'El Gobierno cesa por inútiles al alcalde y los 38 concejales: tenían 419 cadáveres sin enterrar'
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Durante dos meses de verano fallecía una media de 100 personas al día en la capital
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La cifra “oficial” de muertos por la epidemia colérica ascendió a 12.765 en la provincia
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Unos treinta pueblos se encastillaron, no dejaron entrar foráneos y no registraron fallecimientos
La epidemia de cólera de 1885 fue detectada en la primavera en la zona de Levante. Se extendió rápidamente por el litoral y valle del Ebro. En mayo de aquel año ya se registró el primer fallecimiento en Madrid. El gobierno de Cánovas del Castillo y el alcalde de Madrid empezaron a adoptar medidas en cuanto se percataron de la amenaza. El comercio madrileño se oponía férreamente a cierres, confinamientos y las duras medidas de seguridad y limpieza impuestas. Organizaron una revuelta que llegó a provocar una crisis de gobierno. Entró como nuevo ministro de Gobernación el joven Raimundo Fernández Villaverde; y como director general de Beneficencia, el doctor Felipe Sanz Mazón. Ambos iban a tener gran protagonismo en Granada pocas semanas más tarde.
El doctor Francisco Triviño, que había atendido a gente de Benamaurel, aseguraba que cogiendo a tiempo la enfermedad no se moría casi nadie: hay que tomar entre 12-20 gotas de láudano cuando empiece la diarrea; abrigarse en la cama, con bolsas de agua alrededor para forzar la sudoración; y tomar infusiones de té
A Granada entró la epidemia en el cuerpo de segadores que regresaban de la campaña en la provincia de Murcia. Eran de Castilléjar. Nos encontramos ya a 23 de julio. En los primeros días de agosto se empieza a hablar de que hay varios muertos fulminantes en Málaga y Vélez Málaga. El doctor Francisco Triviño, que había atendido a gente de Benamaurel, aseguraba que cogiendo a tiempo la enfermedad no se moría casi nadie: hay que tomar entre 12-20 gotas de láudano cuando empiece la diarrea; abrigarse en la cama, con bolsas de agua alrededor para forzar la sudoración; y tomar infusiones de té. Hay que intentar expulsar la bacteria antes de que salga de los intestinos y se adueñe del resto del cuerpo.
Castilléjar decide abrir un cementerio extramuros para enterrar a los muertos por la infección, el habitual está dentro del pueblo y temen más contagios
El 5 de agosto ya se había extendido a bastantes poblaciones de Granada. Los periódicos empiezan a publicar casos en Juviles, Lanteira, Cádiar, Beas de Granada, Pinos Puente, Armilla, Granada, etc. Se empieza a tomar conciencia de que se trata de una epidemia grave. Empiezan a morir como moscas. Las crónicas enviadas por los corresponsales a los periódicos de la capital coinciden en una cosa: “No hay medicinas, ni médicos ni botica; nadie nos ayuda ante la muerte segura”.
Castilléjar decide abrir un cementerio extramuros para enterrar a los muertos por la infección, el habitual está dentro del pueblo y temen más contagios. En Trasmulas, causa sensación que la maestra Sinforosa Escudero Linares muera entre terribles sufrimientos. En La Peza se dan varios casos entre emigrantes llegados de Murcia.
Visto lo visto y conociendo que el cólera se propaga por contacto directo, las ropas y los alimentos, en Huéneja deciden encastillar al vecindario y no dejar entrar ni salir a nadie
Visto lo visto y conociendo que el cólera se propaga por contacto directo, las ropas y los alimentos, en Huéneja deciden encastillar al vecindario y no dejar entrar ni salir a nadie. En Montillana dividen el pueblo en cuatro cuarteles, lo confinan y ponen vigilancia armada para que la gente no pase de un sector a otro. La mayoría de pueblos de la Alpujarra se encastillaron y pronto comprobaron que era la mejor medida, se dieron muy pocas muertes. Igual actitud tomaron Escúzar, Montefrío, Loja, Alamedilla, Nigüelas, Pedro Martínez, Chimeneas, Albuñol… Se iban salvando del contagio aquellos pueblos en que sus autoridades evitaron que sus habitantes se comunicaran con las poblaciones infestadas. Muy destacable fue la previsión de Loja, que cerró las puertas al foco más sobresaliente de la Vega: Huétor Tájar. Hubo, en cambio, poblaciones con muy pocas infecciones, pero fallecieron todos los contagiados; fueron los casos de Freila, Almegíjar y Cozvíjar.
Los pueblos que no se infectaban habían seguido militarmente las recomendaciones de los doctores López Argüeta y García Solá. Aislamiento e higiene
Los pueblos que no se infectaban habían seguido militarmente las recomendaciones de los doctores López Argüeta y García Solá. Aislamiento e higiene. Mucho cuidado con las corrientes de agua y el movimiento de viajeros, principales vectores de contagio. En Madrid se colocaron 110 guardias civiles a lo largo del Canal de Isabel II para evitar que la gente se acercara a tomar agua. Pero en Granada y sus pueblos solían convivir en armonía las acequias de consumo humano y los desagües; el estiércol y las personas. Pronto se vio que también las gallinas morían en los corrales.
Se crearon juntas parroquiales en la capital que empezaron por desinfectar establos y las míseras viviendas; la cal y el hipoclorito de socio (actual lejía) eran los productos más demandados. Había que lavar las ropas y quemar los lugares donde caía un fallecido. Por supuesto, ni acercarse a los moribundos ni a los muertos. Granada capital, Santa Fe, Guadix y Armilla, por ejemplo, se quejaban de que eran lugares abiertos de par en par, con muchos pasajeros y gente en tránsito; así era imposible controlar la expansión. Fueron tres de los núcleos de población que más sufrieron el cólera morbo de aquella breve pero intensísima ola.
Cada médico que tenía experiencia empezaba a dar sus recetas. En lo sustancial coincidían todos: combatir la diarrea lo antes posible; erradicar la fiebre antes de que se extendiera el bacilo por todo el cuerpo. Y mucha prevención con aguas y contacto con infectados. Incluidas las ropas
Cada médico que tenía experiencia empezaba a dar sus recetas. En lo sustancial coincidían todos: combatir la diarrea lo antes posible; erradicar la fiebre antes de que se extendiera el bacilo por todo el cuerpo. Y mucha prevención con aguas y contacto con infectados. Incluidas las ropas. Una y otra vez se insistía en que el aislamiento era la base del combate. Pero parecía que la gente no se lo creyó hasta que vio amontonarse los cadáveres en Plaza Nueva, en los soportales de Bibarrambla y en la Puerta de las Granadas.
Entonces surgieron varios doctores explicando sus remedios para paliar la epidemia. El doctor Cañadas Domenech aplicaba diez centigramos de sulfato de quinina cada dos horas, diluida en limonada; en los intervalos había que tomar infusiones de manzanilla con tres centigramos de extracto gomoso de opio y seis gotas de acetato de amoniaco. En caso de vómitos, se combatía con agua gaseosa carbónica mezclada con nieve. Si no se controlaba, recurría a inyecciones directas de quinina cada cuatro horas. Externamente aplicaba frotes de aceite de trementina y alcohol alcanforado. La ingesta de alcohol la prohibía totalmente. Aseguraba que estaba salvando a un altísimo porcentaje de pacientes.
Uno y otro estaban inyectando éter gaseoso por vía rectal al intestino de los infectados. La operación debía hacerse con el enfermo en pie, hasta conseguir que el gas saliera por la boca en forma de eructo
Incluso el médico militar Granizo Ramírez y el catedrático de Medicina José Rico Godoy se enzarzaron en una polémica acerca del protocolo a seguir con el método del segundo para tratar el cólera, conocido ya como “Eterizaron intestinal”. Uno y otro estaban inyectando éter gaseoso por vía rectal al intestino de los infectados. La operación debía hacerse con el enfermo en pie, hasta conseguir que el gas saliera por la boca en forma de eructo. El gas se procuraba inyectarlo a unos 30-32 grados; sólo producía somnolencia en el paciente, en sesiones de unos 15 minutos. El efecto era la eliminación de las bacterias del cólera. Pero había que aplicarlo en las primeras fases del contagio, cuando todavía estaban concentradas en el tubo digestivo. El doctor Rico Godoy aseguraba que su sistema daba resultado en los pacientes que trataba en el hospital de coléricos (San Lázaro).
Aparte de estos métodos científicos, se prodigaron infinidad de placebos y engaños con mejunjes y zarandajas. Sin olvidarse de los tradicionales recursos a estampas, procesiones y brujerías. Se anunciaban en prensa como remedios milagrosos.
Empezaron a morir médicos, hermanas de la caridad y gentes que estaban comprometidas con el cuidado y entierro de enfermos y afectados. El caso más señalado fue el del ex arzobispo Bienvenido Monzón. El religioso había sido nombrado unos meses atrás como arzobispo de Sevilla; se fue, tomó posesión, pero regresó a La Zubia a encargarse del cuidado de infectados de cólera. Se contagió y falleció el 10 de agosto.
Y el Ayuntamiento de Granada ¿qué?
Como se ve por lo narrado hasta ahora, la situación de Granada era de las que más preocupaban a las autoridades de Madrid. Solamente había tres provincias en una situación parecida (Valencia, Zaragoza y Murcia), aunque con mucha más población y donde los políticos estaban actuando con más contundencia. En Madrid, a pesar de su elevada población, tenía unas tasas de mortalidad inmensamente inferiores a las de Granada.
Granada capital tenía en julio de 1885 una cifra de 76.108 habitantes (toda la provincia superaba los 400.000). Tan sólo un mes más tarde de ser declarada la epidemia (el 26 de agosto) ya habían fallecido 8.660 personas en la provincia, de ellas más de la mitad en la capital
Granada capital tenía en julio de 1885 una cifra de 76.108 habitantes (toda la provincia superaba los 400.000). Tan sólo un mes más tarde de ser declarada la epidemia (el 26 de agosto) ya habían fallecido 8.660 personas en la provincia, de ellas más de la mitad en la capital. Aquellas inmensas cifras hicieron que el director general de Beneficencia, Felipe Sanz Mazón, se desplazase urgentemente a Granada para verificar en persona lo que publicaban los periódicos. Pudo ver con sus propios ojos el infierno en que estaba convertida la ciudad.
Casualmente, el gobernador civil José Porrúa Moreno había sido trasladado a Málaga el 3 de agosto para hacerse cargo de la epidemia. Granada tuvo el gobierno civil vacante hasta que el 14 de agosto llegó Mariano Pons y Espinós; pero aquel hombre ya venía enfermo de Madrid (de hecho, murió en enero de 1886). Sin gobernador civil y, aparentemente, sin alcalde, la ciudad de Granada sólo era atendida con los medios que ponía la Diputación provincial en sus salas de coléricos de San Lázaro. El resto de afectados eran atendidos en sus casas o morían en las calles.
La imagen debió ser dantesca: las familias, algunos presos y los trabajadores municipales, provistos de seis carros, recorrían la ciudad recogiendo muertos y los dejaban amontonados en la Puerta de las Granadas
El culmen de aquella tragedia llegó el 13 de agosto, cuando se contabilizaron más de quinientos fallecidos por cólera. Los enterradores no daban abasto a darles sepultura y a cubrir los cadáveres con cal. Decía el Ayuntamiento que cada día subía unos 60-70 quintales de cal al Cementerio de San José. La imagen debió ser dantesca: las familias, algunos presos y los trabajadores municipales, provistos de seis carros, recorrían la ciudad recogiendo muertos y los dejaban amontonados en la Puerta de las Granadas. Allí comenzaba la responsabilidad de los enterradores, que se los llevaban al cementerio.
El director general de Beneficencia decidió inspeccionar el cementerio y, ¡sorpresa!, se encontró nada menos que 419 cadáveres insepultos de los dos días anteriores. El responsable del recinto denunciaba que era imposible, con sus pocos medios, enterrar a tanto muerto como le llevaban a diario. Había infinidad de cuerpos medio enterrados, con miembros asomando por fuera de la cal. Detectaron otros 584 cadáveres sin registrar como fallecidos en el registro civil. Se tuvo que hacer cargo del cementerio el oficial del Ejército Manuel Gerona.
Hay al respecto una narración muy especial de lo que ocurría aquellos días en Granada. La escribió en su diario el catedrático de Medicina Federico Olóriz. Había llegado desde Madrid a pasar unos días de vacaciones en su ciudad natal. Lo desinfectaron al bajarse del tren en la estación. Escribió que el día 9 de agosto murieron 219 personas en la ciudad de Granada, en cifras oficiales, pero sabía que eran muchas más porque había un descontrol absoluto. Olóriz pensaba regresar pronto a Madrid, pero decidió quedarse a tratar a familiares, amigos y conocidos al ver que estaban infectados. Incluso su esposa se contagió de cólera, pero no falleció.
El ministro de Gobernación coge las riendas
El 25 de agosto la situación no remitía. El mismísimo ministro de Gobernación, Raimundo Fernández Villaverde, decidió trasladarse a Granada. Parecía que las órdenes dadas por su director general de Beneficencia no daban resultado… o no le hacían caso en el Ayuntamiento. Estuvo dos días recorriendo juntas parroquiales y hospitales. En el Gobierno civil se reunió con representantes de los colectivos sociales de Granada, además de con personas muy concretas a influyentes de la medicina. Todos le expusieron la dejadez y desidia de una corporación municipal formada nada menos que por 39 hombres.
Rafael de Garay y su corporación fueron expulsados de la casa consistorial. La junta gestora municipal fue encabezada por el prestigioso abogado Eduardo Rodríguez Bolívar, que había ocupado la presidencia de la Diputación. La gestora ciudadana la componían personalidades del abanico social y político local. La prensa los retrató del siguiente modo: 11 liberales, 5 tradicionalistas, 2 moderados, 2 fusionistas, 2 izquierdistas, 6 independientes, 5 posibilistas, 4 radicales y 2 federales. Curiosamente, entre los incluidos en la Junta figuraban dos que habían sido concejales destituidos. También había varios médicos y profesores de Medicina.
El alcalde Garay y su corporación no se estuvieron callados. Presentaron un pliego de descargo o recurso ante la presidencia del Gobierno
El alcalde Garay y su corporación no se estuvieron callados. Presentaron un pliego de descargo o recurso ante la presidencia del Gobierno. En un escrito de unas 50 páginas trataron de desmontar todas las acusaciones de que eran objeto en el decreto de cese. A pesar de que habían pasado todo el mes de julio sin reunir al pleno ni las comisiones municipales, entendían que habían actuado correctamente. Si bien, sobrepasados por las circunstancias. No entendía el alcalde cómo había sido suspendida una corporación, elegida democráticamente, de carácter conservador y monárquico, y sustituida por una gestora de republicanos antimonárquicos.
El decreto fue convalidado e informado por el Consejo de Estado. El 16 de octubre fue publicada su resolución; era aún mucho más dura que la avanzada por el gobierno civil el 28 de agosto. Se le recordaba como vergonzoso para España y Granada que hubiesen fallecido más de cien personas de media diaria durante los dos meses escasos que duró la epidemia de cólera de aquel verano. Culpaba al alcalde y sus 38 concejales de haber propiciado la extremada propagación del cólera con su incuria y negligencia.
La infección se dio por controlada el 19 de septiembre de 1885. Las cifras oficiales de fallecidos ascendieron a 5.500 en la capital y 12.765 en la provincia
La infección se dio por controlada el 19 de septiembre de 1885. Las cifras oficiales de fallecidos ascendieron a 5.500 en la capital y 12.765 en la provincia. Aunque en el ambiente quedó la idea de que habían sido bastantes más los afectados. Al menos eso se pensó al cotejar las inscripciones de defunción en el registro civil.
La epidemia de aquel verano de 1885 sirvió para acelerar la idea de sanear la trama urbana de Granada con el derribo de 302 casas de los barrios céntricos. Empezaba a tomar cuerpo la idea de abrir la cala de la Gran Vía
La epidemia de aquel verano de 1885 sirvió para acelerar la idea de sanear la trama urbana de Granada con el derribo de 302 casas de los barrios céntricos. Empezaba a tomar cuerpo la idea de abrir la cala de la Gran Vía. El primer pretexto era evitar nuevas epidemias de este tipo, ya que las parroquias de San Andrés y Santiago fueron de las más castigadas. Paralelamente, se aceleraron los proyectos para instalar una red de agua potable en la capital, aunque todavía se tardó medio siglo en plasmar el proyecto final. El informe del concejal Ventué (agosto de 1883) ya advertía de la mala calidad y el peligro de las aguas que nutrían a la ciudad. Cada verano, desde 1834, solían darse rebrotes de cólera. Cartas y artículos de prensa repetían una y otra vez la impotabilidad de las aguas y la elevada mortandad por su causa, no sólo del cólera, también por infecciones intestinales. Tras la experiencia de la epidemia del cólera, la Real Academia de Medicina elaboró un detallado informe instando a acometer una urgente solución.
El cólera, endémico en Granada desde 1834, remitió ya cuando se ganó en higiene con las redes de agua potable y alcantarillado, bien avanzado el siglo XX. Pero en la literatura de los viajeros románticos quedaron huellas indelebles de lo peligroso que era beber agua en Granada y frecuentar ciertos lugares.
El alcalde Garay de los tiempos del cólera sólo dejó rastro de su paso por la Plaza del Carmen por su inutilidad como gestor de la epidemia; como el que más funcionarios colocó a dedo en su año y medio de mandato (19 de febrero de 1884 a 28 de agosto de 1885); eliminó la calle Mariparda para poner la de su amigo el Marqués de Gerona; y como el que derribó la Puerta de Bibarrambla (hoy reconstruida en el acceso a la Alhambra).
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