Phoebe Bridgers describe el apocalipsis con tristeza e ironía

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 5 de Agosto de 2020
Phoebe Bridgers – 'Punisher'
Portada de 'Punisher', de Phoebe Bridgers.
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Portada de 'Punisher', de Phoebe Bridgers.

Hace unos meses os contaba, al hilo de haber escuchado el último disco de Waxahatchee, que mi lista de música pendiente de escuchar es inabordable y que, por ello, siempre hay artistas de cuyos trabajos soy consciente, pero a los que no llego a darles una oportunidad. Sin embargo, pasa el tiempo, sacan nuevo disco y, por lo que sea, esta vez sí me animo a oírlo. Eso me había pasado con la cantautora de Alabama, con tan mala suerte, sin embargo, que su St. Cloud me decepcionó bastante. Aquella crítica la despedí con un deseo: “esta vez no pudo ser: a ver si el siguiente descubrimiento me engancha”. Puedo confirmar ahora que mi deseo se ha cumplido y con creces.

Dentro de esa colección innumerable de música por escuchar, soy consciente de que un lugar importante lo ocupan cantautoras anglosajonas jóvenes. En los últimos cuatro o cinco años han entrado de golpe en escena muchas voces de mujeres nacidas en los noventa que han recibido grandes elogios críticos

Por poner un poco en contexto: dentro de esa colección innumerable de música por escuchar, soy consciente de que un lugar importante lo ocupan cantautoras anglosajonas jóvenes. En los últimos cuatro o cinco años han entrado de golpe en escena muchas voces de mujeres nacidas en los noventa que han recibido grandes elogios críticos. Sin embargo, hasta el día de hoy aún no he escuchado a muchas de ellas con la debida atención. Lo que me resultaba más frustrante era que ninguna de las que había llegado a escuchar me habían enganchado: el indie rock simplón de Snail Mail me aburre, el idiosincrático descaro de Stella Donnelly tiene su gracia pero no está del todo maduro artísticamente (aún), y qué decir del country poco inspirado de Waxahatchee que no haya dicho ya.

Me alegra poder decir que ya no es el caso. Phoebe Bridgers, nacida y criada en Los Ángeles, cumplirá 26 años este mismo mes. Se hizo un hueco en el mundillo indie con su debut, Stranger in the Alps (2017), para a continuación asociarse con otras dos cantautoras de su generación que estaban haciendo mucho ruido: Lucy Dacus y Julien Baker. Juntas formaron el supergrupo boygenius y lanzaron un EP homónimo en 2018 que fortaleció aún más la reputación de todas ellas como compositoras de canciones tristes y precisas. Por último, el año pasado Phoebe cumplió el sueño de cualquier fan y formó otro supergrupo con Conor Oberst, de sus admirados Bright Eyes. El disco resultante, titulado como el grupo, Better Oblivion Community Center (2019), gustó también bastante; y sin embargo, nunca llegué a escucharlo, al igual que me había pasado con sus anteriores proyectos. Seguía el desarrollo de su carrera a cierta distancia, sin llegar a dar el paso de acercarme a su música. Pero una vez ha llegado este segundo disco en solitario, Punisher, y sobre todo tras escuchar el triunfal single “Kyoto”, sentí que no me quedaba más remedio.

No me arrepiento en absoluto. Eso sí, no es por las razones que esperaba al escuchar “Kyoto”. Este medio tiempo de indie rock explota en un estribillo glorioso con unos fantásticos arreglos de trompeta, pero como se descubre en cuanto prestas atención a la letra, esto no es más que un señuelo. La canción trata sobre la incapacidad de Bridgers de disfrutar de tocar en Japón, donde siempre había querido ir y sin embargo acabó sintiéndose despersonalizada; y, enlazado con esto, aborda también su conflictiva relación con su padre, al que ha descrito como un maltratador “de manual” (“I don’t forgive you/… I wanted to see the world through your eyes until it happened/Then I changed my mind”, canta en el segundo estribillo). Explican la propia Phoebe y su equipo que “Kyoto” empezó siendo una balada, como casi todas sus canciones, pero después fue transformada en este himno precisamente para dar un contrapunto al resto de cortes del álbum: lentas, perceptivas y emotivas exploraciones de la ansiedad que acompaña al fin del mundo a cámara lenta que experimenta nuestra generación.

“Punisher” es un excelente ejemplo. Se trata en esencia de un sentido homenaje a uno de sus artistas favoritos, Elliott Smith, cuya influencia en su música es tan patente que ella misma se describe como una “copycat killer”, uno de esos imitadores de los asesinos en serie

“Punisher” es un excelente ejemplo. Se trata en esencia de un sentido homenaje a uno de sus artistas favoritos, Elliott Smith, cuya influencia en su música es tan patente que ella misma se describe como una “copycat killer”, uno de esos imitadores de los asesinos en serie. Esa misma franqueza desarmante la lleva a declarar que, si hubiera llegado a conocer a Smith, seguramente habría sido uno de esos fans locuaces que dan la tabarra a sus ídolos hasta desesperarlos; a disculparse ante los fans que se lo han hecho a ella por no ser suficientemente educada con ellos (“I swear I'm not angry, that's just my face”); y a reconocer que a veces va a las tiendas de su barrio en mitad de la noche y drogada porque “I love a good place to hide in plain sight”. Todo esto en mitad de una atmósfera onírica y densa creada con sintetizadores, efectos varios y la voz doblada y distorsionada de Phoebe.

Varios cortes versan sobre relaciones agónicas y visiblemente tóxicas, como “Halloween” (en la cual figura la voz de Conor Oberst), “Moon Song” y “Savior Complex”. Todas ellas, incluso las menos redondas, dejan frases o giros melódicos indelebles: la yuxtaposición brutal de “Always surprised by what I do for love/Some things I never expect/They killed a fan down by the stadium/Was only visiting, they beat him to death”; la descarnada claudicación de “You couldn't have stuck your tongue down the throat of somebody who loves you more”; el destructivo quid pro quo de “All the bad dreams that you hide/Show me yours, I'll show you mine”. La vulnerabilidad de Bridgers no está reñida con su apatía, como muestra “I See You”: confiesa que “lleva haciéndose la muerta toda la vida” pero admite al mismo tiempo que “siente algo” cuando ve a la persona para la que escribe la canción, su expareja y batería de su banda, mientras una instrumentación compleja, entre orquestal y rockera, transmite la urgencia de esta contradictoria declaración de amor.

Así pues, posiblemente la mayor virtud del disco sea la naturalidad con la que se mueve entre la intimidad y la épica, entre la realidad y el sueño. “Garden Song”, la preciosa canción inicial, describe con delicadeza y algo parecido a optimismo recuerdos de adolescencia, sueños recurrentes y escenas surrealistas que, sin embargo, le sucedieron de verdad: “The doctor put her hands over my liver/She told me my resentment's getting smaller”. Al mismo tiempo, no se corta en insinuar que mataría a un nazi para usarlo como abono del jardín al que refiere el título. En “Chinese Satellite”, confiesa su incapacidad para creer en lo sobrenatural y su frustración ante este hecho, su deseo de que hubiera un significado oculto en la vida o un misterio que se le resiste en lugar de la nada, mientras unos arreglos de cuerda y una banda de rock bañada en eco acompañan su voz en un clímax abrumador.

Por si algo le faltara al álbum, termina de forma inmejorable. Después de la dulce balada country “Graceland Too”, con unas bellísimas armonías vocales con sus compañeras de boygenius (sin duda voy a escuchar su EP), “I Know The End” cierra subiendo la intensidad y llevando el tono apocalíptico al extremo. Tras unos primeros compases similares a otras canciones del disco, en los que comenta una vez más cómo nunca está satisfecha con lo que está haciendo (cuando está de gira quiere volver a casa, cuando está en casa no puede esperar a salir de nuevo de viaje), un crescendo con arreglos orquestales evoca el indie folk barroco de Beirut o del Illinois de Sufjan Stevens, mientras un coro de voces anuncian, literalmente, el fin del mundo. Entonces el tono se oscurece, la batería y las guitarras se vuelven más afiladas y contundentes y podemos oír a la propia Bridgers chillando a voz en grito. Se desata el pandemónium hasta que la música se diluye y solo queda Phoebe, exhalando entre risas, y después silencio.

El disco funciona a todos los niveles. Como colección de canciones está al nivel del cancionero de cualquiera de los grandes compositores a los que tanto admira. Como producto unificado, es un éxito rotundo: Bridgers, Tony Berg y Ethan Gruska, el equipo de producción autodenominado “el Trilema”, consiguen que salga bien todo lo que se proponen, incluso las ideas más audaces o aparentemente peregrinas. El impacto emocional de Punisher es difícil de olvidar. Después de escucharlo, me parece ridículo no haberme acercado a ella antes. Sin duda, Phoebe Bridgers ha llegado a mi vida para quedarse. Y, me aventuro a decir, a la de todos los que tengáis el buen criterio de prestarle oídos.

Puntuación: 9/10

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com