'Mujeres antifranquistas en Granada: Lola Parras Chica, el activismo como forma de vida'
Nace el 2 de abril de 1954 en Torredelcampo (Jaén) y, como hija de Guardia Civil, recorrerá media Andalucía (Valdepeñas, Los Villares, Villanueva del Arzobispo, Dos Hermanas, Sevilla, Huelva) e, incluso, Teruel. Por ello, el Bachillerato lo hará entre Sevilla, Huelva y Jaén. Demasiados traslados y lo que peor llevaba en que tenía que hacer nuevos amigos en cada uno de los destinos, pero, al mismo tiempo, conoció a profesores extraordinarios en algunos de esos destinos. En Jaén, por ejemplo, conocerá, como otros alumnos y alumnas jiennenses a profesores como D. Alfonso Sancho Sáez, que “era algo fuera de lo normal, lo que aprendí con él me sirvió en los dos años de Comunes y las oposiciones de Magisterio. La Literatura la saqué gracias a lo que yo sabía del tema que él me había enseñado”. Y como otros militantes antifranquistas jiennenses, iniciará su andadura social con grupo de amigos y amigas que se reunían con el padre Forner. (Del padre Forner y de Alfonso Sancho ya hablamos en el artículo que dedicamos a Ana Ortega Serrano. (Véase Mujeres Antifranquistas granadinas: Ana Ortega Serrano, una vida de compromiso social, en El Independiente de Granada).
Cuando llega a Granada ya llevaba el gusanillo de la militancia partidaria en una ciudad universitaria donde el ambiente era fantástico
Inicia la carrera de Filosofía y Letras en Granada el curso 72/73. Antes, en su PREU, había conocido al que sería su pareja, Francisco Menéndez Martos, que había iniciado su andadura en el PCE un curso antes, y cuando venía a Jaén le hablaba de la necesidad de la militancia, del Mundo Obrero, aunque, siguiendo las reglas de la clandestinidad, sin dárselo materialmente. Cuando Lola llega a Granada –y siguiendo los contactos que tenía de Jaén- recalará en el piso de la Placeta del Toro donde vivían otras dos fornelianas: María José Robles y Ana Ortega Serrano. Pero estuvo poco tiempo allí porque se fue a vivir con Paco Menéndez a su piso en la Avenida de Madrid, aunque sin conocimiento paterno. Así, cuando llega a Granada ya llevaba el gusanillo de la militancia partidaria en una ciudad universitaria donde el ambiente era fantástico. Lola recuerda que:
Y, en medio de todo ese trasiego, tan común en muchos y muchas activistas, comienza la militancia partidaria.
Y entra en una célula donde también estaba Juana García Ruiz, un tal Alfonso – no recuerda sus apellidos-, Juan Martos, Isidoro García y después captó a Antonia Picazo. En el segundo trimestre de ese curso ya era responsable de esa célula de 1º de Filosofía. No tenía conexión con otras células por aquello de la clandestinidad de que, cuanto menos supieras, mejor. Era, como afirma Lola, “para tu propia seguridad, ya no sólo era la historia de que pudieras hacer daño a otro y mandarlo a la cárcel, era el trauma que se te creaba a ti por no haber sido capaz de aguantar. Lo teníamos muy claro. Yo no sabía quién era el responsable de Universidad y nunca se me ocurrió preguntarlo, no me interesaba en absoluto, no quería saberlo. Yo creo que debía ser Pedro Limiñana Cañal, que no había caído nunca, seguro, por eso tenía unos contactos con nosotros tan raros".
El activismo que había desplegado el PCE en la Universidad entre 1971 y 1973 no pasará desapercibido por la BPS e intentará cercenarlo de la manera más burda
El activismo que había desplegado el PCE en la Universidad entre 1971 y 1973 no pasará desapercibido por la BPS e intentará cercenarlo de la manera más burda. Pero, en esta ocasión y, pensando en el lector/a, creo que puede ser más interesante seguir el testimonio de Lola Parras desde su propia vivencia que nos transportará a esos momentos en la ciudad de Granada y a la mecánica de los cuerpos represivos. Por ello, intentaré entresacar los pasajes más llamativos de su entrevista, pero a través de su propia experiencia.
La detención de 1974
“Era el momento de Puig Antich, finales de febrero de 1974. Nosotros [militantes del PCE] llevábamos casi 10 días con un movimiento de carteles muy intenso, denunciando, intentando conseguir solidaridad, con panfletos en la calle. La BPS hace un panfleto perfecto, imposible de hacer en nuestras máquinas de rodillo, excepto en la de los curas, unos escolapios o salesianos guapísimos, jovencísimos y estupendísimos, estudiantes que aparte de cantar en gregoriano, con rima en latín y en versión picante, que nos hacían mondar de risa, eran bastante progresistas y nos dejaban usar sus máquinas.
"El responsable de propaganda del PCE entraba por una ventanita que dejaban ellos abierta por la noche y hacían la propaganda… el Granada Roja creo que se hacía allí. [La BPS hizo] un panfleto con textos copiados de nuestros carteles y la foto"
El responsable de propaganda del PCE entraba por una ventanita que dejaban ellos abierta por la noche y hacían la propaganda… el Granada Roja creo que se hacía allí. [La BPS hizo] un panfleto con textos copiados de nuestros carteles y la foto. Así se fueron con 2500 panfletos a las casas donde vivíamos los militantes del PCE [para introducirlos], todos a la vez y a una hora determinada. Llegaron a mi casa, a la casa de Paco [Menéndez Martos] y a la del Albaycín: Lola Huertas, Juana [García]. (…) Llaman a la puerta con bastante agresividad. A mí me dio mala espina. Salió Juana [García] y nos dijo: “Me parece que es la policía, porque tienen unos caretos…”. Inmediatamente quitamos todo de en medio, lo tiramos por las ventanas. Allí teníamos toda la hemeroteca, que era fundamental, la base para las reuniones, para las discusiones políticas, para nuestra célula, era la base para trabajar; se tiró una carpeta con las cosas de la Facultad y teníamos libros, los que teníamos, todos. Abrimos la puerta; salgo…se identifican, eran seis policías de paisano; les pido la orden de registro, me la muestran… entran en las habitaciones menos los testigos a los que no dejaron entrar. Yo actualicé inmediatamente las normas de militantes, y no pudieron meter los panfletos; había propaganda en la casa; los testigos vinieron con una carpeta que decían recogida en el patio… registran, cogen lo que habíamos tirado al patio; se van a la cocina y la ponen patas arriba y se llevan un cuarterón de kilo de pimienta, una mezcla de especias para hacer pollo en un papel de estraza que había traído José María Alfaya, de Ceuta, y dicen que es pólvora… A nosotros nos parece tan ridículo que no hacemos ni caso; nosotros no nos dimos cuenta de que se la llevaron, lo descubrimos en la cárcel porque los abogados, concretamente Jaime [Sartorius], nos preguntó qué teníamos en la cocina. Pasaron dos meses hasta que comprobaron [que no era pólvora] y esos dos meses estuvimos acusados de terroristas y así salió en la prensa. Burdo hasta unos niveles que no te puedes imaginar. Ellos intentaban colar el panfleto [que había hecho la misma policía] como fuera, por eso se quedaron bastante tiempo, pero el panfleto no se colaba porque yo estaba en la puerta con la pierna puesta, muy atenta y no había manera… Llegó un momento en que un policía dijo que quedábamos detenidas…
"Desde allí, en la Avenida de Madrid, nos llevan a la plaza de los Lobos y a mí, nada más llegar, me montan en otro coche y me llevan a la comisaría chiquitita que había en la calle Navas y me tiré 72 horas absolutamente sola"
Desde allí, en la Avenida de Madrid, nos llevan a la plaza de los Lobos y a mí, nada más llegar, me montan en otro coche y me llevan a la comisaría chiquitita que había en la calle Navas y me tiré 72 horas absolutamente sola. Sólo a mí. (…) Yo me quedo sola en la calle Navas y el resto se quedan en Los Lobos. El último día, cuando a mí me interrogan, porque es duro, pasaba un día y otro en un sitio tan pequeño, que apenas me podía tumbar, un poquillo más grande que una alacena, el baño un poquito lejos. Había que salir de allí. Tienes que hacerte una coraza; sabes que te van a atacar y el ataque va a ser brutal y puedes hacer mucho daño a mucha gente; y la coraza es revestirte de valor y de serenidad, en el sentido de decir, pase lo que pase, yo no voy a decir nada, me hagan lo que me hagan, yo no voy a decir nada, cuando llegue el momento yo tengo que estar estupenda, fuerte, relajada y muy alerta, no me voy a dormir, no me voy a relajar, pero si me canso mucho voy a estar relajada, voy a estar descansada.
Yo me tiré casi todo el tiempo cantando. Me dediqué a cantar y se pasaban las horas, se pasaban las horas, y a las 24 horas apareció un bocadillo y un yogur. Sólo me habían dejado ir al baño y no me habían dado nada de comer. Nadie me contestaba a lo que preguntaba, como si estuviera loca. Yo no sabía qué pasaba y sabía que tenía un límite de 72 horas si la cosa no iba mal… si iba mal era más tiempo. Mi primera angustia fue por mi condición femenina. Yo estaba tomando anticonceptivos y como nos los cogí iba a tener la regla; dije que iba a tener necesidad de compresas. No te preocupes, -me dijeron. Me dijeron que había venido alguien y había traído comida, pero que no me la podían dar. No tenía más que una mantilla muy pequeña y había mucha, mucha humedad. Yo tenía mi trenka y las piernas cubiertas por la manta. Canté todas las canciones que sabía, empezando desde el parvulario, todas las de las monjas, la de Sarita Montiel… Todas las canciones del mundo para mantenerme.
"Tenía incertidumbre y un miedo horroroso; y la manera de combatir el miedo era mantenerte firme y agarrada a algo, en este caso, cantando. El último día, a última hora, casi a punto de cumplirse las 72 horas, quedaba como una hora, no más, me sacaron dos policías, dos grises, me vuelven a esposar y me llevan a la Plaza de los Lobos"
Tenía incertidumbre y un miedo horroroso; y la manera de combatir el miedo era mantenerte firme y agarrada a algo, en este caso, cantando. El último día, a última hora, casi a punto de cumplirse las 72 horas, quedaba como una hora, no más, me sacaron dos policías, dos grises, me vuelven a esposar y me llevan a la Plaza de los Lobos. Me suben al último piso y luego me bajan y luego me meten en un sitio y luego me meten en otro… y en esas idas y venidas yo veo que se abre una puerta y están interrogando a Paco [Menéndez], luego paso por otro lado y veo que están interrogando a Manolo Monereo… y luego me suben otra vez arriba y cuando estoy arriba, me coge uno de la nuca muy fuerte y me dice: “Si te tiro y digo que te has tirado tú...” ¡Tú eres un gilipollas! Era uno que estaba mucho por la Facultad y que le decíamos “El Gitano”, uno bajillo que iba con unas corbatas de lunares. Me entraron a una sala de interrogatorios y empezaron con la historia del bueno y el malo... Intentaron presionarme por mi padre, que si mis compañeros me habían delatado…; en eso sabías por las reglas del militante que no había ningún problema. Luego tengo un recuerdo del que no tengo imagen, no sé si es que me lo dijeron, que se había desmayado Paco [Menéndez] porque le habían pegado un tortazo en los oídos. El caso es que yo en veinte minutos estaba lista, no me hicieron ni puñetero caso. Firmo una declaración negándolo todo, se me acusaba de propaganda ilegal, no de militancia en el Partido.
CÁRCEL. [Al salir del Juzgado de Orden Público] nos encontramos todos, nos enteramos cómo han ido los interrogatorios. Cuando salimos del juez nos dejan por primera vez acercarnos, nos abrazamos y nos meten en los coches a todos juntos en un furgón. Y teníamos un montón de cosas que nos habían llevado… Yo recuerdo cestos que no dábamos abasto para poderlos coger, los habían llevado al juzgado… Nos montaron en un furgón, empezamos a hablar y cuando nos dimos cuenta estábamos en la cárcel. Cuando entró el coche y se cerró la primera puerta nos dimos cuenta de dónde estábamos, pero fue tan rápido que fue tremendo. Recuerdo que bajando empecé a coger un montón de bolsas y todo era tabaco; cuando grito ¡esperad, esperad!, ya se había cerrado la puerta de los tíos, y me dio una pena que no tuvieran tabaco… con todo el tabaco que había allí, que me di cuenta de dónde estaba… Y nos quedamos las tres [ella misma, Juana García y Dolores Huertas]. Cuando entramos, el sitio era muy negro, muy lóbrego, muy terrible, oscuro porque eran ya las 11 de la noche.
"La cárcel de las mujeres era un salón enorme y en lo alto había un nichillo con una lamparilla, de las de los difuntos, una mariposa. La imagen fue entrar a un espacio de tiniebla, terrorífico…, porque yo me sentí en aquellos momentos como los cristianos cuando los echan a los leones"
La cárcel de las mujeres era un salón enorme y en lo alto había un nichillo con una lamparilla, de las de los difuntos, una mariposa. La imagen fue entrar a un espacio de tiniebla, terrorífico…, porque yo me sentí en aquellos momentos como los cristianos cuando los echan a los leones. Y entonces allí aparece Rosario [Ramírez Mora]. Nos dio la bienvenida, muy cálida y nos llevó al comedor. Se presentó y nos dijo que era miembro del PCE y estaba esperando juicio… nos tenía preparada la cena, porque tenía una cocinilla aparte y un montón de privilegios. Era la dueña de la cárcel, se le consultaba todo, todo pasaba por sus manos y las funcionarias le preguntaban qué había que hacer, con un trato exquisito y una confianza plena en ella. Era un personaje muy respetado y una mujer muy querida allí dentro, por parte de los funcionarios y de las presas comunes que la querían muchísimo. (…) A partir de ahí se preocupó de que cenáramos, de dónde íbamos a dormir y no consistió de ninguna manera que nos pusieran en una especie de aislamiento, el llamado periodo sanitario, y nos pusieron en una brigada a las dos juntas, Juana García y a mí. Al los días siguientes llegaron Ana [Ortega Serrano] y Araceli [Ortiz Arteaga], que para nosotras fue un golpe, porque la cosa vimos que había saltado a los profesionales… (…). Al día siguiente nos levantamos y ella nos dice que tenemos que seguir portándonos como militantes que éramos.
"Ella dijo que teníamos que terminar ese curso, pues no sabíamos cuando íbamos a salir",
Rosario tenía un gran sentido ético, una moral intachable; para ella la capacidad de aguantar en la cárcel estaba muy relacionada con mantener muy alta su autoestima como ser humano. Ella sugirió que nos constituyéramos en célula y que empezáramos a trabajar. Decía que el tiempo en la cárcel era muy valioso, por lo que lo primero que teníamos que hacer era un horario, bien aprovechado el tiempo podía ser muy interesante y no se volvería en contra de uno y la única manera de aprovecharlo era meterlo en un horario muy rígido. En ese horario que hicimos había mucho tiempo para estudiar. Ella dijo que teníamos que terminar ese curso, pues no sabíamos cuando íbamos a salir, y teníamos que hacer lo posible por seguir estudiando al mismo ritmo, para que cuando llegara junio si no como oficiales, como libres y pudiéramos presentarnos a los exámenes; además teníamos que seguir trabajando en el Partido y en nuestra formación como intelectuales del Partido. (…) Una parte del horario era la limpieza de la brigada, el aseo personal, el de las camas, el de la habitación, luego había una hora de gimnasia, después dos horas de estudio, un descanso, dos horas de trabajo en la cárcel, fuera de la brigada, que podía ser encalar paredes, sacar la lana de los colchones, arreglar macetas…
Todo era como un trabajo colectivo que daba muy buen resultado, porque al ser voluntario nos daba mucho prestigio ante las funcionarias y facilitaba mucho la relación con las presas comunes y las funcionarias
Todo era como un trabajo colectivo que daba muy buen resultado, porque al ser voluntario nos daba mucho prestigio ante las funcionarias y facilitaba mucho la relación con las presas comunes y las funcionarias. (…) Ella había convencido a las comunes, con las que convivíamos, que era mucho mejor hacer algo que no hacer nada. Nosotras éramos cuatro y en total no llegaríamos a quince personas.
"Había casos curiosísimos: una mujer de unos 70 años, cleptómana, que no estaba reconocida como enferma, que robaba compulsivamente y había ido montones de veces a la cárcel. Iba vestida de negro como esas mujeres antiguas de media manta, con su pañoleta negra, que te daba algo verla allí, muy mayor…"
Había casos curiosísimos: una mujer de unos 70 años, cleptómana, que no estaba reconocida como enferma, que robaba compulsivamente y había ido montones de veces a la cárcel. Iba vestida de negro como esas mujeres antiguas de media manta, con su pañoleta negra, que te daba algo verla allí, muy mayor…
Recuerdo una alemana que cuando la cogieron no sabía nada de español, había venido de Alemania con su novio, la había dejado un momento a hacer un recado, y la pillaron en el interior del coche con una carga de hachís y, hasta que no aprendió a hablar un poquito, no pudo ni siquiera defenderse; de hecho, nosotras le buscamos un abogado porque llevaba casi un año allí…; (…) había un caso increíble: el de una mujer cuyo hermano se había ido a Alemania, y como no tenía dónde dejarla, para que no le pasara nada y no le fuera a deshonrar, la había metido en la cárcel. El juez de su pueblo le había aplicado a esta mujer la ley de peligrosidad social y estaba en la cárcel mientras su hermano estaba en Alemania ganando dinero y como no era muy espabilada le daba igual.
"Ellas nos veían como diferentes y no entendían qué pintábamos allí. De vez en cuando venían unas señoritas con sus vestidos de pieles, algo realmente escandaloso, Ana [Ortega], Araceli [Ortiz] y yo nos enfrentamos un día con ellas, las pusimos como hojica de perejil. Iban a hacer obras de caridad y venían con regalitos y se suponía que venían a asistir a las presas"
A otra que le decían “La Pompa” de apodo, porque su marido trabajaba en las pompas fúnebres; estaba allí porque se había echado un amante y éste se acostaba con ella y con la hija y se descubrió todo el pastel y la madre cargó con el delito de prostituir a menores, mientras el otro estaba en la calle y ella en la cárcel… Ellas nos veían como diferentes y no entendían qué pintábamos allí. De vez en cuando venían unas señoritas con sus vestidos de pieles, algo realmente escandaloso, Ana [Ortega], Araceli [Ortiz] y yo nos enfrentamos un día con ellas, las pusimos como hojica de perejil. Iban a hacer obras de caridad y venían con regalitos y se suponía que venían a asistir a las presas; para la que estaba embarazada trajeron un jueguecito de bebé y nos rebelamos, era fortísimo, una ostentación de clase. Nosotras éramos como unos bichos de circo, algo de barraca de feria que tú visitas como algo extraño, presas políticas… Cuando empezamos a hablar con ellas, estudiantes y profesionales como éramos, ellas no daban crédito de que estuviéramos allí… (…) Había una mujer que era la única que estaba cumpliendo condena, porque las demás éramos preventivas, Claudia, y tenía obligaciones como la de ir a misa, porque así redimían pena. Si vieras al cura persiguiéndola para que fuera a misa y ésta, como era la única, escapándose, diciendo que no quería ir.... Recuerdo que teníamos tres funcionarias: una muy amable, otra de la que casi no me acuerdo y otra nada amable. Recuerdo que ésta, como todos los días recibíamos mucho material de un Comité de Solidaridad que se formó en la Facultad (comida, ropa…), se dedicaba a romper la comida, nos daba el pollo o la pescada desgarradas…. Y yo me enfrenté un día con ella, le pedí explicaciones y ella me dijo que tenía que registrarlo, que tenía que estar segura de que allí no había nada.
"Pero también] había momentos maravillosos, como cuando venía el correo, después de comer, que venían las cartas de los chicos, escritas en papel de fumar y dentro de un tapón de un termo de café"
Tenía rabia de que recibiéramos tanta solidaridad; de vez en cuando se le iba la cabeza y nos encerraba, cuando más tranquilas estábamos, en la brigada. (…). [Pero también] había momentos maravillosos, como cuando venía el correo, después de comer, que venían las cartas de los chicos, escritas en papel de fumar y dentro de un tapón de un termo de café que Rosario hacía y pasaba; como tenía una maravillosa relación con los funcionarios se lo permitían. Ella había conseguido como una manera de mantener la relación con su marido [Cayeano Rodríguez García, también preso en la cárcel de Granada] el detalle de pasarle café y servía para pasar la comunicación de un lado a otro de la cárcel.
"Teníamos la limitación de tres papelillos, pero que se convertían en tres folios. Tú no te puedes imaginar para lo que dan, la cantidad de cosas que puedes escribir. Había que tener muchísimo cuidado con los papelillos, ni siquiera los guardábamos, los quemábamos, nos comunicábamos con los novios…"
Teníamos la limitación de tres papelillos, pero que se convertían en tres folios. Tú no te puedes imaginar para lo que dan, la cantidad de cosas que puedes escribir. Había que tener muchísimo cuidado con los papelillos, ni siquiera los guardábamos, los quemábamos, nos comunicábamos con los novios… A través de esos papelitos lo sabíamos todo, incluso sabíamos cosas de política, algunas indicaciones, alguna consigna, de cómo iban las relaciones entre ellos. Los profesores estuvieron estupendos. No vinieron a vernos porque acabábamos de terminar los exámenes de febrero. Estaban todos los profesores dispuestos a ir a examinarnos a la cárcel y a mí me llegaban los apuntes todos los días, al día siguiente de haberse dictado en la Facultad. Las visitas fueron terroríficas. (…) Fue muy difícil para mí, ese fue el precio personal que yo tuve que pagar, el dolor tan tremendo que yo le causé a mi familia, mucho más que la detención y el paso por comisaría, el que un montón de gente, entre ellas mi hermana, sufriera las consecuencias de una decisión personal, la de militar en un partido. Ha dejado muchas huellas en mí. (…). Nos pusieron una fianza que en aquella época era muchísimo dinero, 300.000 o 400.000 pesetas que puso mi padre. No hubo ni tiempo para que lo pagara otro. Mi padre se adelantó y me lo estuvo reprochando un montón de tiempo, que fue una de las cosas que me hizo cortar definitivamente con él… Él quería que yo demostrara constantemente que eso estaba pasado y eso no era así. Una vez hubo una discusión y me dijo la próxima vez a ver si viene a sacarte de la cárcel Dolores Ibárruri y yo le contesté mal, no sé qué le dije, algo de que si la hubieran dejado lo hubiera hecho, y me dio un bofetón.”
Pero como las dificultades no vienen solas, uno de sus profesores –no es menester decir su nombre-, como ella se enfrentará a él por sus clases retrógradas, la amenazó públicamente de que no aprobaría su asignatura jamás. Y, según Lola, cumplió su palabra
A la salida de la cárcel las dificultades se le multiplican. Su padre quiere que deje de estudiar y, aunque ella quería hacer Filosofía pura –en Granada no había y tenía que irse a Valencia-, dado que eso no era posible, convenció a su padre para seguir en Granada haciendo Historia. La dejó con condiciones: la mandó a un piso con señora, con horarios de salida restringidos, lo que fue bastante desagradable. Y como la situación familiar no era agradable, Paco Menéndez y ella decidirán casarse e irse a Motril donde él tenía trabajo. Pero como las dificultades no vienen solas, uno de sus profesores –no es menester decir su nombre-, como ella se enfrentará a él por sus clases retrógradas, la amenazó públicamente de que no aprobaría su asignatura jamás. Y, según Lola, cumplió su palabra porque tuvo que hacer esa asignatura en Barcelona a través de Montserrat Roig cuando ya había acabado toda la carrera. Afortunadamente, el proceso judicial no terminó sustanciándose y ese expediente se sobreseyó con la Ley de Amnistía de 1976.
Su carrera profesional, plena de obstáculos, la tuvo que compatibilizar, además, con la militancia. A finales de 1974 el PCE le planteará ocuparse de la organización de la Costa y será, a la vez, responsable del Comité Local del PCE de Motril.
Pero su carrera profesional, plena de obstáculos, la tuvo que compatibilizar, además, con la militancia. A finales de 1974 el PCE le planteará ocuparse de la organización de la Costa y será, a la vez, responsable del Comité Local del PCE de Motril. Un trabajo arduo por la extensión de ese territorio y con dificultades económicas añadidas, pues su marido, aunque trabajaba en un centro privado, no cobraba prácticamente. De hecho, durante varios años, vivían de lo poco que cobraba por las clases particulares de Griego y Latín que Lola impartía durante tres horas al día. Y, además, el Partido le plantea que se hiciera cargo del frente feminista de la organización a nivel provincial. Había que atender, además, al incipiente movimiento ciudadano, a un sector campesino de la Costa bastante desarrollado y, a su vez, montando el frente de maestros y, por si faltaba poco, ayudaba a su marido con las actividades extraescolares. Demasiados frentes de lucha, demasiados, en una España que moría y otra que iniciaba su andadura.
Bibliografía:
- MARTÍNEZ FORONDA, Alfonso (coord.): La conquista de la libertad. (Historia de CC.OO. de Andalucía, 1962-2000). Fundación de Estudios Sindicales. AHCCOO-A, Puerto Real, 2005.
- MARTÍNEZ FORONDA, Alfonso; SÁNCHEZ RODRIGO, Pedro; RUEDA CASTAÑO, Isabel; SÁNCHEZ RODRIGO, José María; CONEJERO RODRÍGUEZ, Miguel y RODRÍGUEZ BARREIRA, Óscar: La cara al viento. Estudiantes por las libertades democráticas en la Universidad de Granada (1965-1981), Vol. I y II, Córdoba, El Páramo, 2012.
- MARTÍNEZ FORONDA, Alfonso y SÁNCHEZ RODRIGO, Pedro: Mujeres en Granada por las libertades democráticas. Resistencia y represión (1960-1981). Fundación de Estudios y Cooperación CCOO-A, Gráficas La Madraza, Granada, 2017.
- Diario Ideal del 3 de marzo de 1974, Portada y p. 23; 5 y 6 de marzo de 1974 pp. 13 y 16 respectivamente.
- Archivo Histórico del PCE, Nacionales y Regiones, Andalucía, caja 82, carpeta 1/4), firmado el 14 de marzo de 1974; Nacionalidades y Regiones, Andalucía, carpeta 1-4, ref. 154/8; Informe del Responsable del Comité Universitario del PCE en la Universidad de Granada, Ref. 93/5 en Fuerzas de la Cultura, c. 124, carp. 5.1.1.
- Archivo General de la Universidad de Granada, Secretaría General del Rectorado, Boletines de situación (abril de 1972).
- Entrevistas en Fondo Oral de CCOO de Andalucía a Dolores Parras Chica, Araceli Ruiz Arteaga, José María Alfaya González y Ana Ortega Serrano.
Alfonso Martínez Foronda es licenciado en Filosofía y Letras, profesor de Secundaria e históricamente vinculado al sindicato CCOO, en el que ocupó distintas responsabilidades, como investigador ha profundizado en el movimiento obrero y estudiantil.
Otros artículos y reportajes de Alfonso Martínez Foronda:
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'Mujeres antifranquistas granadinas: Ana Ortega Serrano, una vida de compromiso social'
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'Julia García Leal: luchadora por las libertades (I)'
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'María del Socorro Robles Vizcaíno: una vida de compromiso social y feminista (I)'
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'Mujeres antifranquistas en Granada: Isabel Alonso Dávila'
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'Mujeres y antifranquistas en Granada. La cárcel de mujeres (IV)' (Junto con Isabel Isabel Rueda Castaño)
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'Mujeres y antifranquistas en Granada. Las estudiantes represaliadas (III)' (Junto con Isabel Isabel Rueda Castaño)
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Mujeres y antifranquistas en Granada. Las estudiantes represaliadas (II) (Junto con Isabel Isabel Rueda Castaño)
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'Mujeres y antifranquistas en Granada. La mujer en el imaginario franquista (I)' (Junto con Isabel Isabel Rueda Castaño)
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El Estado de Excepción de 1969 en Granada (II)
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El Estado de Excepción de 1969 en Granada (I)
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'Y a vueltas con la amnistía: el 11 de julio de 1976 (II)'
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Los sucesos de La Curia de 1975 (I)
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1970: El año negro de la represión en Granada. Complicidades y corruptelas del régimen (y III)
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La represión durante el Estado de Excepción de 1970 (II)
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1970: el año negro de la represión en Granada. Hasta el Estado de Excepción de diciembre de 1970 (I)
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En la boca del “Lobo”: las torturas psicológicas y físicas en las comisarías granadinas (I)
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Sobre la historia del PCE, en el año de su centenario:
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Capítulo XXXII: Francisco Portillo Villena, 'El tío del maletín'
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Capítulo XXXVI: 'Terroristas en la Universidad, una represión cochambrosa'
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Capítulo XXXVII: 'José Cid de la Rosa'