La madera muerta no es basura: por qué retirarla perjudica el bosque
La madera es un material esencial que permite que los árboles se yergan hacia el cielo y eviten ser sombreados por las plantas vecinas. Dado que sin luz no hay fotosíntesis, la formación de troncos potentes y altos ha sido una tónica común en la carrera evolutiva de los árboles por ocupar un sitio adecuado en el dosel de los bosques.
A lo largo de la evolución se ha seleccionado, igualmente, que la madera esté constituida por sustancias resistentes, difíciles de descomponer por hongos y bacterias. Tiene que soportar las inclemencias del tiempo y el ataque de multitud de organismos durante los cientos –incluso miles– de años que dura la vida de un árbol.
La descomposición de la madera es, por tanto, un proceso lento que suele durar años o décadas dependiendo del tipo de clima.
Una fuente de nutrientes
La madera, sea en troncos, ramas o raíces, es el constituyente mayoritario del árbol, superando el 95 % de su biomasa. Alberga muchos elementos químicos, prácticamente todos los que son necesarios para la vida: nitrógeno, fósforo, potasio, hierro, manganeso… Su concentración no es muy alta, pero dado que la madera es el componente mayoritario de la biomasa de los bosques, la cantidad total de nutrientes que contiene es muy relevante.
De este modo, la relativamente lenta tasa de descomposición de la madera se convierte en una ventaja más que en un problema. Permite la liberación de esos nutrientes poco a poco, favoreciendo así su captación de nuevo por las plantas vivas y con ello un reciclaje eficaz. La madera es, por tanto, un reservorio de nutrientes que mantiene la fertilidad del suelo del bosque.
Pero la madera no sólo aporta nutrientes al suelo. Además, es un alimento directo para muchos organismos, como hongos o insectos. Estos hongos y estos insectos son al mismo tiempo una fuente de alimento para otros muchos animales, como aves, mamíferos, reptiles y otros insectos. En definitiva, la madera muerta es la base de una red trófica que sustenta a una cantidad ingente de especies. La mayor parte de la biodiversidad de los bosques está ligada, de forma directa o indirecta, a la presencia de madera muerta y a su descomposición.
Las columnas que protegen los ecosistemas
La madera es, finalmente, un elemento que genera estructura en el ecosistema. Los troncos y ramas caídos modifican las condiciones ambientales a pequeña escala, como la insolación, la velocidad del viento o la humedad relativa del aire y del suelo. Esto genera una gran heterogeneidad de microhábitats en los que podrán asentarse distintas especies animales o vegetales en función de sus requerimientos.
El papel estructural de la madera también genera protección contra los herbívoros al actuar como barrera física, favoreciendo, por tanto, la regeneración del bosque. Aporta además materia orgánica al suelo, lo que mejora su textura, porosidad y otros muchos parámetros físicos que favorecen el crecimiento de las plantas.
La madera muerta no es basura
La madera muerta es, por tanto, un elemento esencial para el funcionamiento del bosque. No es un residuo, no es basura. Sin embargo, es muy común que en la gestión de los montes se eliminen los restos de madera muerta, especialmente tras perturbaciones como incendios, plagas o tormentas. Nos hemos acostumbrado tanto a esto que hasta los ciudadanos reclaman con frecuencia que se retiren los árboles muertos tras estas perturbaciones. Esta actividad, que se denomina “saca de la madera”, se ha realizado durante décadas por todos los continentes, y muy particularmente en el entorno de la región mediterránea.
Las razones aducidas para eliminar la madera tras perturbaciones varían en las distintas regiones del mundo. Una de las principales justificaciones es su venta. Esto es algo que debemos aceptar siempre y cuando el uso de ese monte en particular sea comercial, igual que comerciamos con las plantas que cultivamos.
No obstante, en muchas situaciones no existe un objetivo comercial (por ejemplo, porque la madera no tenga la calidad suficiente o porque se trate de un área protegida) y, sin embargo, se extrae la madera. En estos casos se aduce que la saca de la madera favorece los trabajos futuros en la zona al facilitar el tránsito de personal y maquinaria, evita el riesgo de accidentes por la caída de árboles, reduce el riesgo de incendio y reduce el riesgo de plagas que puedan afectar a las partes no quemadas o parcialmente quemadas del bosque.
Dejar la madera muerta en el bosque
Estas razones han sido fuertemente cuestionadas por estudios recientes realizados en diferentes partes del mundo que han demostrado que los argumentos utilizados para la saca de la madera tras perturbaciones dependen del contexto y no siempre están justificados.
Por ejemplo, no se ha demostrado una relación causal entre la presencia de madera y el aumento de la incidencia de los incendios, e incluso se ha comprobado un mayor riesgo de incendio tras la retirada de la madera al generarse materiales inflamables como astillas y trozos de ramas finas.
El riesgo de plagas de insectos perforadores de la madera depende del tipo de perturbación. En el caso de los incendios forestales (la perturbación más común en España), los árboles quemados no son un sustrato para los insectos plaga, que se alimentan de árboles vivos pero debilitados, por lo que no se justifica la extracción generalizada de los árboles muertos.
Por último, los accidentes pueden evitarse adoptando medidas de seguridad como la tala de los árboles muertos en las zonas más visitadas o transitadas, o la realización de los trabajos de restauración cuando hay menos riesgo de caída de árboles.
En general, las investigaciones en el campo de la ecología dejan claro hoy día que la madera muerta es un elemento fundamental para el funcionamiento de los bosques, para promover su regeneración tras perturbaciones y para acelerar la recuperación de los servicios ecosistémicos que nos proveen. Por lo tanto, debemos cambiar las políticas de gestión de la madera muerta y permitir que toda o parte de ella permanezca en su sitio.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.