'11 de agosto: aniversario del fusilamiento de Blas Infante. Un esbozo de su pensamiento'
El 11 de agosto de 1936, Blas Infante fue fusilado en el kilómetro 4 de la carretera de Sevilla a Carmona por los golpistas que se habían levantado contra la legalidad republicana. Aquel asesinato se justificaría en una sentencia dictada 4 años después y, en una aberración jurídica, aplicando retroactivamente la ley. Hoy día sigue sin haberse revisado esa ignominia. Que esta reparación no haya sido posible, que los restos de Infante se encuentren en una fosa común del cementerio de San Fernando, según se supone, es una muestra de la situación de debilidad política y cultural del pueblo andaluz. Y del olvido de lo que fue la obra y el pensamiento de Blas Infante.
La misma estructura de la propiedad agraria, la concentración de tierras en pocas manos latifundistas, que Blas Infante denunciara, y que permanece casi inalterable, ha provocado que desde la segunda mitad del siglo pasado, una parte considerable de población jornalera y campesinos empobrecidos haya tenido que emigrar a otros sectores económicos y a otros territorios, proceso que aún hoy continúa
La figura del considerado padre de la patria andaluza, Blas Infante, es considerada con valoraciones desiguales. Por un lado, las instituciones oficiales andaluzas nos han mostrado –y continúan haciéndolo- a un Blas Infante que se reconocería con el modelo actual de comunidad. Otros, instalados en el poder político, recogiendo la herencia de los golpistas, quisieran el borrado de lo que su figura representó. Pero también, por los sectores más sensibilizados con las históricas demandas del pueblo andaluz, se denuncia tanto la tergiversación de su pensamiento como los objetivos políticos que animaron la militante actividad de Blas Infante hasta el día de su asesinato.
¿Cuáles fueron las inquietudes de Blas Infante, qué se proponía para recuperar el estado de postración en que permanecía –y permanece- el pueblo andaluz? En un pasaje de su primera obra, El ideal Andaluz, expone lo que le guiará siempre en su quehacer político por el pueblo andaluz: “Yo tengo clavada en la conciencia, desde mi infancia, la visión sombría del jornalero. Yo le he visto pasear su hambre por las calles del pueblo, confundiendo su agonía con la agonía triste de las tardes invernales…” (Infante, 1915). Los andaluces, desposeídos a partir del siglo XIII de sus tierras, entraron en la Era Moderna bajo el poder de la nobleza visigótico-castellana. Desde entonces, los que no fueron expulsados vivieron sumidos en la explotación económica y en la asimilación cultural. La misma estructura de la propiedad agraria, la concentración de tierras en pocas manos latifundistas, que Blas Infante denunciara, y que permanece casi inalterable, ha provocado que desde la segunda mitad del siglo pasado, una parte considerable de población jornalera y campesinos empobrecidos haya tenido que emigrar a otros sectores económicos y a otros territorios, proceso que aun hoy continúa.
Infante sabía que la recuperación de la identidad andaluza pasaba por la reapropiación de lo que fueron sus medios de vida. Para que el pueblo andaluz pudiera volver a ser un pueblo, tendría que disponer de la propia capacidad de producir sus medios de vida, y hacerlo con las características con las que siempre lo ha intentado: proyectando su espíritu. Ninguna de las fórmulas políticas en pugna durante el siglo XX satisfacen el ideal del pueblo andaluz, el ideal de libertad, porque ese ideal, presente en la cultura andaluza desde sus orígenes, solo puede conseguirse cuando la libertad individual coincida con la libertad colectiva del pueblo en una sociedad justa orientada hacia el ideal de humanidad.
Todas las familias jornaleras, los auténticos andaluces que fueron desposeídos, por tanto, tienen derecho a la tierra, a su posesión, y a lo que con su trabajo obtenga: el derecho a existir sin tener que pedir permiso. Blas Infante hace suya la libertad defendida por el republicanismo
Infante continúa elaborando su pensamiento filosófico y político en obras como La dictadura pedagógica, la inconclusa obra Fundamentos de Andalucía o El complot de Tablada y el Estado libre de Andalucía. La libertad tiene que construirse desde abajo, desde el individuo al municipio, pasando por la comarca y la provincia, hasta alcanzar el autogobierno como pueblo. La propiedad privada puede ser superada por la propiedad de todos, la propiedad comunal; pero el derecho a la posesión, a la generación de riqueza y a los productos del trabajo, estará a disposición de cada cual y al alcance de todos. Todas las familias jornaleras, los auténticos andaluces que fueron desposeídos, por tanto, tienen derecho a la tierra, a su posesión, y a lo que con su trabajo obtenga: el derecho a existir sin tener que pedir permiso. Blas Infante hace suya la libertad defendida por el republicanismo.
El ideal presente en el pueblo andaluz es un ideal de libertad incompatible con el capitalismo y el colectivismo socialista. La cultura andaluza es una cultura de raíz libertaria, humanista y vitalista, como sus abolengos griegos, y cuyo genio ha proporcionado brillantes épocas (Tartessos, Bética, Al-Andalus) en la historia. Derrotado y oculto, el ideal andaluz, de libertad y justicia, podrá aparecer y realizarse surgiendo desde cada individuo, construyendo la democracia con la entrega de los mejores hombres y mujeres en la tarea de formar al pueblo en la paz, la libertad y solidaridad para alcanzar un comunismo afectivo, de seres humanos libres y solidarios, es decir el comunismo libertario.
Si de Castilla proviene el señoritismo parasitario enquistado en la estructura social andaluza (el señorito, cacique o terrateniente que oprime y explota al pueblo andaluz); y si el Estado español, su dominio político y centralista, son la causa del empobrecimiento y anulación político-cultural de Andalucía, entonces España es el problema. En consecuencia, el pueblo andaluz, contra el señoritismo y contra el españolismo, tiene que exigir la autodeterminación, constituirse con la capacidad política para ser dueño de sus propios recursos, de su patrimonio natural y cultural, y decidir por sí misma su propio destino. No para construir una Andalucía cerrada en sí (el nacionalismo andaluz es un nacionalismo antinacionalista), sino para el progreso de los pueblos en el ideal de libertad, el ideal de humanidad que, como sucedió en otros períodos de la historia, emergerá desde las propias raíces culturales de Andalucía.
Hoy vivimos con preocupación el retroceso en el reconocimiento de la identidad cultural y los derechos del pueblo andaluz a autogobernarse; pero el legado de Blas Infante es una invitación a mantener viva la defensa de nuestra tierra, del ideal andaluz. Contra lo que pretenden los herederos de la cultura franquista, es una obligación moral hacer justicia con las víctimas de la historia. Es una deuda que tenemos también con Blas Infante.