Granadinos republicanos en el 'gulag' de Valdenoceda (Burgos): El infierno en la tierra (I)
Aquí, en España, no se abrieron campos de exterminio como en la Alemania nazi, pero hubo prisiones que “de facto” actuaron como lugares de exterminio para los antifascistas republicanos. En ese sentido, la represión contra los enemigos políticos del dictador en España fue mucho mayor, por las pésimas condiciones de vida, el maltrato físico a los prisioneros y la privación de los recursos más rudimentarios para sobrevivir. Valdenoceda fue una de esas prisiones.
Valdenoceda, situada al norte de Burgos, es una pedanía de la Merindad de Valdivieso, cercana a la provincia de Gasteiz (Álava), uno de los lugares más fríos de la Península donde en invierno se puede llegar a los 15 grados bajo cero
Valdenoceda, situada al norte de Burgos, es una pedanía de la Merindad de Valdivieso, cercana a la provincia de Gasteiz (Álava), uno de los lugares más fríos de la Península donde en invierno se puede llegar a los 15 grados bajo cero. Además, añade una humedad permanente, pues su estructura se levanta, literalmente, sobre el río Ebro y un canal atraviesa los cimientos del edificio. Y eso es así porque originalmente el complejo fue concebido en el siglo XIX como fábrica de harinas, con un molino que aprovechaba la fuerza motriz del río. Luego, a finales de ese siglo, se reconvirtió en la primera fábrica española de seda artificial hasta que se desmanteló en 1928 y fue trasladada a Burgos.
Será en 1938 cuando la antigua fábrica es reacondicionada como prisión dentro del plan de reapertura de cárceles provisionales para encerrar en ellas a miles de republicanos, habilitando espacios de todo tipo: conventos, colegios, edificios públicos y las propias prisiones provinciales
Será en 1938 cuando la antigua fábrica es reacondicionada como prisión dentro del plan de reapertura de cárceles provisionales para encerrar en ellas a miles de republicanos, habilitando espacios de todo tipo: conventos, colegios, edificios públicos y las propias prisiones provinciales. Valdenoceda reunirá todas las condiciones para convertirla en el particular gulags español. Su estructura es sencilla: planta rectangular, amplia y abierta, con tres pisos de altura. Ni siquiera habilitaron celdas, porque la administración carcelaria franquista, se limitó a “llenarla” de personas, hacinadas, dejándolas al raso a merced de las extraordinarias inclemencias del tiempo, sufriendo el viento, el frío y la humedad permanente.
En periodo de vigencia en Valdenoceda, pasaron la misma un total de 5.834 presos. En los primeros momentos albergó a más de 1.600 presos republicanos, cinco veces más de su capacidad máxima de 300 personas
Valdenoceda estuvo en funcionamiento desde 1938 a 1943, año en que la dictadura franquista fue vaciando recintos carcelarios viéndose obligado a promulgar un Decreto de libertad condicional para miles de presos que no cabían porque de ello se derivaba un gasto y un peligro innecesario por posibles motines. En periodo de vigencia en Valdenoceda, pasaron la misma un total de 5.834 presos. En los primeros momentos albergó a más de 1.600 presos republicanos, cinco veces más de su capacidad máxima de 300 personas. Como otras cárceles de similares características, el hacinamiento fue su primera característica, hasta tal punto que algunos supervivientes recuerdan aguantar sus necesidades durante horas por la imposibilidad de avanzar entre la maraña de cuerpos.
Otra característica, similar a las de otras cárceles del Norte, es que se concibió como cárcel de castigo, pues derivado de la estrategia franquista de “dispersión” o “turismo carcelario”, fueron llegando –muchos de ellos en vagones de ganado- de todas las partes de España, fundamentalmente de los lugares de origen más alejados, sobre todo, de Extremadura y Andalucía. Un castigo añadido por la imposibilidad de que sus seres queridos pudieran, al menos, visitarlos para atenuar la soledad impuesta.
Valdenoceda fue un verdadero campo de exterminio. La vida de los presos fue un auténtico calvario. Algunos historiadores han identificado a 154 personas que dejaron la vida entre sus muros, de ellos, cinco granadinos
Valdenoceda fue un verdadero campo de exterminio. La vida de los presos fue un auténtico calvario. Algunos historiadores han identificado a 154 personas que dejaron la vida entre sus muros, de ellos, cinco granadinos, de los que nos ocuparemos más adelante. Los testimonios de quienes pasaron por este lugar son escalofriantes. La comida, un caldo aderezado con una sola legumbre se convertía en el primer y único plato del día y, por si fuera poco, esa estaba normalmente podrida; por la tarde, media sardina y un pequeño trozo de chocolate el único sustento. No es de extrañar que algunos testimonios señalaran que no pocas veces soñaban con un pedazo de pan. Las enfermedades, derivadas de la falta de higiene, la nula asistencia médica, la pésima alimentación o la mala calidad del agua, estaban a la orden del día, siendo frecuente las muertes por “colitis epidémica” o “tuberculosis”.
Eran recurrentes los hacinamientos, el olor nauseabundo de las galerías, las enfermedades por vagotonismo y las neurastenias y en ese caso los llevaban al manicomio, infecciones intestinales íntimamente relacionadas con la alimentación
Son cada vez más frecuentes, afortunadamente, los estudios sobre las cárceles españolas franquistas. El último estudio de Margalida Roig (2024), demuestra en cómo en las cárceles de las Islas –aplicable al resto de los recintos carcelarios como estamos mostrando en los últimos artículo- eran recurrentes los hacinamientos, el olor nauseabundo de las galerías, las enfermedades por vagotonismo y las neurastenias y en ese caso los llevaban al manicomio, infecciones intestinales íntimamente relacionadas con la alimentación y con complicaciones como la gastroenteritis o las obturaciones del sistema digestivo. La receta era un cambio de dieta que no podían obtener en los centros penitenciarios. Muchos condenados intentaban burlar la prescripción médica sacando golosinas, y eso volvía atentar contra la salud,en fin, la falta de medicamentos, sin atención médica mínimamente adecuada, los condenaba, en la práctica, a la muerte.
No levantar el brazo cuando se cantaba el “Cara al sol”, moverse en la fila, fumar sin autorización, no cumplir las normas con precisión militar…, entre otros, era motivo más que suficiente para llevar al preso a las celdas de castigo
A las deficientes condiciones de vida y al hambre se unían los castigos físicos. Son numerosos los testimonios que describen la brutalidad del régimen carcelario de Valdenoceda, concebido como un castigo interminable para los presos. No levantar el brazo cuando se cantaba el “Cara al sol”, moverse en la fila, fumar sin autorización, no cumplir las normas con precisión militar…, entre otros, era motivo más que suficiente para llevar al preso a las celdas de castigo. Si algún preso guardaba algo de comida cuando salían a realizar trabajos forzados en los alrededores, si los guardias lo sorprendían con algún alimento, la paliza estaba garantizada y eran enviados directamente a la celda de castigo.
Estas celdas en Valdenoceda eran especiales porque estaban situadas en los sótanos de la cárcel. En realidad, eran pozas –un agujero excavado junto al canal de agua que corta el edificio- que siempre tenían agua, pero cuando el río se desbordaba, lo que era frecuente por el cercano canal del Ebro, se inundaban y el preso debía soportar, durante días, el frío, sin poder comer o dormir, porque el agua le llegaba, literalmente, hasta el cuello. Los gritos estremecedores de los presos pidiendo que los sacaran de allí no hacían mella en los gélidos corazones de los carceleros y se perdían en el viento.
Los veteranos recomendaban a los que llegaban que, antes que nada, debían comprar unas alpargatas viejas para evitar –como ocurría en numerosos casos- la congelación posterior por necrosis en los pies, sobre todo en los durísimos meses de invierno, con la nieve hasta los tobillo
Y, por supuesto, las bajísimas temperaturas de la zona, de nevadas frecuentes, hacían el resto, porque sólo disponían de una manta pequeña que los obligaba a juntarse entre ellos para darse algún calor. Es significativo que los veteranos recomendaban a los que llegaban que, antes que nada, debían comprar unas alpargatas viejas para evitar –como ocurría en numerosos casos- la congelación posterior por necrosis en los pies, sobre todo en los durísimos meses de invierno, con la nieve hasta los tobillos.
Y un castigo siempre añadido: las colas. Es estremecedora la descripción que los reclusos hacían de las colas para la comida con temperaturas bajo cero y que se convertían en una verdadera tortura: colas para la ración de agua, cola para el “rancho” miserable, cola para conseguir una sardina. Y, como compañero inseparable, el frío y la humedad. Era otra forma de castigo. Un castigo que se iniciaba con el toque de corneta a primera hora del día y hasta última hora de la noche, llevándolos al patio –un terreno adyacente a la fábrica y hoy lleno de maleza- o los llevaban a los campos cercanos donde eran obligados a trabajos forzados. Allí era donde cumplían, paradójicamente, verdaderamente su condena. Fueron los mismos presos los que tuvieron que levantar el muro que les iba a privar de la libertad y, a algunos, de su propia vida.
¿Cómo es posible, que a estas alturas, todavía haya personas que nieguen este verdadero genocidio? ¿Dónde están miles de presos, desaparecidos, que no han dejado rastro?
Y a todo ello, hay que sumar los elementos exógenos, como la omnipresencia de los chinches –las paredes eran negras- y otros insectos que se cebaban sobre los cuerpos exangües de los presos, dejándolos más vulnerables a las enfermedades. Las cárceles franquistas fueron verdaderos corredores de la muerte.
Los muertos en Valdenoceda
La Agrupación de Familiares y Amigos de Fallecidos en el Penal de Valdenoceda, ha documentado hasta 154 presos que murieron y fueron enterrados allí, pero es una cifra inicial, porque algunos supervivientes afirmaron que en los alrededores del penal otros presos fueron arrojados al interior de algunas cuevas que hay en sus alrededores, donde fueron asesinados. Estos últimos eran sacados de madrugada y nunca más fueron encontrados. Desde luego, estos crímenes no dejaban rastro y tampoco se registraban ni se comunicaba siquiera a la familia. ¿Cómo es posible, que a estas alturas, todavía haya personas que nieguen este verdadero genocidio? ¿Dónde están miles de presos, desaparecidos, que no han dejado rastro?
Los primeros presos que murieron en Valdenoceda fueron enterrados en el antiguo cementerio del pueblo y, sucesivamente, en dos áreas colindantes al haberse saturado la parcela anterior, con la excepción de unos pocos presos que lo fueron, a modo de castigo, en una zona extramuros del cementerio
Los primeros presos que murieron en Valdenoceda fueron enterrados en el antiguo cementerio del pueblo y, sucesivamente, en dos áreas colindantes al haberse saturado la parcela anterior, con la excepción de unos pocos presos que lo fueron, a modo de castigo, en una zona extramuros del cementerio.
Los presos construían con sus propios medios, con los escasos materiales de que disponían, improvisados ataúdes de madera y ellos mismos, acompañados de guardias armados, trasladaban al atardecer el ataúd a un solar cercano, propiedad de Instituciones Penitenciarias y allí lo enterraban. Por el trabajo de investigación de esta Agrupación de Familiares, se ha podido constatar que los mismos presos cavaban la fosa a un metro de profundidad para asegurarse de que las alimañas no se comieran a sus compañeros y clavaban sobre las tumbas, a ras del suelo, una cruz de madera. La relación de los enterrados en ese solar nunca ha aparecido y las cruces se han borrado o se han podrido. Además, ese solar fue abandonado y se ha perdido cualquier posibilidad de identificar los restos. Y, por si fuera poco, después de su abandono, la Parroquia de Valdenoceda se hizo con la propiedad del solar para ampliar el cementerio parroquial original, por lo que se enterró allí, otros cuerpos encima de los restos de los presos. Afortunadamente, como estaban enterrados a 1 metro de profundidad, ha posibilitado que la Agrupación de Familiares, desde su trabajo persistente en busca de sus seres queridos, que por fin en 2007 – y junto a expertos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi-, pudieran exhumar 114 cuerpos, de los que han sido identificados 68 o tienen identificación osteológica.
La cárcel de Valdenoceda sigue allí, varada en el tiempo, pero en ruinas. Sus restos sugieren cómo era la cárcel. Incluso se pueden ver, todavía, las celdas de castigo
La cárcel de Valdenoceda sigue allí, varada en el tiempo, pero en ruinas. Sus restos sugieren cómo era la cárcel. Incluso se pueden ver, todavía, las celdas de castigo. Algún día, más pronto que tarde, se derrumbará del todo y otro edificio, testigo de la dictadura y lugar de lo más aberrante de nuestra historia, desaparecerá por completo. Con su pérdida, como lágrimas en la arena, desaparecerá también un testigo mudo de nuestra historia reciente, esa que debiera permanecer como Auschwitz para inocular a las generaciones venideras el virus antifascista.
Para terminar esta primera parte, hemos rescatado un estremecedor relato del poeta comunista, Marcos Ana, en su autobiografía Decidme cómo es un árbol (2008) donde cuenta la muerte de la andaluza Ana Faucha mientras esperaba ver a su hijo, encerrado en esa cárcel de Valdenoceda. Esa historia le había llegado a través de un funcionario de prisiones, pero pudiera ser una leyenda que circulaba por la España de posguerra porque el excelente escritor almeriense, exiliado en París, Agustín Gómez Arcos, cuenta la misma historia en su novela Ana no, que a su vez le había transmitido su madre, aunque aquí se llama Ana Paucha, una mujer de un pueblo de pescadores de Almería a la que la guerra había dejado viuda de marido y dos hijos y recorre toda España para ver al único hijo encarcelado y condenado por comunista a reclusión perpetua.
ANA FAUCHA era una viejecita del Sur de España. Su marido murió luchando durante la guerra civil. No le quedaba en la vida más que un hijo preso en la cárcel de Valdenoceda. Estaba enferma y no quería dejar este mundo sin ver por última vez a su hijo. Ana Faucha, anciana y sola, sin recursos, vivía de milagro. Pero era una mujer del pueblo, acostumbrada al sufrimiento; tenía el temple de las madres españolas. Y sin pensarlo más se puso en marcha, decidió ir a pie a la cárcel donde se encontraba su hijo.
Andando, siguiendo a veces las vías de ferrocarril para no perderse, pidiendo limosna por los caminos y en los pueblos que encontraba a su paso, formando un pequeño paquete de comida para su hijo con lo mejor que recogía, esta madre cruzó de abajo a arriba el mapa de España. En su camino conoció el amor y la solidaridad de muchas familias sencillas que la albergaron en sus casas. A veces en la carretera la recogían y la acercaban algunos kilómetros a su destino.
No se sabe cuántas semanas o cuántos meses tardó en llegar a Valdenoceda. Pero llegó. Y me imagino cómo saltaría su corazón de gozo cuando por fin vio la cárcel donde penaba su hijo.
Se acercó a la ventanilla de comunicaciones y dio el nombre del hijo. El funcionario miró el fichero, un fichero frío, como son los ficheros de las cárceles y le respondió:
—Señora, usted no puede comunicar con él porque está chapado en una celda de castigo.
Aquella madre no comprendía. No le cabía en la cabeza y el corazón que después de haber cruzado media España no pudiese ver a su hijo porque estaba castigado.
—Entréguele por lo menos esta comida, por favor, soy su madre…
—No puede recibir nada, está incomunicado —respondió secamente el guardián de prisiones.
Desde entonces, todos los días, aquella anciana se acercaba tres o cuatro veces, mañana y tarde, a la ventanilla y recibía la misma contestación. A todas las horas se la veía, como un pequeño fantasma, con un pañuelo negro sobre la cabeza y arropada con un mantón oscuro, rondar por la puerta de la cárcel, acercarse a los muros, golpearlos con sus pequeñas manos pálidas como pidiéndoles una explicación.
Yo no sé cuánto tiempo hubiera esperado aquella madre, bajo el frío y la nieve, para ver a su hijo. Pero vivíamos uno de los inviernos más crudos y una mañana apareció muerta junto a los muros de la cárcel, como un pequeño pájaro oscuro, cubierta de nieve, abrazada al paquete que inútilmente fue formando para su hijo.
Así murió Ana Faucha, una viejecita del Sur, símbolo de las madres de los presos políticos, a la puerta de una cárcel de España.
La historia de Ana Faucha, contada por Marcos Ana.
Bibliografía:
- Ana, Marcos. Decidme cómo es un árbol. Tabla rasa. pp. 149-150.
- Gómez Arcos, Agustín, Ana no,Cabaret Voltaire, 2019 (novela)
- Martínez Foronda, Alfonso y Sánchez Rodrigo, Pedro, Diccionario de la represión en Granada (1931-1981).
- Ríos Frutos, Luis; Martínez Silva, Berta; García-Rubio Ruiz, Almudena; Jiménez, Jimi (2008). Muertes en cautiverio en el primer Franquismo: Exhumación del cementerio del penal de Valdenoceda (1938-1943).
- Roig Sureda, Margalida, Les malalties als centres penitenciaris de Mallorca durante la Guerra Civil y la postguerra, Lleonard Muntaner, 2024.
- Santonja, Gonzalo; Cardero Azofra, Fernando; Cardero Elso, Fernando (2011). El penal de Valdenoceda, Cálamo, 2011
- Archivo de la Real Chancillería de Granada
Pedro Sánchez Rodrigo (Burgos, 1960). Es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Granada, donde cursó la especialidad de Historia Contemporánea. Ha ejercido como profesor de Secundaria de Geografía e Historia desde 1984. Desde hace años colabora con la Fundación de Estudios Sindicales- Archivo Histórico de CC.OO.-A.. Ha participado en la obra colectiva “La cara al viento. Estudiantes por las libertades democráticas en la Universidad de Granada (1965-81)”, publicada por la Editorial El Páramo en el año 2012, y, junto con Alfonso Martínez Foronda, es autor de “La cara al viento. Memoria gráfica del movimiento estudiantil de Granada durante la dictadura y la transición”, obra publicada por la Universidad de Granada, también en 2012. Ha colaborado en el volumen La Resistencia andaluza ante el tribunal de orden público en Andalucía. 1963-76, editado en 2014 por la FES/Archivo Histórico de CC.OO.-A y la Junta de Andalucía, y en otros trabajos colectivos, como De la rebelión al abrazo. La cultura y la memoria histórica entre 1960 y 1978 (Diputación de Granada, 2016) y La Universidad de Granada, cinco siglos de historia. Tiempos, espacios y saberes, coordinado por Cándida Martínez López (III Volúmenes, EUG, Granada, 2023) con el artículo “Antifranquismo en las aulas. El movimiento estudiantil”. También con Alfonso Martínez Foronda ha publicado el libro “Mujeres en Granada por las libertades democráticas. Resistencia y represión (1960-1981)”, publicado en 2016 por la Fundación de Estudios y Cooperación de CC.OO. Actualmente está jubilado y colabora en la elaboración del Diccionario de la Represión en Granada 1931-1981.
Alfonso Martínez Foronda (Jaén, 1958). Es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada. Desde 1984 es profesor de Enseñanza Secundaria. Actualmente es profesor del IES Albayzín. Ha sido secretario general de CCOO de Jaén desde 1993-2000 y desde 2004 es miembro de la Comisión Ejecutiva de CCOO-A, desde donde ha presidido hasta 2103 las Fundaciones de Estudios Sindicales-Archivo Histórico y la de Paz y Solidaridad.
Como investigador, ha publicado numerosos artículos de opinión sobre aspectos docentes y sociales. Colaborador habitual del Diario Jaén desde 1994-2000 publicó La firma del viento (2007), una antología de artículos de opinión. Como investigador del movimiento obrero andaluz ha publicado La conquista de la libertad. Historia de las Comisiones Obreras de Andalucía (1962-1977), en 2005; De la clandestinidad a la legalidad (Breve historia de las Comisiones Obreras de Granada), en 2007; sobre las Comisiones Obreras de Jaén desde su origen a la legalización del sindicato (2004); la unidad didáctica El sindicalismo durante el franquismo y la transición en Andalucía; diversas biografías de dirigentes sindicales andaluces como Ramón Sánchez Silva. Al hilo de la historia (2007); Antonio Herrera. Un hombre vital, en 2009; Andrés Jiménez Pérez. El valor de la coherencia, en 2010, entre otros. En 2011 su investigación La dictadura en la dictadura. Detenidos, deportados y torturados en Andalucía durante el Estado de Excepción de 1969, (2011), fue premiada por la Junta de Andalucía como la mejor investigación social de ese año. Posteriormente, ha publicado La “prima Rosario” y Cayetano Ramírez. Luchadores por la libertad en una provincia idílica (2011); sobre el movimiento estudiantil en la UGR, con otros autores, “La cara al viento. Estudiantes por las libertades democráticas en la Universidad de Granada (1965-81); sobre la historia del movimiento obrero granadino, con su investigación La lucha del movimiento obrero en Granada. Paco Portillo y Pepe Cid: dos líderes, dos puentes“, 2012; sobre el Tribunal de Orden Público, La resistencia andaluza ante el Tribunal de Orden Público en Andalucía (1963-1976); Diccionario de la represión sobre las mujeres en Granada (1936-1960) o La resistencia malagueña durante la dictadura franquista (1955-1975). Actualmente, junto a Pedro Sánchez Rodrigo, está confeccionando un diccionario sobre la represión en Granada desde la II República al golpe de estado de 1981.
Nueva serie de Alfonso Martínez Foronda y Pedro Sánchez Rodrigo sobre granadinos en prisiones de horror y muerte en la Guerra Civil y el franquismo:
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Republicanos granadinos en San Simón: La isla de la muerte (I)
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San Simón: La isla de la desmemoria (y II)
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Republicanas granadinas en cárceles vascas (I): La Prisión Central de Mujeres de Saturrarán (Guipúzcoa)
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Republicanas granadinas en cárceles vascas (II): La Prisión Central de Mujeres de Amorebieta (Vizcaya)
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Granadinos en las minas nazis del 'oro negro' del Noroeste (Orense-León)