Josefita Palma, la dama de blanco
Josefita Palma García nació en Villanueva de la Algaida (Málaga) y se crió en Granada. Sus padres, Manuel Palma “El canijo” y Josefa García, se trasladaron con sus hijos a Alfarnate, donde residieron un tiempo, y de ahí a Fuente Camacho, Loja, donde compraron un cortijo y se instalaron. Eran trabajadores del campo muy vinculados a UGT.
Iniciada la guerra y tras ser tomada Loja, Manuel Palma, junto con otros familiares, decide presentarse ante las autoridades creyendo en la propaganda que exoneraba a aquellos que no habían “hecho nada”. Tras ser juzgados serían fusilados en el cementerio de Granada unos meses después, el 13 de Julio de 1937.
Los tres hermanos: Josefita, Manuel y Priscila, también fueron detenidos, conducidos a la cárcel y acusados de delitos “colectivos” por participar en “hechos revolucionarios”, algaradas...
En la causa, en la que también aparecen sus dos hermanos, Josefita es acusada de “filiación socialista muy exaltada”, de estar “como miliciana llevando gorro de esa clase” y de ser fotografiada saludando al “estilo marxista”. La antítesis de lo que era "la mujer franquista".
La realidad era que la joven aparecía en una foto posando con la gorra reglamentaria de su novio taxista. Por dichas acusaciones fue condenada a 12 años de cárcel con tan sólo 16 años de edad. Sabemos por su ficha, que en abril de 1937 ingresó en la prisión provincial de Granada procedente de la de Loja, de la que pasó al norte, como muchas granadinas, estando recluida en la prisión de Barcelona. A la dureza de la cárcel se unía el destierro y la separación de sus familiares.
Priscila, que en ese momento tenía 24 años y dos hijos, es acusada de ser “simpatizante del marxismo” y actuar en los “sucesos revolucionarios de Loja”, por lo que es condenada a 20 años de cárcel. Pasó por la prisión provincial de Granada y la de mujeres de Málaga. Estando en la cárcel dio a luz a su tercera hija a la que puso el nombre de Manuela, por su padre. Se da la circunstancia de que en la cárcel se encuentra a uno de los carceleros de su padre que se jactó ante ella de que “lo había rematado” y que, según él, sus últimas palabras fueron: “Pobre de mí Priscila”. Al parecer, rota de dolor se lanzó hacia el hombre y recibió una brutal paliza como castigo.
En cuanto a Manuel, de 17 años de edad, pasó un periplo carcelario de extrema dureza después de ser condenado a 20 años de reclusión. Fue enviado a Cataluña, a la prisión de Gerona y estuvo un año como esclavo del franquismo en la construcción de la presa del Pasteral entre noviembre de 1942 y septiembre de 1943, siendo liberado en 1948, once años después.
Cuando Josefita accede a la libertad había contraído la tuberculosis en la cárcel y se encuentra débil y enferma. La sobreocupación en la postguerra, el hambre, la insalubridad y las malas condiciones convirtieron a esta enfermedad en una de las principales causas de mortalidad en prisión. Su madre Josefa que se hizo cargo de su hijo menor Miguel y de las tres niñas de Priscila logra sobrevivir dedicándose al estraperlo. Gracias a su habilidad y dedicación por el trabajo consigue mantenerlos con dificultades. A consecuencia de la enfermedad de su hija vende hasta la última propiedad para que esta reciba tratamiento médico y tome la medicación prescrita. Pero, era demasiado tarde.
Josefita percibiendo una muerte cercana pide a su madre ser enterrada con un sudario blanco. Al carecer la familia de medios, y agotados los últimos recursos, las vecinas se organizan y hacen una colecta solidaria puerta a puerta para comprar un retal de tela que cosieron durante toda la noche hasta terminar el vestido blanco con el que la vistieron cumpliendo su deseo. Murió el 21 de febrero de 1944 a las cinco de la tarde, con 23 años y habiendo pasado siete de ellos en prisión.
Miguel, el más pequeño de los cuatro hermanos, llevó el resto de su vida un mechón de su pelo y su foto en la cartera. Sus hijos lo descubrieron tras sufrir un accidente. Nunca pudo olvidar el amor que sentía por su hermana.
“Jardín blanco de luna, misterioso
jardín a toda indagación cerrado,
¿qué palabra fragante ha perfumado
de jazmines la paz de tu reposo?”
De “La dama vestida de Blanco”, de Francisco Villaespesa