'¿Para qué los libros?'

En 2004 pregunté a un concejal de Cultura del PP granadino: «¿Cuáles son sus compositores favoritos?». Respondió con amplitud de oído: «Mozart y Julio Iglesias». Pero los tiempos están cambiando, que diría el viejo Bob, y hoy, más profesionalizados, dirían: «Rosalía y Julio Iglesias».
Ahora hay más escritores que lectores y más poetas que poesía y los buenos solo hablan entre ellos y de ellos. La poesía se ha convertido en un selfie. Hay cursos universitarios de escritura (imagínense, ¡licenciarse en escritura!). Y hay libros que se venden como churros y churros que se venden como libros. Juan del Val lo aclaró: «Gracias al Grupo Planeta por convertir la literatura en un acontecimiento popular». En su cruzada reveló a los diarios digitales 20Minutos y El Español su predilección «por la tortilla de patatas sin cebolla».
Yolanda Díaz entrega el Premio Planeta a Juan del Val.
Y sin embargo, pese a toda esa actividad, poco se ha escrito de importancia. Ya nadie cree que la literatura (o el arte) pueda cambiar el mundo. Nadie tiene que cumplir una misión sagrada. Excepto los políticos que combinan terror, comedia y fantasía: Juan Carlos de Borbón (Reconciliación), Emepunto Rajoy (El arte de gobernar), José María Aznar (El compromiso del poder), Pedro Sánchez (Tierra firme) y Moreno Bonilla (Manual de convivencia. La vía andaluza). Título esperpéntico solo equiparable al de Luis Rubiales (Matar a Rubiales) donde afirma haber sido defenestrado por «una campaña de la extrema izquierda». No sabemos qué o quién es “la extrema izquierda” pero, despejando la duda, a la presentación de Madrid asistió el presunto periodista Bertrand Ndongo que da la nota de color al fascismo de Vox y actuó de guardaespaldas de Rubiales. Al día siguiente, analizó la cuestión literaria Toni Cantó, exdirector de la Oficina del Español de Ayuso, participando en calidad de experto en nada en el programa Espejo público de Susanna Griso.
Toni Cantó analiza los huevazos a Luis Rubiales, durante la presentación de su libro, en 'Espejo Público'.
Es tal el nivel de estos libros que deberían guardarlos en una caja fuerte para que no caigan en manos de nadie.
Además, en España ha calado muy hondo la feroz campaña voceada por políticos y periodistas mentirosos de que nuestra cultura se reduce a cuatro famosos que viven del cuento, a personajes sin mérito que subsisten gracias a enormes subvenciones, que parece que hasta a los ministros del ramo les da vergüenza hablar de dinero. Por ejemplo: ¿qué pintaba Yolanda Díaz entregando los Planeta a Sonsoles Onega o a Juan del Val?. En realidad se le rendía pleitesía a la empresa, no al autor.
No ocurre lo mismo con el sector hostelero o el automovilístico. Ni tan siquiera con el deportivo, un campo en el que los políticos pueden hacer gala de su populismo. Ellos dicen que tienen la conciencia limpia: es cierto, no la han usado nunca.
Sin embargo, en el debate no hay un recuerdo para tantos trabajadores de salas de teatro que han perdido el trabajo, para el incierto futuro de los cines, de los locales de música, para las librerías, para todos los oficios que intervienen en la producción de un libro, de una obra de teatro, de una película, del mantenimiento de nuestros museos y salas de arte. Cada manifestación cultural frustrada envía al paro a un buen número de personas con pocas expectativas de reiniciar su trabajo. Esta sería la oportunidad de retomar aquel noble impulso de rescatar al país de su desarraigo cultural elevando a su vez el nivel educativo. Y ahí podrían arrimar el hombro los creadores. No hay cultura sin una buena educación básica. Este es el momento. Necesitamos un proyecto para mejorar el país. Muchos deberían aprender de la extraordinaria política cultural llevada a cabo en Euskadi y Navarra. Aunque también es cierto que algunos que quisieron traer luz fueron colgados de un farol.
Pero no se preocupen. Seamos optimistas. La diferencia entre un pesimista y un optimista es que el pesimista sostiene que todo es un horror, todo es un desastre, que las cosas no pueden ir peor. Y el optimista dice: «Sí, sí, claro que pueden ir peor».
Me decía Enrique Morente que el arte «no debe tener barreras, con libertad todo es posible. Lo que importa es el resultado artístico». Pero en solo dos años de gobiernos municipales de la derecha ha habido 25 casos de censura grave. Algo con lo que el poeta y dramaturgo fascista José María Pemán estaría encantado. Lo escribió en su obra de teatro de 1934, Cuando las Cortes de Cádiz: «¿Para qué esas libertades / que el pueblo nunca ha buscado? / Libertad siempre la hubo / para lo bueno y lo cristiano: / si quieren otra… es que quieren / libertad para lo malo».
Y es que en el arte no hay que confundir libertad con libertinaje: el libertinaje es mejor.

























