En la boca del “Lobo”: las torturas psicológicas en las comisarías granadinas (II)
El calabozo en sí era una potente arma de tortura psicológica, al sumir al detenido en una profunda sensación de desconcierto, soledad y terror sobre su futuro más cercano y el de sus compañeros y compañeras. La soledad de la celda, en general e independientemente del momento, solía hacer mella en los detenidos por el temor a que la violencia policial pudiera llevarlos a delatar a otros compañeros o que los agentes consiguieran una declaración inculpatoria hacia otras personas. Eso fue, en general, una constante entre los sentimientos de los represaliados
Las celdas de los cuarteles y de las comisarías fueron perfectos receptáculos para la reflexión, donde los detenidos tuvieron tiempo de concienciarse para evitar dar más información que la absolutamente necesaria y donde se prepararon psicológicamente para mantenerse impasibles ante las brutales acciones que se llevaban a cabo en los interrogatorios
Las celdas de los cuarteles y de las comisarías fueron perfectos receptáculos para la reflexión, donde los detenidos tuvieron tiempo de concienciarse para evitar dar más información que la absolutamente necesaria y donde se prepararon psicológicamente para mantenerse impasibles ante las brutales acciones que se llevaban a cabo en los interrogatorios. El tiempo que transcurría desde que el detenido ingresaba en la celda de la comisaría hasta el momento en que era interrogado no respondía a cuestiones de azar. Para la policía la celda era un arma más, ya que durante ese tiempo el nerviosismo, las dudas y el miedo aumentaban en el detenido, lo maduraban, haciendo que llegara al interrogatorio en una situación de tensión que dificultaba la claridad de ideas y, por lo tanto, facilitaba a los agentes la obtención de las declaraciones deseadas. Cuando detienen al estudiante Joaquín Bosque Sendra en el Estado de Excepción de 1970, se lo llevan a una celda del Zaidín y allí permanece sólo durante quince días. Había pasado ya por una detención en Zaragoza en 1969, por la cárcel de Torrero y de Carabanchel, por otra detención de la Semana Santa de 1970, pero era la primera vez que estaba tanto tiempo solo:
Los militantes antifranquistas, en general, estaban aleccionados y buscaban recursos para evitar la delación de sus compañeros y compañeras. Pero una cuestión era estar avisados de las técnicas policiales y otra, muy distinta, encontrarte a solas en esta situación. Que unos reaccionaran de una u otra forma dependía de muchos factores, pero nadie estaba a salvo de mostrar sus debilidades.
Psicológicamente, los interrogatorios se solían hacer por la noche. Los detenidos eran conducidos, aunque podían hacerse a cualquier hora del día, aprovechando muchas veces el duermevela de los detenidos
Psicológicamente, los interrogatorios se solían hacer por la noche. Los detenidos eran conducidos, aunque podían hacerse a cualquier hora del día, aprovechando muchas veces el duermevela de los detenidos. Los detenidos eran conducidos ante dos o más agentes, que ejercerían el ya estereotipado papel de policía malo y policía bueno. Mientras el primero le intimidaba con comentarios del tipo ‹‹te vamos a estar pegando hasta que nos cuentes todo lo que sabes›› o agrediéndolo físicamente, el segundo le sugería que contase toda la verdad ‹‹o estos tipos te van a reventar›› o ‹‹declara, tus compañeros ya te han delatado››, en un intento de sustraer la máxima información en el menor tiempo posible.
Otro procedimiento recurrente a la hora de agredir psicológicamente a los entrevistados fue el comenzar el interrogatorio con un arma sobre la mesa. Este hecho se puede interpretar teniendo en cuenta dos cuestiones: en primer lugar, suponemos que el arma contribuye a intimidar y presionar al interrogado; en segundo lugar, si tenemos en cuenta que la pistola estaba descargada y que se dejó al detenido a solas en la habitación, la actuación de la policía se puede interpretar como una prueba a la que se sometía al joven represaliado para evaluar si era o no capaz de usarla o, simplemente, porque pensaran que podría aplicársele la ley de fugas.
El régimen no acometió únicamente contra ellos, sino que eran muchas las ocasiones en que padres y madres, hermanos y hermanas y amigos y amigas resultaban amenazados
Hay una última cuestión que merece la pena señalar a la hora de abordar la vertiente psicológica de la tortura. Ésta es la que experimentaron los propios detenidos cuando eran amenazados con tirarlos por la ventana, como habían hecho con otros o con la posible detención de los familiares de los represaliados, ya que el régimen no acometió únicamente contra ellos, sino que eran muchas las ocasiones en que padres y madres, hermanos y hermanas y amigos y amigas resultaban amenazados, amén de que en muchas ocasiones se les prohibió, además, visitar a los detenidos durante su estancia en las comisarías y los cuarteles. Era tal el chantaje emocional que algunos temieron más a éste que a la brutalidad física.
El terror motivado por el miedo a las represalias que puedan sufrir los hijos e hijas lleva a los padres, por otro lado, a situaciones paralizantes
El terror motivado por el miedo a las represalias que puedan sufrir los hijos e hijas lleva a los padres, por otro lado, a situaciones paralizantes. La actitud despótica de la BPS, y más la de algunos jefes, se extenderá no sólo hacia los militantes antifranquistas, sino hacia sus padres, aunque algunos de ellos fueran, incluso, policías. Se trataba de hacer daño a todo el entorno familiar.
Por otra parte, en situaciones de máxima tensión muchos activistas antifranquistas se vieron abocados a abandonar su domicilio escondiéndose en lugares donde no fueran sospechosos habituales. Bajo la orden de busca y captura, los miembros de la BPS sometieron a los familiares y amigos de los huidos a amenazas de pérdida de trabajo en el caso de ser funcionarios, presiones o interrogatorios que supusieron un verdadero calvario, ya que en la mayor parte de los casos éstos desconocían su paradero e, incluso, sus actividades o filiación política, resultando involucrados en las actuaciones policiales de forma involuntaria. En esta situación se vieron, entre otras, las familias de Antonio Ayllón Iranzo, Roberto Mayoral Asensio, Miguel Ángel Linares Valverde o de Socorro Robles Vizcaíno, de la que destacamos el siguiente testimonio:
Esta vertiente de la represión que sufren las familias también es motivo de preocupación para los detenidos, que reaccionan con pena y temor por los sufrimientos que pudieran padecer sus propias familias
Aun así, esta vertiente de la represión que sufren las familias también es motivo de preocupación para los detenidos, que reaccionan con pena y temor por los sufrimientos que pudieran padecer sus propias familias. En alguna ocasión la actividad subversiva de algún militante la pagarán también alguno de sus hermanos. Excepcionalmente, hemos recogido el testimonio de Roberto Mayoral Asensio por el que el hermano menor, Carlos Mayoral, militante de la JGR, fue expulsado de un instituto de Zaragoza por las actividades subversivas de sus hermanos mayores y que inspiró la canción “Ramón Cabeza” de Labordeta.
Aunque unos y otros reaccionen de forma distinta ante el acoso policial, el impacto psicológico en aspectos rutinarios como llamarlos individualmente o el sonido de cómo se descorría el cerrojo de la celda, quedarán grabados en las mentes de cada uno de ellos. La presión psicológica a que eran sometidos por la policía política, en definitiva, era terrible e insostenible en muchos casos porque los amenazarán con su propio desprestigio social cuando no de que pudieran hacer públicas “cosas” de sus padres o que no sería difícil buscar las debilidades de cada uno.
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