'Vacaciones por derecho'
A las puertas de la segunda gran recesión económica del siglo XXI, muchas familias suspiran, mascarilla en boca, por revivir momentos pasados donde reinaba la «vieja normalidad», la «normalidad de toda la vida». Tenemos la sensación de que han pasado varios lustros, pero no hace demasiados meses vivíamos y planeábamos sin la presión añadida de un posible contagio o de un inminente confinamiento. ¡Quién nos iba a decir el 31 de diciembre de 2019, a pocas horas de iniciar el nuevo año, el escenario distópico en el que se iba a convertir 2020!
Más allá del problema sanitario -un problema monumental-, la situación económica de muchos españoles ha empeorado notablemente. Mientras los ahorros de quien los tuviera se han consumido para aguantar el tirón durante el cierre obligatorio de los «servicios no esenciales», otros se rascan el bolsillo y hacen malabares para hacer frente a los pagos que están por venir
Más allá del problema sanitario -un problema monumental-, la situación económica de muchos españoles ha empeorado notablemente. Mientras los ahorros de quien los tuviera se han consumido para aguantar el tirón durante el cierre obligatorio de los «servicios no esenciales», otros se rascan el bolsillo y hacen malabares para hacer frente a los pagos que están por venir.
La situación se presenta endiablada, ¿pero acaso antes estaba mucho mejor? Según la encuesta del Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre condiciones de vida en 2019, un 40 % de los españoles no podía sufragarse unas vacaciones fuera de su localidad. En el caso de los jóvenes, el porcentaje se situaba por encima del 45 %. Con pandemia o sin ella, disfrutar de unos días de descanso es un lujo imposible para casi la mitad de nuestros compatriotas. Están quienes como José Domingo Ampuero, a la sazón ejecutivo en la multinacional Viscofan y miembro de la asociación representativa del empresariado español CEOE, nos lo recuerda: «Este año las vacaciones debe tomarlas el que pueda y cuando pueda». ¡Vaya novedad! Quizás su antiguo jefe de marras, el Sr. Díaz Ferrán, desempolve su fórmula después de su paso por prisión para ayudarnos a superar la crisis en ciernes, «trabajar más y ganar menos», o algo parecido.
En cualquier caso, si este verano tiene algo de novedad, es la incorporación del gel hidroalcohólico a los objetos que, como las llaves o el teléfono móvil, cogemos cada vez que salimos a la calle. Las familias trabajadoras siguen disfrutando los rigores de la canícula en sus pequeñas viviendas; los jóvenes en desempleo sueñan con veranear en las playas que, machaconamente, aparecen en televisión; los jubilados estiran cada euro de su ridícula pensión para superar el mes, y de paso, ayudar a sus familiares en apuros. Nada nuevo bajo el sol.
Las conquistas logradas se dieron por consolidadas. Pero, a falta de vigilancia y por un exceso de confianza en los gobernantes políticos y económicos, lo que un día se transformó en un derecho, en la actualidad se considera un privilegio
Hubo un tiempo pasado en el que, cuando las vacaciones eran poco menos que una utopía en la cabeza de los soñadores y la jornada laboral superaba con creces las doce horas, grupos de valientes hombres y mujeres pelearon con esfuerzo para reclamar un reparto más justo del tiempo de trabajo y de la riqueza. Sus peticiones eran claras y sencillas: ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas para el ocio. Gracias a su persistente lucha, durante algunas décadas una parte importante de nuestro pueblo pudo viajar, disfrutar y desconectar de su rutina laboral durante unas semanas al año. Las conquistas logradas se dieron por consolidadas. Pero, a falta de vigilancia y por un exceso de confianza en los gobernantes políticos y económicos, lo que un día se transformó en un derecho, en la actualidad se considera un privilegio.
Durante el confinamiento, sin embargo, contemplamos con perplejidad quiénes encabezaban las manifestaciones. Eran, precisamente, aquellos que tienen más que garantizado su derecho al descanso vacacional pero no quieren someterse a la disciplina ciudadana que impone el combate al virus. Pareciera que las tornas han cambiado. A la vista de las caceroladas y protestas, cualquiera podría pensar que hay más necesidades en los «barrios bien» de nuestras ciudades que en aquellos lugares donde habitan quienes ni siquiera pueden viajar a la playa una semana al año. Difícilmente veremos a estos patriotas de hojalata, bautizados satíricamente como «cayetanos», sacar sus utensilios de cocina y sus relucientes banderas para exigir al gobierno de turno unas vacaciones dignas para cualquier español.
El verano terminará, los turistas volverán a sus hogares y, con suerte, el número de contagios no habrá crecido demasiado. Entonces, a los de siempre les tocará hacer balance y replantearse sus próximas vacaciones. En nuestras manos está que estas no se conviertan en un sueño de una noche de verano.
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