Estoy durmiendo, no me llame más
Hace unas semanas llegó a mi casa un comercial que se identificó como personal de una compañía eléctrica y me pidió una factura para ver si estaba pagando en exceso por la luz; una obviedad, por otra parte, porque no conozco a nadie que considere que pague lo justo. No hace más de 5 años que en Andalucía Directo, donde trabajaba, atendíamos las denuncias de personas a las que les habían cobrado 300 euros de luz por error en un mes porque nos parecía una barbaridad evidente para cualquier telespectador. Hoy en día, nadie se sorprende cuando la factura eléctrica, en invierno, asciende a ese importe. Las tarifas han subido en los últimos 10 años más de un 80%, lo que significa que si antes pagábamos 50 euros ahora por el mismo consumo superamos los 90. Así que, por supuesto, todos nos consideramos afectados por un precio abusivo sobre todo teniendo en cuenta que es el doble de lo que se paga en la Unión Europea.
Pese a que uno no acaba nunca de fiarse de comerciales que pasan por casa, por algún motivo en esta ocasión accedí a su petición. Miró la factura y me explicó que indicaba un precio que oscilaba aleatoriamente por cada kilovatio consumido y que era superior del que abonaría en otra compañía. Le dije que me lo pensaría y después de indagar por mi cuenta descubrí que el chico tenía razón así que acepté el cambio pasados unos días. No bajaría mucho el precio, pero pagaría menos.
No hace ni tres tardes, justo en la hora de la siesta, recibí la llamada de una teleoperadora, como muchos otros días, por cierto. Al principio, operaban con números ocultos y los consumidores descubrimos el truco, así que dejamos de coger el aparato; ahora sí que hay varias cifras visibles en la pantalla pero al descolgar escuchamos una voz sudamericana, muchas veces ininteligible, que nos explica cómo podemos ahorrar en móvil, en luz, en agua o al comprar juguetes o jabones de coco. En mi caso, la comercial trataba de conseguir en esta ocasión repescarme después de haberme dado de baja como cliente:
-¿Es usted Jesús Toral Fernández?
Ya me parece una intromisión en mi vida que alguien, que no conozco de nada ni ganas que tengo, sepa mi nombre completo; más aún, que me lo pregunte. Aun así, respondí:
-Sí, pero estoy bastante ocupado.
Echando la siesta. Es verdad. ¿Y qué? ¿Acaso me tengo que sentir culpable por no tener ganas de atender a alguien que no conozco? Eso es lo que pensé.
-Es sólo un minuto. Ha dejado usted la compañía X recientemente… ¿Verdad?
Si lo sabes, ¿Por qué me lo preguntas?, me vino a la cabeza. Tiene trampa, seguro.
-Mire, sí, pero estoy liado, de verdad.
-¿Y por qué lo ha hecho?
Tuve ganas de responder una barbaridad, seguida de un “¿Y por qué te tengo que contestar?” pero intenté ser paciente.
-Pues, porque en la nueva compañía pago menos.
-Es que ahora tenemos una oferta que le puede interesar para reducir el coste.
¿Ahora? ¿Llevo años pagando de más y cuando me voy es cuando me hacen la oferta? ¿Acaso me van a devolver todo lo que he abonado de más en los últimos años? No. Y no voy a estar cambiando de compañía cada 2 días en función de una nueva oferta, no me parece serio.
-A ver cómo se lo digo…No voy a tomar una decisión en función de una llamada de teléfono. Además, repito, tengo prisa.
-¿Y qué diferencia hay entre una llamada o una visita?
Ante una impertinencia semejante sólo se me ocurrió pensar: ¿Si usted, que se supone que es comercial, no lo sabe por qué se lo voy a explicar yo?
-Lo siento, no tengo tiempo de explicaciones.
Y colgué el teléfono dejándola en su soliloquio. Pese a que suponía que había quedado claro, volvieron a llamar y, por supuesto, no respondí a la llamada.
Me molesta que me despierten de la siesta en mi casa para ofrecerme algo que no he pedido, que me traten de ignorante, que me hagan perder el tiempo…sé que existe la lista Robinson, que se les puede pedir a las compañías que te borren de su fichero para que no te llamen más…y también sé que no siempre funciona, que puede reducirse el número de llamadas pero es muy difícil que desaparezca por completo.
De todas formas, lo que más me indigna es que estas empresas que se están forrando en España con el dinero de todos los clientes, hayan decidido no invertir siquiera en salarios en este país y contraten a personal fuera de nuestras fronteras para reducir gastos. Nadie puede considerar que 750 euros, que es lo que puede cobrar un comercial telefónico aquí, sea mucho dinero pero es que estas compañías se marchan a lugares donde como máximo desembolsan 250 euros por empleado. Da igual que ellos desconozcan la realidad de esta tierra, los gustos, la forma de ser… lo importante es reducir costes. Y que quede claro que no tengo nada en contra de esos trabajadores latinoamericanos que lo único que hacen es aceptar un puesto como haríamos cualquiera de nosotros. La responsabilidad principal recae en unas compañías omnipotentes que se están convirtiendo en sanguijuelas que nos chupan la sangre a cambio de una necesidad más que de un lujo.
El Gobierno ha lanzado reiteradas críticas hacia cantantes, actores y artistas en general, especialmente cuando se les tilda de “rojos”, por no tributar en España cuando trabajan en el extranjero, es decir, por no contribuir aquí, pero jamás he escuchado de políticos en el poder una crítica hacia estas compañías que engrosan sus bolsillos a cuenta de escarbar en los nuestros y en vez de invertir para que vivamos un poco mejor y que todos tengamos un trabajo digno, tal y como reconoce la Constitución en su artículo 35, utilizan una pequeña parte de sus beneficios en buscar los salarios más baratos en otras partes del mundo. Eso sólo tiene un calificativo: avaricia. Y todos sabemos que “la avaricia rompe el saco”.