'Viva Belgrado señalan el cielo y se miran el ombligo'
“Que no nos falten los conciertos/Que vengan pocos desencuentros/Y que no pasen cuatro años”. Así se despedían Viva Belgrado en “¿Qué hay detrás de la ventana?”, la poderosa última canción de Bellavista. Hacían referencia al excesivo tiempo trascurrido entre su anterior disco, Ulises, y aquel tercer álbum. De eso hacen, precisamente, cuatro años: al final, ha vuelto a haber un largo lapso entre LPs, en parte debido a los problemas de salud de Cándido Gálvez, cantante, letrista y líder del grupo. En medio hemos tenido un par de EPs, los dos volúmenes de Paralelos/Meridianos, concebidos expresamente como forma de no desaparecer durante tanto tiempo. Por si hacían falta más pruebas, la primera canción de Cancionero de los cielos, su nuevo álbum, aborda expresamente el atasco creativo que ha tenido Cándido: “Ahí va la cuestión: ya no sé si soy capaz de volver a emocionar con una canción”.
En realidad, esto no debería sorprender a quienes hayan seguido la carrera del grupo cordobés. Ya en Bellavista abundaban las letras que eran un cuestionamiento constante del sentido de seguir con el proyecto
En realidad, esto no debería sorprender a quienes hayan seguido la carrera del grupo cordobés. Ya en Bellavista abundaban las letras que eran un cuestionamiento constante del sentido de seguir con el proyecto. En esta primera canción, que lleva por título “Vernissage”, Cándido se mira a sí mismo con los ojos de los haters (“¿Con ceros en la cuenta se duerme mejor?/Bueno, yo solo quería terminar otra canción”) al tiempo que juzga con idéntica dureza a sus compañeros de escena (“En mis tiempos a lo tuyo lo llamábamos muzak/Yo solo veo moscas dentro de la puta capital/Jóvenes, modernos, meritócratas de mierda”). De hecho, casi toda la primera mitad del disco la componen canciones que, de un modo u otro, cuestionan su propia razón de ser. Por ejemplo, “Nana de la Luna Pena” y “Ranchera de la Mina” exploran el coste de usar la tristeza como inspiración para escribir canciones, es decir, la trampa del malditismo que suele rodear a los Grandes Autores. Un tema que podría ser interesante, pero que Cándido explora con una torpeza que, la verdad, plaga la mayor parte del álbum.
En “Nana de la Luna Pena” hay varios giros lingüísticos que generan bastante vergüenza ajena y ripios facilones que le quitan empaque. A ello se suman problemas con la producción (durante toda la primera mitad de la canción hay un platillo que suena demasiado fuerte y demasiado sucio) y otro defecto que atraviesa todo el proyecto: la obviedad de las referencias y juegos con el significado. ¿De verdad era necesario poner a Sara Zozaya a cantar encarnando al personaje de “la pena”? Sobre todo teniendo en cuenta que lo que canta no aporta nada nuevo a lo ya expresado por Cándido: es una reiteración de las mismas ideas e incluso con las mismas palabras. En “Ranchera de la Mina”, por su parte, escoge una imagen de lo más trillada: compara su búsqueda de inspiración en sus propias experiencias negativas con “bajar a la mina”, donde teme perderse y quedar atrapado. Y la música no podía ser más básica: una solitaria guitarra arpegiando unos acordes a ritmo de shuffle con mucho eco, algo que podía haber sido la base para algo más pero que se ha quedado en un bosquejo.
Musicalmente, es probablemente la composición más compleja del álbum, con fases de hardcore ruidista muy efectivas, momentos en que introducen unas palmas dobladas propias de unas bulerías, un órgano de tintes religiosos y sobre todo un breakdown casi de jazz cubano que es, cuando menos, sorprendente
No todas las canciones son tan desafortunadas en el aspecto musical; de hecho, hay algunas de lo más interesantes. Pero el problema de fondo es esa combinación de narcisismo y pretenciosidad hueca, que hace muy difícil tomarse en serio a la banda. Podemos ver cómo ambas realidades colisionan en “El Cristo de los Faroles”. Musicalmente, es probablemente la composición más compleja del álbum, con fases de hardcore ruidista muy efectivas, momentos en que introducen unas palmas dobladas propias de unas bulerías, un órgano de tintes religiosos y sobre todo un breakdown casi de jazz cubano que es, cuando menos, sorprendente. Sin embargo, en la letra Cándido se compara a la vez con Sísifo y con Jesucristo; el tipo de gesto megalomaníaco que solo te puedes permitir si eres un letrista de la talla de Kendrick Lamar. Por si quedaba alguna duda, en la siguiente canción, “Gemini”, un trallazo hardcore de dos minutos, se limita a enumerar distintas caras de sí mismo, para terminar enunciando que “mi mejor enemigo en mi reflejo”. Está claro cuál de esas versiones de Cándido predomina en su música: “el que se mira demasiado en el espejo”.
Creo que las canciones más disfrutables del álbum son las que hablan de amor y desamor, lo que demuestra que no hace falta reinventar la rueda para hacer buenas canciones: basta con dejar de mirarse el ombligo y encontrar formas medianamente elegantes de expresar emociones básicas
En la segunda mitad del álbum, este egocentrismo se matiza, y no en vano la ratio de aciertos frente a errores mejora. Creo que las canciones más disfrutables del álbum son las que hablan de amor y desamor, lo que demuestra que no hace falta reinventar la rueda para hacer buenas canciones: basta con dejar de mirarse el ombligo y encontrar formas medianamente elegantes de expresar emociones básicas. Personalmente, no veo nada de malo en que Viva Belgrado hagan una canción tan suave como “Elena observando la Osa Mayor”, con tanto protagonismo de los sintes: consiguen narrar una historia emocionante y genuina, que es mucho más de lo que hacen en la mayoría de temas. Y “Un tragaluz” es un hitazo de emo pop con un estribillo de los que se te quedan adheridos en la memoria y la garganta (“Y si deja de llover/y sale un poco sol y se ahoga mi pena/por el tragaluz que me construí/en lo alto del techo cuando te marchaste de aquí”). En la misma línea lírica va la bonita “Perfect Blue”, pero para mí la estropea un poco la evidente inspiración en el shoegaze emo de Parannoul (incluida la referencia a la portada de uno de sus discos).
También en la, por lo demás, potentísima “Saturno devorando a su hijo” hay momentos de cringe: “¿Te has dado cuenta de que el alcohol siempre saca todo lo peor de mí?”, se pregunta Cándido, como si esto fuera una observación ingeniosa. No obstante, el único momento realmente horroroso en esta segunda mitad es “Jupiter and Beyond the Inifinite”, un intento de hacer rock espacial donde nada funciona: los sintes son totalmente convencionales y encima suenan bastante mal, las referencias a Malévich, Aivazovski y el Sutra del Corazón son puro name-dropping sin ninguna elaboración, la aportación de Erik Urano es un pegote y, como remate, ese terrible e inexplicable final con coros infantiles. En cualquier caso, se me hace muy difícil disfrutar de Cancioner de los cielos como un todo. Habrá quienes sientan que el grupo ha perdido la crudeza de la época de Flores, carne, pero para mí el problema esencial es otro: simplemente, a Cándido se lo ha comido el personaje. Yo diría que, en realidad, ya está perdido en esa mina de la que teme no saber salir: el chico de oro de la escena no tiene nada que decir de casi nada que no sea él mismo.