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Artículo de opinión por Agustín Martínez

'Tancredo Bonilla'

Política - Agustín Martínez - Jueves, 23 de Octubre de 2025
Agustín Martínez analiza en este artículo de opinión la respuesta del Gobierno de Juan Manuel Moreno al escándalo provocado por los fallos en los cribados del cáncer de mama.
Juan Manuel Moreno preside la toma de posesión de Antonio Sanz.
Junta de Andalucía
Juan Manuel Moreno preside la toma de posesión de Antonio Sanz.

Ha sido cortarse la coleta Morante de la Puebla y que Juan Manuel Moreno Bonilla, ferviente admirador y receptor de los brindis del “maestro”, haya perdido el oremus y pase de caminar plácidamente sobre las aguas políticas sureñas, a verse envuelto en el peor tsunami imaginable: el de la sanidad andaluza, el mismo que hace siete años le costó la presidencia su antecesora Susana Díaz y que ahora parece haber congelado la sonrisa de Juan Manuel y le está dejando cual Don Tancredo, inmóvil ante el morlaco de la crisis sanitaria, no sabemos si porque no sabe, porque no puede, o porque no quiere solucionarla.

En su intento desesperado por abrir un cortafuegos que le salve, Juan Manuel nombraba consejero de Salud a Antonio Sanz, un político “profesional” desde que tenía 15 años, con la misma idea de la gestión sanitaria que yo de física cuántica. No parece que el nombramiento le esté sirviendo de mucho, porque los primeros pasos sanitarios del nuevo consejero están siendo un auténtico desastre.

El Gobierno de Juanma Moreno vive instalado en el permanente simulacro: anuncios grandilocuentes, campañas de imagen y una maquinaria propagandística que pretende tapar con titulares lo que ya es inocultable -el hundimiento progresivo del sistema público de salud andaluz-. Pero hay momentos en los que ni el marketing ni las notas de prensa pueden maquillar la realidad

Y así, el Gobierno de Juanma Moreno vive instalado en el permanente simulacro: anuncios grandilocuentes, campañas de imagen y una maquinaria propagandística que pretende tapar con titulares lo que ya es inocultable -el hundimiento progresivo del sistema público de salud andaluz-. Pero hay momentos en los que ni el marketing ni las notas de prensa pueden maquillar la realidad. El caos en el cribado del cáncer de mama ha sido uno de ellos. Una grieta moral que ha dejado ver, sin filtros, el rostro más cruel de una gestión política que ha hecho del disimulo su seña de identidad.

Durante meses, miles de mujeres andaluzas han vivido con la angustia de no saber si los resultados de sus mamografías eran normales, dudosos o preocupantes. No por negligencia médica, sino por un colapso administrativo y técnico que el propio Servicio Andaluz de Salud conocía y decidió ocultar. En lugar de transparencia y disculpas, la Junta ha optado por el silencio, la opacidad y la vergonzosa ocultación de expedientes. Ningún gobierno digno puede esconder información tan sensible. Hacerlo es vulnerar no solo el derecho a la salud, sino también la confianza más elemental entre los ciudadanos y sus instituciones.

Y cuando la verdad empezó a abrirse paso, el recién nombrado consejero de Salud, con una torpeza política impropia incluso de un debutante, se permitió el lujo de reprochar a las mujeres afectadas que no tergiversaran y desprestigiaran el sistema. Como si denunciar una deficiencia fuera un acto de traición. Como si exigir seguridad y dignidad fuera una amenaza para la imagen del SAS. Esa frase, pronunciada con paternalismo y desdén, resume a la perfección el espíritu de un Gobierno más preocupado por el prestigio del cartel que por el bienestar de las personas.

Para compensar el escándalo, el Ejecutivo de Moreno tiró del manual habitual: una cortina de humo en forma de anuncio milagroso. Más de mil contrataciones en la sanidad pública andaluza, se proclamó con fanfarria, como si el problema fuera de números y no de condiciones. Lo saben perfectamente: en el actual contexto de precariedad, fuga de talento y desmoralización generalizada del personal sanitario, esas plazas son poco más que un brindis al sol. Nadie quiere venir a un sistema donde se exige heroísmo a cambio de sueldos congelados, plantillas agotadas y recursos menguantes.

Porque sí, mientras el Gobierno presume de “responsabilidad económica”, congela el salario de los funcionarios -incluidos los sanitarios- para dedicar esos fondos a “afrontar la crisis sanitaria”. Es decir: la misma crisis que ellos mismos han provocado con años de recortes, privatizaciones encubiertas y desmantelamiento de la atención primaria. Congelar salarios no es un gesto de responsabilidad, sino un castigo a quienes sostienen lo poco que queda en pie.

Lo verdaderamente obsceno es que esta austeridad impuesta no se aplica a todos por igual

Lo verdaderamente obsceno es que esta austeridad impuesta no se aplica a todos por igual. Moreno Bonilla mantiene intacta su política fiscal de rebajas selectivas para las rentas más altas, esas que apenas pisan un centro de salud público. Mientras el médico de familia no da abasto y las listas de espera se multiplican, los beneficiarios de las desgravaciones patrimoniales brindan por el “modelo andaluz de gestión”. Un modelo que ha convertido la equidad en eslogan y la desigualdad en norma.

El presidente andaluz, siempre envuelto en su tono amable y su impostada moderación, se ha revelado como un gestor que confunde el liderazgo con la propaganda. Su Gobierno no escucha, no corrige, no pide perdón. Prefiere culpar a los profesionales, a los medios o incluso a las propias pacientes antes que asumir una sola responsabilidad. Y lo hace porque sabe que el daño político se mide en titulares, no en sufrimiento humano.

Pero la indignación social crece. No hay manera de edulcorar la realidad cuando lo que está en juego es la vida. Las mujeres que esperan un diagnóstico no necesitan notas de prensa, sino resultados y confianza. Los sanitarios no quieren promesas vacías, sino condiciones dignas. Y los ciudadanos, en general, ya no soportan más que se les trate como figurantes en una escenografía de cartón piedra.

El caso del cribado del cáncer de mama no es un error puntual: es el reflejo exacto de una forma de gobernar basada en el maquillaje y la complacencia. La sanidad andaluza se ha convertido en el espejo roto de un poder que se mira en él sin reconocerse. Y cuando un Gobierno pierde la capacidad de avergonzarse, ya ha perdido mucho más que la credibilidad: ha perdido la decencia.