Diques de contención
Me encuentro realmente cansado de la utilización de la expresión "diques de contención" para hacer referencia a la actuación política que alguien pretende llevar a cabo, por lo que supone de renuncia expresa al desarrollo de propuestas y estrategias propias, y de afirmación de una voluntad obstaculizadora respecto de las acciones del oponente político. Considero que la mejor manera de hacer política es confrontar posiciones y propuestas, democráticamente avaladas ambas, cierto que unas más que otras, intentar acordar vías intermedias o consensuadas entre ambas propuestas y, caso de no alcanzar acuerdos, someter la decisión a adoptar al dictamen democrático mayoritario. Y hacerlo de manera muy didáctica, de modo que quede muy claro el porqué de cada posición y la legitimidad que tiene tanto la propuesta finalmente vencedora, como la propuesta derrotada. Pues la primera puede llegar a ser una posición minoritaria, con el tiempo, y viceversa.
Considero que la mejor manera de hacer política es confrontar posiciones y propuestas, democráticamente avaladas ambas, cierto que unas más que otras, intentar acordar vías intermedias o consensuadas entre ambas propuestas y, caso de no alcanzar acuerdos, someter la decisión a adoptar al dictamen democrático mayoritario
Ello exige preparación y explicación de cada propuesta, de sus ventajas y beneficios, y de los objetivos y principios a los que la misma sirve, enmarcados en un contexto político determinado, que es el que determina los límites de las propuestas. Ello exige también capacidad de convicción, de argumentación y de diálogo para convertir la propuesta en una acción política determinada. Y exige además un compromiso político para perseverar en el futuro en la consecución del logro que, coyunturalmente, no se haya podido lograr en un determinado momento. No es de extrañar, a la vista de tantas exigencias, que haya quien prefiera convertirse en "dique de contención" de las políticas de otras fuerzas, pues es un ejercicio menos exigente y, desde luego, más relajado.
Cuestión distinta es que ese carácter de dique de contención se logre a través de una acción política alternativa, que sea capaz de conseguir otros acuerdos y otras propuestas que redunden en beneficio de amplias mayorías y que mediante la aplicación de esas políticas diferentes, consigan contener o impedir las propuestas contrarias. Creo que la diferencia entre ambas actitudes es bastante obvia. La misma parte de una concepción radicalmente democrática del funcionamiento de la sociedad, que considera que todas las posiciones políticas son legítimas y defendibles, por radicales o extemporáneas que puedan resultar, y que todas tiene detrás votos y apoyos de ciudadanas y ciudadanos, que merecen que sus propuestas sean defendidas, aunque el tono no siempre sea el más adecuado. Quizá el tono vaya mejorando a medida que levantemos los diques de contención y nos dediquemos a debatir y confrontar educada y cívicamente.
Esa debe ser la única radicalidad que nos permitamos, la radicalidad democrática para afrontar y dilucidar cuestiones complejas y difíciles. No permitir que se saquen del debate democrático las cuestiones que han de suscitar justamente, ese debate democrático
Esa debe ser la única radicalidad que nos permitamos, la radicalidad democrática para afrontar y dilucidar cuestiones complejas y difíciles. No permitir que se saquen del debate democrático las cuestiones que han de suscitar justamente, ese debate democrático. Repudiar respetuosamente aquellas opiniones y posiciones que pretenden despolitizar las cuestiones que articulan la sociedad. Respetarlas, obviamente, pero repudiarlas democráticamente, lo que viene a significar, vencerlas a través del argumento, la razón, la convicción, y finalmente, el voto. No se ha descubierto, porque no existe, un mecanismo más adecuado, más justo y más infalible.
Refiriendo las anteriores reflexiones al reciente debate y votación sobre la investidura de presidente del gobierno en España, sólo me quedaría añadir que nos interesa como sociedad, situar los excesos retóricos y semánticos en el sitio que les corresponde, y no elevarlos de categoría. La inflamación retórica y semántica bajará, siempre lo hace, y llegará el momento de la política, de olvidar las pasiones, de relajar los ánimos, de que las opiniones personales sean personales, y de que las opiniones políticas representen la voluntad del electorado, pues éste nunca se equivoca. Se equivoca, y muy gravemente, quien piense que el electorado se equivoca. Y cuando llegue ese momento, es muy recomendable no haber abusado mucho del trazo grueso, de las referencias a quienes ya no están entre nosotros y no pueden replicarnos, de haber considerado nuestra opinión como la única verdad, de haber calificado la opinión de los demás como ceguera, miopía o ignorancia. En definitiva, que los posibles diques de contención levantados, lo hayan sido de material endeble y relativamente fácil de desmontar. Lo contrario sería un gran fracaso colectivo como sociedad, en absoluto justificable a estas alturas de la evolución del género humano.