'Hartas'
Cuando una mujer se alegra de que su hija haya recibido un brutal golpe en la cabeza para no sentir el dolor de una violación que ha desgarrado sus entrañas, es imprescindible una seria reflexión sobre la violencia que estamos sufriendo las mujeres. Sólo nosotras podemos aproximarnos al profundo dolor de una madre atada a los pies de la cama de su niña en un hospital porque su cuerpo ha sido violentado de tal manera que casi le cuesta la vida. Y quienes han infligido tan atroz tortura no son monstruos, ni locos, ni están enfermos. Son hijos sanos del patriarcado, escoria –me niego a llamarles personas porque los de su calaña no tienen ningún rasgo humano- y basura –estos sí son basura señor Echenique- que no sienten ninguna empatía hacia sus víctimas y son capaces de disfrutar causando el máximo dolor a una criatura de dieciséis años que tendrá secuelas psicológicas y físicas de por vida, a pesar de los esfuerzos médicos por lograr recomponer ese cuerpo aún en desarrollo.
Sólo nosotras podemos aproximarnos al profundo dolor de una madre atada a los pies de la cama de su niña en un hospital porque su cuerpo ha sido violentado de tal manera que casi le cuesta la vida. Y quienes han infligido tan atroz tortura no son monstruos, ni locos, ni están enfermos. Son hijos sanos del patriarcado, escoria
Recientemente se ha juzgado a Bernardo Montoya –más basura- que golpeó, torturó, violó y asesinó a Laura Luelmo en El Campillo (Huelva), una joven profesora que sólo salió a hacer la compra cuando en su camino se encontró con otro montón de escoria que acabó con su vida. Un juzgado popular le ha declarado culpable, por unanimidad, y podría cumplir una pena de prisión permanente revisable.
Y así llegamos un año más, al 25 de noviembre, Día Internacional de la Violencia contra las Mujeres, gritando que no nos maten. Un año más donde faltarán las voces de las 1.118 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas desde 2003 hasta 2020 (datos de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género), a las que hay que sumar 37 más este año 2021. Y aflorará la rabia de las que se sumarán a las manifestaciones convocadas en muchos puntos del país bajo el lema “Hartas” porque esta violencia aumenta y hasta el 30 de septiembre el número total de dispositivos activos para controlar a los agresores (pulseras telemáticas) se ha elevado en un 16%. Además, 36.812 mujeres en nuestro país viven con protección policial, un 12,4% más que hace un año. El total de denuncias por delitos contra la libertad y la indemnidad sexual ha crecido un 27%, hasta las 12.638.
La violencia contra las mujeres, por nuestro sexo, muestra también sus efectos devastadores a través de la pornografía, la prostitución, la inhumana compra y venta de bebés a través de los vientres de alquiler, la pobreza, la trata, la mutilación genital, la precariedad laboral, el acoso sexual en los centros de trabajo, el difícil acceso a la cultura en algunos países, la imposición de prácticas misóginas como el velo islámico o la violencia vicaria que arranca a los hijos e hijas de sus madres bajo el inexistente SAP (Síndrome de Alienación Parental) esgrimido por los padres en los tribunales o lo que es aún más descarnado, el asesinato de los y las menores.
La violencia contra las mujeres, por nuestro sexo, muestra también sus efectos devastadores a través de la pornografía, la prostitución, la inhumana compra y venta de bebés a través de los vientres de alquiler, la pobreza, la trata, la mutilación genital, la precariedad laboral, el acoso sexual en los centros de trabajo, el difícil acceso a la cultura en algunos países...
Y, a estas violencias hay que sumar, en este momento, la presentación de un texto legal denominado Anteproyecto de Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI (conocido como Ley Trans) que intenta convencernos de que el sexo no es relevante porque cada persona puede ser del que quiera, según se sienta en ese momento, si es verano o inverno o si le gusta el pelo largo y pintarse las uñas. Que se lo cuenten a la niña de Igualada o a la familia de Laura Luelmo.
Es necesario parar esta deriva, es imprescindible proteger al 52% de la población –las mujeres no somos un colectivo- y es urgente educar en igualdad a los hombres desde la niñez porque uno de cada cinco varones jóvenes entre 15 y 29 años cree que la violencia contra las mujeres no existe y es un “invento ideológico”, según el Barómetro del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la FAD. Ahora que los tatuajes están tan de moda, no estaría mal que algunos profesionales de estos dibujos en la piel diseñaran motivos imborrables en los que se dejara claro que los cuerpos de las mujeres no son de libre acceso, las actividades laborales que realizamos merecen la misma consideración que las de los varones -y, por tanto el mismo salario- que los espacios de representación también son nuestros por derecho, que no somos fábricas de bebés para vender ni nuestro rostro y pelo rezuman maldad para tener que ser escondidos. De lo contrario, como dice Raquel Rosario, las mujeres seremos un recurso natural más para explotar en el mercado.