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Diez cosas que un político no debería decir ni hacer

Política - María Andrade - Jueves, 7 de Mayo de 2015
Respuestas obvias o vagas, términos mal utilizados y costumbres poco afortunadas forman parte del decálogo de manifestaciones y conductas que no contribuyen a mejorar la deteriorada imagen de los políticos.
Declaraciones poco afortunadas no contribuyen a mejorar la imagen de los políticos.
M.Rodríguez
Declaraciones poco afortunadas no contribuyen a mejorar la imagen de los políticos.

La espontaneidad es un valor cada vez más difícil de encontrar en los políticos, seducidos por la comunicación institucional, que corta las alas de su verborrea, no siempre acertada, calculando hasta las pausas que hacen en sus comparecencias. Pero esa comunicación política no impide un mal uso cada vez más generalizado del lenguaje, mal común que afecta también -entonemos un mea culpa- a los periodistas. El Independiente ha recogido diez cosas que no debería ni hacer ni decir un político. Respuestas obvias; eludir las preguntas; términos utilizados erróneamente que demuestran un desconocimiento del lenguaje; y costumbres poco afortunadas forman parte de este decálogo.

Cáncer

El uso peyorativo de la palabra cáncer está extendido. El paro o la corrupción son el cáncer de la sociedad, se proclama en numerosas ocasiones equiparando esa enfermedad con muerte y destrucción y olvidando a las personas que la padecen o que la han superado. Tanto es así que la propia Asociación Española de lucha contra el Cáncer (AECC) ha llegado a expresar su preocupación por este mal uso. Teniendo en cuenta que es una de las enfermedades más diagnosticadas en España, no parece afortunado utilizar el cáncer como metáfora de devastación y miedo sin herir la sensibilidad de los pacientes y los equipos médicos e investigadores que luchan cada día por la curación.

Recurrir a enfermedades es ofensivo para pacientes, familiares y médicos

El (mal) gusto por recurrir a dolencias graves en declaraciones políticas lo comprobamos con el ébola. “La corrupción puede ser el ébola de la democracia”, proclamó la líder de UPyD, Rosa Díez, en el Congreso de los Diputados. Esas declaraciones constatan que el uso de esas comparaciones es ofensivo hacia los enfermos, los médicos y los familiares.

 

Austericidio

Desde que comenzó la crisis, las medidas de austeridad aprobadas por los gobiernos central o por los autonómicos y llevadas a la práctica a través de duros recortes sociales con graves consecuencias para los servicios públicos y la ciudadanía, se han traducido reiteradamente en llamamientos al Ejecutivo de turno para que cese el austericidio. Valga como ejemplo el anterior secretario general de los socialistas, Alfredo Pérez Rubalcaba, proclamando en mítines y desde la tribuna del Congreso que el límite de la austeridad era la dignidad de las personas, porque si la austeridad recaía siempre en los mismos se terminaba convirtiendo en un austericidio.

Grave error porque, como señala la Fundéu –la fundación patrocinada por la Agencia Efe y el BBVA que cuenta con el asesoramiento de la Real Academia de la Lengua para el buen uso del español-, la palabra austericidio significa matar la austeridad y, por lo tanto, no es correcto utilizarla con el sentido de matar por exceso de austeridad. En todo caso, bienvenido fuese el austericidio, dado que significaría que se habría puesto fin a la etapa de recortes.

 

Hoy no toca hablar de eso

La tentación de pronunciar esta frase no es que viva arriba, como decía el título de la película de Billy Wilder que dejó la memorable escena de Marilyn Monroe en una de las salidas de aire del metro de Nueva York, es que forma parte de la esencia política. Da igual que sea un político de izquierdas o de derechas, cuando incomoda una pregunta periodística o cuando los calendarios de los partidos difieren de lo que marca la actualidad, es una respuesta de libro. Pero ocurre que un político no puede decidir las preguntas de los periodistas, que bastante tienen con lidiar con sus respuestas. Roza la falta de respeto y evidencia falta de valentía para afrontar según qué cuestiones y también la creencia de que el político siempre puede marcar la agenda periodística.

 

Contestar en B

Hoy en día esa manera de hacer política no cuela. Si le pregunto por A y me responde B, usted queda en evidencia. Un ejemplo de esa respuesta en B la encontramos en 2011, en las vísperas de que el ex presidente valenciano Francisco Camps declarara por los trajes que la red Gürtel le había regalado, un caso por el que finalmente resultó absuelto. Pero en plena vorágine, esas preguntas eran incómodas, como refleja su respuesta a los periodistas cuando fue interpelado por la vista previa del juicio. En su lugar, respondió criticando al entonces presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. Y quedó en evidencia. No se puede responder sobre arquitectura cuando se ha preguntado por la pesca.

 

Echarle la culpa a la comunicación

Es tan antiguo y está tan visto asegurar que se ha cometido un "error de comunicación”. Esta afirmación, culpando al equipo encargado de la comunicación, oculta el auténtico error, que es la estrategia o la falta de la misma por parte del político o cargo público que la pronuncia. Oculta un análisis fallido y una decisión desacertada. Pero lo más fácil es no admitir esos errores, sino señalar a la comunicación, como si fuera algo externo que no controlan...Si dejaran a los auténticos profesionales de la comunicación hacer su trabajo, seguro que habría menos errores.

 

No valoramos resoluciones judiciales

En estos tiempos convulsos en los que las investigaciones judiciales tienen tanto protagonismo, se ha popularizado esa expresión entre quienes desempeñan tareas de gobierno. Pero no se corresponde ni de lejos con la realidad porque después de entonarla, el portavoz que la pronuncia suele explayarse con valoraciones muy medidas para criticar o ensalzar, según le toque, la resolución judicial por la que se le haya preguntado.

Oímos con demasiada frecuencia que acatan las sentencias, pero no la comparten

Se oye tras los Consejos de Gobierno de la Junta de Andalucía los martes cuando la jueza Alaya dicta alguna resolución que pone contra las cuerdas al Ejecutivo autonómico; también el eco llega desde la sala de prensa de La Moncloa en la que la portavoz del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, capea la comparecencia posterior al Consejo de Ministros si es preguntada por el incómodo caso Bárcenas o la trama Gürtel –si le da el turno de palabra al periodista que pueda preguntarle por esos casos y no lo veta-. Porque, como repite la clase política cuando le toca: acatamos la sentencia pero no la compartimos, que es tanto como cuestionarla y, por ende, la actuación del juez.

 

Llenar las agendas de actos lo lunes y lo viernes en sus respectivas provincias

Lamentablemente a eso nos tienen acostumbrados los miembros del Gobierno andaluz y los ministros andaluces de turno. Algunos eran habituales de los viernes y los lunes; otros daban una de cal y otra de arena programando actos en algunas de las localidades próximas a la A-92, la autovía que vertebra Andalucía; los menos, elegían las provincias más alejadas de su territorio. Y no solo un acto, no. Hay consejeros y consejeras que programan hasta cinco actos en una misma jornada en su provincia. Y, salvo que haya un conflicto o una polémica por la que preguntar, a los actos no acuden periodistas. Por no contar los actos institucionales que se programan para hacerlos coincidir con actos de partido durante las campañas electorales. 

 

Hemos hecho lo que teníamos que hacer

Desafortunada afirmación que conduce a pensar que se ha hecho justo lo contrario a lo anunciado. Se ha popularizado para justificar por qué se adoptan medidas que no solo no iban en el programa electoral sino que suponen un claro incumplimiento del mismo, como la subida de impuestos. La frase la encontramos en un versículo del Evangelio de San Lucas: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Una lectura que se interpreta, en clave religiosa, como que el católico no debe hacer las cosas bien porque de esa manera se lo vayan a agradecer, sino porque es lo adecuado y cumple con lo que Dios quiere.

Imposible saber si el político que recurre a esa expresión ha leído a San Lucas y pretende utilizar la enseñanza divina. Las cosas hay que hacerlas bien porque es lo correcto, no para que te lo agradezcan. Pero los partidos políticos lo que tienen que hacer es cumplir el programa con el que se presentan a las elecciones. Cumplir su palabra, en definitiva. Y si no es posible, admitir el incumplimiento y explicar el porqué. Y eso no se consigue con un “Hemos hecho lo que teníamos que hacer”, para justificar que han hecho lo que dijeron que no harían.

 

Citas que dejan en evidencia

Ojo con la elección de las citas para los discursos. En ocasiones están tan plagados de ellas que evidencian que jamás se ha leído a los autores aludidos. Utilizadas para darle un pretendido bagaje cultural al orador, consiguen el efecto contrario, mostrar la incultura. La obra de la pensadora Hannah Arendt es tan utilizada que bien deberíamos pensar que está en la mesita de noche de la mayoría de políticos de izquierdas de la provincia; tras repasar el discurso del presidente de la Diputación, Sebastián Pérez, uno debe entender que lee a Víctor Hugo. Y todo ello conduce a una cruda realidad: sobran los dedos de una mano para contar a los políticos que se escriben sus discursos, que para eso se cuenta con asesores. Y esa realidad nos deja una imagen habitual y poco deseable: un político que no levanta la mirada de sus folios porque necesita leer renglón a renglón el discurso.

 

Responder a título personal

Si le preguntan, no olvide que es en razón de su cargo -orgánico o institucional-. Su opinión personal corresponde a su ámbito personal y lo que le interesa a la ciudadanía es su opinión como servidor público, como representante de un partido. Por ese motivo los periodistas acuden a sus ruedas de prensa, a los actos en los que participa y los ciudadanos escuchan o leen sus opiniones. Un concejal, un senador, un parlamentario, un secretario general de un partido o un presidente no se ponen ese traje de lunes a viernes y se lo quitan el fin de semana. Asumen esa responsabilidad y responden por ella.