'Mujeres antifranquistas granadinas: Ana Ortega Serrano, una vida de compromiso social'
Ana nace en Jaén, en enero de 1950. Su padre, trabajador del campo; su madre, había sido enfermera. Había sido porque, al casarse, y por la famosa “ley marital” franquista, tuvo que dejar el trabajo y dedicarse a la familia.
Y es que la historia de su madre, que tanto la marcó, es peculiar, porque fue la persona que hizo todo lo contrario de lo que había querido en su vida. Mujer avanzada para su época, urbana, hija de un comerciante jiennense próspero en los años treinta del siglo pasado -tenía coche e incluso disfrutaban de vacaciones en la playa-, tuvo la desgracia de que su padre, el abuelo de Ana, murió en el famoso bombardeo de Jaén de 1937 y, desde entonces, la familia no levantó cabeza. Y, sin más recursos que su profesión de enfermera, al dejar de trabajar, tuvo que irse a vivir con su marido al campo, a la Casería El Palomo del pago del Zumbel, cerca de la capital jiennense. Ana ha comparado a su madre con la mujer del sastre de la película de La lengua de las mariposas. Ella, mujer abierta, se hundió en el campo, un lugar tremendamente conservador.
Muchos alumnos de Jaén, y entre ellos Ana, no sabían, entonces, que el propio Alfonso Sancho había sido alumno de francés del propio Antonio Machado en el Madrid de la II República, ni que el padre de Alfonso había sido un telegrafista republicano que, al finalizar la guerra, fue depurado y represaliado y desterrado en Jaén
Ana Ortega -y sus tres hermanos- pasarán su infancia en esa Casería y no podrán ir a la escuela. Los chicos, desde el principio, al campo, y ellas, dedicadas a la limpieza de la casa y a bordar. De hecho, Ana sigue siendo una excelente bordadora. Pero como la madre estuvo siempre preocupada por el futuro de las dos hijas, una hermana suya, monja -que se vino al campo porque había contraído una enfermedad pulmonar- será la que se encargue de enseñarles a leer y escribir. Luego, cuando venían a la capital algunas temporadas largas, su madre -cuya obsesión era que estudiaran una carrera para que fueran independientes económicamente- se ocupó de que otra familiar suya, una maestra que tampoco ejercía, les siguiera dando clases para que iniciaran el Bachillerato. Lo hará en el instituto femenino de Jaén donde conocerá, entre otros profesores, a Alfonso Sancho Sáez, un docente que ha dejado huella en muchos estudiantes jiennenses porque supo trasladar el amor por la literatura y por autores como Machado, Unamuno, Rosalía de Castro… Muchos alumnos de Jaén, y entre ellos Ana, no sabían, entonces, que el propio Alfonso Sancho había sido alumno de francés del propio Antonio Machado en el Madrid de la II República, ni que el padre de Alfonso había sido un telegrafista republicano que, al finalizar la guerra, fue depurado y represaliado y desterrado en Jaén. Y de ahí su presencia en Jaén y de ahí la sensibilidad de Sancho por Machado, aunque nunca dejó traslucir su republicanismo en esa tierra de olivos que, tras la guerra y por la fuerte represión franquista, fue una balsa de aceite. Ana, el 6º de Bachillerato, lo realiza en el Instituto Santa Catalina –“el femenino”- y en esos últimos años es cuando comienza a manifestar unas inquietudes sociales que la llevan a entrar en las Juventudes de Estudiantes Católicas (JEC).
Ana recuerda que “…cuando yo vi a aquella mujer en las pésimas condiciones en que vivía y que encima le regañaran, aquello me revolvió totalmente”
Pero su toma de conciencia social se la hicieron tomar, paradójicamente, “Las Hijas de María” porque todos los domingos, después de misa, iban a repartirles comida a las personas que vivían en los barrios pobres de las faldas del Castillo de Santa Catalina, como El Tomillo o La Magdalena. No se le olvidará el día que llegaron a una casa –por definirla de alguna manera- y la inquilina, una mujer mayor, no se le ocurrió más que decirles: ¿Na más que esto me traéis? Y las “Hijas de María” le dijeron de todo menos bonica. Ana recuerda que “…cuando yo vi a aquella mujer en las pésimas condiciones en que vivía y que encima le regañaran, aquello me revolvió totalmente”. Y, desde entonces, comprobó que la realidad no encaja normalmente con la caridad. Y es que la toma de conciencia suele ser la acumulación de experiencias que, al contrastarse con la realidad –esto se llama praxis-conforman la ideología. Pero ese era un camino que, durante el franquismo, y en no pocos casos, se transitaba entre hechos contradictorios. Uno de ellos, y decisivo, fue el encuentro con el padre Forner que tanta influencia tuvo, en lo positivo y en lo negativo, en no pocos luchadores antifranquistas que procedían de Jaén y recalaron, posteriormente, en Granada.
Pero en ese proceso contradictorio hubo algo positivo: les enseñó a analizar críticamente la realidad y se preocupó de que todos fueran estudiantes que debían estar bien formados. De ahí al compromiso social había un paso
El padre Forner fue un jesuita que impartía clases en el instituto masculino de Jaén desde mediados de los años sesenta y creará una comunidad con alumnos de ese centro, a los que se les unirán chicas del instituto femenino, algunas de ellas por relaciones de noviazgo con ellos. En ese grupo hay alumnos como Manolo Monereo Pérez, Francisco Menéndez Martos, Manuel Rodríguez Elvira, Jesús Florido, Manuel Peralta o los hermanos Pulido; y, entre las chicas, Juana García Ruiz, Lola Parras Chica, María José Robles Delgado, Chari Bueno o Ana Ortega Serrano, entre otras. Notar previamente que muchos de ellos serán protagonistas de la lucha antifranquista en Granada en los años siguientes. Forner, en fin, les inculcará la idea de que la cultura les haría libres o mantener una posición crítica respecto de lo que le rodea y hará, dentro de su labor apostólica, una lectura progresista de los evangelios. No obstante, mantendrá en lo político una posición netamente anticomunista –de rechazo visceral a toda ideología que niegue la existencia de Dios- y, en lo moral, defenderá, por ejemplo, el “matrimonio blanco”, negando de plano las relaciones sexuales, es decir, no se podía tener descendencia para poderse dedicarte plenamente a los demás para no “distraerse” con la familia. Para alguno de los que formaron esta comunidad, como Ana Ortega, los planteamientos del Padre Forner frisaban la secta porque, además, les exigía no comprar ropa, ir mal vestidos -paseaban por Jaén, literalmente, con un saco, con la consiguiente desaprobación familiar-, prohibición de pintarse para las mujeres, no tener relaciones sexuales… Pero en ese proceso contradictorio hubo algo positivo: les enseñó a analizar críticamente la realidad y se preocupó de que todos fueran estudiantes que debían estar bien formados. De ahí al compromiso social había un paso. Con esa amalgama de planteamientos contradictorios algunos componentes del grupo irán adoptando posiciones críticas ya a finales de los sesenta y cuando muchos de ellos vienen a estudiar o trabajar a Granada en el curso 71/72 se irán distanciando o rompiendo con él abiertamente por sus planteamientos anti marxistas y sexistas, de forma que a lo largo de 1972 el grupo, como tal, se diluye, bien porque algunos iniciarán una militancia antifranquista o porque el mismo Forner iniciará un proceso de secularización, no exento de contradicciones.
Como opción intermedia iniciará sus estudios de Enfermería en el cuso 1967/68 en Jaén en el Hospital Viejo (San Juan de Dios) en régimen de internado
Uno de esos casos de compromiso social será el de Ana Ortega. Ella no pudo cursar Medicina en Granada, como era su deseo, tanto por dificultades económicas como por la oposición de sus progenitores. Como opción intermedia iniciará sus estudios de Enfermería en el cuso 1967/68 en Jaén en el Hospital Viejo (San Juan de Dios) en régimen de internado. Era un centro de “beneficencia” donde volvía a reproducirse la diferencia entre clases sociales: un pabellón para ricos (militares y gente rica) y otro para pobres. Ana recuerda que:
Pero también comprobará el sexismo de la enseñanza de enfermería, pues las chicas tenían la obligación de permanecer internas –sí o sí- y los chicos asistían a clase y se iban a sus domicilios
Pero también comprobará el sexismo de la enseñanza de enfermería, pues las chicas tenían la obligación de permanecer internas –sí o sí- y los chicos asistían a clase y se iban a sus domicilios. Esto no era exclusivo de Jaén, sino de todas las Escuelas de Enfermería. El internado era regentado por monjas y, aunque la especialidad dependía de la Universidad de Granada, mantenían un régimen cuartelero. Solo podían salir el domingo un rato a su casa y vuelta al hospital donde, además de estudiar, debían trabajar en el mismo sin remuneración alguna. Incluso las alumnas de la capital, cuando llegaban las vacaciones de Navidad o Semana Santa, como había un acuerdo para que los alumnos y alumnas de los pueblos se fueran a sus residencias de origen, las de Jaén capital se quedaban a cargo del hospital. Noches incluidas y, encima, ellas tenían que pagar su propia matrícula. Un negocio redondo. Es decir, que la realidad que vive en ese hospital la va conduciendo hacia posiciones críticas respecto al régimen franquista, que las favorece.
Asiste a reuniones que eran como pre células, pero la clandestinidad llevaba aparejada normas rígidas para preservar la seguridad
Terminada la carrera de Enfermería en el hospital de Jaén, y decidida a estudiar Medicina, viene a Granada en el curso 1971/72, pero llega tarde y no logra matricularse. Curso perdido. Todavía, pero durante poco tiempo, está en la órbita del padre Forner, que había organizado para algunos de sus seguidores, ya un tanto distanciados, un piso en Pedro Antonio de Alarcón. Allí, junto a otros estudiantes “fornelianos”, y en contacto con otros estudiantes, comenzará una andadura antifranquista irreversible. Afirma que fue uno de esos compañeros, José Ramón Barrios, estudiante de Filosofía, el que la pone en contacto con el PCE, aunque no podrá precisar de qué manera, ni con quién. Cosas de la clandestinidad. Asiste a reuniones que eran como pre células, pero la clandestinidad llevaba aparejada normas rígidas para preservar la seguridad. Y es que, durante mucho tiempo, el Partido había tenido a Ana Ortega en “cuarentena” y, de hecho, le pusieron a un militante de Filosofía –del que no recuerda su nombre- para formarla en marxismo. Es un momento de conocer a otros militantes –de los que no sabe nada- como Miguel Ángel Pérez Espejo –estudiante de Medicina represaliado durante el Estado de Excepción de 1969, Ildefonso Prieto Muñoz y otros de los que no puede recordar sus nombres. Hay que anotar que la primera célula del PCE en Medicina se crea en torno a 1970 con Antonio Aragón Orellana –que había sido represaliado anteriormente-, Emilio García Carlos o Leontino García García. Con Antonio Aragón, entablaría una buena amistad a parte de la militancia.
En el curso 72/73 se matricula en Selectivo de Medicina, al tiempo que tiene que seguir trabajando en el Hospital Ruiz de Alda (actual Virgen de las Nieves). Un hecho decisivo será que en el verano de 1972 conocerá a Araceli Ortiz Arteaga, otra mujer antifranquista de la que nos ocuparemos en otro artículo y que durante sus vacaciones también trabajaba en el mismo lugar. Será Araceli la que le de entrada, orgánicamente, en el PCE. Cuando inicia el Selectivo de Medicina en el curso 1972/73 ya era militante del PCE.
Y las elegidas en esa ocasión fueron Ana Ortega y Araceli Ortiz. Una de ellas se celebraba los domingos en casa de Camila Guardia –era la mujer de Manuel de la Fuente “El Negro”-, en el Polígono de Cartuja
Y surge el amor. El Partido, a veces, y de forma excepcional, “concedía el favor” de que a determinados estudiantes de confianza los ponía en contacto con el movimiento obrero para asistir a sus reuniones. Y las elegidas en esa ocasión fueron Ana Ortega y Araceli Ortiz. Una de ellas se celebraba los domingos en casa de Camila Guardia –era la mujer de Manuel de la Fuente “El Negro”-, en el Polígono de Cartuja. Allí se reunían, fundamentalmente, trabajadores de la construcción. Y allí, sería sobre 1972 o comienzos de 1973 “recuerdo a un chico rubio, rubio, con un jersey rojo que me impactó tremendamente, que me impactó una barbaridad. Y luego volví a verlo cuando íbamos a las asambleas de CCOO que se hacían en el Pantano de Cubillas y luego algunos días me buscó, salíamos…” y poco a poco se hicieron pareja. Era Manuel Sánchez Díaz, “El Rubio de la Virgencica”, que había salido de la prisión en diciembre de 1971, condenado por el TOP a 1 año y 2 meses de prisión por su pertenencia a las Comisiones Obreras Juveniles. (Sumario 1.225/70 y Sentencia 99/71). No era necesario formalizar ningún noviazgo y, poco después, comenzaron a vivir juntos para toda su vida. (Véase biografía en “Manuel Sánchez Díaz, “El Rubio de la Virgencica”, en El Independiente de Granada, 17 de diciembre de 2021).
Fundadora de las primeras Comisiones Obreras de Sanidad
Será a través de algunas de estas militantes, como Araceli Ortiz –que alternaba los estudios de Derecho con su trabajo durante el verano en el hospital Ruiz de Alda- cuando se cree a finales de 1972 o comienzos de 1973 –y a instancias del PCE- un primer núcleo embrionario de las primeras Comisiones Obreras de Sanidad en ese hospital. Entre ellas, la propia Araceli Ortiz (aunque dedicada más a la vida partidaria en su Facultad de Derecho), su amiga Kati Ruiz López –ambas procedían de la Escuela de ATS de Granada-, y las jiennenses Ana Ortega Serrano y María José Robles Delgado –que había venido a Granada a finales de 1972 procedente también de la Escuela de Enfermería de Jaén-, todas ellas enfermeras en ese mismo centro hospitalario. También se incorporan hombres, con dilatada trayectoria antifranquista, como el médico Antonio Aragón Orellana o Ildefonso Marino Moles Gallardo.
El PCE propiciará esa organización embrionaria para ampliar ese frente de lucha entre los profesionales de la sanidad. Buscará alianzas con todos aquellos trabajadores (independientemente de su ideología) que pudieran hilvanar reivindicaciones sentidas del colectivo y, alguna de ellas, como Ana Ortega, será la primera enlace sindical de CCOO ante el vertical sobre 1973 y reelegida en 1975. De hecho, Ana entrará en el Sindicato Vertical y asistirá a reuniones con otras enlaces –todas ellas mujeres porque era una profesión eminentemente feminizada- como Clara Amadora (militante de USO), Carmen Díaz o Remedios Pérez Martos que, independientemente de su ideología –algunas un tanto conservadoras- las distinguía por ser muy reivindicativas.
Ana recuerda la primera reivindicación que hicieron pidiendo una guardería de empresa a finales de 1973. Fue una lucha importante porque implicaron a mucha gente, se metían en el despacho del Director con los niños –con el consiguiente “berrinche” del directivo- y aunque no se consiguió en la práctica, sí que les dieran un complemento económico para pagar la guardería
Precisamente, Ana recuerda la primera reivindicación que hicieron pidiendo una guardería de empresa a finales de 1973. Fue una lucha importante porque implicaron a mucha gente, se metían en el despacho del Director con los niños –con el consiguiente “berrinche” del directivo- y aunque no se consiguió en la práctica, sí que les dieran un complemento económico para pagar la guardería. Esa lucha fue el inicio de las reivindicaciones que luego se sucedieron. Fue algo concreto, una de las características de las CCOO, asumido por todos los trabajadores y trabajadoras del hospital. Y aquello se unió con la pelea y la negociación por el Estatuto Marco porque no tenían reglas laborales y dependían del Instituto Nacional Previsión (INP). Ese Estatuto Marco, precisamente, es la norma básica que rige desde entonces. Desde ahí enlazaron con otras reivindicaciones que contaban con una participación masiva en sus asambleas.
Detención y cárcel en 1974
En un artículo anterior tratamos las detenciones que se produjeron el 27 de febrero de 1974 sobre militantes del PCE donde la Brigada Político Social los acusó de terrorismo poniendo pruebas falsas. (Véase “Terroristas en la Universidad, una represión cochambrosa”, en El Independiente de Granada del 11 de marzo de 2022). Las primeras detenciones son conocidas inmediatamente por el PCE y alerta a otros militantes, como a Araceli Ortiz Arteaga que, probablemente, fuera informada esa misma tarde por Pepe Guardia Rodríguez “El Chaquetas” o “Carlillos”. Ella misma, que era delegada de 4º de Derecho, aprovecha la coyuntura de que al día siguiente se iba a celebrar una Junta de Facultad, para hablar con el Decano y, posteriormente, convocar una reunión de delegados, para denunciar que había sido detenido el delegado de 1º de Derecho, Manolo Monereo Pérez. La Brigada Político Social (BPS), a su vez, sigue los pasos de Araceli Ortiz –que ya había sido detenida el año anterior- y la espera a la puerta de la Facultad de Derecho, donde fue detenida.
Como pasa el tiempo y se desconoce el paradero de Araceli, el Partido encarga a Pepe Guardia “Carlillos” que la buscara junto a Ana Ortega, que era su amiga. Una amiga buscando a otra, sería normal en caso de dificultades policiales. “Carlillos” sabía que Araceli frecuentaba el piso que, ocasionalmente, tenían José María Alfaya González, Jesús Balada Ortega y Pedro Limiñana Cañal –este último había sido responsable del PCE provincial hasta hacía poco- y allí que se dirigieron Ana y él mismo. Cuando llegaron a la entrada de ese piso vieron un candado echado, algo anormal y, al intentar volver sobre sus pasos, dos policías de la BPS –estaban vigilando el piso- los detuvieron.
Esposados los llevan, en primera instancia, a la comisaría del Albayzín –calle Pagés- y, poco tiempo después, los trasladan a la comisaría de la calle Navas. Allí los bajan y los meten en una celda a cada uno. Ana recuerda que era “una celda muy pequeña, con un poyete y no había más. Era muy estrecha y hacía un frío que pelaba. Yo estuve con mi ropa normal, tumbada en aquel poyete… No me dieron nada y se me quedaron las piernas agarrotadas porque me quedé helada”. Ese tiempo, donde no se la interroga y queda aislada completamente, era necesario para que madurase, para que pensara qué podía hacer, qué declarar, qué coartada inventarse... Es un tiempo terrible donde los detenidos podían derrumbarse. Era una táctica policial frecuente. Pero, además, y en el caso de Ana, estaba embarazada de un mes y pico y solo pensar que podía ser despedida del trabajo y que se enteraran sus padres –que sobrevivían con el salario que Ana les enviaba todos los meses- la aterrorizaban. Y, al día siguiente, como a medio día:
Parece lógico que la BPS tuviera esa relación exhaustiva porque hay que tener en cuenta que algunos de los “fornelianos” habían sido identificados desde su llegada a Granada –algunos de ellos se destacaron en diversos conflictos y aparecieron en las “listas negras”-, luego también fueron detenidos en la caída de 1974 y los interrogatorios cruzados darían el resto. En todo caso, y siguiendo la detención de Ana Ortega, tras las 72 horas de rigor en comisaría, se la llevan al Juez de Instrucción, acusados de “terroristas” porque, recordemos, la BPS había introducido pruebas falsas en los pisos de los estudiantes detenidos. Ana mantendrá ante el Juez la misma declaración, pero este –como en otros muchos casos-, daba por sentadas las acusaciones policiales y, como un policía más y para seguir lacerándola, la volverá a acusar. Ana recuerda que:
De la cárcel de Granada al movimiento obrero
Ana conocía la entrada a la cárcel porque cuando vivía en Jaén había tenido una especie de novio al que visitó en alguna ocasión en el locutorio, pero no había estado nunca dentro como presa. Para ella, como para tantos jóvenes antifranquistas, “fue impactante” y “una experiencia dura”. Pero, al menos, las jóvenes detenidas en 1974 (Lola Parras, Juana García, Lola Huertas y Araceli Ortiz) compartieron una brigada sin que las mezclaran con las comunes. Y, además, y como un tesoro, fueron acogidas por Rosario Ramírez Mora “La prima Rosario”, de la que nos ocupamos en un artículo anterior. (Véase “Rosario Ramírez Mora, “La prima Rosario”, en El Independiente de Granada del 23 de julio de 2022). Para todas ellas fue “una madre”, una mujer “preciosísima”, en palabras de Ana Ortega. El mes que estuvo presa compartían, además de las faenas comunes, lecturas y debates. Unos debates del Partido que entonces empezaban a aflorar entre los defensores del llamado “eurocomunismo” y los que fueron calificados como “prosoviéticos”. Ana, defendía lo primero; y, Araceli, lo segundo. Unos debates que Rosario llevaba “fatal”, como recuerda Ana, porque para ella, fiel militante del PCE, temía rupturas y desavenencias internas que tanto daño había hecho a la organización desde su nacimiento.
Junto a esas experiencias, tiene también la admiración hacia una funcionaria, Margarita, que fue condescendiente con las presas, con cierta connivencia con ellas, a las que les hizo la vida más fácil, que en las visitas dejaban que se abrazaran o hacía por donde Rosario y Cayetano, por ejemplo, se pudieran ver en determinados momentos
No obstante, el ambiente, en general, fue de concordia entre unas y otras, desarrollándose unas relaciones de apoyo y ayuda mutua que consiguieron hacer más llevaderas las largas horas que permanecieron encerradas. En lo referente al funcionamiento de la vida en prisión, se realizaban tres recuentos diarios –por la mañana, a mediodía y por la noche-, ya que durante todo el día las reclusas no ocupaban única y exclusivamente su celda, sino que el tránsito era libre en toda la galería, incluyendo el patio. Siguiendo con los derechos y deberes, en la sección de mujeres no era obligatorio asistir a misa ‹‹salvo para una de las presas comunes, por motivos especiales››. Por otra parte, las visitas estaban permitidas, habiéndose establecido una duración reglamentaria de veinte minutos. Igualmente las presas podían acceder a una sala de televisión, a un patio en el que podían pasear, charlar y realizar actividades físicas. Con las comunes compartían el patio y Ana recuerda que allí había unas pilas de lavar “antiguas, con un frío que pelaba” donde lavaban su ropa o cómo las obligaban a ducharse con agua fría. Pero cuando entra Ana había pocas comunes y recuerda especialmente “una chica que estaba por drogadicción –que casi la captamos para el Partido- y una señora muy mayor que cuando la echaban hacía alguna perrería para volver”, porque no tenía otro modo de vida. Claro que, junto a esas experiencias, tiene también la admiración hacia una funcionaria, Margarita, que fue condescendiente con las presas, con cierta connivencia con ellas, a las que les hizo la vida más fácil, que en las visitas dejaban que se abrazaran o hacía por donde Rosario y Cayetano, por ejemplo, se pudieran ver en determinados momentos. Fue, para ella, una mujer “admirable”, que hubiera requerido en algún momento un reconocimiento por los demócratas granadinos. Claro, que no todas las funcionarias eran como ella y, algunas, incluso, mostraban su versión represiva.
Pero más allá de la falta de libertad, Ana tenía su mente más allá de sus muros por su futuro incierto. Recuerda que:
Como se le impusiera una fianza de 25.000 pesetas por el Gobernador Civil, logró que en menos de media hora, se recogiera ese dinero entre los trabajadores y trabajadoras del hospital.
Al salir de la cárcel -estuvo un mes- se incorporó a su trabajo y pudo cobrar la nómina de ese mes, ya que entonces esa operación se hacía directamente ante la administración del hospital y demostraba que no había dejado de trabajar. Más allá de vericuetos legales, la cuestión es que la despidieron del hospital como consecuencia de su detención mediante un expediente disciplinario. Y durante ese tiempo -que duró unos cinco meses- consiguió trabajar en el hospital Licinio de la Fuente (actual Inmaculada), al tiempo que su abogado, Fernando Sena, ganó el recurso contra el despido improcedente, ya que ninguno de los trabajadores o cargos intermedios declaró contra Ana Ortega. Pero, además, como se le impusiera una fianza de 25.000 pesetas por el Gobernador Civil, logró que en menos de media hora, se recogiera ese dinero entre los trabajadores y trabajadoras del hospital. Fue una prueba de solidaridad hacia quien para ellos era una trabajadora intachable. Y, al mismo tiempo, la despidieron también del hospital privado cuando se enteraron que estaba embarazada. Y también logró que la indemnizaran por despido improcedente.
En ese trasiego desde la salida de la cárcel, Ana tuvo que casarse en abril de 1974 porque el Partido -no exento de cierta moralina- no veía con buenos ojos -había que dar ejemplo- que siguieran en esa situación. Pero, dado que Ana había resistido perfectamente los interrogatorios y no había delatado a nadie la “cooptarán” para que formara parte del Comité Provincial del PCE. Entraron entonces otras dos mujeres: Carmen Morente Muñoz y Juliana Cabrera Moreno. Su “mérito” residía en que cuando fue detenida vivía en Placeta del Toro -Albayzín, junto a su compañera María José Robles y sus novios respectivos Manuel Sánchez y Antonio Cruz Jiménez. Allí se celebraban esporádicamente las reuniones del Comité Provincial. A ellas dos solamente les decían que tenían que dejar el piso durante el tiempo que durase la reunión. Cuanto menos se supiera mejor. Cuando fue detenida, se temía que pudieran salir estas reuniones y temieron lo peor. No fue así y por ello la integraron en el Comité Provincial, aunque ese piso quedó definitivamente “quemado”. La historia a veces tiene sus paradojas y Ana recuerda que uno de sus vecinos era un Guardia Civil que nunca los delató a pesar de las entradas y salidas de tanta gente.
Mantuvo su responsabilidad en el PCE, pero donde se sentía cómoda era en el ámbito sindical, en las CCOO de Sanidad. Por ello, y ya la transición, se irá separando progresivamente de la actividad partidaria, al tiempo que se producen las primeras fricciones en el seno del partido cuando se tiene que aceptar, para su legalización, la bandera y la monarquía. Tiempos difíciles que para muchos militantes supuso un distanciamiento paulatino que acabaría al final con su militancia. No así en las CCOO, pues desde antes de la legalización de los sindicatos de clase, Ana Ortega era, en la práctica, la secretaria general del Sindicato Provincial de Sanidad. Por ese compromiso sindical también fue expulsada en 1976 de la dirección del Colegio de Enfermería.
Cuando se constituyen los Sindicatos provinciales de CCOO entre 1976 y 1977, ya tras el I Congreso de la Unión Provincial de CCOO, fue la primera Secretaria General de Sanidad en la legalidad
Luego, cuando se constituyen los sindicatos provinciales de CCOO entre 1976 y 1977, ya tras el I Congreso de la Unión Provincial de CCOO, fue la primera Secretaria General de Sanidad en la legalidad y, junto a ella, un grupo de militantes como Araceli Ortiz Arteaga, Katy Ruiz, Ildefonso Marino Moles, Luis Lara, Concepción Cazorla Melgarejo, Joaquín Adarve López, Gabriel Bau o Ana Domínguez, entre otros, que fueron quienes sustentaron la organización desde sus inicios. Pero como a Ana Ortega le atraía más la acción sindical en su empresa agotó un primer periodo entre 1976 a 1980, aproximadamente, para volver a su hospital. Luego el sindicato la reclamará de nuevo, y desde 1990 y durante cuatro o cinco años –que no sabe precisar- volverá a ser la Secretaria General y colaborará en la Federación de Sanidad de CCOO de Andalucía.
Apasionada de su trabajo y de la acción sindical para mejorar las condiciones de vida y trabajo en su empresa, mantuvo su compromiso social hasta su jubilación. Y, aún hoy, como ayer, sigue manteniendo intactos sus anhelos de igualdad y de justicia social.
Bibliografía:
- MARTÍNEZ FORONDA, Alfonso: La lucha del movimiento obrero en Granada por las libertades y la democracia. Pepe Cid y Paco Portillo: dos líderes, dos puentes. Fundación de Estudios y Cooperación de CCOO-A, Granada, 2012.
- MARTÍNEZ FORONDA, Alfonso; SÁNCHEZ RODRIGO, Pedro; RUEDA CASTAÑO, Isabel; SÁNCHEZ RODRIGO, José María; CONEJERO RODRÍGUEZ, Miguel y RODRÍGUEZ BARREIRA, Óscar: La cara al viento. Estudiantes por las libertades democráticas en la Universidad de Granada (1965-1981), Vol. I y II, Córdoba, El Páramo, 2012.
- MARTÍNEZ FORONDA, Alfonso y SÁNCHEZ RODRIGO, Pedro: Mujeres en Granada por las libertades democráticas. Resistencia y represión (1960-1981). Fundación de Estudios y Cooperación CCOO-A, Gráficas La Madraza, Granada, 2017.
- Archivo General de la Universidad. Secretaría General Rectorado. Asunto: Estudiantes. Carpeta “Boletín de situación de estudiantes”, curso 71/72.
- Archivo Histórico del PCE, Nacionales y Regiones, Andalucía, caja 82, carpeta ¼
- TOPDAT, Sumario 257/1968 y Sentencia núm. 134/69 de 12 de mayo de 1969, en AHCCOO-A.
- Diario Ideal del 20-1-76: p. 13.
- Entrevista a Ana Ortega Serrano, por Alfonso Martínez Foronda, en Fondo Oral de CCOO de Andalucía.
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Capítulo XXXVII: 'José Cid de la Rosa'