Tú a los tríceps y yo a las abdominales
Mi colega, además de amigo, Juan Eslava, tiene los derechos de autor de una historia que un día me contó en la taberna del Gorrión, en Jaén. Es la historia de una mujer de mediana edad que quedó en coma por un ictus que sufrió. Estando en ese estado, Dios se comunicó con ella y le dijo que no se preocupara, que su hora no había llegado aún y que moriría muy vieja. Un día despertó del coma y se acordó de aquella revelación divina. Entonces se dijo que si de lo que se trataba era de retrasar la vejez, lo mejor sería acudir cuanto antes a un cirujano plástico. Así que un día se quitó la papada que había comenzado a colgarle y otro se estiró la frente. Luego se arregló la nariz y se quitó las bolsas que tenía debajo de los ojos. Ya puestos, el cirujano le quitó las dunas del vientre y le puso un culete muy coquetón. Luego se apuntó a un gimnasio y comenzó una dieta. Un día, al salir precisamente del gimnasio, tan absorta iba pensando en lo bien que se sentía con su nuevo cuerpo, que no vio un camión que se le vino encima. Esta vez la muerte fue instantánea.
Como no era una mujer con demasiados pecados fue directamente al cielo. Allí fue a ver a San Pedro, al que le dijo que quería una audiencia con el Creador. Cuando estaba delante de Dios, la mujer le mostró su enfado. Le dijo que se sentía engañada porque cuando estaba en coma en el hospital una voz divina le había dicho que iba a morir muy vieja y, que sin embargo, allí estaba, muerta en la flor de la vida. Dios se quedó pensativo y mirándola y dijo:
-¿Eres la que estaba hace unos meses en coma? Pues lo siento pero cuando envié a la Muerte no creí que eras tú. Como ahora las personas cambiáis tanto me hago un lío tremendo.
Ha sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad la obsesión del hombre por tratar de mejorar su aspecto físico. Hace poco leí que cuando Roma dominaba el mundo ya se utilizaban los tintes de pelo; que los vikingos se limaban los dientes para ser más guapos y que las mujeres medievales utilizaban el mercurio y el plomo blanco para aclarar su piel. Pero es en esta época, después del verano, cuando se pone de moda apuntarse a un gimnasio o cuando aparece esa obsesión por hacer dieta y no comer casi de nada. Ahora parece que todo el mundo quiere cambiar de yo. Creemos que podemos crearnos a nosotros mismos y que una dieta, un gimnasio o un quirófano pueden modificar nuestra existencia. Llevar una vida sana y estar preocupados por una grave patología para vivir más y mejor es algo razonable, pero hacer dietas estrictísimas o machacarte en los aparatos del gimnasio por perder kilos, pueden convertirte en un obsesivo. Además, ¿os habéis dado cuenta de que las máquinas que hay en los gimnasios parecen instrumentos de tortura?
Mi admirado colega Alvite detestaba cualquier ejercicio físico que no culminara en un orgasmo. Tampoco es eso. Pero hay demasiada fuerza de voluntad en parecer más delgados, sin sopesar que cambiando tanto puede que, como la mujer de la anécdota, ni Dios llegue a conocernos. Además lo dicen las estadísticas: el año pasado murieron casi mil personas haciendo deporte y solo tres en las tabernas. Pues eso.