazo, cura del barrio de la Paz, y Manuel Martín, Defensor del Ciudadano de Granada, cuando se encerraron allá por el mes de octubre en una parroquia de San Francisco de Granada como medio de protesta ante los apagones continuados en la zona norte y para exigir soluciones antes de la llegada del frío invierno. Esta iniciativa consiguió que se pusiera el problema sobre la mesa y en la agenda política, que sobrepasara las fronteras de la provincia y que visualizaran los problemas estructurales de la Zona Norte.
Pero la realidad es que el invierno llegó, los apagones han seguido ocurriendo, Endesa no ha puesto solución al problema y la Junta no ha tomado cartas en el asunto
Pero la realidad es que el invierno llegó, los apagones han seguido ocurriendo, Endesa no ha puesto solución al problema y la Junta no ha tomado cartas en el asunto. Las y los vecinos han seguido sufriendo en sus carnes los efectos de los apagones y un claro y triste ejemplo de ello fue lo que narraba Angelitas, una octogenaria vecina del barrio, la cual contó lo que vivió al no poder subir a la novena planta de su bloque de pisos, lugar donde tenía su vivienda. Ella recordaba como su hijo y un vecino tenía que subirla a cuestas en una silla de plástico las nueve plantas. Los apagones se hicieron tan rutinarios en el barrio que incluso Angelitas los sufrió hasta en el día de su entierro.