Artículo de Opinión

¿Así es la vida? Retóricas reaccionarias y de cierta progresía

Política - Francisco María del Río Sánchez - Lunes, 29 de Abril de 2024
El profesor de Filosofía Francisco María del Río Sánchez firma este artículo de opinión en el que reflexiona sobre la utilización del "régimen de guerra". Para leer, debatir y compartir.
Imgen de archivo de una sesión plenaria del Parlamento Europeo en Estrasburgo (Francia).
P. Stirnweiss/European Par / DPA vía EP
Imgen de archivo de una sesión plenaria del Parlamento Europeo en Estrasburgo (Francia).

El pensamiento ilustrado del siglo XVIII compartía de forma profundamente optimista una fe decidida en el progreso histórico, continuo y sin límites, de la razón y de la humanidad. La generalizada demanda de derechos civiles y políticos y la Revolución francesa mostraban lo que parecía un camino ineludible en los pueblos europeos. El siglo XIX continuó con nuevas exigencias de derechos económicos y sociales. Pero el progreso de la humanidad no siguió ninguna linealidad moral y política. La perfectibilidad del ser humano se mantenía como aspiración, pero las arremetidas reaccionarias, retóricas y políticas, tenían su propio programa para impedir el progreso moral, el cambio social y político.

Los argumentos utilizados por la reacción conservadora ante los movimientos de avance en la consecución de derechos, pueden agruparse en las tres tesis enunciadas Albert O Hirschman en Retóricas de la intransigencia: tesis de la perversidad, según la cual los cambios políticos y sociales que se proponen van a empeorar aquello que se quiere mejorar. La tesis de la futilidad subyace en aquellos argumentos que señalan la inutilidad de las tentativas de transformación social; se dice que no van a servir de nada, que no van a modificar el statu quo o ir más allá de un cambio cosmético. Por último, con la tesis del riesgo se arguye que el coste del cambio o reforma es demasiado alto pues pone en peligro logros anteriores. 

Desde el siglo XIX, los efectos de las tesis enunciadas sirvieron de freno, cuando no de retroceso, en los derechos que las clases subalternas demandaban. Si en la escala de la moralidad situamos en su máximo el nivel aquella acción en la que un ser humano es capaz de entregar su vida por salvar la de otro, y el mínimo de moralidad cuando alguien le quita la vida a otro ser humano, los horrores del siglo XX (Auschwitz, Hiroshima, el Gulag, colonización y genocidios…) nos muestran otra realidad diferente a la que la historia parecía abocada en el pensamiento ilustrado. Pero tras esa bajada a los infiernos de la moralidad, algunas conquistas sociales a lo largo del siglo, y el Estado de bienestar o la Declaración Universal de Derechos Humanos poco después de la Segunda Guerra Mundial señalaron momentos de avance en la demanda de derechos frente a la reacción conservadora. 

En estas últimas décadas la retórica reaccionaria continuó impregnando el debate social y estableciendo el marco cultural que permitió la implantación de modelos neoliberales y el progresivo desmantelamiento del Estado de bienestar

Pero la amenaza del retroceso siempre está presente. En estas últimas décadas la retórica reaccionaria continuó impregnando el debate social y estableciendo el marco cultural que permitió la implantación de modelos neoliberales y el progresivo desmantelamiento del Estado de bienestar. Estos viejos argumentos, además, han contado con el apoyo de parte de las fuerzas progresistas (la socialdemocracia se sumó a la senda iniciada por Thatcher y Reagan en el Reino Unido y los EEUU). Y los mismos argumentos suenan ahora machaconamente desde los altavoces mediáticos. Se repite que “así es la vida” ocultando las conquistas sociales y los derechos adquiridos que, aunque nunca consolidados del todo ni garantizados permanentemente, vienen a refutar los argumentos reaccionarios esgrimidos. Las leyes aprobadas durante el último gobierno de coalición progresista que hemos tenido en España, contra la retórica reaccionaria, mejoraron condiciones de vida de los sectores de la población con menos recursos, o, también, permitieron el reconocimiento y ejercicio de derechos feministas.

La guerra en Ucrania y el genocidio de Gaza han puesto en régimen de guerra a numerosos países, incluido el nuestro. La retórica guerrerista intenta justificar el aumento del gasto militar, el rearme, el comercio de armas o las políticas de ajuste presupuestario que recortan el gasto social

A los argumentos de las tesis enunciadas por Hirschman, retórica reaccionaria repetida desde hace 200 años, habría que añadir hoy nuevos argumentos que nos producen aún más estupor (y desazón) cuando los escuchamos. La guerra en Ucrania y el genocidio de Gaza han puesto en régimen de guerra a numerosos países, incluido el nuestro. La retórica guerrerista intenta justificar el aumento del gasto militar, el rearme, el comercio de armas o las políticas de ajuste presupuestario que recortan el gasto social. Aunque se repiten algunos inverosímiles viejos argumentos (desde el latino “si quieres la paz, prepara la guerra”, al más propio del siglo pasado “la inversión militar es positiva para la economía y el trabajo”), hasta ahora no se había llegado tan lejos como para justificar el asesinato por el ejército israelí de miles de niños/as y de mujeres, de cientos de médicos y cooperantes, de miles de civiles en Gaza, con argumentos abominables que sostienen que “así es la guerra”. Es la tesis de la futilidad añadida a la retórica de la guerra y que viola con toda naturalidad el derecho internacional humanitario. Pero también se insiste en la tesis de la perversidad: si por la resolución pacífica de los conflictos se renuncia a la guerra, Rusia invadirá Europa; o si no se apoya a Israel, el terrorismo y antisemitismo volverán a cebarse sobre los judíos: retóricas reaccionarias que tratan de impedir la solución pacífica de los conflictos y el derecho de los pueblos a vivir en paz. Por más laboriosas que sean, por más esfuerzos diplomáticos, por más arbitrajes internacionales, por más medidas de presión, etc. siempre serán preferibles a una guerra, porque esta nunca será justa, y no puede serlo porque la destrucción de vidas humanas es el ejercicio de la inmoralidad. La legitimidad -más que dudosa- que algunas partes se atribuyen, podrá ser política. Pero nunca podrán participar en una guerra invocando un valor moral, como es la justicia.

Así es la vida y así se utiliza el régimen de guerra, porque así es como las élites europeas y españolas quieren que sea. Y una consecuencia por ellas alimentada: de los argumentos reaccionarios que sus medios despliegan se siembra un caldo desde el que emergen las derechas extremas y las neofascistas. El 10 de junio tendremos una cita electoral para elegir el parlamento europeo y de su resultado va a depender en buena medida si queremos una Europa con más derechos y democracia, integradora y humana, o una Europa en régimen de guerra, que dé marcha atrás en derechos, que sostenga los intereses de las clases privilegiadas, desmantele el Estado de bienestar y esté hegemonizada por el conservadurismo reaccionario. En nuestras manos está.

 
Francisco María del Río Sánchez. Profesor de instituto hasta la reciente jubilación. Profesor temporalmente en el Centro Asociado de la UNED de Úbeda. Estudios de doctorado en la UNED. Ha publicado artículos de filosofía política y el republicanismo en revistas como "El búho", "Pensamiento al margen" o "Rebelión", Comunicación a las jornadas sobre Andalucismo Histórico (pendiente de publicación). Militante de movimientos ecopacifistas desde los años 80, como Ciudad Alternativa y Los Verdes. Miembro del sindicato CGT. Ha participado también en organizaciones políticas, durante la transición y ya en este siglo, tras un breve paso por IU, también en Podemos. Entre otras asociaciones, en los últimos años he estado (y estoy) involucrado en el movimiento en defensa del río Castril.