'La política del desayuno'
Hace ya algunos años, escribí un artículo titulado “La política de los Lunes”, coincidiendo con un periodo caracterizado por la rápida sucesión de noticias y propuestas políticas, normalmente debatidas y trasladadas a la opinión pública durante los fines de semana (seguramente por aquello de ocupar los diversos espacios mediáticos, más proclives a ello en fin de semana), y cuyo objetivo parecía ser el convertirse en objeto de tertulia y debate ciudadano durante el lunes, para luego ir decayendo lentamente. Y así, hasta el siguiente fin de semana, en que una o varias propuestas diferentes o nuevas volvían a llenar el lunes de contenido político. Lejos parecía entonces el momento en que quizá añoraríamos esa secuencia semanal, que ahora se nos parece el culmen de la mesura temporal y la culminación de unos debates sosegados.
De modo que parece triunfar la política del desayuno, de rápido consumo y nula permanencia, de disfrutar la gloria del minuto y de ganar en el mercado de la ocurrencia, del eslogan o la frase fácil, habitualmente vacía de contenido
Así lo parece a la vista del ruido, el tuit contradictorio con el tuit de días (incluso horas) antes y las profundas contradicciones en que incurren no sólo los actores políticos, sino también los actores mediáticos encargados de trasladar(¿) los hechos a la ciudadanía. Información, opinión, crítica y propuesta, manipulación y bulo, todo se revuelve como en un cocktail y se presenta uniforme y sin matices. Todo sirve para el rato del desayuno, a veces, incluso sólo para el sorbo de café. Pues a los pocos minutos, quien dijo digo dice Diego, quien interpretó que diego era Diego, ahora piensa que diego es Javier, y quien criticó esto, ahora lo alaba y critica lo contrario. Ya nadie se acuerda, ni falta que hace, de lo manifestado antes. Parece que nada permanece, se ha perdido la memoria. Fundamentalmente porque en ese ejercicio de pretender hacer política y trasladarla, nadie o casi nadie ejerce y practica la pedagogía y la didáctica, ni parece tener el menor compromiso en ejercer, seriamente, la política. Y quien lo hace, que haberlos y haberlas, haylos, parece clamar en un desierto de mediocridad, frivolidad y populismo rampante.
El espectáculo es verdaderamente dantesco, y no nos engañemos, tiene precursores adelantados y aventajados, ejercientes plenamente conscientes de lo que hacen y para qué lo hacen
De modo que parece triunfar la política del desayuno, de rápido consumo y nula permanencia, de disfrutar la gloria del minuto y de ganar en el mercado de la ocurrencia, del eslogan o la frase fácil, habitualmente vacía de contenido. Porque como dije antes, todo se olvida, porque nuevas frivolidades y nuevas ocurrencias vienen a sustituir a las anteriores, que quedan descontadas del acervo ciudadano. Valga para un asunto tan trascendental para la sociedad como son las vacunas (siempre son pocas, pero cuando hay, no hay capacidad de inyectarlas; cuando hay, porque hay, cuando faltan, porque faltan; si vienen más, malo, y si no vienen, peor, etc.), o valga para la adopción de medidas para disminuir los contagios (si hay estado de alarma, malo, si no lo hay, peor, o como decía el clásico “si no hay estado de alarma, que lo pongan, y si hay, que lo quiten”). El caso es que cada frivolidad supere a la anterior, que cada una supere en contradicción a la anterior, y que la falta de convicción y de principios no deje lugar a dudas.
Resulta exigible un rearme moral, político e ideológico frente a tanta frivolidad y tanta simpleza
El espectáculo es verdaderamente dantesco, y no nos engañemos, tiene precursores adelantados y aventajados, ejercientes plenamente conscientes de lo que hacen y para qué lo hacen. Ya he escrito alguna vez sobre la “recomposición” que se está produciendo en el espacio del “centro derecha” español, mucho se está moviendo ahí, muchos intereses, muchas vanidades y bastantes egoísmos. Incluso un cierto forcejeo ideológico para determinar el predominio de unos postulados sobre otros. Y ahí vale todo, desde la miseria moral más deplorable que muestran algunos dirigentes que transitan y mercadean de un sitio a otro, cómo quien cruza de acera, hasta el intento de demonización de quien era aliado hasta ayer, pero mañana puede ser enemigo irreconciliable. Para esa lucha, cada declaración, cada palabra ha de superar a la del momento anterior. Y así vamos.
Creo que resulta exigible un rearme moral, político e ideológico frente a tanta frivolidad y tanta simpleza. Hay que plantear un combate decidido contra el populismo simplificador de la complejidad. Con toda humildad, pero con toda convicción hay que avanzar en la propuesta política elaborada, con contenido, con principios y con valores. Y despreciar y huir de los mensajes altisonantes, vacuos, que sirven para el desayuno, pero que se han evaporado para la hora del aperitivo. Es la hora de que la estridencia deje paso a la argumentación.