'Recapitulando: algunos discos interesantes de este año'
Nos acercamos a final de año: la próxima semana ya toca compartir la primera parte de mi lista de mejores discos del 2022. Pero antes de ello, como otras veces, quería hacer un pequeño repaso por discos que he ido escuchando a lo largo del año pero que no he podido reseñar en detalle. Hay un poco de todo: álbumes que me han decepcionado, otros que me han sorprendido positivamente, trabajos que merecen la pena, aunque no hayan tenido mucho impacto y otros que ha sido imposible no escuchar, dada su omnipresencia. El único criterio de selección ha sido que me hubiera quedado con ganas de hablar de ellos. Como siempre: primero los EPs, después los LPs, y espero que saquéis alguna recomendación o, al menos, no ofenderos.
El granadino Dellafuente sacó en verano un EP, Tanteo, que ha pasado algo desapercibido. Después del innovador Milagro, uno de mis discos favoritos del año pasado, no está claro cómo interpretar esta colección de cinco cortes, cada una de su padre y de su madre. Quizás lo que nos quiere decir es justamente que no hay una sola dirección en la que se quiera mover
El granadino Dellafuente sacó en verano un EP, Tanteo, que ha pasado algo desapercibido. Después del innovador Milagro, uno de mis discos favoritos del año pasado, no está claro cómo interpretar esta colección de cinco cortes, cada una de su padre y de su madre. Quizás lo que nos quiere decir es justamente que no hay una sola dirección en la que se quiera mover. Si en “Modo sigilo”, la mejor pieza del EP, se combinan pasajes de pop tradicional con piano y cuerdas y otros con aroma a electrónica británica, en “Tanteo” encontramos un R&B de acentos trap a lo Drake y en “Nada sin ustedes” se ponen en primer plano la influencia del flamenco y del reggaeton en su música. “De plata y madera” tiene un poco de todo ello en sus distintas fases, y cuenta con la colaboración de un cantaor de la talla de Israel Fernández, pero diría que es justo ese exceso de mezclas su principal defecto. Por último, el espíritu de balada de “Nolahay” recuerda a la “Nana del miedo” del año pasado, pero ante la falta de sustancia a nivel compositivo y de producción se queda en poco más que un bosquejo. En fin, parece que Tanteo no es un paso en firme sino más bien una forma de no desaparecer por tanto tiempo como otras veces. Esperemos que los conciertos de esta semana en el Palacio de los Deportes nos den una idea más clara de los planes del granadino.
Es un disco para valientes que, como todo esfuerzo místico que se precie, guarda premios insospechados para quien se enfrente a él con paciencia
El último LP de Le Parody, Porvenir (2019), fue una obra maestra. La andaluza afincada en Madrid construyó un auténtico monumento de disco uniendo electrónica bailable, estructuras pop, letras inspiradas en la tradición lírica andaluza y sonoridades árabes y flamencas. Canciones como “La Puerta”, “Flores” o “Plata Fina” resultaban adictivas desde la primera escucha. Lo que nos ofrece la artista en su reciente EP Trilla es bien diferente. La influencia flamenca se acrecienta, ya desde la brevísima intro cantada por Raquel Sánchez, y volvemos a escuchar los samples de voces de guerrilleras kurdas que poblaban Porvenir; pero aquí no hay asomo de pop: se trata de un disco espartano, de clara vocación mística. No hay más que ver los títulos de canciones: en “I Ora”, las ásperas texturas electrónicas flotan sin percusión que las ancle, fusionadas con voces que no llegan a convertirse en canto; pero incluso cuando aparece un elemento rítmico en “II Labora”, este no se convierte en un hilo conductor que guíe a lo largo de la evolución de la composición y permita agarrarse a algo. Antes bien, se trata de una nueva herramienta para conducir hacia la contemplación ascética que se persigue. En “III De la trilla” y “IV De la guerra” al menos hay voz (en la segunda es la de Rocío Márquez, nada menos), pero de nuevo parece ser un elemento casi secundario frente a los sonidos metálicos de la primera y los ondulantes drones de la segunda. Es un disco para valientes que, como todo esfuerzo místico que se precie, guarda premios insospechados para quien se enfrente a él con paciencia.
Mi emoción al saber que Ela Minus y DJ Pyhton iban a sacar un EP conjunto se debía a mi admiración por el trabajo de ambos artistas y a su obvia compatibilidad. Si la colombiana hace canciones pop de fuerte impronta techno, tan bellas como oscuras, el neoyorquino destaca por su unión del ambient y el house con la música latina
Mi emoción al saber que Ela Minus y DJ Pyhton iban a sacar un EP conjunto se debía a mi admiración por el trabajo de ambos artistas y a su obvia compatibilidad. Si la colombiana hace canciones pop de fuerte impronta techno, tan bellas como oscuras, el neoyorquino destaca por su unión del ambient y el house con la música latina. El single de adelanto, “Pájaros en verano”, confirmaba que existía un terreno común más que fértil. Qué preciosidad de canción: la tristeza de la letra sobre ser incapaz de superar una ruptura se da la mano de los saltarines, pero melancólicos sintes, creando un clásico instantáneo del desamor. Sin embargo, el EP en conjunto, titulado ♡ (“corazón”), no llega a ser el triunfo que esperaba. “Kiss U” al menos es intrigante, con algunas buenas líneas vocales y ciertas texturas chulas, aunque sea demasiado insistente en algunos puntos. Pero “Abril aguas mil” directamente se pierde en meandros sonoros y repeticiones líricas que no llevan a ninguna parte, el equivalente musical de un pantano: no te atrapa, sino que te hace sentir atrapado. Es frustrante que lo que parecía un éxito seguro resulte ser una oportunidad perdida, pero al menos nos han dejado una de las canciones del año.
Hace ya más de tres años de que el dúo de St. Louis 100 gecs reventó los esquemas de los aficionados a la música con el hyperpop delirante de su debut, 1000 gecs. Este año se suponía que iba a llegar su continuación, pero al final hemos tenido que conformarnos con un single, un EP y el anuncio de que el disco llegará en marzo. El EP, de nombre Snake Eyes, salió el 2 de diciembre y contiene apenas tres canciones que duran un total de seis minutos. No hay nada sorprendente en ellas, lo cual puede ser algo sorprendente en sí mismo, dado que hablamos de uno de los grupos más innovadores de los últimos años, pero las tres canciones están bien y las fusiones disparatadas marca de la casa no caen nunca en la cacofonía, de modo que diría que es un trabajo estimable. “Hey Big Man” suena como si hubiese pasado a Rage Against the Machine por un filtro EDM, “Torture Me” es quizás la más predecible en su fusión de trap melódico y dubstep (no en vano Skrillex ha participado en la producción) y “Runaway” empieza como una balada de piano sentimentaloide hasta que las guitarras y el bajo sintético distorsionado lo convierten en hyperpop clásico. Un buen aperitivo; ya veremos qué nos tienen preparado en el plato principal.
El grupo sevillano-granadino Adiós Amores lleva un par de años produciendo canciones que recuperan, sobre todo, el legado del pop vocal español de los sesenta y setenta
El grupo sevillano-granadino Adiós Amores lleva un par de años produciendo canciones que recuperan, sobre todo, el legado del pop vocal español de los sesenta y setenta. Las voces de Ana Valladares e Iman Amar entonan a dúo tanto baladas estilo cantautora (“Charlotte”, “Sol de ayer”) como píldoras de rock frenético (“La fuente”, “Mentira”) o coplas de clara influencia flamenca (“Luna plateada”), con un sonido muy elegante y a la vez preñado de dramatismo y emoción. Ahora han recopilado los temas que han ido lanzando en un álbum que han titulado con bastante gracia Sus mejores canciones (solo disponible en físico o en Bandcamp). Para quien, como yo, no las conociera de antes, este disco probablemente sea una gozada. La combinación de grandes melodías, buena producción y estética reconocible hacen que el grupo entre a la primera. Por si fuera poco, la última canción, “Noche iluminada”, se asoma nada menos que al techno, con ritmos electrónicos a los que se superponen sintetizadores, palmas y una guitarra flamenca. Un tema fascinante y rompedor que abre aún más caminos para el grupo. Habrá que estar muy pendientes de su trayectoria, porque promete y mucho.
Reconozco que no he escuchado los trabajos anteriores de Father John Misty, pero... qué horror este Chloë and the Next 20th Century, ¿no? El rollo extremadamente retro, entre Frank Sinatra y el cabaret, resulta bastante ridículo aquí. black midi han demostrado este mismo año que se pueden usar ese tipo de referentes con gracia y renovarlos de un modo que tenga sentido, pero lo de este álbum es al mismo tiempo demasiado obvio y demasiado impoluto, hasta el punto de dar grima. En canciones como “Funny Girl” o “Chloë”, tan teatrales, dan ganas de pedirle al bueno de Josh Tillman que se calle. Tampoco son mejores las canciones que suenan a pop barroco con toques folky, como “Goodbye Mr. Blue” o “Q4”: los arreglos sobrecargados y relamidos me sacan por completo de las composiciones, que no son malas, pero me resultan imposibles de disfrutar con esta producción. Ni hablar ya de la bossa nova ultragentrificada de “Olvidado (Otro Momento)”, donde además canta en español en lugar de en portugués (???). Supongo que habrá a quien le guste; para mí, sinceramente, se hace dificilísimo escuchar este álbum tan anclado en un pasado imaginario recreado en alta resolución, sin rastro de vigor u originalidad.
Los mexicanos Xiranda son un buen ejemplo: este septeto de Guadalajara encuentra los lazos entre la música de su país, la balcánica y la de Oriente Medio, entre otras
La etiqueta “world music” tiene unas connotaciones coloniales bastante horrorosas, pero tiene más sentido cuando hablamos de artistas que de hecho exploran las conexiones entre distintas tradiciones musicales del mundo. Los mexicanos Xiranda son un buen ejemplo: este septeto de Guadalajara encuentra los lazos entre la música de su país, la balcánica y la de Oriente Medio, entre otras. Su álbum Sulla Terra, lanzado en el ya lejano mes de enero, captura mucho de la magia de sus directos, en ocho cortes cargados de ritmo. Las composiciones son muy buenas: algunas tienen unos ganchos melódicos simplemente fantásticos, como el de “Huapacó”, y otras evolucionan de maravilla, como la larga y proteica “Árrebol” (que me aspen si no hay aquí incluso momentos que evocan a la música electrónica de baile). A esto se suman las grandes interpretaciones de los músicos, con momentos de una gran densidad instrumental que son una delicia (“La Danza”, “Fronteras”). Quizás el mejor momento llega con la colaboración de la cantante Samah Abdulhamid en “Alqamar”: mientras el requinto jarocho pone el sabor mexicano, las escalas balcánicas en las que se mueven los vientos hacen de puente con la música árabe, que la voz de la artista siria y la percusión traen a primer plano. Con diálogos así, del Sur con el Sur, sí que entran ganas de escuchar world music.
Lo de Cupido iba más allá de una broma con gracia. Préstame un sentimiento (2019) no sería un buen disco en conjunto, pero contenía auténticos temazos como “No sabes mentir”, “Autoestima” o “Milhouse”. La fusión de las estéticas del bedroom pop y el trap resultaba bastante más fluida de lo que habría cabido pensar, y Pimp Flaco conseguía convencer (al menos a ratos) con su carisma y sus letras naíf. En su nuevo álbum, Sobredosis de amor, de mayo pasado, cambian un poco su estilo, con resultados algo desastrosos. Al pasar del rollo pop lo-fi a una producción más diversa, algunos de sus recursos habituales resultan más horteras, como pasa en “Todas menos tú” o “Santa”. Tampoco soy muy fan de los cortes más rockeros, en particular de las guitarras distorsionadas en “No sé” o “Walla Pop”. Por no hablar del disparate sonoro que es “Almohada”. Pero lo que sí es cierto es que se han vuelto más consistentes a nivel compositivo: no todas las canciones son tan redondas como “La pared”, pero tampoco hay ninguna que suene poco trabajada, salvo quizá la final “Universo”. Ahora mismo, me creo tanto que su próximo disco sea una obra de arte como que suene tan feo como este.
Los canadienses PUP son de los grupos más conocidos en la última ola de pop punk que ha acabado desembocando en que el género vuelva a hacerse mainstream (resurrección de Avril Lavigne incluida). Tras alcanzar relevancia con el potente The Dream Is Over (2016) y asentarse con el divertidísimo Morbid Stuff (2019), en abril lanzaron el conceptual THE UNRAVELING OF PUPTHEBAND, un disco sobre la posible ruptura de la banda ante la presión por seguir creando música. Alguna vez he dicho que el punk es un género poco dado al metacomentario: si no eres Jello Biafra, es difícil que la ironía y lo alegórico funcionen cuando la principal virtud de tu música es ser brutal y directa. Esto se aplica a este álbum: los gags recurrentes en que Stefan Babcock comenta cómo la “Junta Directiva” de la banda es incapaz de ponerse de acuerdo sobre qué hacer acaban por ser más irritantes que ingeniosos. Sumado esto a que hay menos ganchos memorables y que incluso algunas de las mejores canciones (como “Totally Fine” o “Robot Writes a Love Song”) no suenan tan afiladas como en el pasado, el resultado es algo triste. No es un mal disco; solo es una versión claramente peor de lo que la banda ya estaba haciendo. Eso sí, “Waiting” es un temazo inapelable.
El anterior LP de Yawners, el proyecto de la salmantina residente en Madrid Elena Nieto, ya planteaba de forma bastante clara sus virtudes y defectos
El anterior LP de Yawners, el proyecto de la salmantina residente en Madrid Elena Nieto, ya planteaba de forma bastante clara sus virtudes y defectos. Aquel Just Calm Down (2019) se componía de canciones de power pop fresco y directo, cantadas en inglés y español, fuertemente inspiradas en Weezer. No todas eran memorables, pero “La escalera” era un temazo legendario, así que pensé que merecía la pena seguirle la pista. Este año ha llegado Duplo, y la fórmula apenas se ha alterado. De hecho, uno de los singles se llama directamente “Rivers Cuomo”, como el cantante de Weezer. Pero quizás porque ahora hay muchas más letras en español, quizás porque la producción es un poco mejor, este álbum se me ha quedado mucho más instalado en el cerebelo. En particular, “No me digas”, “Honey” y la divertidísima “Paranormal”, con Cala Vento (el disco ha salido en Montgrí, el sello de los catalanes), me parecen canciones estupendas. Que haya otras más sosas o torpes, como “Something About You” o “El máximo solar”, se hace sobrellevable con estribillos tan dulces como los de “Suena mejor” o “Tu cumpleaños”. Podría llamarlo mi guilty pleasure del año: será un disco simple y obvio, pero el caso es que lo canto a gritos con gusto.
Después de su fantástica aparición a principios de año en “papi bones”, el hitazo rompepistas de FKA twigs, esperaba con ansias el nuevo disco de Shygirl. Durante años he sido consciente de su existencia sin llegar a escuchar nada de su música, pero aquella canción era todo lo que podía desear: música de baile divertida con producción inteligente y sofisticada y letras lujuriosas. Eso era lo que esperaba de Nymph, y realmente lo único que falla es la parte donde el resultado es divertido. Sí, hay trucos de producción muy chulos (“Little Bit” es una buena condensación de este aspecto), y el tono descarado de las letras es fresco, pero hay pocas canciones completas que enganchen. Después de seis o siete escuchas, sería incapaz de cantar espontáneamente ningún gancho o estribillo. “Nike” quizá sea el mejor ejemplo de lo que no funciona: suena totalmente anónima, y la atrevida letra parece fuera de lugar con un instrumental tan poco sexy. “Firefly” y “Poison” son buen material para playlists, pero más allá de eso, Nymph es bastante olvidable.
Las voces de las gemelas siguen trenzándose de forma hipnótica, los instrumentales vuelven a ser simples pero deliciosos, y el punto espiritual de su música es aún más prominente, con esa última canción, “Los muertos”, en la que repiten una y otra vez los nombres de sus ancestros
Las franco-cubanas Ibeyi ya habían demostrado en su anterior LP, Ash (2017), que son capaces de hacer pop de gran calidad usando elementos electrónicos y dialogando al mismo tiempo con varias tradiciones musicales de la diáspora africana. La larga espera ha merecido la pena: Spell 31, lanzado en mayo, es un sucesor más que digno. Las voces de las gemelas siguen trenzándose de forma hipnótica, los instrumentales vuelven a ser simples pero deliciosos, y el punto espiritual de su música es aún más prominente, con esa última canción, “Los muertos”, en la que repiten una y otra vez los nombres de sus ancestros. Es cierto que el disco es muy corto, apenas diez cortes y 25 minutos, y quizás no contenga singles de la talla de “Me Voy”, con lo cual no llega a tener el empaque de Ash. Pero no hay canción mala, y no abundan los artistas capaces de hacer pop que combine sencillez y profundidad de esta forma. Escuchar la minimalista “Tears Are Our Medicine”, que casi evoca a los primeros The xx, debería bastar para convencer a cualquiera; pero para quien prefiera algo un poco más movido, también están “Lavender & Red Roses” o “Sister to Sister”.
Siempre que Björk saca disco, hay que pararse a escucharlo. La islandesa se ha ganado ser considerada de ser una de las mayores artistas pop del mundo, y seguramente la más respetada por la crítica, por su espectacular trayectoria. Pero confieso que nunca he sido adicto a su música: hay algo en su peculiar forma de componer y cantar que me dificulta su disfrute, por más que haya grabado algunos de los discos de sonido más rompedor de la historia. En septiembre llegó su décimo LP, Fossora, y de nuevo me descubro admirando sus peculiares arreglos y su ambición conceptual, pero con pocas o ningunas ganas de escucharlo. Tomemos como ejemplo la primera canción, “Atopos”: su choque de percusión electrónica y vientos madera es interesante, y su letra sobre la necesidad de la conexión humana a pesar de nuestras diferencias es sugerente, pero qué poco a lo que volver en términos melódicos... Lo mismo podría decir de otros temas como “Freefall” o “Victimhood”. Por supuesto, hay canciones que me gustan más, como los homenajes a su madre de “Sorrowful Soil”, cantada a capela, y “Ancestress”, donde también canta su hijo, ambas muy impactantes. Pero como un todo, Fossora se me hace algo hostil.
Pocos raperos (o artistas en general) pueden presumir de una discografía tan consistente como la de Pusha T
Pocos raperos (o artistas en general) pueden presumir de una discografía tan consistente como la de Pusha T. El de Virginia quizás no tenga ningún disco de diez en su carrera en solitario (distinto sería si incluimos sus trabajos con su hermano en el dúo Clipse), pero tampoco tiene ninguno que baje del notable. Su último LP, Daytona (2018), quizás fue la mejor destilación de su fórmula: flows pausados y elegantes e ingeniosas rimas sobre el tráfico de cocaína, su sempiterno tema, entonadas sobre elegantes bases de fuerte impronta soul que iban de lo solemne a lo siniestro, producidas por su aliado Kanye West. En It's Almost Dry, el álbum que sacó en abril, no hay sorpresas. Las labores de producción se las reparten West y Pharrell Williams, y Push está igual de cómodo sobre las bases de uno y otro. Hay aquí canciones de nivel tan alto como siempre: “Dreamin' of the Past”, “Diet Coke”, “Rock N Roll” o “Call My Bluff” enganchan de inmediato y tienen actuaciones de primer nivel de parte de Push. El único defecto que se le puede achacar al disco es no ser tan sucinto como su antecesor; se cuelan aquí un par de canciones menos redondas, como “Scrape it Off”, con un Lil Uzi Vert que no pega ni con cola, o “Hear Me Clearly”, cuyo sample central es algo molesto. En un año tan cargado de grandes discos de rap, esto lo aleja de los tops de fin de año, pero a quien le guste el género le encantará.
En términos comerciales, este ha sido el año de Bad Bunny (otra vez). Un verano sin ti ha dominado los datos de streaming, la radio y la conciencia de los oyentes jóvenes desde que salió en mayo. No es difícil ver por qué: Benito sigue dando grandes éxitos, aunque haya que rescatarlos de entre un tracklist claramente excesivo (¡23 canciones y una hora y veinte minutos!). “Tití me preguntó”, “Callaíta” o “Me porto bonito” han sido rompepistas repetidos hasta la saciedad en las discotecas de medio mundo, pero no es eso lo único que hace el puertorriqueño en este álbum. En “Después de la playa” se lanza a por un ebrio y desenfrenado merengue, en “El apagón” pasa de un inicio minimalista solo con percusión a una tremenda explosión electro mientras reivindica las virtudes de su tierra y critica a sus líderes políticos, en “Enséñame a bailar” se atreve con las sonoridades de la soca y en “Ojitos lindos”, “Otro atardecer” o “Andrea” se alía con artistas muy diversos para hacer una especie de indie pop latino. Es una pena que no todos los experimentos salgan tan bien: el reggae de “Me fui de vacaciones” es más bien ridículo, el house-trap de “Neverita” parece de juguete y el intento de dancehall-pop de “Aguacero” resulta tan feo como aburrido. Pero la cuestión es que Benito conquista con su ambición, su carisma y su sentido del humor: podría escuchar “Yo no soy celoso” en bucle, y está claro que mucha gente lo ha hecho este año.