¿Qué fue del sarcófago de plomo con el 'Legatus' romano dentro?
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El constructor Giménez Arévalo lo halló en sus cimientos, lo entregó a la Comisión Provincial de Monumentos para que lo llevaran al Museo Nacinoal y nunca más se supo de él
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Dentro contenía el esqueleto de un general de las legiones de buena estatura, con su casco, armas y dos monedas para pagar al barquero
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Los albañiles forzaron y destrozaron el ataúd antes de que llegara el arqueólogo; quizás también se llevaron parte de su contenido
La historia de nuestro Legatus y su sarcófago tuvo lugar el mes de septiembre de 1902. Los obreros llevaban ya siete años derribando edificios para abrir la enorme cala que luego dio lugar a la Gran Vía. Por aquella fecha tocaba el turno a la Casa de los Infantes o de Cetti Meriem, situada en la esquina de Cárcel Baja con Colegio Eclesiástico. El palacio de los Infantes -propiedad de la marquesa de Campotéjar- estaba separado de las casas números 4 y 2 de la Calle Colegio Eclesiástico por una especie de adarve llamado Callejuela del Horno del Hoyo; la primera era propiedad de la familia López Barajas, la segunda de la Marquesa de Casablanca, que la usaba como Colegio Jesús Nazareno. (Esta zona coincidiría hoy con los edificios números 12, 14 y 16 de la Gran Vía, además de las calles Cetti Meriem y el espacio de la Avenida. Enfrente, tapando el ábside de la Catedral, estaba el Colegio Catedralicio).
La historia de nuestro Legatus y su sarcófago tuvo lugar el mes de noviembre de 1902. Los obreros llevaban ya siete años derribando edificios para abrir la enorme cala que luego dio lugar a la Gran Vía
Pues sobre el número 4 de Colegio Catedralicio (hoy edificio número 12 de Gran Vía) estaban abriendo unas amplias zarpas, a unos 6-8 metros de profundidad, sobre las que se apoyarían los muros del nuevo edificio. El propietario del solar, promotor y arquitecto de la obra era Francisco Giménez Arévalo (1843-1924); este hombre fue, además, uno de los principales accionistas de la Reformadora Granadina, empresa que se encargó de construir la Gran Vía.
Lo primero en aparecer a tanta profundidad fueron unos muros de enormes sillares, señal inequívoca de allí debió haber varios siglos atrás un edificio de gran porte. Todo apuntaba a que su origen era romano. El siguiente hallazgo, también a una profundidad de ocho metros, fue una calzada romana. Debía tratarse de la vía de acceso a la ciudad de Florentia Iliberritana que prácticamente coincidiría con un trazado similar a la calle Elvira, dirigiéndose hacia la Cuesta de San Gregorio para proseguir por San Juan de los Reyes y alcanzar la parte alta de la ciudad romana y el Foro, en la zona de la Placeta de las Minas-Carmen de la Concepción.
El tercer hallazgo de importancia fue la aparición del sarcófago de plomo con su interesantísimo contenido. Un militar de alto rango ataviado con su casco, armadura, al menos un pílum (lanza), una vasija a sus pies y dos monedas entre el esqueleto; quizás las que le pusieron sobre los ojos para pagar al barquero
El tercer hallazgo de importancia fue la aparición del sarcófago de plomo con su interesantísimo contenido. Un militar de alto rango ataviado con su casco, armadura, al menos un pílum (lanza), una vasija a sus pies y dos monedas entre el esqueleto; quizás las que le pusieron sobre los ojos para pagar al barquero. Eso fue lo que vieron, manipularon y contaron los obreros.
La referencia oral la ha guardado en su memoria la familia Giménez Lacal y, actualmente, el ingeniero Miguel Giménez Yanguas, nieto de Francisco Giménez Arévalo y todavía propietario de parte del edificio promovido por su abuelo en 1902. Miguel Giménez Yanguas asegura que su abuelo entregó el sarcófago y su contenido a la Comisión Provincial de Monumentos; concretamente a Manuel Gómez-Moreno. Éste se comprometió a trasladarlo al Museo Arqueológico Nacional. En el momento de la aparición del sarcófago del Legatus presidía la Comisión de Monumentos el catedrático Francisco Guillén Robles (1846-1926) y actuaba como secretario el también catedrático de árabe Antonio Almagro Cárdenas (1856-1919).
El problema fue que cuando llegó el arqueólogo Manuel Gómez-Moreno ya habían pasado varios días del descubrimiento y los albañiles habían estado removiéndolo todo e intentando abrir el sarcófago por su cuenta. El propio Gómez Moreno contaba su versión de los hechos unas semanas después en un artículo publicado en el El Defensor de Granada (28.XI.1902).
Según su artículo (en el recuadro rojo de la página que sigue), la descripción que hizo del sarcófago contenía las siguientes características: estaba a 44 metros en perpendicular del ábside de la Catedral; su orientación era NE-SO; a ocho metros de profundidad; se notaba que hace muchos años aquel lugar fue lecho del río Darro. Cuando él llegó, las chapas estaban mal unidas y habían sido forzadas; el fémur del Legatus medía 46 cms. y la tibia 34; no descartaba que en el revoltillo de barro se hubiera perdido alguna pieza metálica. El sarcófago fue roto por los albañiles y dividido en dos partes, perdiendo algo de largura; los trozos que quedaron y con los que lo recompusieron (ver el dibujo de arriba) dieron una caja de 0,40 cms. de altura, 0,55 en su parte más ancha y 0,30 en los pies. ¿Se llevaron los albañiles el casco, la armadura y el pílum que dijo ver el arquitecto Giménez Arévalo?
El ataúd tenía una abrazadera para evitar que se separasen las paredes laterales (que alguien se llevó y no pudieron dibujar). La caja estaba depositada sobre una solera de tégulas planas y cubierto por otras tégulas también planas de 0,58x0,58x0,08 centímetros. No menciona la vasija que aparece en el dibujo. En cuanto a las dos monedas, refiere que no estaban dentro del sarcófago, sino que las encontraron otros albañiles a un centenar de metros de allí mismo.
Ahí se perdió la pista del sarcófago del Legatus. Lo más extraño de todo es que apenas se dejaron rastros escritos de aquel gran hallazgo; la siguiente referencia a ello no apareció, de pasada, hasta enero de 1905 con motivo del hallazgo del tesoro de 600 doblas de oro almohades en el solar del Colegio Eclesiástico
El sarcófago recompuesto fue depositado en el incipiente Museo Arqueológico Provincial, por entonces desperdigado entre los bajos del Ayuntamiento y un palacete de la calle Arandas (donde están hoy los registros de la propiedad). Tomaron esa decisión porque la Comisión de Monumentos, el Ayuntamiento y la Reformadora Granadina habían acorado en 1895, al empezar los derribos, que todas aquellas piezas que considerasen de valor histórico-artístico serían conservadas para cuando se construyera un verdadero Museo Arqueológico (se pensaba en el solar donde luego se levantó el Instituto General). De hecho, el presidente de la Comisión se dirigió por carta al alcalde solicitándole las piezas de valor de la Casa de los Infantes y del Colegio Eclesiástico que comenzaban a derribar (carta que se conserva en el AHM de fecha 20 de marzo de 1902)
Ahí se perdió la pista del sarcófago del Legatus. Lo más extraño de todo es que apenas se dejaron rastros escritos de aquel gran hallazgo; la siguiente referencia a ello no apareció, de pasada, hasta enero de 1905 con motivo del hallazgo del tesoro de 600 doblas de oro almohades en el solar del Colegio Eclesiástico.
Las únicas referencias gráficas son un tosco dibujo del sarcófago, de la vasija que contenía al lado y de una de las losas que tenía encima como tapadera. Fue dibujado por Antonio Almagro Cárdenas en su famoso Álbum de edificios desaparecidos al construir la Gran Vía, como un añadido, ya que para el mes de noviembre de 1902 lo había dado por concluido. También fue levantado un croquis detallado con el lugar donde apareció el sarcófago, con la trama antigua de Granada y el lugar que correspondería en la nueva gran avenida.
El sarcófago debió estar fabricado de dos grandes planchas de plomo, de casi un centímetro de grosor (en el dibujo aparece empequeñecido por la parte que le arrancaron los albañiles al forzarlo). Una de las planchas se utilizó para la parte de cabeza-tronco y la otra para el estrechamiento de cintura, piernas y pies
El sarcófago debió estar fabricado de dos grandes planchas de plomo, de casi un centímetro de grosor (en el dibujo aparece empequeñecido por la parte que le arrancaron los albañiles al forzarlo). Una de las planchas se utilizó para la parte de cabeza-tronco y la otra para el estrechamiento de cintura, piernas y pies.
Misterio sin resolver
La Comisión Provincial de Monumentos llevaba funcionando más de medio siglo cuando comenzaron los derribos de la Gran Vía, el 25 de agosto de 1895 (hoy hace 124 años). Hasta entonces se había caracterizado por su defensa del patrimonio histórico y puso las bases de la moderna arqueología y del Museo Arqueológico Provincial. Pero durante los derribos de más de 300 casas en pleno centro de Granada, su prestigio había decaído notablemente: a varios de sus miembros se les relacionó con el trapicheo de antigüedades y joyas. La Reformadora Granadina les entregó miles de piezas que, de una y otra forma, desaparecieron de Granada. También es cierto que los bajos del Ayuntamiento y los almacenes de la calle Arandas y la iglesia de San Felipe Neri no fueron los lugares más adecuados para guardar las piezas de valor.
Quizás por eso Gómez-Moreno se comprometiera con Giménez Arévalo a entregar el sarcófago del Legatus al Museo Arqueológico Nacional, como había intentado hacer con otro similar hallado en el Molino del Rey en 1872. Me he ocupado de consultar al MAN si Gómez-Moreno cumplió la promesa de la Comisión Provincial de Patrimonio y llegó a enviar a Madrid el sarcófago y su contenido. La respuesta del MAN ha sido la siguiente:
“Revisando la documentación del archivo del MAN no hemos encontrado ninguna referencia a un sarcófago de plomo, hallado en Granada y donado o comprado a Gómez-Moreno. Existe un expediente, con número 1920/12 y asunto “Informe para la adquisición por el Estado con destino al Museo Arqueológico de Granada de la colección de antigüedades que formó D. Manuel Gómez Moreno”, pero finalmente no se adquirió dicha colección. He leído el expediente y existe la referencia a un sarcófago romano, pero de mármol y no indica procedencia:"
O sea, el sarcófago del Legatus se perdió muy pronto en Granada y jamás formó parte del MAN ni tampoco figura en memoria alguna de la Comisión Provincial de Monumentos. Tampoco figuró entre las piezas entregadas al Museo Arqueológico Provincial cuando abrió sus puertas en el actual edificio de la Casa de Zafra. ¿Adónde fueron a parar el sarcófago de más de 400 kilos de peso, el esqueleto, su casco, la armadura, las armas…?
La primera referencia escrita a aquel hallazgo la encontramos en prensa en enero de 1905. De pasada dentro de las extensas crónicas del tesoro de las 600 doblas hallado al abrir los cimientos para construir el hotel París (delante del ábside de la Catedral).
Las primeras líneas sobre los muros presuntamente romanos nos las da El Defensor de Granada (20 enero de 1905):
Pocos días después, Francisco de Paula Valladar y Antonio Almagro Cárdenas (Revista La Alhambra), se refieren más concretamente al sarcófago del Legatus hallado tres años antes, con los siguientes comentarios:Ya nadie más volvió a hablar ni escribir del asunto de los hallazgos romanos durante las obras de la Gran Vía. Ni siquiera Leopoldo Torres Balbás cuando criticó duramente esta obra en su artículo “La Granada desaparecida (1924)”.
En esta descripción de Gómez-Moreno, hijo, hay aportaciones y olvidos importantes: el primero es que el sarcófago contenía inscripciones, que imagino serían en la tapa de plomo como era habitual en la época; el olvido es no mencionar la condición de militar del finado con sus vestimentas y armamento.
La Guía de Granada (1892) publicada por Gómez-Moreno, padre, obviamente no recoge las obras de la Gran Vía ni las demoliciones ni los hallazgos arqueológicos. No obstante, en las correcciones que fueron haciendo padre e hijo en tres ejemplares a lo largo de los años siguientes, sí incluyeron rectificaciones diversas a las obras de la Gran Vía, pero jamás mencionaron las apariciones de tesoros ni sarcófagos.
¿Quién, de dónde y por qué aquí?
Resulta evidentísimo que el Legatus aparecido en el sarcófago de plomo en 1902 debió ser un personaje importantísimo de los siglos II-III en la Granada imperial romana. En la ciudad y las decenas de villaes de sus contornos han aparecido innumerables necrópolis de época romana. Las hay de todo tipo, desde las más sencillas excavadas en un simple agujero, las construidas con muretes de ladrillos bastante bien alineados, la mayoría recubiertas con tégulas a una o dos aguas, etc, etc. Sólo conocemos un sarcófago de mármol infantil, quizás procedente de Roma.
Es de esperar que aparezca algo también en las inminentes excavaciones que se van a llevar a cabo en la calle Primavera (donde aparecieron impresionantes mosaicos hace tres décadas)
Hay infinidad de necrópolis mencionadas en los textos de los estudiosos y arqueólogos sobre la Granada romana. Han aparecido bastantes enterramientos en la necrópolis del mirador de Rolando, en las terrazas albayzineras que formaron la ciudad de Iliberri, en el Sacromonte, por la zona de San Juan de los Reyes, Carmen de los Mártires, calle Colcha, zona de Gran Capitán, junto a la Puerta de Elvira, junto a San Ildefonso, etc. Más recientemente, han aparecido en las villaes periféricas de los Mondragones, obras del Metro en el Camino de Ronda, jardincillos universitarios. Es de esperar que aparezca algo también en las inminentes excavaciones que se van a llevar a cabo en la calle Primavera (donde aparecieron impresionantes mosaicos hace tres décadas).
Pero nunca se había tenido en consideración que la zona de la Catedral, próxima a la margen derecha del río Genil sería un lugar de enterramiento de los más suntuosos de la época. Porque utilizar un sarcófago de plomo no era habitual en tiempos del imperio romano. Podían permitirse ese lujo las familias riquísimas, es decir, los de clases senatorial y ecuestre. Y en Granada por los siglos II-IV había varias de renombre: los Vegetti, Papirii, Cornelios… Quizás estas tumbas emplomadas contengan cadáveres pertenecientes a algunos destacados personajes de estas tribus.
Me pregunto si la zona de la Catedral no pudo ser el espacio público romano de mayor concentración social, a donde iban a parar la infinidad de caminos de las villaes de la Vega. Un espacio público romano en el que posteriormente se ubicó una basílica visigoda, después fue utilizado para la mezquita mayor musulmana y finalmente como espacio público-religioso cristiano
Los ataúdes de plomo aparecidos en la Hispania romana son pocos más de treinta. Estaban fabricados principalmente en dos talleres: Tarraco y Córduba. En la zona del Guadalquivir han aparecido hasta ahora casi una veintena, principalmente en Córdoba (11), Carteia, Peñaflor, Arva, Écija, Andújar, Martos y Villaricos. En la provincia de Granada sólo se tienen contabilizados tres: el de Íllora, el Gran Vía, 12, y el actual de Plaza Villamena. Algunos de ellos con adornos y filigranas esculpidos; las inscripciones sobre el personaje que contenía las tienen escritas sobre la tapa. El grosor de las planchas de plomo oscila entre 0,5 y 1,5 milímetros. Es decir, algunos pesan más de media tonelada.
Resulta sumamente extraño que conozcamos la ubicación del foro ibero-romano en la terraza más alta del Albayzín (Carmen de la Concepción), restos de un templo en la zona de San Miguel Bajo, restos del acueducto romano entre Deifontes y Granada, quizás restos del circo en la margen izquierda del Genil (zona del Violón). Pero lo que nunca ha aparecido en una ciudad de derecho romano como Florentia Iliberritana han sido su teatro o anfiteatro. Con más de 20.000 habitantes que llegó a tener la urbe lo más normal es pensar que contó con este tipo de edificios públicos. Y qué mejor lugar que haberlos construido en el piedemonte de Iliberri, al lado de la calzada que venía de Córduba e Ilurco. Lo que luego sería el camino de Medina Elvira, la principal de la ciudad hasta principios del siglo XX. Me pregunto si la zona de la Catedral no pudo ser el espacio público romano de mayor concentración social, a donde iban a parar la infinidad de caminos de las villaes de la Vega. Un espacio público romano en el que posteriormente se ubicó una basílica visigoda, después fue utilizado para la mezquita mayor musulmana y finalmente como espacio público-religioso cristiano.
Y junto a aquella calzada principal (paralela a lo que después fue calle Elvira) por qué no pudo haber estado situada la necrópolis de las clases patricias de la sociedad romana granadina. Quienes vieron aquellos muros de sillares a unos metros del ábside de la Catedral no dejaron lugar a dudas de que eran de origen romano. Y que la ciudad romana de la época se halla a 8-10 metros de profundidad en esta zona. Recordemos que las grandes avenidas del río Darro han inundado varias veces la zona de Bibarrambla, para formar el Arenal que se le llamó en época nazarita.
Por lo pronto, el arqueólogo Ángel Rodríguez Aguilera está dando un vuelco muy importante a lo que conocíamos hasta ahora de la Granada altoimperial. No sólo por sus descubrimientos en los Mondragones y Camino de Ronda, sino también por el sarcófago bajo la antigua Alhóndiga de Genoveses. Y quizás en sus futuras excavaciones en la calle Primavera.
Hace un par de años escribí en este mismo diario que la Granada romana estaba ganando importancia a raíz de los nuevos hallazgos arqueológicos. Me reitero en ello. Ojalá pronto aparezcan restos del anfiteatro que seguro debió tener el Municipium Florentinum Iliberritanum.
Otros reportajes sobre Granada Romana, firmados por Gabriel Pozo Felguera:
- Granada, cada vez más romana
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- El granadino más poderoso del Imperio Romano