Campaña contra la violencia digital

'A Dios rogando'

Blog - Punto de fuga - Cristina Prieto - Jueves, 27 de Enero de 2022
Cartel de la campaña de la asociación católica.
IndeGranada
Cartel de la campaña de la asociación católica.

Resulta paradójico que, quienes han hecho bandera de la muerte, vengan ahora a rezar por salvar vidas. También que lo hagan en nombre de la libertad de expresión a la que tan poco valor le han dado siempre. Y de preocuparse por rescatar a las mujeres a las que siempre han mantenido al margen, como seres inferiores dedicados a servir. La Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) contrató la semana pasada una campaña publicitaria en la que invitaba a rezar ante las clínicas donde se practican interrupciones del embarazo y a Granada le tocó la pedrea. Treinta y tres ciudades españolas lucían los carteles de esta campaña en marquesinas situadas en lugares muy céntricos en las que invitaban a orar para evitar la pérdida de vidas humanas mientras denunciaban ser víctimas de la “cultura de la cancelación”, según reza en su web.

Muy larga ha sido la lucha feminista por conseguir que las interrupciones voluntarias del embarazo sean seguras, estén cubiertas por los sistemas públicos de salud, se realicen en condiciones médicas adecuadas y sean consideradas un derecho que asiste a las mujeres, las únicas capaces de gestar y parir

Es curioso que la Iglesia y sus seguidores, que predican la bondad, el altruismo, el amor, la ayuda a los necesitados y tienen entre sus preceptos diez mandamientos de obligado cumplimiento que prohíben a sus adeptos robar, matar o mentir, poco ejemplo dan cuando, a lo largo de la historia, han formado ejércitos para el exterminio de infieles en nombre de Dios, han constituido tribunales para torturar hasta la muerte por los que pasaron muchas mujeres acusadas de brujería y, en nuestro país, han bendecido fusilamientos arbitrarios. Siempre sentados a la derecha del Poder, no han puesto objeciones a cuantas injusticias se han perpetrado a su alrededor e incluso han colaborado con ellas. Sin ir más lejos, acaban de confesar que se han apropiado de miles de bienes que no les pertenecían. No sabemos si se han arrepentido y si han realizado algún acto de contrición.
 

Las que, desesperadas, se ven obligadas a ponerse en manos de gente sin escrúpulos cuando, sumidas en la máxima pobreza, víctimas de violaciones o con graves riesgos para su salud por complicaciones en sus embarazos tienen que buscar una solución a situaciones que ellas no han provocado. Gente de segunda

Muy larga ha sido la lucha feminista por conseguir que las interrupciones voluntarias del embarazo sean seguras, estén cubiertas por los sistemas públicos de salud, se realicen en condiciones médicas adecuadas y sean consideradas un derecho que asiste a las mujeres, las únicas capaces de gestar y parir. En algunos países este derecho se ha conseguido –aunque siempre es necesario mantenerse alerta porque las modificaciones legislativas pueden revertirlo- y en otros, los movimientos en defensa del aborto continúan tomando las calles para avanzar en ello. Ahí están las mujeres polacas y las de distintos países latinoamericanos donde las penas de cárcel –como en El Salvador- pueden llegar hasta los 30 años de reclusión por someterse a un aborto. Según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) cada año se producen en el mundo 25 millones de abortos no seguros y 40.000 mujeres mueren por complicaciones en estas intervenciones en condiciones de riesgo, como apuntan desde Amnistía Internacional. Pero claro, son sólo mujeres las que mueren. Las que, desesperadas, se ven obligadas a ponerse en manos de gente sin escrúpulos cuando, sumidas en la máxima pobreza, víctimas de violaciones o con graves riesgos para su salud por complicaciones en sus embarazos tienen que buscar una solución a situaciones que ellas no han provocado. Gente de segunda.

Tampoco lo es acosar e insultar a las mujeres que han decidido, en el ejercicio de su libertad y bajo el amparo de la Ley, interrumpir su embarazo

Señores y señoras que rezan, ustedes lo pueden hacer cuanto gusten y con la intensidad que deseen, pero no intimiden con sus plegarias a quienes se desplazan a estas clínicas para solventar realidades que ustedes desconocen. Abortar no es una fiesta, no es un placer, es una decisión crucial en la vida de mujeres que necesitan sentirse protegidas y acompañadas. Los señalamientos, a los que ustedes son muy dados, no son libertad de expresión, son acciones estigmatizantes que poco hablan de su caridad cristiana. Tampoco lo es acosar e insultar a las mujeres que han decidido, en el ejercicio de su libertad y bajo el amparo de la Ley, interrumpir su embarazo. Como parte de la ciudadanía a la que pertenecen, ustedes tienen otros espacios donde expresarse sin necesidad de inmiscuirse en vidas ajenas.

Las mujeres no queremos tutelas, no necesitamos que nos expliquen cosas que sabemos de primera mano ni pedimos ser rescatadas. No somos esos seres irracionales y atribulados cuya existencia sólo se entendía en función de los hombres. Tenemos nuestros derechos y vamos a ejercerlos.

Más que plegarias, deberían dirigir sus esfuerzos a contribuir a salvar otras vidas, también de niños, de aquellos menores marroquíes a los que el Obispo de Cádiz negó un techo el pasado mes de agosto en Ceuta. Y también a salvaguardar su integridad física, a no causarles traumas que les acompañan toda su vida y a respetar sus cuerpos sin abusar de ellos. Tampoco hay que robárselos a sus madres. Recen por ustedes y pidan perdón.

Si no has tenido la oportunidad de leerlos y quieres volver a hacerlo, estos son otros artículos de Cristina Prieto en este blog, 'Punto de Fuga':

 

 

  

 

 

 

 

Imagen de Cristina Prieto

Madrileña afincada en Andalucía desde 1987, primero en Almería y posteriormente en Granada donde he desarrollado mi carrera profesional como periodista. Me licencié en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, cursé mi suficiencia investigadora en la Universidad de Granada dentro del programa Estudios de la Mujer y leí mi tesis doctoral en la Universidad de Málaga.