Quinientos años de Toma y daca
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Fernando V sólo ordenó que se le recordara cada año en Granada como lo hacían en Sevilla con Fernando III desde 1254
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La Fiesta de la Toma se ha ido conformando con decenas de aportaciones y modificaciones desde 1522 en que se tremoló por vez primera
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Se han sucedido celos, confrontaciones y desavenencias continuas entre religiosos y políticos a lo largo de estos cinco siglos
Nada queda de la sencillez que pretendieron los Reyes Católicos para recordar su hazaña y su memoria para siempre jamás; los granadinos hemos conseguido enrevesarlo todo de mil maneras
Nada queda de la sencillez que pretendieron los Reyes Católicos para recordar su hazaña y su memoria para siempre jamás; los granadinos hemos conseguido enrevesarlo todo de mil maneras. El rey aragonés sólo quería aplicar para sí las honras que recibe anualmente Fernando III en la catedral de Sevilla; pero con los siglos se ha montado un carajal. Con vaivenes cada dos por tres por no saber exactamente lo que se quiere. Unos pretenden hacer espectáculo, la mayoría no desea cambios y buena parte del vecindario mira la Toma con desdén. Sólo les interesa porque es un día feriado para viajar o descansar, lo ve cada vez con mayor apatía.
Con los apuntes que siguen voy a hacer un repaso histórico a algunos aspectos que han rodeado la conquista, reconquista, entrega por capitulación o rendición (según prefiera cada cual) en los últimos quinientos años.
1492: Capitulación, Reconquista, Conquista y Toma
El mes de enero de 1492 en Granada sólo se hablaba de entrega de la ciudad por capitulación. O sea, imbricación pactada de dos sociedades diferentes. Aunque la realidad es que hubo una parte poderosa vencedora y otra debilitada perdedora. Este aspecto quedaba expresado muy a las claras en las cartas que llevaban los emisarios a todas las ciudades de la Península y de Europa. En el campamento de Santa Fe había instalada una imprentilla y un equipo de traductores; en cuestión de pocos días, empezaron a imprimir la primera carta, en varios idiomas, comunicando a toda la cristiandad que había caído el último bastión musulmán de Occidente. De aquel primer periódico se conserva un ejemplar en francés en el Archivo Histórico de la Universidad de Granada, con el título de La tres celebrable, digne de memoire, et victorieuse prise de la cité de Grenade. El mensaje de los Reyes Católicos dejaba bien a las claras que concluía una guerra de casi ocho siglos. No aparece por ningún sitio la palabra capitulación ni unión de dos sociedades diferentes. Se habla claramente de toma, término de guerra en el siglo XV. Aquellas cartas no hablaban de capitulación, sino de rendición por la fuerza, de Reconquista, de Conquista y de Toma. Sin más circunloquios.
La reacción inmediata en todas las ciudades fue organizar fiestas, corridas de toros, comedias, fuegos artificiales, etc. Sevilla fue la primera capital en celebrarlo, ya que el 5 de enero había llegado el heraldo, con los habituales festejos de toros y cañas. Algunos echaron la casa por la ventana, como fue el caso de la ciudad de Gerona, donde estuvieron diez días de festejos. La ciudad de Vitoria también organizó una sonada corrida, amenizada con bandas de música desplazadas de la Rioja. En Roma y Nápoles también hubo corridas de toros, y muchas representaciones teatrales y comedias que llevaron el nombre de Toma de Granada; el cardenal Borgia (futuro Alejandro VI) ordenó la composición y representación de un drama titulado Historia Baetica, con la que se venía a hablar de recuperación del cristianismo primitivo en el primer lugar cristianizado de Hispania romanizada. El común denominador de todas aquellas representaciones teatrales eran la ridiculización de Boabdil y la solemne entrada de Isabel y Fernando en la Historia por su puerta más imperial.
Resultaba evidente que lo que había ocurrido en Granada no era una simple noticia local, sino el gran notición del siglo para toda Europa cristiana
El Papa ordenó repique general de campanas y misas en todas las iglesias y conventos de la cristiandad.
En Londres hubo celebraciones a partir del 6 de abril; los británicos recordaban que algunas tropas suyas estaban participando también en aquella cruzada contra el Islam. Organizaron una misa y un Tedéum en la catedral de San Pablo.
Resultaba evidente que lo que había ocurrido en Granada no era una simple noticia local, sino el gran notición del siglo para toda Europa cristiana.
El antecedente de la Toma: “Dedicación de Granada”
El antecedente remoto de la Fiesta de la Toma se llamó “Dedicación de Granada”. Se trató de una ceremonia estrictamente religiosa, cristiana, que incluía una plegaria o sermón redactado por el primer arzobispo de Granada, fray Hernando de Talavera. Se celebraba el domingo siguiente al día de la Circuncisión del Señor (1 de enero), con lo cual no siempre coincidía con el 2 de enero. El texto fue supervisado por la propia reina católica. Consistía en una mezcla de agradecimiento a Dios por haber ayudado a conquistar el último reino musulmán de la Península y la refundación de la nueva ciudad dual, católica de los vencedores, pero que permitía la coexistencia de la religión musulmana de los mudéjares.
El texto exacto llevó por título “Dedicación de Granada y de su Reino”. Era una consagración del Reino al catolicismo. Era una ceremonia cantada, compuesta en 1493, que tenía el texto en latín. La misa constaba de dos aspectos fundamentales: primeramente se resaltaba la intervención directa de Dios en la rendición de Granada, movido por la profunda fe de quienes guerreaban bajo la cruz de Cristo. En segundo lugar, se ofrecía la necesidad y oportunidad de conversión de los granadinos vencidos a la nueva fe, ya que se consideraba que el Islam era una religión equivocada. De aquel cantoral se conservan dos ejemplares, uno en el archivo de Santa Fe y otro en el de Simancas Incluso hay grabaciones musicales realizadas hace unos pocos años.
A partir de la conversión forzosa de 1500, cada vez se empezó a hablar menos de Dedicación y más de Toma, es decir, menos de religión-integración y más de guerra-imposición
El protocolo de aquella primera función religiosa cristiana continuó intacto prácticamente hasta 1518, a pesar de que ya desde la revuelta de 1500 los mudéjares perdieron su estatus y pasaron a ser moriscos o cristianos nuevos; obligados a bautizarse o a marchar. Se acompañaba de repique de campanas, a las tres de la tarde, a medida que los bronces se fueron instalando paulatinamente en lo que antes habían sido alminares para las llamadas al rezo musulmán. A partir de la conversión forzosa de 1500, cada vez se empezó a hablar menos de Dedicación y más de Toma, es decir, menos de religión-integración y más de guerra-imposición.
1516: Fernando el Católico no institucionalizó la Fiesta
Fernando II de Aragón y V de Castilla, el Católico, no mandó celebrar Fiesta de la Toma en Granada cada 2 de enero. En su último testamento, el dictado el día anterior a su muerte en Madrigalejo, dejó ordenado el lugar donde deseaba que reposaran sus restos, es decir, en la Capilla Real de Granada. En enero de 1516, cuando falleció, aún estaban las obras sin acabar. En sus últimas voluntades dejó mandadas miles de misas por su alma y por la de quienes le habían servido; pan y ayuda a pobres; también quiso que la mayor parte de sus utensilios personales se destinaran a su panteón funerario. Lo más destacable y simbólico eran la espada de campaña y el pendón que ondeaba en sus batallas. El mismo que agitaron desde la Torre de la Vela el día 2 de enero de 1492, nada más tomar posesión de la fortaleza.
El concejo pretendía erigirse en depositario de la voluntad regia, por entender que así lo habían expresado los reyes conquistadores en múltiples ocasiones
El 17 de junio de 1516, una vez conocido en Granada el testamento de Fernando el Católico, el Concejo municipal envió una carta a Germana de Foix y a los otros seis albaceas, pidiéndoles que les enviasen la espada y el pendón real. El corregidor (alcalde) Juan Vázquez Coronado entendía que la ciudad de Granada debía ser representante regia de la voluntad de los reyes conquistadores, convertir a esta ciudad en su capital y corte. El concejo pretendía erigirse en depositario de la voluntad regia, por entender que así lo habían expresado los reyes conquistadores en múltiples ocasiones.
La espada y el pendón fueron enviados a Granada a finales de 1517, cuando El Católico llevaba casi dos años enterrado junto a su primera esposa en el Convento de San Francisco de la Alhambra. El envío lo hizo Germana de Foix, con permiso de Carlos V nada más llegar a Valladolid. Pero no los remitió a la parte civil de la ciudad, sino a su panteón fúnebre, la Capilla Real. Este pequeño edificio estaría comprendido en el conjunto catedralicio que se proyectaba por entonces. Los responsables de su cuidado debían ser los trece capellanes reales, no el corregidor de la ciudad. Los albaceas debieron confiar más en los capellanes que en los concejales, primaron la parte religiosa de la sociedad granadina en detrimento de la política.
La espada y el pendón fueron enviados a Granada a finales de 1517, cuando El Católico llevaba casi dos años enterrado junto a su primera esposa en el Convento de San Francisco de la Alhambra. El envío lo hizo Germana de Foix, con permiso de Carlos V nada más llegar a Valladolid
Germana de Foix y Carlos V, además de los seis albaceas del rey Fernando, sí comunicaron al cabildo catedralicio (carta recibida el 11 de diciembre de 1517) los deseos que había mostrado su esposo de que se celebrara una ceremonia anual en la que se rememorase la conquista de la ciudad de Granada. Se trataría de una procesión general por los capellanes reales, además de extenderla también a todas las iglesias de la ciudad. Se pedía que concurriese la gente del pueblo que lo deseara. En dicha ceremonia serían paseados la espada, el pendón y la corona de Isabel. En suma, la Dedicación de Granada daba un paso mayor al ampliarse de celebración sólo religiosa a todo un acontecimiento religioso-político-militar festivo. Sería la fiesta mayor de Granada que, además, tendría su prolongación primaveral el día del Corpus.
El modelo a seguir para la parte de la liturgia cívico-religiosa debería ser exactamente igual que el que los Reyes Católicos habían presidido varias veces en la ciudad de Sevilla. Ni en la letra del testamento ni en el espíritu del rey católico estuvieron el deseo de montar desfiles, salvas de pólvora, luminarias ni corridas de toros. Sólo humildad y agradecimiento al Altísimo por haberles guiado en la guerra.
Carlos V fue muy astuto al utilizar la fiesta como reafirmación de su monarquía, todavía inestable y a punto de desandar en la unidad conseguida por sus abuelos
No obstante, Carlos V fue muy astuto al utilizar la fiesta como reafirmación de su monarquía, todavía inestable y a punto de desandar en la unidad conseguida por sus abuelos. La magna exhibición anual enviaba un mensaje tácito, una reconquista actualizada, para la numerosa comunidad musulmana que veía perder sus derechos pactados tres décadas atrás; también un mensaje que se enviaba a todo el Mediterráneo dominado por los turcos y a infinidad de tribus berberiscas que no paraban de acosar las costas españolas. Granada fue utilizada durante el siglo XVI como ciudad-símbolo del poder del imperio cristiano hispano.
1517: Copiar el ceremonial de Sevilla
La ciudad de Granada envió a Sevilla a un canónigo a que se informase de cómo lo hacían allí. Sevilla había sido conquistada el día 23 de noviembre de 1248 por Fernando III, el Santo. Su hijo, Alfonso X el Sabio, institucionalizó la celebración sevillana en el año 1254. Desde entonces se ha venido celebrando prácticamente de manera ininterrumpida; su ceremonial se ha ido adaptando al proceso de construcción de su catedral gótica y a los avatares políticos y sociales, aunque ha sido mínimamente. No se trata de una ceremonia festiva de masas, ya que se ha limitado a recorrer las naves de su catedral, a rezar ante la tumba de Fernando III o, a lo sumo, dar un rodeo por el exterior del templo.
La toma de Sevilla (conocida como Procesión de Tercias o Espada), además de poco conocida para la mayoría, jamás en sus casi ocho siglos ha levantado polémicas similares a las de Granada. Se trata de una ceremonia cívico-religiosa, como en origen pidió El Católico que lo hiciera Granada. Si la preside un rey y príncile, toma la espada Lobera por la empuñadura apuntando hacia arriba; si es su delegado, la cogerá hacia abajo. Asisten representantes del cabildo municipal (Ayuntamiento) y de la catedral. El alcalde de la ciudad es quien habitualmente hace de portador del estandarte real. Lo normal es que sean el alcalde y el concejal más joven quienes se encargan de portar los símbolos regios durante la misa a San Fernando y la consiguiente procesión por dentro de la catedral. La ceremonia tiene lugar cada 23 de noviembre, onomástica de San Clemente.
Exactamente ese ceremonial es el que pretendió Fernando el Católico para el futuro panteón real de Granada en el que reposarían para siempre su primera esposa y él
Exactamente ese ceremonial es el que pretendió Fernando el Católico para el futuro panteón real de Granada en el que reposarían para siempre su primera esposa y él.
1518: Mal empezamos, roban la espada
El primer guardián de la espada y del pendón reales fue el capellán mayor Pedro García de Atencia. En la reunión del cabildo de trece capellanes hubo desacuerdo en varios asuntos de la primera ceremonia que debía celebrarse en la Capilla Real, según había comunicado recientemente la viuda Germana de Foix. García de Atencia fue de los que entendieron que enero de 1518 estaba demasiado cerca, mejor sería posponer el inicio para el año siguiente. En vista de la oposición que encontró entre sus compañeros de cabildo, tomó la espada y el pendón y desapareció de Granada.
El cabildo de la Capilla recurrió a la justicia de la Real Chancillería para que le obligara a devolverlos. Pero pronto se supo que había huido con las insignias camino de la Corte, por entonces en Valladolid. El cabildo envió a la Corte al beneficiado Bartolomé de Castañeda, cura de San Juan de los Reyes, a denunciar el hecho y solicitar ayuda del Duque de Alba y el arzobispo de Granada, que precisamente ejercía de cortesano en vez de estar residiendo en su obispado.
El enviado Castañeda consiguió regresar de Valladolid con la espada y el pendón, ya recuperados. Más una carta-privilegio firmada por el recién llegado Carlos V. Pero hacía ya dos meses que pasó el 2 de enero. Habría que dejar la primera conmemoración con la espada y el pendón para el año siguiente, 1519.
Hicieron un recorrido corto, saliendo al solar donde se iba a construir la Catedral, bajaron a Bibarrambla y subieron por el Zacatín para entrar por la puerta lateral. Se trató de una primera procesión cívico-religiosa, en la que los capellanes reales invitaron a participar al Corregidor y al cabildo de la ciudad
La procesión en conmemoración de la entrega de Granada se celebró el 2 de enero de los años 1519, 1520 y 1521. Salieron de la Capilla Real, recién acabada y con el mausoleo o bulto situado sobre la cripta vacía. Hicieron un recorrido corto, saliendo al solar donde se iba a construir la Catedral, bajaron a Bibarrambla y subieron por el Zacatín para entrar por la puerta lateral. Se trató de una primera procesión cívico-religiosa, en la que los capellanes reales invitaron a participar al Corregidor y al cabildo de la ciudad. En aquellos tres primeros años no se homenajeó a los cadáveres de los Reyes Católicos porque todavía permanecían enterrados en el Convento de San Francisco, en la Alhambra. Tampoco se exhibió símbolo alguno en la Casa Consistorial. El protagonismo fue por aquellos primeros años para los cabildos de la Catedral y de la Capilla Real. Las insignias reales eran celosamente guardadas en el altar del panteón regio.
1522: primera Fiesta de la Toma
El 2 de enero de 1522 se puede considerar como primera Fiesta de la Toma que se celebró en Granada. Los cadáveres de los Reyes Católicos habían sido trasladados cincuenta días antes a la cripta bajo el mausoleo. El boato y la fiesta que rodearon la inhumación definitiva tuvieron continuación con la primera tremolación del pendón real ante el bulto de la Capilla Real; pero todavía no hay referencia a acto alguno en la casa consistorial. El alcaide de la Alhambra y capitán general del Reino, Conde de Tendilla, ordenó que se dedicaran varios quintales de pólvora a disparar cañonazos desde la fortaleza, se iluminaron las torres, se destinó parte de la guarnición militar a tener presencia en el ceremonial, se hicieron luminarias en las torres de la Alhambra, se tañeron las campanas y se abrieron las puertas de la fortaleza para regocijo general de los ciudadanos.
El obispo Antonio de Rojas, por su parte, ordenó iluminar las torres de las iglesias de la ciudad y tañido de campanas. El Concejo municipal participó aportando cera y panes para los necesitados. En aquellos primeros años caló hondo la fiesta en la ciudad, de manera que se decidió ampliarla también al primer día del año. No nos han quedado rastros concretos del programa de fiestas del primer tercio del siglo XVI, pero debió ser potente. Pronto aparecieron las fiestas de cañas con toros de por medio; Enríquez de Jorquera narra la corrida con ocho morlacos que se organizó el 2 de enero de 1588; es de suponer que la tradición ya venía de años anteriores; también en posteriores, como fue el caso de la lidia de una docena de astados el 2 de enero de 1613. El cronista no hace referencia al lugar de las corridas, pero lo más probable es que tuvieran lugar en Bibarrambla.
1567: El privilegio del primer Alférez mayor
De conmemoración de la entrega de Granada se pasó pronto a hablar de reconquista y toma de la ciudad a los moros. Los corregidores Íñigo Manrique (1522-27) y Luis Pacheco (1530-34) dieron un impulso a la celebración consolidándola como una especie de fiesta y feria de carácter regional. La parte política de la ciudad empezó a ganar peso en los festejos. Y con el aumento de brillantez también aparecieron los deseos de figurar, tanto entre el estamento religioso como por parte de la nobleza local. Todo el mundo peleaba por conseguir un lugar destacado en las celebraciones.
De conmemoración de la entrega de Granada se pasó pronto a hablar de reconquista y toma de la ciudad a los moros
Uno de los primeros personajes que copó las fiesta de la Toma de Granada fue un miembro de la casa de Aguilar, descendiente del Gran Capitán. Se trató de Luis Fernández de Córdoba y Enríquez. Hombre de apellido ilustre, criado en la Corte como menino de Felipe II, ya para 1566 consiguió de su amigo el Rey el cargo del primer Alférez mayor de Granada (Decreto de 24 de noviembre de 1566). Aquel empleo consistía en ser el delegado regio en la ciudad y portador del pendón real en las procesiones que salían a la calle. Luis Fernández de Córdoba se apropió de la prerrogativa, para sí y sus descendientes, de ondear el pendón que custodiaba la Capilla Real. Quizás de esa época surgió la tradición de subir al balcón del Consistorio a ondear la bandera para todo el pueblo.
Durante bastantes años tuvo la casa de Aguilar la prerrogativa de tremolarlo. Sobre todo, porque durante la Guerra de las Alpujarras estuvo al lado de Juan de Austria; completó su carrera político-militar en Lepanto y diversas embajadas por encargo de Felipe II. Fue el tremolador cada año, pues fijó su residencia en Granada. Hasta que en 1592 fue nombrado alcalde-corregidor de Toledo y delegó.
El Ayuntamiento de Granada siempre defendió el derecho de que fuese uno de sus Caballeros XXIV el portador del estandarte
El Ayuntamiento de Granada siempre defendió el derecho de que fuese uno de sus Caballeros XXIV el portador del estandarte. Luis F. de Córdoba y el alcalde llegaron al acuerdo de que el noble tomaría el pendón a la puerta del Ayuntamiento, se lo entregaría a un teniente para que lo portara por la calle; se lo devolvería al entrar en la Capilla Real, donde rodearía los bultos y saludaría con la insignia. A la salida, de nuevo se lo dejaría llevar a un teniente. En caso de que Luis F. de Córdoba no estuviese en Granada, delegaba en el concejal más antiguo. El noble o sus descendientes conservarían su derecho de tremoladores mientras su apellido retuviera el cargo de Alférez mayor.
Frufrú de sotanas y capas
El día de la Toma vivió su periodo de máximo esplendor desde finales del primer tercio del siglo XVI hasta mediado el siglo XVII. Toda la nobleza de la ciudad peleaba por ocupar sitios de honor en el protocolo de la procesión. El cabildo municipal se las ingenió para tener cada vez un papel más importante en la fiesta que capitaneaban los canónigos de la Catedral y de la Capilla Real. No se sabe con exactitud la fecha en que el Ayuntamiento encargó la confección de su propio estandarte real, pero los estudios del tejido apuntan que debió ser de principios del XVII, muy probablemente hecho en 1624 para la visita de Felipe IV. (El que se saca en la actualidad es una copia). Con el tiempo, el estandarte municipal y su réplica han sustituido al original que guarda la Capilla Real. Tampoco se sabe el momento en que se incorporó el ondeo de la enseña y su exposición en un balcón central de la casa consistorial. Este hecho de exponer el pendón y tremolarlo tiene su origen en el acto de la Torre de la Vela del 2 de enero de 1492. El alférez mayor o un comendador de la ciudad decidieron suplantar o sustituir el acto de la Alhambra por un nuevo acto en el Ayuntamiento. O lo que es lo mismo, el representante real ya no era el capitán general que residía en la Alhambra, sino el alcalde de la ciudad.
Durante el largo siglo de esplendor de la Toma, cada estamento tenía su lugar en la enorme función cívico-religiosa que salía a la calle aquel día. Se sumaron por orden de antigüedad representaciones de todas las parroquias de la ciudad, de todos los gremios, de representantes de la mayoría de concejos del Reino de Granada, etc. Cada uno con sus maceros, cruces, prestes, diáconos. El protocolo y el ceremonial estrictos eran los elementos más importantes a respetar. El momento apoteósico fue 1572, durante la celebración del Sínodo Granatensis, que congregó en la ciudad a innumerable clero de España.
En lenguaje de hoy, podemos concluir que había codazos por ocupar los sitios preeminentes en la procesión y el porte de símbolos
En lenguaje de hoy, podemos concluir que había codazos por ocupar los sitios preeminentes en la procesión y el porte de símbolos. El arzobispo venía ostentando desde 1517 el título de depositario de la espada y el pendón; pero en vista de las quejas del Ayuntamiento, pactó cesiones al Concejo, de manera que todo el mundo quedase contento: la espada la llevaría el corregidor, y la corona de la Reina el arzobispo, el presidente de la Chancillería o en quien delegase. Este reparto de tareas cambiaba de un año para otro, con los consiguientes disgustos.
El culmen de las disputas llegó a enfrentar a canónigos de la catedral con capellanes reales. Entre ellos se disputaron quién era el guardián de los símbolos reales y el lugar que debían ocupar cada uno en la procesión. Hubo que convocar una cumbre entre el deán catedralicio y el capellán mayor, de manera que acordaron intercalar a sus respectivas sotanas en las filas para que ninguno sobresaliese más que el otro; se gualdrapearon en las filas. También acordaron las misas a las que asistiría cada uno y el lugar que ocuparían en los templos.
Crisis del siglo XVII: la nobleza se aparta
El primer gran encontronazo entre la Iglesia y el Ayuntamiento tuvo lugar en 1591 y afectó de lleno a la fiesta de la Toma. La ciudad estuvo varios años sin participar y aportar su parte a los festejos populares. Fue el primer enfriamiento de la Toma como fiesta mayor de la ciudad. El estallido ocurrió en 1591, cuando Felipe II pidió la aportación de ocho millones para paliar la bancarrota de la Corona con tanta guerra en que estaba metida, más el cáncer arrastrado de las obras de El Escorial. El Ayuntamiento repartió la carga entre todos los ciudadanos, incluidos canónigos, curas y frailes, que debían pagar un arbitrio sobre su consumo de carne.
Pero al final los curas ganaron la partida: el Ayuntamiento les devolvió todo lo cobrado y el arzobispo retiró la excomunión. Aquel hecho dejó bastante tocada la relación entre eclesiásticos y políticos. Y la Toma empezó a flaquear como fiesta
El clero granadino, exento de gravámenes hasta entonces, se sintió tan agraviado que presionó al arzobispo para que les defendiera. Pedro de Castro, de carácter rudo, directo y casi violento, exigió al Ayuntamiento que retirase tal impuesto a su gente. El corregidor Don Alonso de Cárdenas no cedió y el obispo excomulgó a toda la corporación. Se formó un escándalo de dimensiones descomunales, los curas no querían confesar ni comulgar a los ediles, incluso alguno falleció en pecado mortal por haber querido cobrar impuestos a los curas.
Las espadas estuvieron en alto varios años entre el clero y los políticos, hasta la llegada del corregidor Mosén Rubí de Bracamonte. Pero al final los curas ganaron la partida: el Ayuntamiento les devolvió todo lo cobrado y el arzobispo retiró la excomunión. Aquel hecho dejó bastante tocada la relación entre eclesiásticos y políticos. Y la Toma empezó a flaquear como fiesta.
Con tanta tensión, cualquier diferencia hacía saltar chispas entre ellos. Fue el caso de la Toma de 1601, cuando un concejal y un capellán echaron mano de espadas y cuchillos en la Capilla Real a cuenta de la colocación de un banco donde tomar asiento cada uno.
Para mediados del siglo XVII, la procesión de la Toma había empezado a decaer. Los papeles y lugares más representativos habían conseguido coparlos los representantes de la Iglesia (Catedral y Capilla Real) y del Consistorio. La nobleza descendiente de conquistadores se sentía apartada y dejaba de asistir empenachada a las representaciones. Algo similar ocurrió a los gremios y al pueblo llano; Felipe IV no había dejado de exigir fondos y soldador para hacer frente a la sublevación catalana. La crisis económica era una realidad y el siglo de oro un recuerdo del pasado en Granada: la ciudad se dio cuenta de que había sido dada de lado por la monarquía. El asunto venía de tiempo atrás, con Felipe II, despreciando su catedral como panteón real y trasladándolo a El Escorial. Si los Reyes Católicos y Carlos V entendieron que Granada era un símbolo y su ciudad más importante, la realidad demostró que Sevilla y Cádiz se hicieron potencias económicas con el tráfico de América, mientras Madrid y Valladolid eran las preferidas por los Austrias menores.
La fiesta de la Toma enfiló su cuesta abajo durante casi un siglo. El Ayuntamiento se limitaba a enviar una representación de ediles a la Capilla Real y Catedral, igual que hacía con el cumplimiento de otro más de los muchos votos que mantenía la ciudad con santos e iglesias por haberle salvado de plagas, diluvios, sequías o terremotos
La nobleza establecida en Granada a lo largo del XVI, pronto empezó a apuntar a los lugares a donde se estaba conformado la Corte. Aunque mantuvo posesiones y casas solariegas en Granada hasta bien entrado el siglo XX.
1752: El renacer con nuevo ceremonial
La fiesta de la Toma enfiló su cuesta abajo durante casi un siglo. El Ayuntamiento se limitaba a enviar una representación de ediles a la Capilla Real y Catedral, igual que hacía con el cumplimiento de otro más de los muchos votos que mantenía la ciudad con santos e iglesias por haberle salvado de plagas, diluvios, sequías o terremotos. El pueblo estaba ajeno a la celebración litúrgica en recuerdo de unos reyes y de un hecho que habían dejado de ser historia reciente y se habían adentrado en la nebulosa de lo legendario.
Llegó 1750 y con él un caballero XXIV llamado Juan de Morales Hondonero. Se le nombró maestro de ceremonias. El hombre tenía gran afición por las tradiciones y el vestuario caballeresco. Redactó un ceremonial y un protocolo con el fin de enderezar la fiesta de la Toma como día de asueto local; recopiló lo mejor de lo antiguo y compuso un programa festivo que se prolongaría durante los días 1 y 2 de enero. Gastó dinero municipal en vestir de gala a los concejales, recuperó trajes de maceros, palafreneros, pajes, etc. etc. (En cierto modo, son los mismos que aún continúan vigentes; todos los que salen en la procesión parecen sacados de cuadros goyescos). El primer Corpus de la nueva era fue el correspondiente a 1752, cuando empezaba la Ilustración, que ya criticaba el anacronismo de la Toma. Granada volvía a vestirse de fiesta, a organizar corridas de toros en la plaza portátil del Humilladero, primero, y más tarde en la Maestranza del Triunfo; se organizaban funciones teatrales en torno la Toma de Granada o el Triunfo de la Cruz; la gente visitaba la Alhambra y, si hacía buen día, se iba de romería a los montes de los alrededores de la ciudad.
Repicaban las campas de la Catedral. Y después era colocado el estandarte, con vigilancia militar, en el balcón. En resumen, un protocolo muy similar al que se desarrolla en la actualidad
El protocolo estableció el nombramiento de portador del pendón en la persona del concejal de mayor edad, del que lo transportaba hasta la Capilla Real (el más joven) y de la tremolación en el balcón municipal. La artillería disparaba salvas desde la Alhambra al momento de comenzar el desfile. Repicaban las campas de la Catedral. Y después era colocado el estandarte, con vigilancia militar, en el balcón. En resumen, un protocolo muy similar al que se desarrolla en la actualidad.
Aquel impulso no duró muchos años, ya que la llegada de los invasores franceses frustró todo tipo de celebración religiosa, menos aún relacionada con los momentos de esplendor de la monarquía española que en el siglo XVI humilló a Francia en varias ocasiones.
De aquella época en que la Alhambra empezó a abrirse al público viene la tradición de subir a tocar la campana de la Vela. Especialmente las mujeres en edad casadera.
Siglo XIX: Más crisis y caos
De 1813 tenemos la primera noticia de un periódico granadino que recoge una breve referencia a que había sido retomada la costumbre de visitar la Alhambra y tocar la campana de la Vela. El Publicista. Diario de Granada nos advertía el 1 de enero que al día siguiente se retomaría celebrar la fiesta de la forma que antes se acostumbraba; que no se extrañara la gente cuando oyese tañer continuamente la campana. No se avecinaba ninguna desgracia. Es una pena que no hayan quedado más números de días siguientes con crónicas descriptivas de en qué consistieron los demás actos. Supongo que por lo menos los canónigos de la Capilla Real organizarían la misa, tremolación y procesión religiosa dentro de la Catedral.
La enorme inestabilidad política, las guerras carlistas, las continuas revoluciones de este siglo tuvieron su repercusión en la fiesta de la Toma. Hubo pequeños periodos en que se celebró, alternados con otros en los que sólo quedó reducida al acto religioso íntimo dentro de la Capilla. A lo sumo con una representación de autoridades políticas.
Las alusiones a los Reyes Católicos como conquistadores y refundadores de Granada fueron curiosamente compartidas durante buena parte del reinado de Isabel II. Desde el balcón del Ayuntamiento se gritaba “Granada, por la reina Isabel II…” y el gentío respondía “¿Qué?”. Después se subía en romería a la Alhambra
Las alusiones a los Reyes Católicos como conquistadores y refundadores de Granada fueron curiosamente compartidas durante buena parte del reinado de Isabel II. Desde el balcón del Ayuntamiento se gritaba “Granada, por la reina Isabel II…” y el gentío respondía “¿Qué?”. Después se subía en romería a la Alhambra. Eso sí, todo el mundo procuraba acudir a la infinidad de representaciones teatrales que ofrecían las salas con sus programas de La Toma de Granada o el Triunfo del Ave María, con planteles de actores desplazados desde Madrid; las sesiones empezaban al mediodía y discurrían ya durante toda la tarde y se adentraban en la noche. Este tipo de obras teatrales llegaron incluso hasta mediado el siglo XX.
La etapa más fría entre el Ayuntamiento y la Capilla Real llegó durante el sexenio revolucionario, concretamente durante el periodo del Cantón Granadino y la I República. El Ayuntamiento estuvo comandado mayoritariamente por republicanos y gente anticlerical; los políticos procuraron mantener la tradición de enviar una representación a la misa de la Capilla Real. Pero en dos ocasiones los republicanos votaron por mayoría que no asistiese representación oficial de la ciudad, el concejal que lo deseara lo haría a título personal. Y allí se presentó el alcalde y sólo un par de concejales. Fue sonada la trifulca entre el alcalde Joaquín Alonso Pineda, partidario de asistir, y el concejal republicano Olalla, empeñado en que nadie fuese a la Capilla Real. Y la prensa del momento no cesaba de calentar el tema: La Idea, de ideología federal, pidiendo el boicot; El Progreso, de corte moderado, criticando a quienes no iban a la Toma.
Durante el único enero (1874) de la I República se modificó la llamada a la ciudadanía desde el balcón. Se gritó: “Granada, Granada, Granada, por Fernando V de Aragón e Isabel primera de Castilla, Viva la Soberanía Nacional, Viva la República, Viva Granada”. La palabra rey/reyes fue suprimida del vocabulario político.
1881: Frustrado proyecto de gran representación
El 6 de octubre de 1881 se desayunaron los granadinos con un editorial de El Defensor de Granada titulado “Hagamos dinero”. Su director, Luis Seco de Lucena, venía a plantear la idea de recuperar y fomentar la fiesta de la Toma para atraer e impulsar el turismo y el comercio. Era una idea realmente novedosa y adelantada a su tiempo, una especie de exposición regional. Con ella se contribuiría a mejorar la deprimida economía local. Por supuesto, se pediría la declaración de fiesta nacional y se solicitaría el apoyo a las Cortes.
La idea fue secundada inmediatamente por el Ayuntamiento, el resto de periódicos y las principales corporaciones y colectivos ciudadanos (Universidad, Diputación, Sociedad Económica, Liceo, Cabildo del Sacromonte, etc.) Aquel mismo día ya fueron convocados en el Ayuntamiento para crear una junta preparatoria. Se pretendía aprovechar el atractivo histórico, monumental y conformar una magna representación de Granada, durante varios días, en la que de modo teatralizado se reprodujeran las condiciones y el paisaje de cuatro siglos atrás. Los modelos eran los tradicionales desfiles del Árbol de Oro de Brujas. Ya había precedentes similares en Madrid y Barcelona.
La idea cayó tan bien, que decenas de municipios de Granada se sumaron incondicionalmente y se ofrecieron a colaborar. Incluso también lo hicieron Córdoba, Almería y Málaga. Cada día, El Defensor publicaba el listado de adhesiones y la marcha de las gestiones.
Pero cuando se llevaba poco más de un mes de trabajos preparatorios, empezaron a surgir celos en el resto de periódicos hacia el excesivo protagonismo y efusividad que capitalizaba El Defensor. Primero lo hicieron tímidamente, para pasar a una segunda etapa de enfrentamiento directo, cuando no al insulto. Y hasta ahí se llegó: la comisión organizadora se desinfló y el 10 de diciembre, sólo dos meses después de empezar a trabajar en la idea, se la dio por muerta y enterrada para siempre.
1892: la ambición de Garrido Atienza
Miguel Garrido Atienza fue un erudito, de ideología republicana, concejal y síndico del Ayuntamiento. Estudioso de temas granadinos, elaboró en 1891 un proyecto para recuperar y relanzar la fiesta de la Toma, que continuaba bajo mínimos. Estudió a fondo los antecedentes de los cuatro siglos precedentes y acabó con una ambiciosa propuesta. No pretendía utilizar el festejo como reclamo turístico nacional, pues las frías fechas no se prestaban a ello. Pero había que aprovechar los actos del IV Centenario de aquel hecho tan glorioso para Granada, además del descubrimiento de América.
Atienza recogió la iniciativa de los Reyes Católicos de entregar pan a los pobres y vestir a niños necesitados: nada menos que 4.000 panes se distribuyeron en varios puntos de la ciudad y se vistió por completo a un centenar de niños desarrapados
Acabó proponiendo una serie de actos que se prolongaron entre el 1 y el 6 de enero de 1892. Fueron una amalgama de actividades de todo tipo, principalmente culturales, musicales y religiosos. El pueblo granadino respondió. Atienza recogió la iniciativa de los Reyes Católicos de entregar pan a los pobres y vestir a niños necesitados: nada menos que 4.000 panes se distribuyeron en varios puntos de la ciudad y se vistió por completo a un centenar de niños desarrapados. Toda la ropa la había confeccionado su mujer.
En lo relativo a la Toma, se recuperaron las dos funciones religiosas de los días 1 y 2 de enero en la Capilla Real; se invitó a todas las autoridades locales y a los alcaldes de los pueblos. Se adornaron las calles, se iluminó la Catedral y se invitó al deán de la catedral de Sevilla a que pronunciase el sermón central del homenaje a los Reyes Católicos. Pareció que la fiesta de la Toma había recuperado el esplendor que tuvo en sus mejores tiempos del siglo XVI. Atienza se anticipó a su tiempo tratando de hacer una ceremonia no excluyente de los vencidos; una parte de las autoridades se encaminaron a la Alhambra a rendir homenaje a la dinastía constructora, mientras el grueso de la procesión se dirigió a la ermita de San Sebastián. Las bandas de música entonaron la composición Himno a Unidad de la Patria, compuesta por el maestro Vila.
El pleno municipal aprobó aquella ambiciosa programación en sesión del 27 de noviembre de 1891
El pleno municipal aprobó aquella ambiciosa programación en sesión del 27 de noviembre de 1891. Pero, desgraciadamente, aquella iniciativa de semana cultural no cuajó tras el IV Centenario. Sólo quedaron los actos de procesiones cívico-religiosas de los días 1 y 2. Eso sí, con gran participación del pueblo granadino desde entonces.
II República, guerra civil y dictadura
En la II República no hubo grandes cambios. En 1932 y 1933 se gritó “Viva la República” en vez de “Viva el Rey”, como se venía haciendo desde la restauración de Alfonso XII (1875). Desde entonces el grito desde el balcón se retocó un poco y se decía: “Granada, Granada, Granada, por los ínclitos Reyes Católicos don Fernando V de Aragón y Doña Isabel I de Castilla, Viva España, Viva el Rey Don Alfonso XII, Viva Granada, repitiéndose tres veces sin omitir vitorear también al Ejército Español” (Acuerdo municipal de 31 de diciembre de 1874). Alfonso XII fue sustituido por su hijo Alfonso XIII durante su reinado.
A pesar de la separación Iglesia-Estado, el Ayuntamiento republicano continuó organizando la fiesta de la Toma prácticamente con el mismo protocolo, o quizás más, que se había venido haciendo desde tiempos de Alfonso XII. Se renovó parte del vestuario de los participantes en la cabalgata, se incorporaron más caballos montados por guardias municipales de gala, se respetó la presencia militar y se acababa la procesión ante el monumento a Isabel y Colón colocado entonces al principio del Paseo del Salón.
Durante la guerra civil, los alzados arrimaron la gesta de los Reyes Católicos a sus intereses de cruzada nacional. “Arriba España” fue su grito de tremolación, más algún “Viva Franco”. Por supuesto, los aspectos militares y católicos fueron elevados a la superior categoría
No obstante, oficialmente quedó suprimida la participación de la Corporación a título institucional, aunque fueron muchos los concejales que participaron a título personal.
Durante la guerra civil, los alzados arrimaron la gesta de los Reyes Católicos a sus intereses de cruzada nacional. “Arriba España” fue su grito de tremolación, más algún “Viva Franco”. Por supuesto, los aspectos militares y católicos fueron elevados a la superior categoría. Mucho más enardecidos que en los tiempos iniciales del siglo XVI.
En los primeros años de la Transición empezaron a aparecer los gritos de “Viva Andalucía” y “viva Andalucía libre”. A nadie se le ocurrió incluir vivas a Juan Carlos I ni ahora a Felipe VI.
Democracia y actualidad
Este año 2022 se cumplen cuatro décadas desde que la primera corporación democrática tras el franquismo decidió dar nuevos aires a la fiesta de la Toma. En diciembre de 1981 fue aprobado por unanimidad un nuevo ceremonial. Su elaboración fue confiada por todos los corporativos al concejal comunista José Miguel Castillo Higueras, señorito camarada para los amigos. Es el protocolo que continúa rigiendo en la actualidad, prácticamente sin ningún cambio.
José Miguel Castillo se dejó aconsejar por el catedrático Antonio Domínguez Ortiz y algunos historiadores más. El resultado fue un ceremonial basado en su mayor parte en el de 1752. Barroco y detallista a más no poder, que no deja nada a la improvisación. Castillo Higueras recuerda hoy el elevado grado de consenso y aceptación que recibió el texto publicado en unos libritos; fue muy alabado por el estamento clerical. La manera de celebrar la Toma se desarrollaría a partir de entonces con respeto y cordialidad entre la parte religiosa y la parte política que representa al común de los granadinos. Aquellos concejales que por su credo o ideología no desearan participar, se les respeta su ausencia. Pero han sido muy pocos los que no lo han hecho, porque han entendido que es una tradición más que un acto de fe.
Los primeros gobiernos municipales socialistas de los años ochenta no sólo potenciaron la fiesta de la Toma, también retomaron la vieja idea de Luis Seco de Lucena de aprovecharlo como reclamo turístico. El momento era oportuno ante la inminencia del V Centenario que se preparaba para 1992, donde Sevilla se llevaría la parte del león. Granada quiso tener su porción de protagonismo. Por eso, José Miguel Castillo Higueras se desplazó a Brujas y otras ciudades europeas (Venecia); su objetivo era montar una representación parecida, donde miles de ciudadanos convierten su ciudad por unos días en un teatro medieval. Con todo lo que eso puede acarrear para exposiciones de productos, viajes y fabricación de vestuario. El gancho para la principal industria local, la hostelería, hubiese sido innegable.
La iniciativa de Castillo Higueras murió antes de nacer; solamente incorporó unos soldados vestidos de cristiano y otros tantos vestidos de nazaritas, con los que se pasearon por la Fuente de las Batallas
El tiempo se echó encima. Algunos políticos del momento no lo vieron. Entendieron que el Estado ya había cargado demasiados fondos a la Expo de Sevilla y no apoyaría la iniciativa de Granada. El principal impedimento eran los 500 millones de pesetas en que se tanteó su primer coste. Tampoco se montó una comisión organizadora que contara con los colectivos sociales granadinos. Había que tener en cuenta que haría falta la complicidad de miles de granadinos en el montaje de esa gran representación de la Toma de Granada. Y la idiosincrasia granadina no tiene nada que ver con la sevillana (sic). La iniciativa de Castillo Higueras murió antes de nacer; solamente incorporó unos soldados vestidos de cristiano y otros tantos vestidos de nazaritas, con los que se pasearon por la Fuente de las Batallas.
A aquella primera Toma propia de la nueva era democrática fue invitado el presidente de la Junta de Andalucía, Rafael Escuredo, para dar espaldarazo desde el gobierno autonómico. Se estuvo hablando de mejorar aquella representación como un atractivo que sumar al malogrado Mundial de Esquí Alpino de 1995 (pasado al 96 por falta de nieve). Pero nada más se supo. También se barajó la posibilidad de cambiar el nombre: en vez de Fiesta de la Toma por el de Día de la Entrega, pero la oposición ciudadana no lo aceptó.
Jesús Quero Molina fue el siguiente alcalde socialista de Granada (1991-95). Su concejal de cultura y fiestas fue Rafael Fernández-Píñar. Éste añadió la Fiesta de las Tres Culturas, quizás pensando en contentar a las voces minoritarias que clamaban contra lo que entendían una fiesta excluyente y sólo representativa de la parte vencedora. Se sumaron conciertos en el Paseo de los Tristes y alguna otra actividad, con poco seguimiento ciudadano; los granadinos, en general, seguían aferrados a la tradición tal como la habían conocido.
La fiesta de la Toma había sido dignificada con los cambios introducidos por Castillo Higueras una década anterior, ya que durante el último tramo del franquismo había enranciado
Con antelación a los eventos de 1992, Jesús Quero recuerda que recibió en su despacho a Francisco Casero y a Salvador Tábora. Le propusieron que se replanteara la fiesta de otra manera y que se eliminaran muchos de los elementos tradicionales. Su respuesta –recuerda todavía– fue que, aunque no comulgaba completamente con la Toma, entendía que era una tradición de la que no había que avergonzarse, a pesar de sus luces y sus sombras, ni enjuiciarla con los ojos de medio milenio más tarde. La fiesta de la Toma había sido dignificada con los cambios introducidos por Castillo Higueras una década anterior, ya que durante el último tramo del franquismo había enranciado.
Aquel V Centenario fue aprovechado por grupos minoritarios de variadas tendencias (Nación Andaluza, asociación Bernal Díaz del Castillo, etc.) que se dedicaban a hacer ruido y silbar. Se les respetaba, se les controlaba policialmente y no se les hacía demasiado caso. Dieron más ruido por la presencia del presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, y la mayor concentración de medios de comunicación.
Con Gabriel Díaz Berbel (PP, 1995-99) y José E. Moratalla Molina (1999-2003) arreciaron los grupos anti-Toma. El concejal de cultura y fiestas del primero, Fermín Camacho Evangelista, con su humor y su socarronería, se reunía con todos, los comprendía, se solidarizaba con sus disidencias, pero luego hacía lo que le venía en gana. Es decir, dejar la fiesta de la Toma tal como la había recibido. Berbel dedicó una estatua a Boabdil y trajo a embajadores de países islámicos a su inauguración; con este acto acalló un poco las protestas.
“Pero aquello no cuajó –lamenta J. Moratalla–; la inmensa mayoría de granadinos tenía posiciones tradicionales. No se aceptaban intromisiones de fuera. Yo, personalmente, pasé a ver la Toma como un día nada grato. Así es que decidí continuar con el espíritu de mis antecesores alcaldes socialistas”
En cambio, José Enrique Moratalla recuerda hoy las pitadas y el ruido que organizaban cada vez que llegaba esta fiesta. Su concejal andalucista Jesús Valenzuela optó por hacer algunas concesiones (como la incorporación de la figura de Boabdil a la procesión). “Pero las cosas empezaban a enturbiarse –valora Moratalla-, porque lo que debía ser un día de alegría para la ciudad, que la poníamos en el mapa, lo que hacíamos en salir en los telediarios con aureola de escándalo. Venía gente de fuera nada más que a hacer ruido. Nuestras ideas eran no ir contra nadie, sino ir incorporando nuevas perspectivas”. Retomaron la subida a la Alhambra, a homenajear a quienes la hicieron posible; hicieron actos alternativos en el Teatro Isabel la Católica, se leían poemas. Incluso el arzobispo Antonio Cañizares participó en ellos en señal de aceptación de lo diferente. “Pero aquello no cuajó –lamenta J. Moratalla–; la inmensa mayoría de granadinos tenía posiciones tradicionales. No se aceptaban intromisiones de fuera. Yo, personalmente, pasé a ver la Toma como un día nada grato. Así es que decidí continuar con el espíritu de mis antecesores alcaldes socialistas”.
Entre 2003 y 2016 tocó gobernar a José Torres Hurtado (PP). El portavoz de aquel gobierno, Juan García Montero, recuerda que se encontraron con un clima de controversia arrastrado de mandatos anteriores. Y algunos escándalos provocados por grupos minoritarios, pero muy ruidosos. Incluso algunos de ellos no se conformaban con modificaciones para abrir la fiesta a otras sensibilidades. Pretendían eliminar directamente la Toma e imponer su fiesta propia.
Hicieron una encuesta que arrojó un resultado rotundo: el 90,1% de los granadinos deseaban que la Toma quedase tal como estaba
Su actitud fue incorporar a la comitiva a representantes del mundo árabe, como un abrazo de culturas. También se crearon personajes de tipo menor que representaban a la comunidad musulmana que convivió los primeros años en la Granada dual. Se decidió suprimir la subida a la Alhambra por entender que no aportaba nada. Se incorporaron cuadrillas de Moros y Cristianos de Caravaca y pueblos de Granada. Comprobaron que la polémica se hacía cansina, reducida a la minoría de siempre. Hicieron una encuesta que arrojó un resultado rotundo: el 90,1% de los granadinos deseaban que la Toma quedase tal como estaba.
Los últimos cinco años han estado caracterizados por otra etapa de inestabilidad municipal. El ceremonial continúa siendo exactamente el mismo que redactó José Miguel Castillo en 1981; solamente se ha mantenido el desfile de grupos de moros y cristianos de pueblos con tradición, que desfilan por las calles de la ciudad y atraen público. En lo demás, todo continúa exactamente lo mismo: los ediles se pirran por portar el estandarte del siglo XVII, por ponerse el chaqué alquilado, por ondear la bandera ante los bustos de los Reyes Católicos y por poner una corona de flores en la cripta de quienes, para bien o para mal, quisieron engrandecer Granada.
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