Rosa Berbel, la madurez que se esconde tras las voces de las niñas
A través de sus letras, logramos conectar con una intimidad femenina profundamente generacional, en donde la madurez no nace de una imitación de las mecánicas usadas por otras escritoras predecesoras, sino de un intenso reconocimiento del lenguaje propio y de los sistemas comunicativos creados por la juventud
Los elementos más reseñables para la crítica, acerca de la voz poética de Rosa Berbel, son su inesquivable madurez y su presencia como mujer, palpable en la gran mayoría de sus poemas. Pero la poesía de la sevillana va más allá. A través de sus letras, logramos conectar con una intimidad femenina profundamente generacional, en donde la madurez no nace de una imitación de las mecánicas usadas por otras escritoras predecesoras, sino de un intenso reconocimiento del lenguaje propio y de los sistemas comunicativos creados por la juventud. La frescura en la poesía de Rosa Berbel nos abre las puertas a un imaginario absolutamente genuino y personal, al mismo tiempo que compartido y colectivo. Rosa Berbel consigue dar voz, a través de sus versos, a muchas de las inquietudes, deseos y necesidades de su generación.
Así lo demuestra en uno de sus poemas titulado Manual de supervivencia para salir del nido, en donde parece ofrecer a su lectora diez consejos para encarar la vida:
1. Hablar más de la cuenta. La calidad
sucede en la abundancia.
Cuídate del silencio de los otros.
2. Acumular tarjetas de visita
como valiosos restos arqueológicos.
Nunca sabes qué pueden revelarte.
3. No perdonar jamás a quien olvida
tus fechas importantes.
No acumules amores sin memoria.
(No olvidar este punto).
4. No simular congoja ni tristeza
cuando olvides las fechas importantes.
No acumules amores rencorosos.
5. Al menos una vez cada dos meses,
redescubrir objetos olvidados.
¿Sigue siendo posible, todavía,
la ilusión fantasmal de los descubrimientos?
6. No olvidar tus orígenes.
Escarba, si es preciso, la tierra de los parques
con manos de urbanita.
7. Mantener intachables los prejuicios.
Las cosas suelen ser, salvo excepciones,
igual que parecían.
8. Cuidar la superficie.
Líbrate de quien teme las fachadas.
El interior real de las cosas reales
provoca claustrofobia.
9. No tener nunca ganas de marcharse.
Decir adiós es triste y es mentira.
10. Dejar que entre la luz.
Deja que entre la luz
y te despierte.
Y, al mismo tiempo, Rosa Berbel comparte con lectoras y lectores terrores colectivos. Incertidumbres comunes, experimentadas por todas aquellas que tememos al futuro, cuando nos vemos reflejadas en las caras de nuestras madres. Así lo plasma en su poema titulado Planes de futuro
Tenemos cuarenta años y un trabajo que odiamos
que nos hace pagar las facturas,
llegar a fin de mes,
tener eso que llaman dignidad
y que se siente igual que la tristeza.
Tenemos un trabajo y un piso en la playa,
pero ante el mar soñamos
un milagro:
nuestra ropa en la arena como entonces
y quedarnos así a la intemperie, uno
enfrente del otro,
con toda la extrañeza de los cuerpos desnudos,
con esta luz precaria,
con un amor que existe y no nos basta.
Tenemos cuarenta años y dos hijos que corren,
que gritan y que lloran
porque la arena está demasiado caliente,
porque nosotros discutimos,
porque no hay nada aquí que nos divierta.
Tenemos casa, hijos y demasiado miedo
a la muerte, a los contratos temporales,
como la gente normal, miedos
de gente feliz, miedos felices,
como este insomnio dulce de los días
antiguos o esta nostalgia común
y rutinaria.
Tenemos cuarenta años y un país que no nos nombra,
no cogemos aviones
porque hemos olvidado
cómo decir te quiero en otras lenguas,
la violencia del viaje,
cómo dormir tranquilos en hoteles lejanos
donde nadie nos llama por las noches.
Tenemos cuarenta años y una vida feliz
feliz sin contratiempos,
una vida segura,
equilibrada.
Pero después del amor, de la rutina,
la propiedad privada y el verano,
la realidad regresa
inconformista.
Para abrir esta nueva serie de diálogos poéticos con jóvenes escritores, conocer mejor a Rosa y comprender su obra desde sus propias palabras, nos hemos reunido para charlar con ella.
–Últimamente, estamos asistiendo al nacimiento de multitud de nuevas voces en el campo de la escritura española. El éxito de Andrea Abreu (1995) con Panza de burro, Elizabeth Duval (2000) con su novela de autoficción Reina y, en el universo poético, hace solo unos días que María Domínguez del Castillo (1997), ganó el Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande, ¿a qué crees que se debe este despliegue?
'Sí que creo que, desde el ámbito periodístico, hay un hincapié muy visible en crear una especie de mitología particular asociada a la juventud, que a ratos me emociona y a ratos me parece algo perversa'
─Los jóvenes siempre han creado a lo largo de la historia. En el ámbito de la poesía, hay muchos ejemplos significativos de poetas que han publicado muy jóvenes y después han tenido una trayectoria muy ambiciosa. No creo que sea algo novedoso, tampoco algo que haga necesariamente mejores o peores las creaciones, sino una coyuntura más para el análisis de los textos que en mi opinión no es demasiado relevante. Sí que creo que, desde el ámbito periodístico, hay un hincapié muy visible en crear una especie de mitología particular asociada a la juventud, que a ratos me emociona y a ratos me parece algo perversa. Quizá estos esfuerzos hace veinte o treinta años no fueran tan comunes. Sea como sea, me alegro y creo que es una buena noticia que existan tantos jóvenes contando sus historias y compartiendo sus creaciones, aunque debemos también replantearnos si los discursos que se proyectan sobre nosotros son siempre los más favorables.
–¿Piensas que las redes sociales o las nuevas herramientas digitales tienen algo que ver con esto?
─Son una herramienta de difusión muy válida y permiten sobre todo crear redes de afinidades, de afecto y de solidaridad no solo a partir de la escritura, sino también de la lectura y otro tipo de intercambios culturales. Eso favorece siempre la creación. En otros momentos históricos, estos vínculos estaban muy condicionados por el espacio físico, por los grandes focos culturales como Madrid o Barcelona, y ahora no es imprescindible esa situación para crear redes sólidas y muy productivas. Diría que incluso el saberse en periferia, o deslocalizados de algún modo, fortalece las creaciones. En este sentido, las redes sociales están permitiendo ampliar todas estas relaciones y permitirnos acceder a formas de crear muy alejadas de nuestro territorio. Incluso problematizando todo lo que pudiéramos problematizar de las redes sociales, que es mucho, creo que son un buen vehículo para encontrar al otro lado a un receptor distinto y para generar espacios de creación algo más al margen de los grandes centros de poder.
–En relación con esta última pregunta, ¿consideras que desde los medios tradicionales, como la televisión, la radio, la prensa escrita... se está tratando de manera correcta vuestra presencia?
'Hay que revisar y repensar la forma en la que se divulgan ciertos discursos sobre nosotros, porque parecen una manera de validarnos o legitimarnos desde posiciones de poder, con la homogeneización, el reduccionismo y la violencia que ello implica'
─Hay un esfuerzo, quiero pensar que bienintencionado, en poner el foco en la juventud, pero dudo que esté puesto de la forma más correcta. Estos gestos llevan también implícita una relación de poder, en el sentido en que son profundamente verticales y parten del paternalismo y la condescendencia hacia las creaciones jóvenes. Hay que revisar y repensar la forma en la que se divulgan ciertos discursos sobre nosotros, porque parecen una manera de validarnos o legitimarnos desde posiciones de poder, con la homogeneización, el reduccionismo y la violencia que ello implica. La intención puede ser buena, y celebro que lo que creamos los jóvenes sea tenido en cuenta o relevante de algún modo, pero el gesto de dar voz supone en sí mismo una relación de poder y una concesión muy vertical al otro.
–¿Sientes que esta infantilización, o incluso desinterés con respecto a vosotros, se debe a que, en la mayoría de las ocasiones, no tenéis todavía una amplia trayectoria profesional que os avale, como sí sucede con escritores más mayores?
─Esto parte de una condescendencia general, que desborda el ámbito de la creación, y que se manifiesta en actitudes abiertamente paternalistas o infantilizadoras. Incluso cuando se hace desde el elogio, siempre lleva implícita una jerarquía muy peligrosa. Supongo que generalmente una mayor trayectoria implica también mayor edad, pero conozco a autoras que rondan los treinta años, que llevan ya mucho tiempo dedicándose a la escritura, y también con ellas son visibles estos gestos. Desde luego la edad es una variable muy sujeta a este tipo de relaciones de poder, pero también el género o la clase e incluso el territorio, ejes que van más allá de tu trayectoria y que te convierten igualmente en el blanco de estas violencias. Aunque definitivamente cuanto menor es tu trayectoria y cuanto más nuevo seas en esto más se alían todos estos factores para hacerte aún más vulnerable y para que el trato sea más desigual.
'Sí que reconozco algunas tensiones comunes, motivos recurrentes atravesados por lo histórico y lo generacional, también formas más habituales que otras, pero me quedo con que nuestras poéticas son en sus posibilidades muy distintas'
–Continuando con el tema de la generación, ¿existe una estética o una narrativa común en la llamada poesía joven?
─Diría que se pueden trazar algunas líneas de fuga pero, por lo general, somos bastante heterogéneos. A diferencia de otros momentos, diría que actualmente no existen dos o tres tendencias hegemónicas, sino que hay una mayor pluralidad y una diversidad muy interesante. Sí que reconozco algunas tensiones comunes, motivos recurrentes atravesados por lo histórico y lo generacional, también formas más habituales que otras, pero me quedo con que nuestras poéticas son en sus posibilidades muy distintas, también debido a que Internet y las redes sociales nos han permitido tener referentes muy diversos y beber de fuentes muy distantes entre sí.
–Y en el caso de tu poesía en concreto, ¿cuál fue tu primer impulso para comenzar a escribir poesía, de dónde surgió ese deseo?
─En la adolescencia empecé a escribir sobre todo en prosa. Luego descubrí la poesía y por el momento vital se convirtió para mí en un vehículo muy útil para la expresión emocional y una especie de autoconocimiento sentimental. Siento que este proceso es bastante común, esto de entrar a la poesía como a un territorio muy vinculado con lo sentimental y lo emocional, y de una forma u otra siempre volvemos a estas consideraciones aunque sea para oponernos a ellas. Luego fui explorando nuevas formas de expresión desvinculadas de lo estrictamente confesional y empecé a leer otras cosas más allá de las lecturas obligatorias del instituto, que son un poco limitantes para quien empieza a interesarse por la poesía. A partir de ahí fui descubriendo otras formas de enfrentar la creación poética y me di cuenta de que el poema era mucho más elástico de lo que yo creía al principio.
'Muchas veces tendemos a considerar, supongo que por el peso que tienen los premios de poesía en España, que es el único camino para ser leído. Pero realmente hay muchos otros caminos y muchas formas de hacerse hueco, que no pasan por esas formas de legitimación tradicionales e institucionales'
–Sin duda, tu experiencia como participante en concursos y certaménes poéticos ha sido un éxito, ¿animarías a otros jóvenes escritores a hacerlo también o recomendarías otras opciones?
─Mi experiencia con ellos ha sido muy buena y creo que es un buen escaparate para dar a conocer tu obra y para llegar a ciertos receptores, a los que quizá costaría más llegar de otro modo. Son una buena puerta de acceso, pero no son la única. Si tuviera que dar un consejo a alguien, le diría que no se obsesione lo más mínimo con que este es el único camino, o el camino adecuado. Hay otras muchas formas de publicar y de llegar a las editoriales. Incluso se puede publicar y llegar a los lectores desafiando todo este tipo de cauces editoriales tradicionales, que es una actitud que creo que se ha perdido últimamente, de tan obsesionados que estamos con la idea totalmente fantasmagórica del prestigio. Muchas veces tendemos a considerar, supongo que por el peso que tienen los premios de poesía en España, que es el único camino para ser leído. Pero realmente hay muchos otros caminos y muchas formas de hacerse hueco, que no pasan por esas formas de legitimación tradicionales e institucionales.
–Me interesa preguntarte sobre tu proceso de selección de las temáticas que rodean tu obra, ya que es de lo que más destaca la crítica. ¿Es un suceso natural y espontáneo o sueles rumiar durante mucho tiempo las ideas, antes de plasmarlas en un poema?
─Es complicado escapar de este imperativo temático. Es cierto que muchas veces al sentarnos a escribir sentimos la necesidad de tener que trabajar a partir de temas o de unos motivos muy concretos y dados de antemano. En mi caso, la temática no es tanto un punto de partida como de llegada. A la hora de escribir, prefiero partir de tonos o de ritmos o incluso de imágenes no interpretables desde lo temático. A posteriori, una vez que ya he escrito el poema, sí que es posible analizar una serie de temas. Supongo que es algo más espontáneo, no es algo que me obsesione como presupuesto. Más bien, todas esas cosas están en mi cabeza y cuando estoy escribiendo, siempre llego hasta ellas, pero intento esquivarlo como paso previo.
'No sé lo que es la escritura femenina, ni creo que haya una escritura masculina y otra femenina. Cada vez lo sé menos. Creo que el género, por muy ficticio y performativo que sea, sigue siendo una experiencia que atraviesa nuestra vida cotidiana'
–Uno de los motivos que más destaca en tu obra es la experiencia femenina. ¿Existe una escritura femenina? ¿O estos términos binarios de lo femenino y masculino, ya están obsoletos para las nuevas generaciones de escritores?
─No sé lo que es la escritura femenina, ni creo que haya una escritura masculina y otra femenina. Cada vez lo sé menos. Creo que el género, por muy ficticio y performativo que sea, sigue siendo una experiencia que atraviesa nuestra vida cotidiana. Incluso aunque tengamos estas ideas muy incorporadas y problematizadas, sigue siendo una realidad que condiciona en gran medida cómo nos situamos en el mundo y cómo nos relacionamos. Pero eso no quiere decir que haya una experiencia universal femenina, ni una única forma de vivir el género. Sí que, aun siendo posiciones estratégicas, atraviesan toda nuestra experiencia y nuestros poemas, no de una manera explícita como podemos pensar a veces, pero sí que están ahí, por debajo.
'Me preocupan muchísimo todas las ideas absolutamente reaccionarias sobre el género que escucho desde ciertos sectores, pero a pesar de eso creo que mi generación avanza hacia un futuro en el que los géneros están, cuando menos, repensados, problematizados y desbordados'
Cuando he escrito a partir de esto siempre he tratado de abordar el género de la forma más compleja posible. Nunca he querido hablar de una única forma de vivir el género, ni proyectar una única forma de ser mujer. Muchas veces la crítica ha elogiado mi libro como capaz de universalizar la experiencia femenina o algo así, pero esto estaba muy lejos de mi intención, cuando no directamente en conflicto con mi intención. De hecho, uno de los esfuerzos a la hora de escribir el libro era evidenciar que la experiencia femenina es contradictoria en sí misma, tiene tensiones irreconciliables. Conviven muchas cosas en el espacio de eso que llaman “ser mujer” o “socializar como mujer”. Me preocupan muchísimo todas las ideas absolutamente reaccionarias sobre el género que escucho desde ciertos sectores, pero a pesar de eso creo que mi generación avanza hacia un futuro en el que los géneros están, cuando menos, repensados, problematizados y desbordados. Entendidos como identidades que no son, necesariamente, estancas, ni productoras de experiencias únicas, sino que son formas de vivir en sociedad y de relacionarnos con los otros muy diversas, cambiantes y muy plurales.
–Una coincidencia que siempre me ha parecido muy curiosa entre las nuevas voces de la poesía española, es que muchas compartís, o habéis compartido en algún punto, a Granada como escenario común en vuestras vidas, ¿crees que esta ciudad tiene cierta influencia que anima a la escritura?
─El espacio y el lugar que habitamos, la forma en que lo compartimos con los otros, están siempre muy presentes en lo que escribimos y en nuestra forma de escribir. Así que, en ese sentido, es muy significativo que hayamos creado aquí en Granada lazos tan sólidos y productivos de afinidades. Estoy lejos de esa visión esencialista que piensa que Granada tiene un aire genuinamente poético, pero desde luego es una ciudad muy connotada poéticamente, con una tradición que pocas veces deja de pesarnos. Hay, o había antes de la pandemia, una infraestructura cultural muy interesante y estimulante. Diría que la apuesta por la poesía, tanto institucional como más en los márgenes, es muy fuerte.
'Creo que no debemos circunscribir nuestra forma de crear sólo a lo local, el presente nos brinda, para bien o para mal, la oportunidad de deslocalizar nuestra creación y también nuestras identidades, y debemos aprovecharnos de ello para fomentar las conexiones que tenemos con creadores que viven en muchas otras zonas'
También se han dado una serie de casualidades que han provocado que ahora mismo haya tantos creadores en Granada, hay un componente considerable de aleatoriedad. Hemos coincidido aquí, pero podríamos no haberlo hecho, porque nuestra relación con el territorio es hoy muy distinta a como lo era hace pocas décadas. De todas formas, creo que no debemos circunscribir nuestra forma de crear sólo a lo local, el presente nos brinda, para bien o para mal, la oportunidad de deslocalizar nuestra creación y también nuestras identidades, y debemos aprovecharnos de ello para fomentar las conexiones que tenemos con creadores que viven en muchas otras zonas.
–¿Y qué influencia crees que tiene la ciudad de Granada en tu propia poesía?
─Aunque no sea una referencia muy explícita o habitual o no sea capaz de decodificarla de forma muy consciente, sí que está ahí. Diría que mi poesía tiene mucho poso de la tradición poética granadina y, en general, de la andaluza, e incluso a veces por dinámicas de oposición o confrontación con la historia literaria, que son aún más interesantes. Como niña que ha crecido en Andalucía y cuyas primeras lecturas fueron los grandes nombres masculinos de la Generación del 27 considero muy difícil escapar de ciertas ideas de la poesía muy situadas en el sur. Y todos estos años en Granada me han servido para profundizar en esa herencia.
'Como niña que ha crecido en Andalucía y cuyas primeras lecturas fueron los grandes nombres masculinos de la Generación del 27 considero muy difícil escapar de ciertas ideas de la poesía muy situadas en el sur. Y todos estos años en Granada me han servido para profundizar en esa herencia'
–¿Podrías decir cuál es tu libro favorito? ¿Y el último que has leído?
─No sé si tengo un libro favorito... Voy a decir uno que me gusta mucho, que es La edad de la inocencia de Edith Wharton, en el que he pensado mucho últimamente. Y el último que leí y me gustó fue Los Argonautas de Maggie Nelson, para darle una vuelta a la pregunta de antes sobre los géneros.
–Y, para finalizar, ¿alguna recomendación poética de autores jóvenes?
─Me interesa mucho lo que escribe Ismael Ramos, un autor gallego que tiene un libro excelente titulado Lumes y publicado posteriormente en castellano en La Bella Varsovia como Fuegos.