Cien días apenas
El 2 de Junio de este año, Pedro Sánchez se convirtió en Presidente del Gobierno de España. Apenas han transcurrido los llamados 100 días de gracia, tres meses escasos en el ejercicio del cargo que, legítima y democráticamente, obtuvo el 1 de Junio en el Congreso de los Diputados, tras una votación en la que obtuvo más votos que su predecesor. Cien días para desterrar la corrupción del gobierno y del partido que lo sustentaba, para ofrecer esperanza a la sociedad española, para afrontar o esbozar un proyecto político transformador y regenerador. Cien días muy cortos en términos políticos, pero cien días insoportablemente largos para quienes validaban (por acción u omisión) la desidia, la inacción, el letargo, la falta de expectativas y la inaguantable corrupción de la etapa anterior.
Cien días para desterrar la corrupción del gobierno y del partido que lo sustentaba, para ofrecer esperanza a la sociedad española, para afrontar o esbozar un proyecto político transformador y regenerador. Cien días muy cortos en términos políticos, pero cien días insoportablemente largos para quienes validaban (por acción u omisión) la desidia, la inacción, el letargo, la falta de expectativas y la inaguantable corrupción de la etapa anterior
Se presupone a quien ésto suscribe una opinión favorable tanto al cambio de gobierno como a la gestión de éste, y así lo he establecido en numerosas ocasiones en estos cien días. La insoportabilidad política y social en que nos habíamos desenvuelto bajo el gobierno del PP, exigía un cambio evidente de rumbo y considero que, a día de hoy, existe en nuestra sociedad más ilusión, más esperanza y más expectativas que hace apenas 3 meses, lo que es perfectamente contrastable, no sólo a la luz de la demoscopia, sino también a la luz de cualquier conversación a pie de calle que se mantenga.
Por ello, no abundaré en argumentos de defensa, incluso reivindicación, del cambio producido. Dedicaré alguna reflexión a la inconcebible tensión y crispación que dicho cambio ha producido en las fuerzas políticas y sociales del centro derecha español, algunas de las cuales resultan prácticamente irreconocibles en sus planteamientos, posiciones y actitudes. Se puede compartir o no el relato político y sus consecuencias acontecido en nuestro país en los últimos tiempos, es suficiente con que cada cual exponga pública y abiertamente sus razones. Pero de ahí a cuestionar casi todo nuestro engranaje constitucional, negando validez y legitimidad al mismo para intentar desacreditar la labor de gobierno, va un trecho. Un enorme trecho.
Puedo llegar a entender la desesperación que produce verse desalojado del poder, en el caso del PP, y verse desalojado de un papel protagonista en el escenario, caso de C,s, sobre todo cuando ambas "cualidades" les parecían adquiridas a perpetuidad y sin posibilidad de alteración
Puedo llegar a entender la desesperación que produce verse desalojado del poder, en el caso del PP, y verse desalojado de un papel protagonista en el escenario, caso de C,s, sobre todo cuando ambas "cualidades" les parecían adquiridas a perpetuidad y sin posibilidad de alteración. Haciendo un esfuerzo, se llegan a comprender el enfado y la desilusión que produce ver las consecuencias de no haber sabido reaccionar contundente y nítidamente ante los escándalos de corrupción, en un caso, por ser afectado directo, y en otro por no aparecer como colaborador necesario. Pero, insisto, eso es una cosa que, además, el tiempo va atemperando, y otra bien distinta es "echarse al monte" de un populismo trasnochado, convirtiendo asuntos menores en debates trascendentes (de los que se suelen ventilar con las vísceras y no con la razón), y rechazando formar parte del papel político de control, de arbitraje y de alternativa democrática que corresponde a las fuerzas políticas que están en la oposición.
Son apenas cien días, pero a la vista de la incontenible virulencia y crispación con que se manejan nuestras fuerzas políticas, sociales (y mediáticas) del centro derecha, parecieran cien años. No es un buen síntoma del funcionamiento de nuestro engranaje y nuestra organización política. Y creo que ellos y ellas lo saben. Cómo lo sabemos quienes defendemos dicho funcionamiento y defendemos la labor, difícil y compleja, del gobierno. Quizá, por ello, echo en falta parecida intensidad y entusiasmo en la defensa y la reivindicación de la labor del gobierno, que la que aprecio en su intento de destrucción. No tanto por la labor en sí, que también, sino porque la situación puede derivar a un cuestionamiento de nuestra convivencia plural y democrática. Y ahí no vale el "sálvese quien pueda". Ahí sólo valdrá una respuesta coherente, decidida y solidaria