Lo nuevo de IDLES demuestra que al punk es mejor no darle demasiadas vueltas
Una de las cosas maravillosas de la música es la cantidad de emociones diferentes que puede despertar. Se puede disfrutar de canciones tristes y alegres, complejas y simples, delicadas y brutales. Por no hablar de todos los puntos intermedios. Por eso hay tantísimos géneros, porque no buscamos lo mismo en todo momento: a veces quiero perderme en las armonías más cálidas y optimistas del indie folk, otras quiero deleitarme en la compenetración musical y la profundidad espiritual de una gran banda de jazz; en otras ocasiones quiero que una cantautora me ayude a explorar los matices de la tristeza, mientras que hay veces en que quiero un poco de R&B sexy y directo. Y hay veces que simplemente quiero que me vuelen la cabeza tocando fuerte y a toda hostia.
Generalmente, para esta última necesidad, viene muy bien el punk. Un género sencillo en sus formas, extremo en su sonido y directo en sus mensajes: el tipo de música que escuchar cuando quieres un chute de adrenalina, una liberación de energía
Generalmente, para esta última necesidad, viene muy bien el punk. Un género sencillo en sus formas, extremo en su sonido y directo en sus mensajes: el tipo de música que escuchar cuando quieres un chute de adrenalina, una liberación de energía. Se trata además de un género con una dilatada historia de compromiso político, desde la participación en iniciativas antiracistas y antifascistas de “el único grupo que importa”, The Clash, hasta las ácidas sátiras de los Dead Kennedys, pasando por los mensajes feministas y anticonsumistas de The Slits. La forzosa simplicidad antes mencionada obligó pronto a una evolución musical en muchas direcciones distintas, desde algunas aún más extremas como el hardcore a otras más melódicas, pero siempre que haya un grupo que toque con pasión y convicción, podrá afirmarse aquello de que el punk no ha muerto.
IDLES han sido la más reciente constatación de la vigencia de este lema. Los de Bristol sacudieron a crítica y público por igual con sus dos primeros álbumes, Brutalism (2017) y Joy as an Act of Resistance (2018). En particular este segundo LP nos dejó boquiabiertos a más de uno: una obra maestra del ruidismo intencionado, con un estupendo maridaje de decibelios y saber hacer compositivo. Canciones tan bien construidas como “Colossus” o “Samaritans”, aderezadas con estribillos tan pegadizos como los de “I'm Scum” o “Danny Nedelko” y con momentos de ensordecedor deleite como “Rottweiler”, arropaban sus directos mensajes políticos. Lo tenían todo. La práctica totalidad de los aficionados al rock extremo en sus muy diversas formas esperaban como agua de mayo la continuación. Pero da la impresión de que esta expectación ha jugado en contra de la banda, pues Ultra Mono, su atronador tercer LP, ha sido recibido con tibieza y decepción.
Parece que a IDLES les han molestado las críticas que los acusan de superficiales, de usar lemas vacíos, de apropiarse de la voz de la clase obrera. En dos ocasiones las letras de Talbot se refieren, irónicamente, a ese uso (¿intencionado?) de clichés que tan mal parece sentar a sus detractoreS
No es difícil detectar el problema: en un género tan visceral, lo que peor le puede sentar a la música es que sus autores (o sus oyentes) piensen demasiado. Parece que a IDLES les han molestado las críticas que los acusan de superficiales, de usar lemas vacíos, de apropiarse de la voz de la clase obrera. En dos ocasiones las letras de Talbot se refieren, irónicamente, a ese uso (¿intencionado?) de clichés que tan mal parece sentar a sus detractores. Pero la cuestión es que al hacer este guiño postmoderno a su público, Talbot de hecho llama la atención sobre el contenido de sus letras. El resultado no es muy favorecedor. Primero, porque la sensación que dan es de inseguridad, de que les duele lo que se ha dicho de ellos porque hasta cierto punto creen que es verdad, lo que queda fatal cuando justamente su mensaje pretende ser que hay que pasar de los haters. Este sí que es un cliché de nuestros tiempos que resulta cansino, lo empleen raperos mediocres o punkarras izquierdistas.
Segundo, porque hay varias ocasiones en que las letras ni siquiera tienen una mínima coherencia: no se entiende la historia que se cuenta o el mensaje que se quiere transmitir. Es el caso de “A Hymn”, la única canción calmada del disco, una cuasi-balada post punk cuya guitarra aguda e insistente recuerda a “Maps”, de los Yeah Yeah Yeahs. La melancolía que desprende la música se refleja en una interpretación vocal realmente emotiva de Talbot, un gran cambio de registro que no termina, sin embargo, de funcionar, porque no se sabe sobre qué demonios está cantando. “Anxiety”, por su parte, no acierta a decir nada como conjunto, ya que las distintas partes de su letra no parecen guardar ninguna relación. Para más inri, es la peor composición del álbum, sin un solo rasgo memorable. Incluso cuando evitan uno de esos dos problemas, las letras son un punto flaco: “Model Village” se entiende perfectamente (es un retrato sarcástico y una impugnación de la mentalidad cerrada de los pequeños pueblos de Inglaterra), pero cansa en su repetición obsesiva de las mismas ideas en frases cortas acabadas en la palabra “village”, llegando a ser algo irritante a pesar de contar con uno de los mejores instrumentales del disco.
Eso sí que hay que reconocerlo: el disco tiene un sonido espectacular, potentísimo, y en su segunda mitad hay varias canciones cuya presentación es arriesgada e interesante
No es casualidad que los cortes más redondos sean “Danke”, que casi no tiene letra y la que tiene está tomada de “True Love Will Find You in the End”, de Daniel Johnston, y “War”, compuesta por el grupo en apenas cinco minutos. Si nos fijamos en esta última, no es que la letra sea brillante ni mucho menos. De hecho es una tontería, una concatenación de onomatopeyas de distintas armas explicadas después por Talbot (“Wa-ching, esto es una espada. Bang, esto es una pistola”, y así.) Pero da igual: es una tontería surgida de forma orgánica y que encaja en el sonido y en el concepto de la canción. Ese concepto, el de la guerra al mismo tiempo como hecho literal y como metáfora del conflicto interno, se apoya en una gran producción para terminar de convencer, con esos sonidos de ataques aéreos o ese efecto en la batería que hace que suene como una ametralladora. Eso sí que hay que reconocerlo: el disco tiene un sonido espectacular, potentísimo, y en su segunda mitad hay varias canciones cuya presentación es arriesgada e interesante.
No es la producción el problema, no: lo otro que le falta al disco son estribillos más inspirados. Ninguno es tan inmediato como, digamos, “Great”, de Joy as an Act of Resistance. Por ejemplo, el rollo Mr. Wonderful de “Mr. Motivator” sería más gracioso si la melodía fuera más pegadiza, pero así las cosas no te saca ni una sonrisa. En pocas palabras: las canciones no desprenden esa alegría que abanderaban como forma de resistencia, lo que lleva a que sus arengas suenen toscas. “Ne touche pas moi” tiene un mensaje estupendo: dirigiéndose a los tíos demasiado agresivos que molestan a otra gente, especialmente mujeres, en los pogos de sus conciertos, Talbot y Jehnny Beth de Savages insisten en que cada persona tiene su espacio personal y en que el consentimiento es esencial (literalmente gritan “Consent!” cinco veces seguidas). Pero la canción es predecible y sosa y eso le quita la gracia, lo que hace más fácil fijarse en lo poco elaborado o fino que es el contenido.
Al no contar con composiciones más sólidas, los experimentos en los que se embarcan en la segunda mitad del disco se desperdician. El sonido inspirado en el techno y el enloquecido toque de saxo en “Reigns” no disimulan que apenas hay canción por detrás
Del mismo modo, al no contar con composiciones más sólidas, los experimentos en los que se embarcan en la segunda mitad del disco se desperdician. El sonido inspirado en el techno y el enloquecido toque de saxo en “Reigns” no disimulan que apenas hay canción por detrás; el atronador sonido de “The Lover”, que pretende evocar el “wall of sound” de Phil Spector, se pierde en un desarrollo mediocre y una letra inane; etc. Es una verdadera pena, porque para un grupo que ha alcanzado una cima compositiva como la de su anterior LP dentro de los estrictos parámetros del punk, encontrar maneras imaginativas de variar su fórmula sin dejar de sonar a sí mismos es esencial para evolucionar artísticamente. Pero si hay algo que demuestra este disco es que el punk, sea más o menos “puro”, funciona cuando no le das muchas vueltas. A IDLES les iba mejor ser directos y superficiales que ponerse a intentar dar una profundidad irónica a su música. Esperemos que aprendan esa lección de cara al futuro.
Puntuación: 6.3/10
Si quieres escucharlo, pincha en el siguiente enlace: IDLES – Ultra Mono