La conjura de los necios
Aprovechando el confinamiento, he decidido leer, por tercera vez, La Conjura de los necios, la muy célebre novela de John Kennedy Toole, quizá sospechando que el mero hecho de tomarla de mis estantes, me sugeriría alguna reflexión para aportar en estos tiempos en los que campan a sus anchas, muy a pesar de la gran mayoría de gente sensata que nos rodea, todo tipo de farsantes, cuñados y cuñadas indeseables (que no de los otros), influenciadores que apenas influyen en sí mismos, falsos sabios, tontos y buitres. Por no alargar en demasía la lista de calificativos. Y así ha sido, en efecto.
Hoy día no es un genio quien suscita la conjura, sino un virus mortífero, desconocido y peligroso, que se está empezando a conocer. Ni el signo identificativo se predica del mismo, sino de quienes intentan luchar contra el virus. Pero la conjura existe, la vemos, la leemos, la oímos a diario. Aunque resulta evidente que cada vez le hacemos menos caso
Aunque la novela está escrita y ambientada en la década de los años 60 del siglo pasado en Nueva Orleans, su argumento y contenido resultan perfectamente trasladables casi a cualquier época, y desde luego al momento actual, en lo referente a una constante del comportamiento humano, cual es la conjunción de pareceres humanos en torno a una misma causa, sin más aparente razón que el mero hecho de conjugar los pareceres. Sin más razón ni argumento que ahora toca conjugar determinados pareceres, aunque media hora antes se hubieran defendido los pareceres contrarios. La novela parte de un dicho de Jonathan Swift: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. Hoy día no es un genio quien suscita la conjura, sino un virus mortífero, desconocido y peligroso, que se está empezando a conocer. Ni el signo identificativo se predica del mismo, sino de quienes intentan luchar contra el virus. Pero la conjura existe, la vemos, la leemos, la oímos a diario. Aunque resulta evidente que cada vez le hacemos menos caso.
Se trata de advertir, incluso a voz en grito, que la lucha contra el virus no es la correcta, no se ha iniciado a tiempo y es digna de merecer reprobación, crítica, incluso denuncia, cuando aún no son apreciables, valorables ni mucho menos comparables con ninguna magnitud, los resultados de dicha lucha. Cuando la misma está siendo idéntica en todos los lugares del mundo civilizado donde se está planteando. Y cuando todos los esfuerzos han de ir encaminados a erradicar el virus. Pero la conjura exige a sus necios protagonistas insistencia, reiteración, exageración, adulteración, manipulación, lo que sea menester, con tal de mantenerla viva. Sin la conjura viva, los necios desparecerían por los desagües de la actualidad. Y sin la conjura viva, igual toda la sociedad remaba en la dirección de luchar contra el virus.
Que la sinrazón cuente con altavoces mediáticos y sociales no la convierte en razón, si acaso amplifica el universo de la sinrazón, de ahí que el concepto de conjura venga más que bien al caso, y el de necios para quienes contribuyen a la divulgación, también parezca más que adecuado
Toda actuación política es susceptible de ser mejorada, y también de ser criticada. A ser posible con información mejor que la utilizada para haberla decidido; con más sólidos argumentos y más contundentes y contrastadas razones. Si se carece de éstas, la crítica no logra el objetivo de servir a la mejora de la actuación, por tanto se convierte en pura sinrazón. Que la sinrazón cuente con altavoces mediáticos y sociales no la convierte en razón, si acaso amplifica el universo de la sinrazón, de ahí que el concepto de conjura venga más que bien al caso, y el de necios para quienes contribuyen a la divulgación, también parezca más que adecuado.
En la novela, el protagonista se ve catapultado en la fiebre de la existencia contemporánea, que amenaza con devorarlo. En la lucha contra el virus, y mientras dejamos que quienes saben y entienden, hagan su tarea con la máxima tranquilidad y concentración, evitemos siquiera el roce con la conjura de los necios. Que conjuren ellos, que cada vez son menos.