El futuro que espera a Sierra Nevada: menos nieve, más torrencial y menos duradera
Menos nevadas, más torrenciales pero menos persistentes. Y menos agua para los pantanos de Canales, Quéntar y Rules. Es lo que le espera a Sierra Nevada y Granada en las próximas décadas por el cambio climático.
Así lo recoge la tesis doctoral de la investigadora María José Pérez Palazón, del Grupo de Dinámica Fluvial e Hidrología de la Universidad de Córdoba y perteneciente al Instituto Interuniversitario de Investigación del Sistema Tierra de Andalucía, ubicado en Granada.
Su investigación, 'Análisis de tendencias en los flujos de agua y energía de la capa de nieve a diversas escalas en Sierra Nevada', repasa cómo han evolucionado las precipitaciones y temperaturas en Sierra Nevada desde 1961 hasta ahora y, lo que es más importante, analiza cuáles son las tendencias futuras a lo largo de este siglo, según los escenarios de emisiones previstos por el IPCC (panel intergubernamental de cambio climático). Y los resultados no son nada halagüeños, tal y como avanzaban las últimas investigaciones del Observatorio de Cambio Global de Sierra Nevada.
Un 21% menos de nieve
Según las proyecciones de la científica, realizadas hasta el año 2100, Sierra Nevada tendrá "una disminución global de precipitación anual en forma de nieve, con una tendencia significativa que oscila entre 0,21 y 0,55 mm/año", según se frenen las emisiones de CO2 a la atmósfera o continúen como hasta ahora.
En el conjunto de Sierra Nevada, la nieve pasará de 76,6 litros/m2 de promedio anual a 60,3 de media en el intervalo proyectado en la investigación, 2006-2100, lo que supone una reducción superior al 21%. Pero ese descenso de las precipitaciones de nieve variará según la zona. El área más oriental y árida del macizo, la parte almeriense, que se corresponde con la cuenca del río Andarax, registró unas precipitaciones medias de 36,6 litros/m2 por año entre 1961 y 2015. Y esa cantidad se quedará en 15,7 litros de promedio en este siglo, es decir, perderá la mitad de su ya escasa nieve en las próximas décadas.
El descenso paulatino de nevadas no es, sin embargo, la única consecuencia del cambio climático, ni quizá la más grave. Habrá años con más nieve de lo normal y otros con menos, con tendencia general a la baja, eso sí. Pero lo más significativo es la modificación del régimen de precipitaciones, que se están haciendo más torrenciales. “El mayor impacto del clima en el régimen de nevadas se refleja en su carácter torrencial, con una disminución en el número de días con nevadas y un aumento significativo en la intensidad media global de nevadas en ambos escenarios (descenso o no de emisiones)”, destaca la investigadora en su tesis.
La torrencialidad de las precipitaciones la hemos visto ya en los últmos meses con las trombas de agua en el litoral Mediterráneo que causaron riadas con víctimas mortales y graves daños materiales. Lo vimos también hace unas semanas con la nevada caída en la Sierra de Huétor, que cortó la A-92 durante más de 30 horas. Nevadas intensas aunque efímeras.
"El análisis conjunto de la torrencialidad media y el número de días consecutivos sin precipitación permite concluir que los eventos de precipitación total y en particular de nieve se están concentrando en determinadas épocas del año. Esto implica un impacto directo en el régimen hidrológico". Esa mayor torrencialidad “puede tener un impacto relevante en el régimen fluvial, que actualmente se caracteriza por flujos no perennes, junto con la ocurrencia de eventos de crecidas repentinas”, indica la investigadora, que observa "un aumento de la intensidad en zonas de cotas intermedias y un decrecimiento de la intensidad en las cumbres".
Mantos de nieve poco duraderos
"En cuanto a la estacionalidad, se ha observado cómo las primeras precipitaciones del año y las últimas antes del periodo estival se están adelantando en cuanto a fecha se refiere, lo cual traduce en periodos secos más largos en otoño y en primavera, con implicaciones para el régimen hidrológico. Este análisis en la precipitación en forma de nieve muestra cómo las primeras nevadas también tienden al retraso en las regiones con predominancia de nieve, lo que retrasa su acumulación inicial y afecta potencialmente al régimen de variables de estado de la capa de nieve como el espesor y la densidad; asimismo, las nevadas de primavera tienden a retrasarse lo cual genera su ocurrencia en periodos con aumento de temperatura y, con ello, mantos de nieve poco duraderos en relación a su ocurrencia más próxima al invierno", explica la investigación.
De esta forma, la acumulación invernal se ve retrasada y la mayor parte del volumen de nieve pasa del mes de enero a finales de febrero, explica la científica en su tesis, con temperaturas cada vez más altas.
Todo eso lo estamos viendo, precisamente, en esta temporada. Nevadas escasas y torrenciales, que se van pronto. La Sierra de Huétor, tras cubrirse de nieve en enero, se quedó sin nada en apenas dos días. La estación de esquí de fondo del Puerto de la Ragua, a 2.000 metros de altitud, cerró el pasado jueves por falta de nieve. Sus pistas apenas han podido abrirse esta temporada dos o tres fines de semana y de forma parcial. Y Sierra Nevada cada vez tene que recurrir más a los cañones de nieve artificial y a maquinaria especializada para consolidar y distribuir las escasas nevadas recibidas.
Esa torrencialidad y concentración de nevadas en cada vez menos días, unido al aumento de temperaturas, esta incrementando otro fenómeno que preocupa mucho los científicos y que pone de manifesto la investigación de María José Pérez Palazón: la sublimación de la nieve, es decir, la evaporación de la nieve sin pasar por el estado líquido, directamente a la atmósfera. La capa de nieve se hace menos persistente al caer de forma torrencial y, al haber un constante incremento de temperaturas, se evapora antes de convertirse en agua, con lo que se pierden recursos hídricos.
Menos agua en los embalses
Esta sublimación trae asociada "una pérdida continuada del volumen de agua de nieve que se aporta de forma directa a los recursos hídricos superficiales y subterráneos. Todo ello plantea la necesidad urgente de avanzar en la planificación de estrategias de alerta temprana y adaptación a los escenarios futuros”, advierte la tesis.
Porque no hay que olvidar que Sierra Nevada es la gran despensa de agua de Granada y su área metropolitana, que surte con su deshielo los embalses de Canales, Quéntar y Rules. Y el aumento de la sublimación, junto al descenso de precipitaciones, disminuirá la aportación de agua a ríos y acuíferos, al pasar la nieve -cada vez más escasa- directamente a la atmósfera en forma de vapor de agua.
La científica recuerda que, en cualquier caso, las proyecciones climáticas “no son pronósticos, sino más bien diferentes caminos probables a largo plazo que pueden seguir las variables climáticas, ya que están impulsadas por la dinámica a largo plazo del sistema de circulación global en la Tierra bajo diferentes escenarios de emisión”.