El régimen había hecho de la tortura todo un deleznable 'arte'

En la boca del “Lobo”: las torturas psicológicas y físicas en las comisarías granadinas (I)

Ciudadanía - Alfonso Martínez Foronda - Sábado, 11 de Junio de 2022
Alfonso Martínez Foronda nos ofrece la primera parte de una extraordinaria y necesaria investigación, muy bien documentada, sobre las torturas en las comisarías de Granada a opositores a la dictadura en los últimos años del franquismo, con detalles escaofriantes que sufrieron los que lucharon por las libertades, que hoy disfrutamos.
Imagen de una de las celdas de la Comisaría de Los Lobos en 2010. Las celdas ocupan espacios que iban desde los 1.50 por 2 metros y la mayor, desde los 1.50 por 3 metros.
Alfonso Martínez Foronda
Imagen de una de las celdas de la Comisaría de Los Lobos en 2010. Las celdas ocupan espacios que iban desde los 1.50 por 2 metros y la mayor, desde los 1.50 por 3 metros.

La policía granadina formaba parte de la Tercera Brigada Regional de Investigación Social (BPS), adscrita a la Jefatura Superior de Policía de la Región de Andalucía Oriental, con sede en Granada, en la calle Duquesa. Eran conocidos como “La Secreta”. Estudiantes y obreros granadinos recuerdan los nombres de Francisco González Huertas, alias “Don Paco” o “El Jirafa" –era el más conocido porque hacía gala de su crueldad-; de Miguel Guisado Ladrón de Guevara –que, junto a “El Jirafa” fue de los más odiados-, Francisco Casado Ortiz, Antonio Esteban Molinos, Francisco Fernández Sánchez, “El Licenciado”, José Hernández Rodríguez, José García Quiles, entre otros. Y todos ellos tenían como epicentro la Comisaría de Los Lobos (calle Duquesa), aunque también había otras comisarías que se usaban, excepcionalmente, cuando se producían redadas masivas: la del Albayzín (donde durante mucho tiempo y en la posguerra reinó el famoso torturador conocido como “El Sargento Colomera”), la de la calle Navas o la del Zaidín.

Entre la militancia antifranquista se conocía la brutalidad de “El Jirafa”, pero también de la frialdad de Guisado. De éste último algunos decían que casi era preferible caer en manos del destartalado, brutal y narigudo Huertas, que del siniestro, suave y sonriente Guisado”

Entre la militancia antifranquista se conocía la brutalidad de “El Jirafa”, pero también de la frialdad de Guisado. De éste último algunos decían que casi era preferible caer en manos del destartalado, brutal y narigudo Huertas, que del siniestro, suave y sonriente Guisado”. (Nadal, 2006: 304 y 308); ya en una carta enviada a la Pirenaica con motivo de las detenciones de 204 comunistas granadinos en 1961 se dice que Guisado que: “Ha usado todos los procedimientos, desde zancadillear a sus inmediatos, hasta dar confidencias de su superior; y desde luego no ha dudado de perseguir a los demócratas…, sin causa que lo justifique. Se vanagloria de ser confidente, inquisidor y oportunista”. (AHPCE, Caja 183/6).

Un militante granadino del PCE, que firma como R.,  envía el 20 de febrero de 1964 una información a Radio España Independiente (REI) sobre un famoso torturador de la BPS granadina. (Hemos borrado el nombre del mismo, para preservar su identidad). AHPCE. Cartas a la REI. Carpeta 183/6.

La policía secreta trataba de detener sin testigos en la madrugada y en los domicilios particulares, pero también en cualquier momento del día y en cualquier lugar en función de las necesidades. Cuando se actuaba en un Estado de Excepción, la BPS tenía completa impunidad tanto para la detención como para el interrogatorio porque, en la práctica, desaparecía el “habeas corpus”. En este caso la BPS entraba a las bravas en los domicilios, detenía a discreción sin orden judicial y hacía el registro oportuno sin más miramientos, llevándose detenidos a quienes considerara. En algunos casos no tenían el mayor rubor para fabricar pruebas falsas de propaganda e, incluso, de armas y explosivos para acusar a los detenidos de “terroristas”.  

Tras  la identificación oportuna, se procedía en muchos casos al registro policial, pero la mayoría de los militantes antifranquistas solían tener la precaución de no tener documentos comprometedores

Tras  la identificación oportuna, se procedía en muchos casos al registro policial, pero la mayoría de los militantes antifranquistas solían tener la precaución de no tener documentos comprometedores. La intensidad del registro y la actitud que la policía adoptaba dependía de cada momento. Así, si en el Estado de Excepción de 1969 en Granada la actitud de la BPS fue más relajada, en el de 1970, en general, fue más virulenta, porque en el primero se trataba sólo de retirar de la circulación a unos pocos jovencitos estudiantes “hijos de papá” y, en la segunda, de detener a peligrosos “comunistas”, sobre todo obreros. Cuando se producía un registro a fondo, solían cargar con todo lo que había, sin discernimiento, llenando cajas de papeles que luego investigaban en la comisaría. En fin, tras la recogida de datos en comisaría, los detenidos pasaban a los calabozos a la espera de los interrogatorios, relatados muchos de ellos como experiencias verdaderamente traumáticas por la inyección de violencia que los funcionarios del régimen franquista aplicaban en sus acciones.

Escalera para bajar a las celdas en la Comisaría de Los Lobos. Foto de Alfonso Martínez Foronda.
Sobre una pared de la Comisaría de Los Lobos, medidas para tomar la foto a los detenidos. Foto de Alfonso Martínez Foronda.
Aspecto que presentaba la Comisaría de Los Lobos en 2010 cuando se hicieron estas fotografías por Alfonso Martínez Foronda.

No puede hacerse, sin embargo, una imagen fija de los mismos, porque no todos tuvieron el mismo nivel de intensidad o violencia y, además, hay que tener en cuenta en qué momentos se producen las detenciones y, sobre todo, si se tenía o no una militancia en una organización ilegal. En este caso, todo podía ser más violento.

La tortura se había convertido nada menos que en una disciplina que se estudiaba en los cursos de ascenso para los suboficiales de la Guardia Civil

Las torturas físicas y psicológicas contra los militantes antifranquistas serán una constante del régimen, desde su nacimiento. El régimen había hecho de la tortura todo un arte. La tortura se había convertido nada menos que en una disciplina que se estudiaba en los cursos de ascenso para los suboficiales de la Guardia Civil. El documento hecho en la posguerra y aflorado por el investigador Sánchez Tostado, titulado “Fases de una investigación”, tiene uno de sus capítulos dedicados al estudio de la tortura “física” y “mental”. A lo largo de sus páginas se enumeran los métodos “científicos” que había que aplicar para hacer del detenido un remedo de ser humano, llevarlo a sus límites últimos para que, en último caso, terminara confesando sus delitos. No se escamotean las más terribles técnicas de tortura física (arrancar las uñas de pies y manos o rotura de huesos, las palizas lisa y llanamente, la alimentación deficiente, no dejarlo dormir, la ingesta de drogas, la tortura del agua y un largo etcétera), en un paseo nauseabundo hacia la destrucción del ser humano. (Sánchez Tostado, 2001: 423-424). 

Aparato de toma de huellas dactilares encontrado en la Comisaría de Los Lobos. Foto de Alfonso Martínez Foronda.

Métodos, en fin,  utilizados con la finalidad de causar daño a los detenidos, desde descargas eléctricas a sumergirle la cabeza en un recipiente con agua repetidas veces hasta dejarlo exhausto

Métodos, en fin,  utilizados con la finalidad de causar daño a los detenidos, desde descargas eléctricas a sumergirle la cabeza en un recipiente con agua repetidas veces hasta dejarlo exhausto –método conocido como ‹‹la bañera››-; los consabidos vergajazos, puñetazos, patadas y bofetadas; pegarles con toallas mojadas en todo el cuerpo, especialmente en los genitales, ya que de esta manera se conseguía un máximo dolor y no aparecían hematomas, ni marcas. Desde luego la tortura de los años sesenta y setenta presentará una intensidad menor que la de las dos décadas posteriores al fin de la Guerra Civil, pero aún así seguía siendo la principal fuente de información policial. Por ello, los partidos de la oposición, especialmente los de significación comunista, seguían formulando en sus cuadernos de formación política aspectos importantes para combatir a la policía.

Porque de lo que se trataba no era tanto de resistencia física, sino fundamentalmente psicológica

La “buena moral” comunista establecía prototipos de actuación, una especie de “pundonor comunista”, basado en determinados mitos como el de los dirigentes Simón Sánchez Montero o Julián Grimau que resistieron al tormento desde su firmeza y moral. Porque de lo que se trataba no era tanto de resistencia física, sino fundamentalmente psicológica. Por ello, lo contrario, “la debilidad”, producía no sólo un perjuicio a la organización, sino que, sobre todo, era un triunfo de la policía, amén de que “ninguna tortura es comparable a la que se experimenta en la propia conciencia cuando se ha sido débil ante el enemigo”. Como norma general, había que negarlo todo y, en último extremo, reconocer sólo la responsabilidad individual cuando de un dirigente se trataba porque, de lo contrario, caería en una actitud “vergonzante”. Eso era sobre el sufrido papel, pero si bien hubo actitudes heroicas, otras respondieron a situaciones que sólo conocen quienes las padecieron y, además, ¿quién puede juzgar la “debilidad”?

Pasillo lateral y aspecto de las celdas de la Comisaría de Los Lobos en 2010. Las celdas ocupan espacios que van desde los 1.50 por 2 metros y la mayor, desde los 1.50 por 3 metros. Fotos de Alfonso Martínez Foronda.

Hay que tener en cuenta un aspecto que nos parece importante, porque para muchos de aquellos jóvenes cargados de ilusiones y deseos de acabar con las injusticias y con la dictadura, una posible delación o saber que él o ella habían sido los causantes de la caída de otros compañeros o compañeras destruía su posible proyección de “héroe” y lo colocaba en una situación de normalidad, al tiempo que desencadenaba un sentimiento de culpa que desembocaba, en muchas ocasiones, en su propio auto-castigo y, por tanto, en una negación de ellos mismos y de los valores que habían portado antes de entrar por la puerta de la comisaría.

El próximo sábado, En la boca del “Lobo”: las torturas psicológicas en las comisarías granadinas (II)

Alfonso Martínez Foronda. Licenciado en Filosofía y Letras, profesor de Secundaria e históricamente vinculado al sindicato CCOO, en el que ocupó distintas responsabilidades, como investigador ha profundizado en el movimiento obrero y estudiantil.

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