El Trato Andaluz.
Artículo de Opinión por Agustín Martínez

Feliz Navidad

Política - Agustín Martínez - Jueves, 25 de Diciembre de 2025
Una felicitación de Navidad de Agustín Martínez, con derechos y conciencia. No dejes de leerla.
Árbol navideño en una calle del área metropolitana.
IndeGranada
Árbol navideño en una calle del área metropolitana.

Ha querido el calendario que esta columna, que tan amablemente leen ustedes cada jueves, coincida con el día de Navidad, probablemente la jornada más especial del año para la inmensa mayoría de todos nosotros, lo cual me brinda la oportunidad de felicitarles muy especialmente desde estas líneas

En Navidad solemos felicitarnos por lo de siempre: el reencuentro con nuestros seres queridos, la mesa llena, el calor de los nuestros, la tregua amable que el calendario concede al ruido del mundo. Y está bien hacerlo. Pero quizá este año convenga felicitarnos por todo aquello de lo que disfrutamos como si siempre lo hubiéramos tenido, o como si todo el mundo pudiera disfrutar de ello. Y no es así.

Felicidades por algo más profundo y menos obvio: por el privilegio colectivo de tener derecho a unas fiestas. Sí, a disponer de un tiempo propio que no dependa de la benevolencia de un patrón, sino de la conquista social de una jornada laboral limitada -35 horas semanales que aún parecen una utopía para millones de trabajadores- y de unas vacaciones pagadas que no se descuentan de la dignidad.

No hay mejor brindis navideño que el de saber que una cama de un hospital público no cotiza en el IBEX 35

Felicitarnos porque existe el derecho a parar para vivir, para cuidar y para pensar. Porque además tenemos derecho a la huelga cuando esos mismos derechos se ponen en cuestión, aunque a algunos les incomode que el ruido de los piquetes interrumpa sus comodidades. Felicitarnos por una sanidad pública que, con todos sus desgarros y sus listas de espera, sigue siendo la muralla que impide que una enfermedad grave arruine una vida entera. No hay mejor brindis navideño que el de saber que una cama de un hospital público no cotiza en el IBEX 35.

También es motivo para felicitarnos la educación pública que abre puertas a quienes antes solo encontraban muros. Ese ascensor social que permite que el talento y el esfuerzo no dependan de una herencia ni de una hipoteca para enviar a nuestros hijos a la universidad, sino simplemente del talento y del esfuerzo. Felicitarnos porque todavía en este país, la educación pública no se considere como un gasto, sino como la promesa de que las condiciones en las que uno nace no dicten para siempre el lugar donde uno termina.

Podemos igualmente festejar que disfrutemos de un seguro de desempleo y un ingreso mínimo vital que permiten a quienes pierden su trabajo poder sobrevivir con dignidad mientras encuentran una nueva forma de ganarse la vida, sin que estar en el paro suponga caer en la indigencia; esta noche también podemos celebrar que vivamos en una sociedad que se ha dotado de un salario mínimo interprofesional que nos garantiza unos ingresos suficientes como para hacer frente a nuestras necesidades básicas sin quedar al albur de la explotación pura y dura por quienes siempre han estado acostumbrados a ser dueños de vidas y haciendas

Brindemos, igualmente, por una jubilación digna que no convierta nuestros últimos años en una carrera de supervivencia; por un sistema de dependencia que no obligue -como tantas veces ocurrió y aún ocurre- a que las mujeres tengan que abandonar sus empleos para sostener sobre sus espaldas el cuidado de los mayores. Por el derecho a una muerte digna cuando decidamos que la vida ha dejado de ser tal, porque también ahí se juega la libertad más íntima.

Y levantemos la copa por el matrimonio igualitario, que permite amar sin pedir perdón ni esconder la propia identidad, y por todas esas conquistas civiles que ampliaron la palabra “nosotros” hasta abarcar a quienes siempre habían sido relegados al margen. No son privilegios: son derechos. Y cada uno de ellos costó sangre, sudor y lágrimas a nuestros padres y abuelos, a generaciones que supieron que el futuro no se implora, sino que se pelea.

En mitad del resplandor de las luces y los villancicos, conviene recordar que nada de lo anterior está garantizado para siempre

Por eso, en mitad del resplandor de las luces y los villancicos, conviene recordar que nada de lo anterior está garantizado para siempre. Que hay quienes desprecian estas conquistas y las cuestionan sin rubor, como ya está ocurrido en Estados Unidos o, mucho más cerca, este mismo fin de semana en Extremadura. Los derechos -todos ellos- pueden dilapidarse a golpe de urna cuando confundimos la desafección con el olvido, o la rabia con el salto al vacío.

La Navidad no debería ser solo un ejercicio melancólico ni una postal con escarcha. Debería ser también una llamada a la memoria y a la responsabilidad. A mirar hacia atrás con gratitud y hacia adelante con firmeza. A entender que celebrar estas fiestas es, en gran medida, celebrar el camino recorrido por una sociedad que quiso ser más justa, más libre y más igualitaria.

Así que sí: Feliz Navidad a todos. Pero feliz Navidad, sobre todo, porque todavía podemos felicitarla con derechos, con conciencia y con esperanza. Que sepamos cuidarlos con el mismo esmero con que colocamos el belén o encendemos el árbol. Porque quizá el regalo más valioso de estas fechas no esté bajo ningún papel brillante, sino en la certeza de que lo que hoy damos por hecho fue, alguna vez, un sueño improbable. Y que depende de nosotros que no vuelva a serlo.