Perfil del ‘ofendidito’: así reacciona cuando quien habla no pertenece a su grupo
El autor de un libro sobre el humor afirma, en una presentación del mismo, que lo que hace que algo sea gracioso es el contexto. Después de una pausa, añade: hay cosas sobre los andaluces que tienen gracia cuando las dices con tus amigos, pero de las que no te reirías en público, cuando puede que te oiga algún andaluz. Es entonces cuando te das cuenta de que tú no formas parte de “los amigos”.
Esta historia, tomada (con alguna obvia modificación) del libro de Claudia Rankine Ciudadana (Pepitas, 2020) ilustra algunas de las sutilezas que se pierden cuando la libertad de expresión y la capacidad del lenguaje para ofender se convierten en el centro de la guerra cultural.
¿Es posible intervenir en la disputa entre “ofendiditos” y curtidos connaiseurs del humor? ¿De qué depende que algo nos parezca ofensivo? Los autores de este artículo, junto con nuestro colega Ivar Hannikainen, decidimos dedicar un estudio a esta pregunta. La mejor forma de intervenir en la guerra cultural es aportar evidencia que pueda iluminar las distintas posiciones en disputa. Cualquier debate se enriquece cuando conocemos mejor el fenómeno sobre el que discutimos. O eso pensamos nosotros.
¿Qué hace que algo nos parezca ofensivo?
Lanzamos en primer lugar un estudio en el que tratamos de determinar qué hace que algo nos parezca ofensivo: la intención, la reacción de quien recibe el mensaje o la identidad de quien habla. Encontramos que la identidad era el factor al que damos más peso, aunque a menudo no lo reconozcamos. En otras palabras: que algo nos parezca ofensivo depende muchas veces de quién esté hablando.
¡Estupendo! He aquí un resultado que puede ayudar a comprender mejor lo que tenemos delante, a elaborar mejores argumentos, tanto en un lado como en el otro. Entusiasmados con los resultados, cuando supimos que finalmente sería publicado, decidimos compartir nuestro estudio. Algunas de las reacciones nos dejaron sin habla.
En Twitter, Cory Clark, psicóloga social asociada con la Universidad de Pennsylvania, compartió nuestros resultados. “Evaluamos afirmaciones idénticas sobre un grupo como inaceptables y ofensivas cuando las afirmaciones las hace alguien que no pertenece al grupo… pero decimos que la pertenencia al grupo no influye en nuestras evaluaciones”. La descripción de nuestros resultados nos pareció muy acertada y celebramos que ofreciera algunos detalles más técnicos en los tuits que siguieron.
Sin embargo, algunas de las respuestas a este hilo nos sorprendieron: acusaban al estudio de estar sesgado, de estar específicamente diseñado para apoyar una posición (¡supuestamente nuestra posición!) dentro del debate acerca de la libertad de expresión y la ofensividad. Cory Clark había descrito sin más nuestros resultados y nuestros resultados eran de repente objeto de controversia; habíamos provocado exactamente lo contrario de lo que queríamos obtener.
Pronto descubrimos que Cory Clark era la autora de un artículo acerca de las ventajas evolutivas de hacerse la víctima. El artículo, de obvias connotaciones, estaba publicado en Quillette, un medio en el que es frecuente encontrar posiciones asociadas con el movimiento de la derecha alternativa norteamericana. Nuestro estudio mostraba, para ella, lo absurdo que es ofenderse simplemente por el hecho de que alguien no pertenece a nuestro grupo.
Lo que nosotros decíamos, en la boca de alguien con una identidad distinta, era de repente una afirmación ofensiva. Se había convertido en un arma más para uno de los lados de la guerra cultural. Para algunos, quizás con razón, habíamos dejado de formar parte de “los amigos”. ¿Cómo había ocurrido esto? ¿Qué podíamos hacer?
Quién habla es crucial
Solo la primera pregunta era sencilla. Había ocurrido exactamente lo que concluíamos en nuestro estudio: quién habla es un factor crucial para que algo sea evaluado como ofensivo. La segunda pregunta era mucho más complicada. ¿Qué hacer cuando algo que confirma nuestra hipótesis nos sitúa como agresores en un conflicto?
A falta de que se nos ocurriera algo más ingenioso, decidimos hacer un nuevo estudio. En esta ocasión, nos preguntamos directamente si conservadores y liberales perciben la ofensividad de manera diferente. ¿Se vuelven ofensivas nuestras palabras porque Cory Clark está situada ideológicamente en la derecha? ¿Depende la ofensividad de la ideología de quien habla? ¿Qué pasa con la ideología de quienes reciben el mensaje?
En este estudio controlamos el efecto de la orientación ideológica de quien habla, su intención y la ideología para la cual la afirmación es potencialmente ofensiva. Encontramos que las personas del grupo ideológico opuesto nos resultan más ofensivas que las del propio grupo cuando la afirmación es potencialmente ofensiva hacia lo que nos importa. En otras palabras: que una afirmación sobre una cuestión que nos concierne nos parezca ofensiva depende muchas veces de la ideología de quien esté hablando, no de la nuestra. Cuando algo nos afecta, la identidad de quien habla puede determinar que el mensaje nos parezca ofensivo. Esto les pasa por igual a progresistas y a conservadores.
Ni conservadores ni progresistas
Nuestras afirmaciones abstractas son con frecuencia incongruentes con nuestros juicios y comportamientos concretos (ver por ejemplo 1, 2). La izquierda y la derecha no parecen dar la misma importancia a la libertad de expresión irrestricta (Pew Research 2016, 2021). Sin embargo, esto no se traduce en una diferencia cuando juzgamos acerca de algo concreto. Ni conservadores ni progresistas reconocen en abstracto que la identidad de quien habla de hecho determina cuándo algo nos parece ofensivo, especialmente cuando esto afecta a cuestiones que nos importan.
En boca de Cory Clark, los resultados de nuestro primer estudio parecían apoyar la idea de que es ridículo que nos ofendamos ante un mensaje solo porque quienes hablan pertenecen al otro grupo. Los resultados de nuestro segundo estudio nos permiten mirar a esta cuestión desde una perspectiva diferente. Si es ridículo ofenderse ante un mismo mensaje solo cuando viene de la otra parte, entonces conservadores y progresistas somos igualmente ridículos. Especialmente cuando la cuestión en discusión nos importa. Ser un “ofendidito” o un curtido connaiseur del humor es, como sospechábamos, solo cuestión de contexto.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.