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'Algunos discos que se te han podido pasar este invierno'

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 6 de Abril de 2022
A la izquierda, Amber Mark; a la derecha, Chaqueta de Chándal.
A la izquierda, Amber Mark; a la derecha, Chaqueta de Chándal.
Se ha acabado el primer trimestre de 2022 y ya ha habido bastante actividad en el mundo de la música. Da la sensación de que el ritmo de publicaciones empieza a parecerse al de antes de la pandemia. Hemos tenido retornos de grandes estrellas del pop y veteranos de la música alternativa, algunos debuts sorprendentes y varios trabajos importantes de los que no he tenido tiempo de hablar. Así que una vez más, aquí tenemos un repaso a unos cuantos proyectos de los últimos meses. Empezaré por los EPs y después pasaré a los discos más largos. Como siempre, espero que os llevéis alguna recomendación que os guste y que me perdonéis por las críticas más negativas.

De sus escasos cinco cortes, “CRITIQUA” es sin duda el más potente, con una base elegante y constante sobre la que despliega su mejor flow

La rapera neoyorquina Shayna McHayle, más conocida como Junglepussy, lleva ya unos cuantos años de trayectoria y, aunque reconocida entre sus pares, no termina de alcanzar el nivel de notoriedad que, por talento, se merece. En febrero lanzó el EP JP5000 y, aunque es otro despliegue de su clase como MC, es poco probable que este discreto proyecto le dé demasiada proyección. De sus escasos cinco cortes, “CRITIQUA” es sin duda el más potente, con una base elegante y constante sobre la que despliega su mejor flow. “MOVIE SCREEN” no anda lejos, aunque tiene algo menos de energía. Para cuando llega “FOREIGN EXCHANGE”, esa falta de brío se hace demasiado grave: no es que la base sea mala, pero no varía a lo largo de sus tres minutos y veinte segundos y la canción acaba resultando plana. Pese a ello, la narración de McHayle es la mejor del EP, recordando un romance de adolescencia con cierto cariño, pero también subrayando la decepción y la falta de conexión real, reivindicándose con juegos de palabras ingeniosos frente a los desprecios de su entonces novio. “RAQUELETTA” es la peor canción del conjunto, ya totalmente carente de nervio, lo cual le quita toda efectividad a su erótica letra. Por fortuna “MYSTICAL” da una mejor conclusión al disco, con esa base de jazz retorcido, y Junglepussy se mueve con más habilidad sobre sus ritmos. En resumen: un EP brevísimo que está bien, sin más, por parte de una artista que debería intentar ir a por todas.

Brian Piñeyro, más conocido como DJ Python, es un productor estadounidense de origen latinoamericano y afincado en Nueva York que lleva unos años haciéndose conocido con su peculiar mezcla de sonidos ambient, house y latinos (en 2020 su álbum Más Amable fue nombrado disco del año para la revista de música electrónica Resident Advisor). En enero lanzó un EP llamado Club Sentimientos Vol. 2 que es una auténtica joyita. Su primera canción, “Angel”, dura casi once minutos y se centra en explorar la intersección del house y el ambient, con esos sintes densos y constantes que dan textura y pausa a una composición por lo demás enérgica gracias a su percusión y su insistente bajo. Pero “TMMD (IMMMD)” introduce un ritmo dembow avasallador, sobre todo al combinarlo con un bajo serpenteante que golpea durante unos segundos para después callarse antes de volver a la carga. Un gran sample vocal, unos sintes llenos de eco y toda una serie de exquisitos detalles terminan por construir una canción que, sin ser un rompepistas obvio, tampoco te deja quedarte en el sitio. El cierre con “Club Sentimiental Vol. Three” sorprende aún más: después de un inicio que evoca los estilos más pausados de IDM, entran primero una percusión sucia y distante y después un dembow discreto pero efectivo, y ambas partes casan a la perfección gracias al gran oído de Piñeyro para las progresiones de acordes, que evitan que la canción se estanque. Un trabajo cortito y perfectamente ejecutado que encaja en todo tipo de ambientes y estados de ánimo.

El primero en darle la bienvenida al año 2022 fue el siempre irregular Burial. Su ANTIDAWN EP llegó en la mañana de Reyes, y para ser un EP es su disco más largo desde el legendario Untrue (2007). Sin embargo, el único parecido entre ambos proyectos sería los samples vocales espectrales marca de la casa: la música de ANTIDAWN está casi completamente desprovista de percusión. Parece que la principal inspiración de este proyecto es el ambient, pero se trata de un ambient particularmente carente de dirección y sustancia. Los sonidos fantasmagóricos se suceden unos a otros sin orden ni concierto en sus largas composiciones (algunas de más de diez minutos) sin que en ningún momento se construya un mínimo impulso. Así pues, no está nada claro lo que el bueno de William Bevan intenta hacer, lo que quiere que sintamos. La única conclusión que se me ocurre es que es justo esta desorientación lo que se supone que debemos sentir: no en vano Burial es uno de los maestros contemporáneos a la hora de transmitir la sensación de estar perdido. Pero a diferencia de sus mejores trabajos, donde esa desorientación emocional se enmarca en territorios sonoros claramente reconocibles, aquí perdemos hasta los hitos más básicos. Así pues, en lugar de la reconfortante sensación de nostalgia que genera la escucha de sus clásicos, aquí lo que nos queda es el aburrimiento. Salvo por un par de momentos (ese órgano al principio de “Shadow Paradise”, algunos compases de la segunda mitad de “New Love”), se hace imposible recordar nada de ANTIDAWN, quizás el proyecto más plano de su carrera.

Segundo álbum ya de los madrileños Carolina Durante y, más allá del tema puntual, sigo sin verles la gracia. Cuatro chavales sigue sin presentar nada que los distinga, aparte de la nasal y a menudo irritante voz de Diego Ibáñez. La primera mitad presenta más de lo mismo: está plagada de canciones de garage rock plano con una producción a ratos irritante, como en “Tu nuevo grupo favorito”. De vez en cuando hay secciones más adictivas, como el final de “Famoso en tres calles” o el estribillo de “Granja escuela”, pero también hay chorradas como “Moreno de contrabando” y “Urbanitas”. En la segunda mitad sí que cambian algo su sonido, pero de forma bastante poco interesante. “Minuto 93” y “Colores” suenan a Los Planetas, pero muestran precisamente por qué no es tan fácil imitar al grupo granadino: el punto dulce a nivel melódico y atmosférico que los de J clavaron durante tantos años elude a casi todos los que lo intentan (incluso a ellos mismos, últimamente). Mientras tanto, “Yo soy el problema” recuerda a las baladas shoegaze de Triángulo de Amor Bizarro, pero ni la mezcla ni la voz de Ibáñez encajan con ese estilo. Es verdad que “Aaaaaa#S!&” al menos tiene fuerza y transmite de veras la mala hostia de la que habla la letra; pero en general el álbum deja la sensación de que Carolina Durante juegan un poco a ser rockeros sin creérselo del todo ellos mismos.

La verdad es que el primer disco de los barceloneses Chaqueta de Chándal me pasó completamente desapercibido. Por fortuna, ahí estaba mi amiga Cris para decirme que era un grupo del que estar pendiente. Nada más empezar el año el trío lanzó su segundo LP, Futuro, tú antes molabas. Le di una oportunidad y me alegro mucho de haberlo hecho. El punto fuerte de su propuesta es sin duda el humor que destilan sus letras, que lo mismo se ponen en el punto de vista de un feligrés católico integrista (“Queremos ir a misa”) que denuncian la medicamentalización de la vida por parte de la industria farmacéutica (“Vademécum”) o hacen un homenaje a la tercera edad donde es imposible diferenciar ironía de honestidad (“De mayor quiero ser viejo”). Por su parte, el envoltorio musical combina kraut, psych y algo de punk, dando con un sonido dinámico y divertidísimo que encaja como un guante con la mala leche de las letras de Guillem Caballero. Para ver el atractivo del álbum no hay más que escuchar “Tutorial para villanos”, con ese grandioso estribillo de escalofriante letra: “¡qué aparato más cuqui y funcional!/Es un videojuego y es real/¡Vaya entretenimiento y diversión/el ir matando gente con mi dron!”. Me parece, eso sí, que hay un pequeño bache mediado el álbum: “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir Bezos?”, “Yo a Boston y tú a California” y “Presos y políticos y viceversa” están a un menor nivel como canciones, aunque la letra de la segunda, sobre la polarización política en redes sociales, es de las más finas del disco. Aun así, todo lo demás es oro puro. Cris tenía razón: estamos ante un grupo a seguir.

El rockero gijonés Pablo Und Destruktion lleva ya más de una década lanzando música, y se ha posicionado como uno de los cantautores más personales de la escena española

El rockero gijonés Pablo Und Destruktion lleva ya más de una década lanzando música, y se ha posicionado como uno de los cantautores más personales de la escena española. Autor de maravillas como Sangrín (2014) o Predación (2017), su anterior LP Futuros valores (2020) supuso bajo mi punto de vista un pequeño bache creativo. La brevedad y falta de impacto del álbum restaba interés a las opiniones siempre polémicas de Pablo. Sin llegar a las alturas de sus mejores discos, Ultramonte, su sexto trabajo, me parece bastante mejor. Para empezar, las canciones son en general mejores, y las interpretaciones de Pablo y su banda vuelven a tener la pasión de siempre. La producción también es más creativa: la inicial “Lobito”, el mejor tema del disco, combina unos sintes que evocan el aullido de un lobo con una percusión marcial con gran efectividad; mientras que “Me gusta cómo eres” se atreve con una base electrónica a la que se superponen unas gaitas muy llamativas. Además, las letras recuperan la inspiración que quizás se echó de menos en algunos momentos del anterior disco, y no solo en los numerosos cortes románticos (ojo a “Medalla de oro”), sino también en los de orientación más política. Su planteamiento libertario contra las restricciones por la pandemia resulta más coherente, más interesante a nivel artístico y menos pueril que el de Los Planetas. Incluso se permite reflexionar sobre su oficio en “Cruz de la trova”, que suena tremendamente épica. Salvo por un par de malas decisiones de producción que estropean algunos temas (“Esos fueron los días”, una versión de una antigua canción rusa con su excompañera Fee Reega, y especialmente “Culpable”), el disco es notable. Toda una alegría.

Aunque “Me Voy” me parece un auténtico temazo, los estridentes sintes que marcaban Desorden, el debut de los valencianos La Plata, me producían algo así como dentera, por lo que nunca pude tragar el álbum. Este problema ha desaparecido en su segundo LP, Acción directa, donde los sintes se usan de manera más juiciosa. De este modo, se hace más fácil apreciar las virtudes de su propuesta. En sus mejores momentos, el post punk del quinteto evoluciona por caminos poco trillados, sin miedo a introducir toques de producción bastante curiosos. Las interpretaciones tienen brío y a la vez son sueltas, juguetonas, y hay buenos estribillos y composiciones dinámicas. “Victoria”, “Hoy el sol” y “Hacia el vacío” reúnen estas virtudes de forma ejemplar. Pero no siempre se alinean así los planetas. “Movimiento infinito”, “Arderemos” o “Aire nuevo” son más obvias y no están tan bien desarrolladas, y los intentos de hacer canciones más atmosféricas y siniestras, quizás al estilo de Somos la Herencia, como las dos partes de “Sigue caminando” o la final “Entre esta luz”, dejan bastante frío. De fondo, además, está el problema de que las voces de Diego Escriche y María Gea son más bien débiles y limitadas; por momentos esto dificulta seriamente el disfrute de su música. Pero, en fin, al menos este álbum no me causa un rechazo visceral, y hay sin duda buenas ideas y buenos temas. A quien le guste el post punk oscuro y heterodoxo debería, al menos, llamarle la atención.

Los madrileños Toundra son ya unos auténticos veteranos. Después de hacer discos de la talla de III (2012) o de unirse a Niño de Elche para crear Exquirla y lanzar Para quienes aún viven (2017), es difícil discutir que se trató de uno de los grupos esenciales de la música española en la década pasada. El cuarteto sigue funcionando como una máquina bien engrasada, y como prueba tenemos su sexto álbum de estudio, Hex, lanzado en enero. Quienes admiren a la banda no podrán quejarse: siguen estando aquí sus progresiones de post-metal instrumental marca de la casa, especialmente en la monumental “El Odio”, dividida en tres partes que en total suman más de veinte minutos. Pero es igualmente cierto que no hay canciones del empaque y la inmediatez de “Oro rojo”, “Cielo negro” o “Bizancio”, de esas que te asaltan desde la primera nota y no te dejan respirar con cada requiebro. En otras palabras, el disco se hace un poco predecible, un poco obvio. Claro, cuando lo obvio es tan bueno, es difícil ver el problema. Más aún cuando es cierto que han introducido algunas novedades: el eco industrial de la batería al inicio de “Ruinas”, los sintes atmosféricos del final de “Watt” o la cálida combinación de sintes y piano de “FIN” son toques interesantes que aportan nuevos matices al sonido de la banda. Tal vez se trata simplemente de la sensación que queda cuando un grupo que tocó el cielo hace unos años se contenta con repetir el gesto, sin terminar de capturar la energía que les permitió trascender.

El dúo de Baltimore hace tiempo que son leyendas del dream pop, pero se niegan a convertirse en meras leyendas, de las que se pasean en giras interminables cantando los hits de siempre sin que a nadie le importe su nueva música

Pocas figuras en la música indie hay tan asentadas como Beach House. El dúo de Baltimore hace tiempo que son leyendas del dream pop, pero se niegan a convertirse en meras leyendas, de las que se pasean en giras interminables cantando los hits de siempre sin que a nadie le importe su nueva música. Después de permitirse explorar nuevas texturas y sonidos en 7 (2018), nos traen el que quizás sea el trabajo más ambicioso de su carrera: Once Twice Melody, un monumental disco de casi hora y media. Con él se han apuntado a dos modas recientes: la de los discos ultralargos (en el último medio año Drake, Kanye, Big Thief y ahora ellos han lanzado discos de más de hora y veinte) y la de ir entregando los discos en EPs (como hicieran Moses Sumney o Belle and Sebastian). Se trata de un trabajo de difícil digestión, en particular en estos tiempos de economía de la atención, pero como poco se trata de un buen álbum. Contiene algunas canciones que han pasado ya a su particular panteón de joyas del pop, como la titular, “Pink Funeral”, “Only You Know” o “New Romance”. Y las canciones mediocres son escasísimas: los efectos en la voz de “Runaway” me chirrían, “Modern Love Stories” supone un final un poco soso para el disco, y poco más. Lo demás son canciones con bastante oficio y texturas interesantes, como siempre. Ahí está “Sunset”, que realmente transmite la sensación de estar contemplando el atardecer que describe la letra, o “Finale”, con esos sintes hipersaturados que constrastan tanto con un instrumental por lo demás tranquilo y discreto. Pero es verdad también que esa constancia, ese nivel tan parejo entre todos los temas, hace que la duración juegue en su contra, porque nada destaca lo suficiente; sobre todo porque el primero de los cuatro EPs es con diferencia el mejor, y después queda aún una hora de disco. En fin, quizás como álbum Once Twice Melody no sea comparable a los mejores trabajos de Beach House, pero no será porque no le han echado ganas.

En 2018, Mitski alcanzó la cima del reconocimiento crítico con Be The Cowboy, un notable disco en el que se alejaba del indie rock ruidista de sus anteriores trabajos y lo sustituía por toda una gama de estilos pop que arropaban sus siempre intrigantes e intensas canciones. Es una pena comprobar que la mayor parte de lo que hacía interesante su música se ha disipado en su nuevo trabajo, Laurel Hell. Aquí hay canciones donde realmente no pasa nada, como “I Guess”, y otras que no están demasiado bien construidas, como “Everyone” o “There's Nothing Left for You”. Además, el buen gusto con que abordó la producción del álbum anterior ha desaparecido por completo: hay multitud de momentos confusos, con sonidos que no pegan ni con cola chocando unos contra otros, y todo con un punto lo-fi mal hecho que resulta francamente vergonzoso, de modo que es imposible meterse del todo en el disco. Los pastiches infumables de “Working for the Knife” y “Stay Soft” son especialmente difíciles de escuchar, pero “Should've Been Me” no se queda atrás. Es cierto que hay temas con hechuras de hit ochentero como “The Only Heartbreaker” o “Love Me More” (el segundo menos efectivo), otros que realmente atrapan y evolucionan bien como la devastadora “Heat Lightning”, y un buen final con “That's Our Lamp”, pero nada de esto salva un disco que es un auténtico desperdicio de talento. Viendo las letras, no parece que Mitski se lo pase muy bien haciendo música ahora mismo; así es difícil sacar lo mejor de una misma.

Las canadienses Black Dresses se separaron en 2020 después de sufrir un terrible acoso online, pero quién lo diría, porque desde entonces ya han lanzado dos discos

Las canadienses Black Dresses se separaron en 2020 después de sufrir un terrible acoso online, pero quién lo diría, porque desde entonces ya han lanzado dos discos. El año pasado su Forever in your Heart me pareció excelente y desolador, uno de los mejores álbumes de 2021. Exactamente un año después del lanzamiento de aquel nos llegaba este Forget Your Own Face, que para empezar llama la atención por ser significativamente más breve: apenas ocho cortes y veinte minutos. Lo que no cambia es la sensación de que su música es un atraco a mano armada; si acaso, el nivel de agresividad ha aumentado. La primera canción, “u_u2”, es desde luego más hostil en sus letras, que señalan directamente a la gente que está copiando su estilo. Eso sí, la mayor parte de la esa energía destructiva que las caracteriza siguen dirigiéndola hacia adentro, en forma de un autodesprecio exasperado: “People say nothing is impossible but I do nothing every day”, “I'm the worst one out”, “All the empty words that I ever said/Just like everything I ever really wanted/It all comes apart in my useless hands” y tantas otras frases demoledoras. La música, por su parte, es aún más caótica y ecléctica. Hay grandes momentos, como el dance desquiciado y degradado de “earthworm” o el increíble giro trap hacia el final de “MONEY MAKES YOU STUPID”. Pero también da la sensación de que el impacto de algunas canciones se pierde con tanto bandazo, como en la hilarante “GAY UGLY AND HARD TO UNDERSTAND”, en “doomspiral” y sobre todo en “Let's Be”, que realmente no suena bien. En conjunto, el disco es potente, pero diría que la menor extensión y el carácter más confuso del tracklist le impiden llegar al nivel de su catálogo anterior.

Siguen saliendo grupos de post punk de las islas británicas. Este mes de enero les tocó a Yard Act, un cuarteto de Leeds cuyo debut, The Overload, ha sido muy bien recibido. La verdad es que no cuesta ver por qué: canciones como la titular, “Pour Another” o “100% Endurance” son tremendamente divertidas y bailables, con un gran protagonismo para las ácidas letras de James Smith, más recitadas que cantadas con su carismático acento del norte de Inglaterra. Historias como la de “Tall Poppies”, en la que se relata la vida completa de un personaje adorablemente mediocre, o el irónico repaso a las formas (y consecuencias) de hacerse rico en “Rich”, le dan un carácter bastante distintivo a su propuesta. Desde luego, en ese frente, Yard Act le ganan por goleada a sus compatriotas Dry Cleaning, que se supone que intentan dar con este mismo punto humorístico a través del spoken word, pero son aburridísimos. Pero también es verdad que, demasiado a menudo, el grupo se contenta con dar con un groove chulo de batería y bajo y no cuida lo suficiente el resto de la instrumentación, como en “Payday” o “Rich”. También lo es que no hay muchos estribillos tan potentes como el de “The Overload”: el de “The Incident” resulta un poco tonto, como de canción infantil, mientras que el de “Quarantine the Sticks” tiene una buena melodía, pero el grupo no da con la forma de que funcione, ni siquiera tirando de armonías con la voz de Tor Maries. Total, que se trata de un disco apañado, con algunas canciones brillantes y que deja razonablemente satisfecho, pero nada más. Veremos si el grupo puede ir un poco más allá de este rollo que por ahora le ha funcionado medio bien y consolidarse.

Uno de los descubrimientos más divertidos que he hecho en Bandcamp en estos meses han sido Los Bitchos. Este cuarteto radicado en Londres y formado por cuatro mujeres de cuatro nacionalidades diferentes (la guitarrista es australiana, la bajista sueca, la batería inglesa y la que toca el keytar es uruguaya) combina influencias diversas, entre las que destacan la cumbia, el rock psicodélico turco, el garage y el surf, en un cóctel bailable, vibrante e imaginativo. Sus canciones son instrumentales, pero no se echan de menos unas letras o una voz para nada: el diálogo de los instrumentos y el ritmazo que meten las convierten en auténticas fiestas. No por nada su debut lleva por nombre Let the Festivities Begin! De hecho, es inevitable pensar en lo increíbles que deben ser sus conciertos. Eso sí, la producción de Alex Kapranos, de Franz Ferdinand, se encarga de que esa energía se transmita francamente bien en la grabación de estudio, gracias a la gran presencia del bajo y la riqueza de la mezcla. Con temas como “The Link Is About to Die”, “Las Panteras” o “Change of Heart”, te será imposible quedarte sentado. Y además sus composiciones rara vez aburren, nunca se estancan, siempre parecen estar vivas. Toda una sorpresa.

El británico Rex Orange County se hizo famoso cuando aún era un adolescente con canciones que se movían entre el bedroom pop, el hip hop y el R&B alternativo con un punto clasicista bastante curioso. Era un sonido muy fresco, y temas como “Sunflower” o “Loving Is Easy” sonaban estupendos y alegraban a cualquiera en primera escucha. Sin embargo, su debut con una discográfica grande en 2019, Pony, resultó decepcionante. Él mismo reconocía que había perdido parte de la emoción, la inspiración y la creatividad de sus primeros trabajos, antes de conseguir un público masivo gracias a sus colaboraciones con Tyler, the Creator. Este nuevo álbum, WHO CARES?, sin ser un disco realmente grande, arregla en buena medida las sensaciones. El estilo se consolida en un curioso punto medio entre Randy Newman y un funk light con mucho protagonismo de unos arreglos de cuerda muy sesenteros, que funciona a la perfección en los primeros cortes del álbum. “KEEP IT UP” es un gran single que presenta a la perfección el álbum. Tyler reaparece en “OPEN A WINDOW” y le da mucho carácter a la canción. “WORTH IT” parece que va a perderse en pasajes sin nervio, pero entonces entra ese estupendo y físico groove y la canción se ilumina. Después de este punto el tracklist es más inconsistente, con canciones bastante olvidables y hasta feas como “ONE IN A MILLION”, “IF YOU WANT IT” o “MAKING TIME” compartiendo espacio con temazos como “THE SHADE”, pero a pesar de todo da la sensación de que el británico ha recuperado el toque y el disfrute a la hora de hacer música. A ver si alguna vez consigue que todo se alinee y nos da una obra maestra.

Hace ya cinco largos años que mi amiga Mar me mandó un single de Amber Mark y me quedé intrigado. Daba la sensación de que nunca iba a llegar, pero la estadounidense por fin lanzó su debut en largo, Three Dimensions Deep, a finales de enero, y la espera ha merecido la pena. Su R&B sofisticado, expansivo y cosmopolita brilla en este larguísimo álbum, de diecisiete canciones y una hora de duración. La amplitud de la propuesta se percibe desde el principio: “One”, la canción que abre, tiene una base de hip hop con samples de soul al más puro estilo Kanye West, mientras que el segundo corte, “What It Is”, tiene un sexy instrumental de soul-funk; pese a usar registros muy distintos, en ambos casos la voz de Mark brilla y conecta completamente a nivel emocional. Hay auténticos temazos repartidos por todo el tracklist: “Foreign Things”, “Competition”, “FOMO” o “Worth It” destacan especialmente. Pero es verdad que el disco es tan largo que uno se queda con la sensación de exceso, de que un poco de tijera habría permitido lucir aún más los mejores cortes. Los experimentos con sonidos latinos de “Bubbles” y “Softly”, por ejemplo, resultan irónicamente de lo menos aventurero del álbum; y la despedida con “Event Horizon” es un anticlímax un poco desafortunado. También hay otras canciones, como “Turnin' Pages”, que tienen defectos que parecen producto de la falta de contención. Pero claro, por cada una de esas hay dos como “Most Men” y “Bliss”. Puede que no sea redondo, pero es un discazo de debut para una cantante que debería hacer mucho ruido en los próximos años.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com