Sortear las olas

Blog - La buena vida - Ana Vega - Sábado, 16 de Julio de 2016
Playa de San Fernando, en Cádiz.
P.V.M.
Playa de San Fernando, en Cádiz.

Tengo una compañera que es capaz de percibir, antes de que yo misma sea consciente, que algún comportamiento o comentario me está enojando. Se ve que mi postura corporal y sobre todo mi cara, son realmente el espejo de mi alma. Cuando está cerca, la miro instintivamente buscando su apoyo y ella me responde con un gesto de sus manos que me indican que me relaje y respira inspirando exageradamente para recordarme que yo lo haga profundamente.

Aplacar el enfado cuando ya se ha desatado la ira es muy complicado; lo eficaz sería reducir su intensidad poco a poco cuando aún es incipiente; reducir su frecuencia y también su duración. Yo debería percatarme con la facilidad que lo hace esta compañera de las modificaciones en mi cuerpo y en mi gesto para frenar el enfado cuando aún es una pequeña gota y no dejar que se convierta en la gran ola que ocupe toda mi mente.

Los estudios demuestran que tres minutos de enfado y enfrentamiento acalorado genera efectos tan perjudiciales en el sistema nervioso y el circulatorio que nuestro organismo necesitará semanas para repararlo. Además de que todos hemos comprobado cómo la ira es capaz de ofuscar nuestro intelecto, cualquier resquicio para el razonamiento desaparece y perdemos la capacidad  de comprensión y de entendimiento. Tendemos a pensar peor de los demás cuando estamos enfadados; somos menos reflexivos; hacemos juicios de valor rápidos, basándonos en aspectos superficiales de la situación.

La ira es una emoción que surge cuando nos vemos sometidos a situaciones que nos producen frustración; se activa cuando se bloquea la conducta dirigida hacia el logro de una meta; también al ser engañados, heridos o traicionados. Nos enfadamos cuando no se cumplen nuestras expectativas; cuando esperamos una cosa y sucede otra. Ya sabemos que todas las emociones están ahí para ser sentidas, que todas tienen una función adaptativa; pero según se utilice, el enfado puede ser destructivo o dotarnos de energía para saltar los obstáculos y aportar soluciones.

El enfado no siempre debe desembocar en resentimiento o agresividad. No debe confundirse con la hostilidad, que sí conlleva animadversión hacia el agente que la provoca. Tampoco tiene que desembocar en agresividad que sí hace referencia a la propensión a desplegar una conducta que supone confrontación con el agente que la produce con ánimo de causarle daño.

Una vez más, la clave estará en la expresión y gestión que seamos capaces de hacer de la emoción. Mientras la ira es un sentimiento egoísta que surge cuando sentimos atacado nuestro ego y no dejamos de cavilar sobre las aparentes injusticias de las que creemos ser objeto, desembocando en el resentimiento, la cólera, la rabia o la furia; la indignación justificada no es egoísta y la producen actos indignos contra nosotros u otras personas. La indignación no va seguida de remordimientos, ni necesita arrepentimiento.

Difícilmente seré capaz de advertir que estoy empezando a enfadarme y, así, poder evitar que la gotita se convierta en la ola que me arrastre, si no estoy familiarizada con mi mundo afectivo. Pablo Fernández Berrocal y Natalia Ramos Díaz nos proponen en su libro Desarrolla tu Inteligencia Emocional una serie de ejercicios que nos ayudarán a desarrollar una conciencia más profunda de nuestra vida emocional. Propone empezar respondiendo a la siguiente pregunta: ¿Qué sentiste ayer por la noche? Y luego habría que intentar relacionar lo que sentimos con lo que nos ocurrió ese día. Algo, en principio tan sencillo, pondrá de manifiesto el poco tiempo que dedicamos a percibir y entender nuestras emociones.

Si me centro en el enfado, analizaré qué pienso cuando me irrito y qué hago, qué situaciones lo provocan. Así podré reconocer las señales de alarma; esas que mi compañera percibe antes que yo misma y podré elaborar estrategias para modificar mi comportamiento cuando no es el adecuado. Este conocimiento de mi patrón emocional me permitirá traer a mi mente imágenes agradables, empatizar con la persona que me está molestando e intentar entender sus razones, respirar profundamente, concentrarme en mi tarea, no permitir que la ira me estropee el ánimo, reservar mi energía para lo realmente importante; utilizar palabras suaves que harán mis argumentos más contundentes; desarrollar la paciencia…. o en el caso de no poder hacer otra cosa, marcharme del lugar, beber agua y caminar.

   

Imagen de Ana Vega

Licenciada en Filosofía. Experta en Género e Igualdad de Oportunidades y especializada en temas de Inteligencia Emocional. Con su blog, La buena vida, no pretende revelarnos nada extraordinario. Tan solo, abrirnos los ojos un poquito más y mostrarnos que la vida puede ser más llevadera.