Sortear las olas
Tengo una compañera que es capaz de percibir, antes de que yo misma sea consciente, que algún comportamiento o comentario me está enojando. Se ve que mi postura corporal y sobre todo mi cara, son realmente el espejo de mi alma. Cuando está cerca, la miro instintivamente buscando su apoyo y ella me responde con un gesto de sus manos que me indican que me relaje y respira inspirando exageradamente para recordarme que yo lo haga profundamente.
Aplacar el enfado cuando ya se ha desatado la ira es muy complicado; lo eficaz sería reducir su intensidad poco a poco cuando aún es incipiente; reducir su frecuencia y también su duración. Yo debería percatarme con la facilidad que lo hace esta compañera de las modificaciones en mi cuerpo y en mi gesto para frenar el enfado cuando aún es una pequeña gota y no dejar que se convierta en la gran ola que ocupe toda mi mente.
Los estudios demuestran que tres minutos de enfado y enfrentamiento acalorado genera efectos tan perjudiciales en el sistema nervioso y el circulatorio que nuestro organismo necesitará semanas para repararlo. Además de que todos hemos comprobado cómo la ira es capaz de ofuscar nuestro intelecto, cualquier resquicio para el razonamiento desaparece y perdemos la capacidad de comprensión y de entendimiento. Tendemos a pensar peor de los demás cuando estamos enfadados; somos menos reflexivos; hacemos juicios de valor rápidos, basándonos en aspectos superficiales de la situación.
La ira es una emoción que surge cuando nos vemos sometidos a situaciones que nos producen frustración; se activa cuando se bloquea la conducta dirigida hacia el logro de una meta; también al ser engañados, heridos o traicionados. Nos enfadamos cuando no se cumplen nuestras expectativas; cuando esperamos una cosa y sucede otra. Ya sabemos que todas las emociones están ahí para ser sentidas, que todas tienen una función adaptativa; pero según se utilice, el enfado puede ser destructivo o dotarnos de energía para saltar los obstáculos y aportar soluciones.
El enfado no siempre debe desembocar en resentimiento o agresividad. No debe confundirse con la hostilidad, que sí conlleva animadversión hacia el agente que la provoca. Tampoco tiene que desembocar en agresividad que sí hace referencia a la propensión a desplegar una conducta que supone confrontación con el agente que la produce con ánimo de causarle daño.
Una vez más, la clave estará en la expresión y gestión que seamos capaces de hacer de la emoción. Mientras la ira es un sentimiento egoísta que surge cuando sentimos atacado nuestro ego y no dejamos de cavilar sobre las aparentes injusticias de las que creemos ser objeto, desembocando en el resentimiento, la cólera, la rabia o la furia; la indignación justificada no es egoísta y la producen actos indignos contra nosotros u otras personas. La indignación no va seguida de remordimientos, ni necesita arrepentimiento.
Difícilmente seré capaz de advertir que estoy empezando a enfadarme y, así, poder evitar que la gotita se convierta en la ola que me arrastre, si no estoy familiarizada con mi mundo afectivo. Pablo Fernández Berrocal y Natalia Ramos Díaz nos proponen en su libro Desarrolla tu Inteligencia Emocional una serie de ejercicios que nos ayudarán a desarrollar una conciencia más profunda de nuestra vida emocional. Propone empezar respondiendo a la siguiente pregunta: ¿Qué sentiste ayer por la noche? Y luego habría que intentar relacionar lo que sentimos con lo que nos ocurrió ese día. Algo, en principio tan sencillo, pondrá de manifiesto el poco tiempo que dedicamos a percibir y entender nuestras emociones.
Si me centro en el enfado, analizaré qué pienso cuando me irrito y qué hago, qué situaciones lo provocan. Así podré reconocer las señales de alarma; esas que mi compañera percibe antes que yo misma y podré elaborar estrategias para modificar mi comportamiento cuando no es el adecuado. Este conocimiento de mi patrón emocional me permitirá traer a mi mente imágenes agradables, empatizar con la persona que me está molestando e intentar entender sus razones, respirar profundamente, concentrarme en mi tarea, no permitir que la ira me estropee el ánimo, reservar mi energía para lo realmente importante; utilizar palabras suaves que harán mis argumentos más contundentes; desarrollar la paciencia…. o en el caso de no poder hacer otra cosa, marcharme del lugar, beber agua y caminar.