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GRANADA EN TIEMPOS DEL CÓLERA (VERANO DE 1885)

'El Gobierno cesa por inútiles al alcalde y los 38 concejales: tenían 419 cadáveres sin enterrar'

Política - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 12 de Diciembre de 2021
Un excelente reportaje de Gabriel Pozo Felguera sobre la epidemia de cólera que sufrió la provincia granadina hace 136 años, con cerca de 13.000 muertos en tan solo dos meses, del que se pueden extraer paralelismo con la pandemia del Covid actual, con 1.185 fallecidos en 20 meses, si bien, no la de la destitución fulminante por ‘inútiles’ del entonces alcalde y toda la corporación. Un fascinante relato de la historia poco conocida o que permanecía oculta de Granada, que te descubre un maestro del Periodismo.
Aljibe de Santa Isabel de los Abades (ladera del cerro del Aceytuno), donde convivían personas y animales, hacia 1900.
AHMGR.
Aljibe de Santa Isabel de los Abades (ladera del cerro del Aceytuno), donde convivían personas y animales, hacia 1900.
  • Durante dos meses de verano fallecía una media de 100 personas al día en la capital

  • La cifra “oficial” de muertos por la epidemia colérica ascendió a 12.765 en la provincia

  • Unos treinta pueblos se encastillaron, no dejaron entrar foráneos y no registraron fallecimientos

El cólera se cobraba la vida de un centenar de granadinos de la capital a diario. En dos meses escasos del verano de 1885 murieron 5.500 personas. El récord se batió el 13 de agosto, con más de 500 cadáveres. La terrible infección duró sólo dos meses, pero se contabilizaron 12.765 óbitos por culpa de esta enfermedad tropical en la provincia; sólo se libraron de contar muertos una treintena de pueblos que se confinaron y no dejaron entrar a extraños. Tuvo que desplazarse a Granada el ministro de Gobernación, Raimundo Fernández Villaverde, y ver en persona la catástrofe humanitaria por sus calles. Y el alcalde y sus 38 concejales permanecían inútiles e inoperantes ante la magnitud que cobró la enfermedad. Todos fueron cesados de forma fulminante y nombrada una junta gestora para enderezar el Ayuntamiento. La gota que colmó el vaso fue el hallazgo de 419 cadáveres sin enterrar por los pasillos del cementerio; fue durante la inspección del enviado ministerial el 19 de agosto.

La epidemia de cólera de 1885 fue detectada en la primavera en la zona de Levante. Se extendió rápidamente por el litoral y valle del Ebro. En mayo de aquel año ya se registró el primer fallecimiento en Madrid. El gobierno de Cánovas del Castillo y el alcalde de Madrid empezaron a adoptar medidas en cuanto se percataron de la amenaza. El comercio madrileño se oponía férreamente a cierres, confinamientos y las duras medidas de seguridad y limpieza impuestas. Organizaron una revuelta que llegó a provocar una crisis de gobierno. Entró como nuevo ministro de Gobernación el joven Raimundo Fernández Villaverde; y como director general de Beneficencia, el doctor Felipe Sanz Mazón. Ambos iban a tener gran protagonismo en Granada pocas semanas más tarde.

El doctor Francisco Triviño, que había atendido a gente de Benamaurel, aseguraba que cogiendo a tiempo la enfermedad no se moría casi nadie: hay que tomar entre 12-20 gotas de láudano cuando empiece la diarrea; abrigarse en la cama, con bolsas de agua alrededor para forzar la sudoración; y tomar infusiones de té

A Granada entró la epidemia en el cuerpo de segadores que regresaban de la campaña en la provincia de Murcia. Eran de Castilléjar. Nos encontramos ya a 23 de julio. En los primeros días de agosto se empieza a hablar de que hay varios muertos fulminantes en Málaga y Vélez Málaga. El doctor Francisco Triviño, que había atendido a gente de Benamaurel, aseguraba que cogiendo a tiempo la enfermedad no se moría casi nadie: hay que tomar entre 12-20 gotas de láudano cuando empiece la diarrea; abrigarse en la cama, con bolsas de agua alrededor para forzar la sudoración; y tomar infusiones de té. Hay que intentar expulsar la bacteria antes de que salga de los intestinos y se adueñe del resto del cuerpo.

Plano del sistema de acequias y aljibes de Granada del siglo XVI. En 1885 continuaba la misma estructura de abastecimiento de aguas de origen medieval. APEO DE LOAYSA.

Castilléjar decide abrir un cementerio extramuros para enterrar a los muertos por la infección, el habitual está dentro del pueblo y temen más contagios

El 5 de agosto ya se había extendido a bastantes poblaciones de Granada. Los periódicos empiezan a publicar casos en Juviles, Lanteira, Cádiar, Beas de Granada, Pinos Puente, Armilla, Granada, etc. Se empieza a tomar conciencia de que se trata de una epidemia grave. Empiezan a morir como moscas. Las crónicas enviadas por los corresponsales a los periódicos de la capital coinciden en una cosa: “No hay medicinas, ni médicos ni botica; nadie nos ayuda ante la muerte segura”.

Castilléjar decide abrir un cementerio extramuros para enterrar a los muertos por la infección, el habitual está dentro del pueblo y temen más contagios. En Trasmulas, causa sensación que la maestra Sinforosa Escudero Linares muera entre terribles sufrimientos. En La Peza se dan varios casos entre emigrantes llegados de Murcia.

Fuente de Güéjar Sierra, pueblo donde murieron 45 personas (el 1,4% de su población). M. RIOBOÓ.

Visto lo visto y conociendo que el cólera se propaga por contacto directo, las ropas y los alimentos, en Huéneja deciden encastillar al vecindario y no dejar entrar ni salir a nadie

Visto lo visto y conociendo que el cólera se propaga por contacto directo, las ropas y los alimentos, en Huéneja deciden encastillar al vecindario y no dejar entrar ni salir a nadie. En Montillana dividen el pueblo en cuatro cuarteles, lo confinan y ponen vigilancia armada para que la gente no pase de un sector a otro. La mayoría de pueblos de la Alpujarra se encastillaron y pronto comprobaron que era la mejor medida, se dieron muy pocas muertes. Igual actitud tomaron Escúzar, Montefrío, Loja, Alamedilla, Nigüelas, Pedro Martínez, Chimeneas, Albuñol…  Se iban salvando del contagio aquellos pueblos en que sus autoridades evitaron que sus habitantes se comunicaran con las poblaciones infestadas. Muy destacable fue la previsión de Loja, que cerró las puertas al foco más sobresaliente de la Vega: Huétor Tájar. Hubo, en cambio, poblaciones con muy pocas infecciones, pero fallecieron todos los contagiados; fueron los casos de Freila, Almegíjar y Cozvíjar.

Los pueblos que no se infectaban habían seguido militarmente las recomendaciones de los doctores López Argüeta y García Solá. Aislamiento e higiene

Los pueblos que no se infectaban habían seguido militarmente las recomendaciones de los doctores López Argüeta y García Solá. Aislamiento e higiene. Mucho cuidado con las corrientes de agua y el movimiento de viajeros, principales vectores de contagio. En Madrid se colocaron 110 guardias civiles a lo largo del Canal de Isabel II para evitar que la gente se acercara a tomar agua. Pero en Granada y sus pueblos solían convivir en armonía las acequias de consumo humano y los desagües; el estiércol y las personas. Pronto se vio que también las gallinas morían en los corrales.

Postal de Lucien Roisin, hacia 1920, del Aljibe de Santa Isabel de los Abades, conocido como de La Vieja. La gente se nutría de las acequias principalmente.

Se crearon juntas parroquiales en la capital que empezaron por desinfectar establos y las míseras viviendas; la cal y el hipoclorito de socio (actual lejía) eran los productos más demandados. Había que lavar las ropas y quemar los lugares donde caía un fallecido. Por supuesto, ni acercarse a los moribundos ni a los muertos. Granada capital, Santa Fe, Guadix y Armilla, por ejemplo, se quejaban de que eran lugares abiertos de par en par, con muchos pasajeros y gente en tránsito; así era imposible controlar la expansión. Fueron tres de los núcleos de población que más sufrieron el cólera morbo de aquella breve pero intensísima ola.

Cada médico que tenía experiencia empezaba a dar sus recetas. En lo sustancial coincidían todos: combatir la diarrea lo antes posible; erradicar la fiebre antes de que se extendiera el bacilo por todo el cuerpo. Y mucha prevención con aguas y contacto con infectados. Incluidas las ropas

Cada médico que tenía experiencia empezaba a dar sus recetas. En lo sustancial coincidían todos: combatir la diarrea lo antes posible; erradicar la fiebre antes de que se extendiera el bacilo por todo el cuerpo. Y mucha prevención con aguas y contacto con infectados. Incluidas las ropas. Una y otra vez se insistía en que el aislamiento era la base del combate. Pero parecía que la gente no se lo creyó hasta que vio amontonarse los cadáveres en Plaza Nueva, en los soportales de Bibarrambla y en la Puerta de las Granadas.

Entonces surgieron varios doctores explicando sus remedios para paliar la epidemia. El doctor Cañadas Domenech aplicaba diez centigramos de sulfato de quinina cada dos horas, diluida en limonada; en los intervalos había que tomar infusiones de manzanilla con tres centigramos de extracto gomoso de opio y seis gotas de acetato de amoniaco. En caso de vómitos, se combatía con agua gaseosa carbónica mezclada con nieve. Si no se controlaba, recurría a inyecciones directas de quinina cada cuatro horas. Externamente aplicaba frotes de aceite de trementina y alcohol alcanforado. La ingesta de alcohol la prohibía totalmente. Aseguraba que estaba salvando a un altísimo porcentaje de pacientes.

Uno y otro estaban inyectando éter gaseoso por vía rectal al intestino de los infectados. La operación debía hacerse con el enfermo en pie, hasta conseguir que el gas saliera por la boca en forma de eructo

Incluso el médico militar Granizo Ramírez y el catedrático de Medicina José Rico Godoy se enzarzaron en una polémica acerca del protocolo a seguir con el método del segundo para tratar el cólera, conocido ya como “Eterizaron intestinal”. Uno y otro estaban inyectando éter gaseoso por vía rectal al intestino de los infectados. La operación debía hacerse con el enfermo en pie, hasta conseguir que el gas saliera por la boca en forma de eructo. El gas se procuraba inyectarlo a unos 30-32 grados; sólo producía somnolencia en el paciente, en sesiones de unos 15 minutos. El efecto era la eliminación de las bacterias del cólera. Pero había que aplicarlo en las primeras fases del contagio, cuando todavía estaban concentradas en el tubo digestivo. El doctor Rico Godoy aseguraba que su sistema daba resultado en los pacientes que trataba en el hospital de coléricos (San Lázaro).

Anuncio de estampas y plumas para “espantar” el cólera.

Aparte de estos métodos científicos, se prodigaron infinidad de placebos y engaños con mejunjes y zarandajas. Sin olvidarse de los tradicionales recursos a estampas, procesiones y brujerías. Se anunciaban en prensa como remedios milagrosos.

Retrato del arzobispo Bienvenido Monzón. ARZOBISPADO DE GRANADA.

Empezaron a morir médicos, hermanas de la caridad y gentes que estaban comprometidas con el cuidado y entierro de enfermos y afectados. El caso más señalado fue el del ex arzobispo Bienvenido Monzón. El religioso había sido nombrado unos meses atrás como arzobispo de Sevilla; se fue, tomó posesión, pero regresó a La Zubia a encargarse del cuidado de infectados de cólera. Se contagió y falleció el 10 de agosto.

Y el Ayuntamiento de Granada ¿qué?

Como se ve por lo narrado hasta ahora, la situación de Granada era de las que más preocupaban a las autoridades de Madrid. Solamente había tres provincias en una situación parecida (Valencia, Zaragoza y Murcia), aunque con mucha más población y donde los políticos estaban actuando con más contundencia. En Madrid, a pesar de su elevada población, tenía unas tasas de mortalidad inmensamente inferiores a las de Granada.

Granada capital tenía en julio de 1885 una cifra de 76.108 habitantes (toda la provincia superaba los 400.000). Tan sólo un mes más tarde de ser declarada la epidemia (el 26 de agosto) ya habían fallecido 8.660 personas en la provincia, de ellas más de la mitad en la capital

Granada capital tenía en julio de 1885 una cifra de 76.108 habitantes (toda la provincia superaba los 400.000). Tan sólo un mes más tarde de ser declarada la epidemia (el 26 de agosto) ya habían fallecido 8.660 personas en la provincia, de ellas más de la mitad en la capital. Aquellas inmensas cifras hicieron que el director general de Beneficencia, Felipe Sanz Mazón, se desplazase urgentemente a Granada para verificar en persona lo que publicaban los periódicos. Pudo ver con sus propios ojos el infierno en que estaba convertida la ciudad.

Casualmente, el gobernador civil José Porrúa Moreno había sido trasladado a Málaga el 3 de agosto para hacerse cargo de la epidemia. Granada tuvo el gobierno civil vacante hasta que el 14 de agosto llegó Mariano Pons y Espinós; pero aquel hombre ya venía enfermo de Madrid (de hecho, murió en enero de 1886). Sin gobernador civil y, aparentemente, sin alcalde, la ciudad de Granada sólo era atendida con los medios que ponía la Diputación provincial en sus salas de coléricos de San Lázaro. El resto de afectados eran atendidos en sus casas o morían en las calles.

La imagen debió ser dantesca: las familias, algunos presos y los trabajadores municipales, provistos de seis carros, recorrían la ciudad recogiendo muertos y los dejaban amontonados en la Puerta de las Granadas

El culmen de aquella tragedia llegó el 13 de agosto, cuando se contabilizaron más de quinientos fallecidos por cólera. Los enterradores no daban abasto a darles sepultura y a cubrir los cadáveres con cal. Decía el Ayuntamiento que cada día subía unos 60-70 quintales de cal al Cementerio de San José. La imagen debió ser dantesca: las familias, algunos presos y los trabajadores municipales, provistos de seis carros, recorrían la ciudad recogiendo muertos y los dejaban amontonados en la Puerta de las Granadas. Allí comenzaba la responsabilidad de los enterradores, que se los llevaban al cementerio.

Tétrica noticia publicada el 13 de agosto, el día récord de fallecidos. Un carro iba regando los cadáveres por la Cuesta de Gomérez. EL DEFENSOR.

El director general de Beneficencia decidió inspeccionar el cementerio y, ¡sorpresa!, se encontró nada menos que 419 cadáveres insepultos de los dos días anteriores. El responsable del recinto denunciaba que era imposible, con sus pocos medios, enterrar a tanto muerto como le llevaban a diario. Había infinidad de cuerpos medio enterrados, con miembros asomando por fuera de la cal. Detectaron otros 584 cadáveres sin registrar como fallecidos en el registro civil. Se tuvo que hacer cargo del cementerio el oficial del Ejército Manuel Gerona.

Diario de Federico Olóriz. Narra cómo el 9 de agosto hubo, al menos, 209 muertos en Granada; muchas muertes quedaban ignoradas. ARCHIVO MIGUEL GUIRAO PEREYRO.

Hay al respecto una narración muy especial de lo que ocurría aquellos días en Granada. La escribió en su diario el catedrático de Medicina Federico Olóriz. Había llegado desde Madrid a pasar unos días de vacaciones en su ciudad natal. Lo desinfectaron al bajarse del tren en la estación. Escribió que el día 9 de agosto murieron 219 personas en la ciudad de Granada, en cifras oficiales, pero sabía que eran muchas más porque había un descontrol absoluto. Olóriz pensaba regresar pronto a Madrid, pero decidió quedarse a tratar a familiares, amigos y conocidos al ver que estaban infectados. Incluso su esposa se contagió de cólera, pero no falleció.

El ministro de Gobernación coge las riendas

El 25 de agosto la situación no remitía. El mismísimo ministro de Gobernación, Raimundo Fernández Villaverde, decidió trasladarse a Granada. Parecía que las órdenes dadas por su director general de Beneficencia no daban resultado… o no le hacían caso en el Ayuntamiento. Estuvo dos días recorriendo juntas parroquiales y hospitales. En el Gobierno civil se reunió con representantes de los colectivos sociales de Granada, además de con personas muy concretas a influyentes de la medicina. Todos le expusieron la dejadez y desidia de una corporación municipal formada nada menos que por 39 hombres.

Cuando se fue el ministro, se dejó preparado un decreto mediante el cual cesaba al alcalde Rafael de Garay y Mendoza y a los 38 concejales que le acompañaban en la Corporación municipal. La orden fue firmada y comunicada al día siguiente por el flamante gobernador civil. Fue publicada en el Boletín Oficial de la Provincia y en la prensa diaria. Nunca en casi cuatrocientos años de Concejo granadino habían sido suspendidos todos sus miembros por unas causas tan graves. Entre otras cosas, se podía leer: “La Corporación ha procedido con lamentable incuria en cuanto se refiere al planteamiento y vigilancia de los servicios sanitarios durante las aflictivas por las que la población atraviesa. El Ayuntamiento no ha reunido a la junta de sanidad para asesorarse debidamente de ella ni ha adoptado acuerdo alguno con la misma, encaminadas a combatir la epidemia. Este Ayuntamiento no ha organizado servicio alguno sanitario ni ha facilitado auxilios sanitarios a las clases menesterosas. No ha establecido hospitales para coléricos, el único lo ha instalado la Diputación en San Lázaro. No ha asistido a parroquias ni establecimientos penales. No ha establecido un servicio de enterramiento. Los individuos que componen ese Ayuntamiento, con sus hechos y omisiones, constituyen la infracción más completa y terminante de todas las emanadas de las leyes de sanidad. No ha obedecido los reiterados mandatos del gobierno de la provincia y del director general del ramo. La conducta de V. S. y del Ayuntamiento de su presidencia raya con el desprecio a los mandatos emanados de las autoridades superiores y constituyen un caso de desobediencia…”

Rafael de Garay y su corporación fueron expulsados de la casa consistorial. La junta gestora municipal fue encabezada por el prestigioso abogado Eduardo Rodríguez Bolívar, que había ocupado la presidencia de la Diputación. La gestora ciudadana la componían personalidades del abanico social y político local. La prensa los retrató del siguiente modo: 11 liberales, 5 tradicionalistas, 2 moderados, 2 fusionistas, 2 izquierdistas, 6 independientes, 5 posibilistas, 4 radicales y 2 federales. Curiosamente, entre los incluidos en la Junta figuraban dos que habían sido concejales destituidos. También había varios médicos y profesores de Medicina.

El alcalde Garay y su corporación no se estuvieron callados. Presentaron un pliego de descargo o recurso ante la presidencia del Gobierno

El alcalde Garay y su corporación no se estuvieron callados. Presentaron un pliego de descargo o recurso ante la presidencia del Gobierno. En un escrito de unas 50 páginas trataron de desmontar todas las acusaciones de que eran objeto en el decreto de cese. A pesar de que habían pasado todo el mes de julio sin reunir al pleno ni las comisiones municipales, entendían que habían actuado correctamente. Si bien, sobrepasados por las circunstancias. No entendía el alcalde cómo había sido suspendida una corporación, elegida democráticamente, de carácter conservador y monárquico, y sustituida por una gestora de republicanos antimonárquicos.

El decreto fue convalidado e informado por el Consejo de Estado. El 16 de octubre fue publicada su resolución; era aún mucho más dura que la avanzada por el gobierno civil el 28 de agosto. Se le recordaba como vergonzoso para España y Granada que hubiesen fallecido más de cien personas de media diaria durante los dos meses escasos que duró la epidemia de cólera de aquel verano. Culpaba al alcalde y sus 38 concejales de haber propiciado la extremada propagación del cólera con su incuria y negligencia.

La infección se dio por controlada el 19 de septiembre de 1885. Las cifras oficiales de fallecidos ascendieron a 5.500 en la capital y 12.765 en la provincia

La infección se dio por controlada el 19 de septiembre de 1885. Las cifras oficiales de fallecidos ascendieron a 5.500 en la capital y 12.765 en la provincia. Aunque en el ambiente quedó la idea de que habían sido bastantes más los afectados. Al menos eso se pensó al cotejar las inscripciones de defunción en el registro civil.

Lista “oficial” con el número de fallecidos por la epidemia de cólera, cerrada a 24 de diciembre de 1885. Figuran los pueblos que informaron de muertes. Faltan algo más de treinta poblaciones que, bien no aportaron sus datos, o no tuvieron apenas muertes. EL DEFENSOR.

La epidemia de aquel verano de 1885 sirvió para acelerar la idea de sanear la trama urbana de Granada con el derribo de 302 casas de los barrios céntricos. Empezaba a tomar cuerpo la idea de abrir la cala de la Gran Vía

La epidemia de aquel verano de 1885 sirvió para acelerar la idea de sanear la trama urbana de Granada con el derribo de 302 casas de los barrios céntricos. Empezaba a tomar cuerpo la idea de abrir la cala de la Gran Vía. El primer pretexto era evitar nuevas epidemias de este tipo, ya que las parroquias de San Andrés y Santiago fueron de las más castigadas. Paralelamente, se aceleraron los proyectos para instalar una red de agua potable en la capital, aunque todavía se tardó medio siglo en plasmar el proyecto final. El informe del concejal Ventué (agosto de 1883) ya advertía de la mala calidad y el peligro de las aguas que nutrían a la ciudad. Cada verano, desde 1834, solían darse rebrotes de cólera. Cartas y artículos de prensa repetían una y otra vez la impotabilidad de las aguas y la elevada mortandad por su causa, no sólo del cólera, también por infecciones intestinales. Tras la experiencia de la epidemia del cólera, la Real Academia de Medicina elaboró un detallado informe instando a acometer una urgente solución.

Vecinas del aljibe de Trillo, hacia 1925, acopiando agua para beber y todo tipo de uso doméstico.

El cólera, endémico en Granada desde 1834, remitió ya cuando se ganó en higiene con las redes de agua potable y alcantarillado, bien avanzado el siglo XX. Pero en la literatura de los viajeros románticos quedaron huellas indelebles de lo peligroso que era beber agua en Granada y frecuentar ciertos lugares.

El alcalde Garay de los tiempos del cólera sólo dejó rastro de su paso por la Plaza del Carmen por su inutilidad como gestor de la epidemia; como el que más funcionarios colocó a dedo en su año y medio de mandato (19 de febrero de 1884 a 28 de agosto de 1885); eliminó la calle Mariparda para poner la de su amigo el Marqués de Gerona; y como el que derribó la Puerta de Bibarrambla (hoy reconstruida en el acceso a la Alhambra).

Epílogo: El 28 de diciembre de 1885, justo cuatro días más tarde de conocerse la cifra total de muertos por la epidemia, fue elegido nuevo alcalde uno de los concejales cesados por “inútil”. Era Eduardo de Zayas Madrid. Duró hasta julio de 1887. Ya había sido alcalde entre 1881-84.

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