Capítulo XLII: 'El Estado y la no revolución: algunas notas sobre el Eurocomunismo'
El llamado eurocomunismo, en cuanto discurso político e impulso organizativo, no duró demasiados años, aunque tuvo una cierta trascendencia europea en Francia y sobre todo en Italia, y desde luego en España, en la etapa final de Santiago Carrillo
Realmente el llamado eurocomunismo, en cuanto discurso político e impulso organizativo, no duró demasiados años, aunque tuvo una cierta trascendencia europea en Francia y sobre todo en Italia, y desde luego en España, en la etapa final de Santiago Carrillo, tras su regreso a España. Se podría decir que la “hegemonía” del eurocomunismo, por llamar a aquella influencia de alguna manera, se extendió entre 1976 y 1982, coincidiendo con los años centrales de la denominada Transición y de la elaboración de su pieza clave: la Constitución de 1978.
A partir de 1982, tras las elecciones generales, en que casi desaparece el PCE, en función de la crisis que se deriva, de enormes proporciones, de un lado se abrirá paso la política de convergencia, que tiene en 1984 una fecha clave (creación de Convocatoria por Andalucía), y de otro lado la escisión que comanda Carrillo, muy crítica con la política de convergencia, y posteriormente con la creación de IU, desembocará, más pronto que tarde, a través de una política de alianzas oculta hasta cierto punto, en las filas del PSOE. El eurocomunismo, por tanto, no pertenece a la lógica de la política de convergencia y cuando esta se desarrolla, a través de IU, el proyecto de “unidad” de Carrillo no tendrá ya ningún oxígeno político, dejando incluso de utilizarse la denominación de eurocomunismo.
En realidad la “hegemonía” del eurocomunismo se ejerció más que como una estrategia nueva o una renovación en profundidad de la línea llevada hasta ese momento (política de reconciliación y conquista de las libertades), como una especie de “ortodoxia” moderna
En realidad la “hegemonía” del eurocomunismo se ejerció más que como una estrategia nueva o una renovación en profundidad de la línea llevada hasta ese momento (política de reconciliación y conquista de las libertades), como una especie de “ortodoxia” moderna, que demarcaba el lugar del partido con respecto a prosoviétivos y otros “quistes” históricos (como el estalinismo), e incardinaba al partido en la lógica general que se empezaba a vivir en España, como una pieza más del estado que se había empezado a diseñar. Ese fue en verdad el objeto teórico del libro que por aquellos entonces (1977) publicó Carrillo, denominado Eurocomunismo y estado.
Por aquel entonces era urgente dar pruebas de nuestro sentido de la realidad y nuestro compromiso con ella, sobre todo teniendo en cuenta la legalización pendiente. Creo que la reunión fundacional de aquel realismo, de aquella “normalización”, la hicimos en la calle Capitán Haya, donde, junto a la dirección ejecutiva, integrada fundamentalmente por el equipo histórico, nos reunimos “delegados” de todas las provincias. Por Jaén asistimos Félix Pérez y yo mismo. En aquel salón, donde resonaba un cierto dramatismo, y algunos dirigentes entraban y salían misteriosamente (entre ellos Jaime Ballesteros), nos agrupamos, casi todos de pie, unos doscientos dirigentes. Allí se habló, sobre todo, de la bandera y de la unidad de España, más que de la aceptación del Rey, aunque todo estaba integrado en aquel paquete decisorio que realmente no llegamos a votar, ya que se aprobó por asentimiento (solo recuerdo que un camarada catalán explicó brevemente su voluntad de abstención, aunque el acta histórica era de unanimidad).
Entrábamos de forma espaciada, tomábamos asiento y esperábamos un rato, hasta que aparecía Carrillo, que se había desprendido un poco antes de su peluquín
Antes y después hicimos algunas reuniones a fin de organizar ya, aun sin estar legalizado el partido, nuestra participación en las elecciones constituyentes. Recuerdo un par de reuniones en las estancias de la Fundación de Investigaciones Marxistas, en la calle Alameda número 5. Entrábamos de forma espaciada, tomábamos asiento y esperábamos un rato, hasta que aparecía Carrillo, que se había desprendido un poco antes de su peluquín.
Fundamentalmente se trataba de organizar las candidaturas, en principio previendo que un candidato podría ir por varias provincias, extremo que se descartó poco después. Las informaciones las aportaba generalmente Ramón Tamames, que mantenía contactos con dirigentes del equipo técnico de Suárez. En las deliberaciones que se hicieron, aparte de ver los sitios que ocuparían los dirigentes principales del equipo histórico, empezando por Dolores y Santiago, se hablaba de la necesidad de una cierta renovación. Por tanto, se hacían análisis en esa dirección histórica y teniendo en cuenta la carga de “modernidad” e identidad histórica necesarias a la hora de comparecer electoralmente.
El fondo es que el programa que se iba a elaborar, así como el enfoque político, iban a romper con la lógica que se había mantenido hasta entonces en el partido y que se resumía en un documento muy elaborado, y muy participativamente elaborado, a pesar de la clandestinidad y de residir el equipo histórico fuera de España
Pero en aquellas reuniones no se hablaba del programa, ni siquiera del discurso político, o se hablaba escasamente. Y aquí quiero detenerme un poco, porque esta circunstancia empezó a señalar uno de los aspectos esenciales de lo que a partir de la legalidad empezó a denominarse como “eurocomunismo”. Es cierto que hubo reuniones del Comité Central para determinar, más que el programa, el enfoque político del discurso que íbamos a ofrecer durante la campaña. Pero el fondo de la cuestión era otro. El fondo es que el programa que se iba a elaborar, así como el enfoque político, iban a romper con la lógica que se había mantenido hasta entonces en el partido y que se resumía en un documento muy elaborado, y muy participativamente elaborado, a pesar de la clandestinidad y de residir el equipo histórico fuera de España; me refiero al Manifiesto-Programa del 74-75. Un documento de fuste que tenía una orientación transformadora frente a los monopolios, a la ausencia de democracia económica y social, y frente al modelo productivo dominante. Pero el espíritu de los tiempos, a la hora de insertarse en aquella especie de amplio espacio comercial que señalaban las elecciones, parecía exigir un programa ligero (que harían en un par de noches Tamames y sus colaboradores, dijo alguien) y que no superaba los términos del keynesianismo y de la sindicalización de la política, sin marcar realmente una alternativa de fondo con respecto a los postulados políticamente correctos. A veces todo el debate se resumía en la distancia o cercanía que había que tener con respecto al PSOE.
El año 1977 fue clave a la hora de señalar el camino. Un año contradictorio, pero solemne y espectacular.
De un lado, a través de reuniones en la cúspide, y siempre al socaire de lo que iba dictando el resonar de los sables y espadones, se empezaba a elaborar el texto constitucional, que se aprobaría un año después
De un lado, a través de reuniones en la cúspide, y siempre al socaire de lo que iba dictando el resonar de los sables y espadones, se empezaba a elaborar el texto constitucional, que se aprobaría un año después. Al mismo tiempo se empezaba a vivir en Andalucía un hervor especial, causa y consecuencia de lo que después sería la Constitución de las autonomías y el Estatuto con plenas competencias, que requirió la celebración de dos referéndums.
Desde el principio la llamada transición entre la dictadura y democracia exigía un espacio especial, que el partido aceptó. Fue el espacio que después marcaría el relato hegemónico: siete magníficos, en torno a un rey taumatúrgico, elaboraron un texto, y no solo un texto, sino una etapa ejemplar. Lo que ocurre es que aquella etapa exigía atemperar los tonos y las dimensiones de la movilización popular, de ahí que el “eurocomunismo” siempre se desarrollaba en el paisaje de una movilización controlada y prudente. Por eso se mantenía el concepto de la ejemplar transición, sin tener nunca en cuenta lo que ocurría en la calle, donde las tramas fascistas y la policía posfranquista acabaron con centenares de luchadores por la democracia.
En Andalucía, frente a la posibilidad de autonomías de primera y de segunda, se produjo en Antequera un pacto que sacó a la calle a cerca de dos millones de personas reivindicando una autonomía plena
En Andalucía, frente a la posibilidad de autonomías de primera y de segunda, se produjo en Antequera un pacto que sacó a la calle a cerca de dos millones de personas reivindicando una autonomía plena. Sin duda el posfranquismo se defendió, incluso intentó abortar, a través de crímenes de estado, el despegue de un estado autonómico, y aquí hay que inscribir el asesinato de Manuel José García Caparrrós.
Un año, 1977, que se iniciaba con el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha (para intenar abortar la democracia), y que culminaba con el crimen de Málaga el 4 de diciembre (para intentar impedir la autonomía plena de Andalucía).
Se demostró, por parte de los comunistas, una gran capacidad de convocatoria, unida a un control de masas indudable
La Constitución (de las autonomías) del 78, así como la propia legalización del partido, está unida a estos hechos. Se demostró, por parte de los comunistas, una gran capacidad de convocatoria, unida a un control de masas indudable. Control de masas que empezó a derivar en una cierta desactivación histórica, que poco a poco cedía el espacio histórico a la reunión de los siete constructores de la modélica transición. Un ejemplo de esta circunstancia fue la llegada de Dolores a España tras la legalización, recibida en el aeropuerto por una mermada comisión de históricos, ya que se había pactado con Martín Villa que tal regreso no supusiera una movilización amplia.
A partir de ahí la transición, y su pieza clave, la Constitución de 1978, se pudo elaborar en el terreno de juego elegido por el posfranquismo, directamente representado en la ponencia por Manuel Fraga. Pero no fue una “mala” constitución, atendiendo a su tenor literal. Otra cosa es el relato oficial, hegemónico, a partir de entonces, y la fuerza real de lo aprobado (se produjo desde primea hora un incumplimiento flagrante), aparte de los cambio y reformas encubiertas que los hechos posteriores introdujeron, incluidos los contenidos que se derivaron del intento de golpe de estado de Tejero en 1981.
El eurocomunismo va esencialmente unido a la elaboración constitucional y al relato hegemónico sobre la misma. No fue, como he dicho, una “mala” constitución, pero pronto, con la condescendencia de la izquierda, en el seno de la “correlación de debilidades” de la que habló Vázquez Montalbán, dejó de ser un texto real, dada la lectura que hizo de ella el bipartidismo.
Un cambio que supuso, ahí están los resultados, el fin del proyecto eurocomunista y el inicio de una crisis brutal de las propuestas y de la misma viabilidad del PCE, dando paso a la creación de IU en el seno de la política de convergencia
El intento de golpe de estado de 1981, a través del pacto no escrito del capó, ya introdujo una serie de enmiendas. Dicho intento, protagonizado explícitamente por Tejero, pero realizado bajo la sombra de la monarquía, se produjo precisamente en el momento en que entraba en proceso de aprobación el Estatuto andaluz en la cámara baja. En el fondo el intento de golpe de estado suponía una relectura constitucional. De un lado, se trasladaba el malestar de la España eterna, representada por una serie de generales, por la legalización del Partido Comunista, a quien el bipartidismo ponía un veto de legitimidad. De otro lado, se intentaba poner freno a la lógica de la España de las autonomías, surgiendo a partir de esta relectura la famosa LOAPA (ley orgánica de armonización del proceso autonómico), auspiciada por el bipartidismo. Al mismo tiempo aquella sublevación militar suponía una protesta de fondo contra el terrorismo de ETA, lo que supuso, a partir de 1982, la aparición del terrorismo de estado. Y al mismo tiempo se intentaba, y se conseguía, modular la posición de España con respecto a la entrada en la OTAN. Realmente el cambio que se produjo en 1982, con el triunfo del PSOE, se hacía en base a este programa oculto. Un cambio que supuso, ahí están los resultados, el fin del proyecto eurocomunista y el inicio de una crisis brutal de las propuestas y de la misma viabilidad del PCE, dando paso a la creación de IU en el seno de la política de convergencia; una creación política que suponía, a la vez, la ruptura con respecto a Carrillo y el inicio de una política de alianzas al margen y contra la lógica de la casa común, que era un poco el ADN del eurocomunismo.
Dijo que en la noche electoral, al pasar delante del Hotel Palace, donde el PSOE celebraba el triunfo, Santiago no tuvo los reflejos suficientes, porque tenía que haberse bajado del coche, haber entrado en el Palace y haberle dado ante todas las cámaras y fotógrafos del mundo un abrazo a Felipe González
Cuando en 1982, tras las elecciones, y el batacazo que habíamos dado, nos reunimos el Comité Ejecutivo del PCE, alguien, del sector más cercano a Carrillo, hizo una reflexión inolvidable para mí. Dijo que en la noche electoral, al pasar delante del Hotel Palace, donde el PSOE celebraba el triunfo, Santiago no tuvo los reflejos suficientes, porque tenía que haberse bajado del coche, haber entrado en el Palace y haberle dado ante todas las cámaras y fotógrafos del mundo un abrazo a Felipe González. Era la forma de expresar que todo había terminado, como al cabo de poco tiempo, tras la crisis aguda pero rápida que sufrimos, se demostró cuando gran parte del carrillismo ingresó en el PSOE. Pero no todos los eurocomunistas hicieron lo mismo, es preciso y justo aclarar. Por eso merecen una especial mención los eurocomunistas convencidos de aquella estrategia supuestamente independiente y revolucionaria, y por eso, una vez repartidas las cartas finales, no se adscribieron al PSOE, y se quedaron fuera, regresando muchos de ellos, andando al tiempo, a las filas del PCE o, en todo caso, conservando su apuesta personal netamente de izquierdas.
Durante unos siete años la renovación, cuyo nombre más usual fue “eurocomunismo”, constituyó el eje central de las decisiones del partido. Había que partir de la realidad y había que incardinarse en el muy repetido “tejido social”. De ahí la pugna constante por separarse de la Unión Soviética y de ahí, también, contradictoriamente, el establecimiento de la corriente de Ignacio Gallego, que llegó a constituirse en partido en el seno de la crisis final de la estrategia eurocomunista.
Crisis larga que quizás empezó en la misma noche electoral de las elecciones constituyentes de 1977
Crisis larga que quizás empezó en la misma noche electoral de las elecciones constituyentes de 1977. Tras la legalización y el acondicionamiento de los estatutos, en el marco de los acuerdos que se adoptaron en la reunión de Capitán Haya, los resultados electorales supusieron una decepción de fondo. Se había intentado ocupar el espacio moderado de la izquierda, pero tras cuarenta años de lucha heroica (y “cuarenta años de vacaciones del PSOE”, dijo Tamames), los resultados no pasaban del diez por ciento de los votos. El PSOE, también renovado, volvía a la escena política ocupando un ancho espacio electoral.
El PCE, desde su fracaso, optó por aumentar el proceso de renovación, que al final, en pocas palabras, consistía en ocupar el espacio de la socialdemocracia clásica que el PSOE empezó a abandonar a partir de la hegemonía neoliberal, convirtiéndose en un partido menos socialdemócrata y más social-liberal, como protagonista de la reconversión neoliberal que supuso, como una especie de segunda transición, la gobernación de Felipe González. En este sentido el PSOE, y un amplio sector, aunque minoritario, de la IU de Julio Anguita, con su adscripción dogmática a la Europa de Maastricht, acabaron con cualquier posibilidad de soberanía, sobre todo en los aspectos económicos y financieros, de la Consitución del 78, que no volvió a responder a las previsiones de su sentido inicial. No es que fuera “mala” la Constitución del 78, es que dejó de existir tras Maastricht y tras la reforma del artículo 135 realizada unos pocos años después.
Eso sí, el partido, a la par que moderaba la presencia en las calles, intentaba montar una teoría renovadora que, alejándose de los postulados clásicos, tampoco aceptaba explícitamente los de la socialdemocracia, dada la oposición de las bases, cada vez más divididas en aquel periodo
Eso sí, el partido, a la par que moderaba la presencia en las calles, intentaba montar una teoría renovadora que, alejándose de los postulados clásicos, tampoco aceptaba explícitamente los de la socialdemocracia, dada la oposición de las bases, cada vez más divididas en aquel periodo. Y todo ello en el seno de la construcción de una especial transición entre la dictadura y la democracia. Una lógica transicional que, para alejar el fantasma de la república, Carrillo describió no como un pulso entre república y monarquía, sino entre democracia y dictadura.
A escala europea, el partido, muy centrado siempre en el hiperliderazgo de Carrillo, estrechó relaciones con el PCF y el PCI, sobre todo con los italianos, de cara a la necesidad de una respuesta desde una izquierda moderna al proyecto europeo. Al mismo tiempo se rompían relaciones con el PCP y se estrechaban con el socialismo portugués. La influencia del PCI en los órganos de dirección del PCE fue muy importante, sobre todo entre los sectores renovadores, dominantes. El PCI constituía en su país una fuerza poderosa, que logró en la última etapa de Berlinguer el “sorpasso” a la democracia cristiana en unas elecciones europeas. Sin embargo, no duró mucho más la estrategia eurocomunista a raíz de la muerte de Berlinguer en 1984 (por cierto, la delegación soviética en su entierro estaba presidida por un tal Gorbachov). En pocos años, tras la trayectoria del último secretario general, Ochetto, el PCI fue disuelto y Ochetto les explicaba a los dirigentes de la Internacional Socialista que quizás había sido un error crear la sección comunista en los años veinte.
En Andalucía, a partir de 1977, se lanzaba una estrategia, de base popular, desde luego inesperada, en el seno de la construcción del estado de las autonomías, que marcó, a partir del 78, el perfil propio de la Constitución democrática a través de su Título VIII. Nadie esperaba aquel papel histórico de Andalucía, que se lanzó a conquistar una autonomía plena al nivel de vascos, catalanes y gallegos. Y nadie esperaba tampoco la fuerza popular que funcionó en la base de aquella conquista, que tanto influyó además en la propia elaboración de la Constitución, en cuyo texto también presionaban con gran fuerza el desarrollo de la política tanto en Cataluña como en el País Vasco.
Tras este Congreso, en enero de 1981, fui elegido Secretario General del PCA
En el partido andaluz (el PCE de Andalucía) se había consumado, sin demasiado debate, y como un efecto natural del proceso de renovación, la sustitución en la Secretaría general de José Benítez por Fernando Soto. Quizás quedaba sin resolver un cierto lastre inmanente con respecto a los métodos organizativos del eurocomunismo, que transpareció poco después, dados los pocos años que ejerció Soto como Secretario General, responsabilidad que dejó a finales de 1980. En el debate que produjo la dimisión de Soto se entremezclaron problemas anteriores, el proceso de renovación urgente del partido, a veces desconectado del ritmo real de las agrupaciones, y el debate con respecto al papel que jugaba Andalucía, desde su pulsión por la autonomía plena, de cara a la Constitución de una nueva unidad cuasi federal para el Estado. Dicho debate se mantuvo, de una forma o de otra, en la fundación, en 1979, en el Congreso de Torremolinos, del Partido Comunista de Andalucía, como fuerza autonómica con estatutos propios. Tras este Congreso, en enero de 1981, fui elegido Secretario General del PCA.
Entre 1979 y 1982 se desarrolló la etapa en la que Andalucía conquistó su autonomía plena, rompiendo el papel histórico que parecía haberle asignado el posfranquismo. Andalucía, como nueva comunidad histórica, rompía las previsiones del estado centralista, ya debilitado por el desarrollo del estado de las autonomías, y llevaba a su expresión más completa el título VIII de la Constitución. Lo cual sin duda se vio reflejado en el texto estatutario, singularmente en el artículo que recogía (por poner algún ejemplo) la reforma agraria como forma de superación de la estructura productiva y de propiedad de la tierra de la Andalucía eterna.
A escala nacional, el PCE mantenía, frente a la supuesta apuesta de la política de cambio protagonizada por el PSOE, una especie de entendimiento de estado transicional con la UCD de Adolfo Suárez
Al mismo tiempo, a escala nacional, el PCE mantenía, frente a la supuesta apuesta de la política de cambio protagonizada por el PSOE, una especie de entendimiento de estado transicional con la UCD de Adolfo Suárez. Un compromiso histórico tardío que nos puso fuera de juego, tal como se vio en las elecciones.
Las elecciones de 1982 supusieron un fuerte golpe al partido, mucho más fuerte en las generales que, algunos meses antes, en las autonómicas. Precisamente a partir de estos resultados se inició la gran crisis del partido, que se desmembró en tres sectores (el prosoviético, el carrillista y el sector oficial encabezado por Gerardo Iglesias). Fue en este momento cuando, a lo largo del debate, y por las posiciones que en él se fueron adoptando, el eurocomunismo entró en crisis terminal. El sector prosoviético fundó un partido, que no tuvo un desarrollo potente ni duradero; el sector carrillista fundó otro partido, sobre la idea de la unidad de los comunistas, que poco a poco, a través de una crítica permanente a la política de convergencia del PCE, tradujo su idea de la unidad en un acercamiento y posterior entrada en el PSOE; y el partido propiamente dicho, el PCE, encabezado primero por Gerardo Iglesias, y después por Julio Anguita, que desarrolló la política de convergencia no como una estrategia complementaria con el PSOE, derivada de la casa común de 1920, sino como algo distinto y con una política de alianzas basada en el programa común y en la unidad de lo diverso (rojo, verde y violeta), que desembocó en 1984 en el lanzamiento de Convocatoria por Andalucía y en 1986 en la creación de Izquierda Unida.
Lo que el eurocomunismo, tras su plenitud a lo largo de los años citados, consideró como una estación “Termini”, tras el desplome electoral, en la que había que bajarse del tren para regresar a la casa común, abandonada en 1920, y reencontrarse con los socialistas, fue una propuesta no aceptada por otros, que rechazaron esta fórmula general de desistimiento. Otros, y el partido al frente, concibieron una respuesta basada en el programa común y la estrategia de unidad popular y frente amplio.
Un fantasma recorrió brevemente Europa, sobre todo a través de los medios de comunicación: el fantasma del eurocomunismo. Un recorrido que se hizo precisamente en un momento en que lo sólido empezaba a transformarse en líquido y hasta en gaseoso, incluido el comunismo de los países del Este (Gorbachov puso algo después el punto final a través de su perestroika) . Si la estrategia del comunismo clásico, en torno a la URSS, pudo representar un cierto comunismo del estado planificador, el eurocomunismo, y la alternativa que pretendía representar, quiso más bien convertirse en una especie de comunismo del estado liberal y de la Europa de mercado. Falta por saber si el comunismo de la unidad popular y el frente amplio va a conseguir concretarse y va a ser capaz de dar una alternativa al capitalismo tardío y al auge del neofascismo.
Si no tuviste la oportunidad de leer o quieres volver a hacerlo, te ofrecemos la presentación de la serie que, cada viernes, Juan Francisco Arenas de Soria nos ofrecerá semanalmente sobre la historia del Partido Comunista que, en noviembre, cumplirá 'cien años al servicio de la clase trabajadora', con la intención de que los artículos 'nos aproximen a la realidad de un movimiento social clave para entender nuestro país, su lucha por la democracia y la libertad en contextos realmente complejos, y eso sí, siempre desde una perspectiva granadina":
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Capítulo III: 'El PCE y los primeros años de la Segunda República Española en Granada'
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Capítulo IV: 'Granada en llamas. Reacción monárquica y revuelta social'
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Capítulo V: 'José Bullejos Romero 'El Vivillo''
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Capítulo VI: 'El final del bienio progresista. Las elecciones de noviembre de 1933'
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Capítulo VII: 'Políticas reaccionarias y respuestas revolucionarias. Granada 1934'
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Capítulo VIII: '1935-1936. La construcción del Frente Popular en Granada'
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Capítulo IX: 'El Gobierno del Frente Popular y la repetición de las Elecciones en Granada'
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Capítulo X: 'Defender la República. El golpe militar en Granada'
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Capítulo XI: 'El PCE en Granada durante el conflicto armado'
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Capítulo XII: 'El desarrollo de la 'Guerra Nacional Revolucionaria''
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Capítulo XIII: 'La unidad popular como clave de la bóveda'
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Capítulo XIV: 'Por llanuras y montañas'. El PCE y la guerrilla: el caso de la provincia de Granada
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Capítulo XV: 'Por llanuras y montañas' (y II). El PCE y La Guerrilla antifranquista en Granada, 1947-1952
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Capítulo XVI: Cayetano Bolívar Escribano, diputado del Frente Popular
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Capítulo XVII: 'La Memoria y las mujeres comunistas (I). República y lucha antifascista'
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Capítulo XVIII: 'La Memoria y las mujeres comunistas (II). El franquismo'
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Capítulo XIX: 'La Memoria y las mujeres comunistas (III). La conquista de los derechos'
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Capítulo XX: 'Adriano Romero Cachinero'
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Capítulo XXI: 'Resistencia antifranquista en Granada. El primer franquismo (1939-1950)'
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Capítulo XXII: 'Resistencia antifranquista en los años 50. Granada'
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Capítulo XXIII: “El rayo que no cesa: Pedro Martínez Ojeda”
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Capítulo XXIV: 'Los Celtas en la Rusia Chica: Los comunistas de Maracena'
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Capítulo XXV: 'Luis López García 'Jorovive', el comunista, primer alcalde democrático de Maracena desde la República'
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Capítulo XXVI: 'La resistencia al franquismo en la década de los 60 (I). Aspectos generales'
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Capítulo XXVII: Manuel Sánchez Díaz, 'El rubio de la Virgencica'
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Capítulo XXVIII: 'La Primavera de Praga 1968. El PCE, de la ortodoxia a la disidencia'
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Capítulo XXIX: 'La resistencia al franquismo en la década de los 60. Granada'
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Capítulo XXX: Antonio Ruiz Valdivia (I): 'La lucha contra la dictadura'
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Capítulo XXXI: 'La caída de 1970 en Granada'
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Capítulo XXXII: Francisco Portillo Villena, 'El tío del maletín'
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Capítulo XXXIII: 'Final de una etapa: el último asesinato de la Guerra Española, Julián Grimau'
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Capítulo XXXIV: 'La dictadura lucha por la supervivencia'
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Capítulo XXXV: 'Francisca García Gómez: Paquita de Maracena'
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Capítulo XXXVI: 'Terroristas en la Universidad, una represión cochambrosa'
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Capítulo XXXVII: 'José Cid de la Rosa'
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Capítulo XXXVIII: 'El Partido Comunista y la emigración'
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Capítulo XXXIX: 'Los años finales de la dictadura 1975-1977'
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Capítulo XL: 'El final de la dictadura en Granada'
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Capítulo XLI: 'Acciones y no palabras de los jóvenes comunistas granadinos'