'IDLES se quedan sin fuerzas'
Aunque parezca mentira, hace ya más de un lustro que IDLES sorprendieron a propios y extraños con su fantástico segundo LP, Joy as an Act of Resistence (2018). Su punk populista, sencillo en sus formas, pero vibrante en las interpretaciones, lleno de letras con las que resultaba fácil identificarse y estribillos coreables, convenció tanto a fans acérrimos del género como a personas que no suelen acercarse mucho a este tipo de sonoridades. De este modo, el álbum convirtió a la banda en un fenómeno transversal, de esos que ya no son tan habituales en la música de guitarras a estas alturas del siglo XXI. No obstante, desde entonces no han conseguido volver a dar con esa fórmula ganadora. Ultra Mono (2020) fue profundamente decepcionante, un disco machacón, ensimismado y carente de la chispa que animaba su anterior LP; mientras que Crawler (2021), aunque en conjunto era mejor, más equilibrado y diverso, tampoco terminaba de depertar la emoción de sus primeros trabajos.
Ahora nos llega TANGK, su quinto disco, y me temo que el grupo vuelve a parecer perdido – quizás más que nunca
Ahora nos llega TANGK, su quinto disco, y me temo que el grupo vuelve a parecer perdido – quizás más que nunca. En demasiadas ocasiones a lo largo del tracklist, la sensación que me ha quedado es que los de Bristol han perdido casi por completo la conciencia de lo que funcionaba en su música. Sus intentos por introducir elementos más sintéticos en sus canciones, gracias a la producción de nada menos que Nigel Godrich y Kenny Beats, acaban eliminando cualquier rastro de la garra que solían transmitir. En general, las grabaciones resultan demasiado simples y burdas. Sí, es fácil detectar el esqueleto de lo que era una canción de IDLES, está ahí; pero falta todo lo demás, lo que hacía que fuera interesante. El ingenio, el humor, esos desarrollos tan acertados, aunque no fueran especialmente rompedores... y sobre todo, el mordiente, la fuerza, la rabia jubilosa que inundaba al oyente con cada acorde y cada aullido.
Quizás el corte que más obviamente exponga estos problemas sea “POP POP POP”. La caja de ritmos y los sintes que estructuran la mayor parte de la canción no podían ser más anodinos. No hay ningún cambio de ritmo o volumen que le dé dinamismo a la composición; sus más de cuatro minutos aburren atrozmente. Pero algo como “Gift Horse” no se queda atrás. Su base distorsionada tiene algo más de potencial, pero con la entrada del estribillo se te cae el alma a los pies: como ya ocurría en “Reigns”, de Ultra Mono, todos los decibelios del mundo no pueden ocultar el vacío que se intuye en el fondo. Esta impresión se corrobora al prestar atención a la letra: ¿a quién se le ocurre comparar (¡positivamente!) a su hija con un caballo de carreras? Luego están “Hall & Oates”, una canción de amor dedicada a un hombre, con una letra tan obvia y, de nuevo, una estructura tan simplona que casi parece ser paródica; o “Gratitude”, que pese a tener más diversidad en cuanto a dinámicas que otros cortes es una composición de lo más plana.
Pero lo cierto es que el experimento no termina de funcionar: pese al intento de crear un groove que sacuda al oyente, al final la misma simplicidad excesiva de la base rítmica descrita en otros cortes afecta también a este
Aunque para mí personalmente la mayor decepción llega en el single más cacareado del disco, “Dancer”. Es una colaboración con LCD Soundsystem, los reyes del dance punk y una de mis bandas favoritas, y se pueden percibir los esfuerzos por hacer una fusión de los estilos de ambos grupos. Pero lo cierto es que el experimento no termina de funcionar: pese al intento de crear un groove que sacuda al oyente, al final la misma simplicidad excesiva de la base rítmica descrita en otros cortes afecta también a este. Además, en el estribillo la mezcla está totalmente desompensada: la batería suena demasiado fuerte y sucia y los coros de James Murphy y Nancy Whang están divorciados de la voz de Joe Talbot, como si cantaran otro tema diferente. Se trata, en fin, de una canción sobre bailar que no da ningunas ganas de bailar; se me ocurren pocas cosas más tristes que eso.
Sería injusto, no obstante, transmitir la idea de que todo el álbum es un fracaso
Sería injusto, no obstante, transmitir la idea de que todo el álbum es un fracaso. La apertura del disco con “IDEA 01”, sin ser perfecta, es bastante intrigante, con ese piano tenso y dramático y un buen trabajo de Talbot a la hora de sumar tensión con su manera de cantar. Es cierto, no obstante, que es una versión menor del mismo tipo de canción que era “MTT 420 RR”, que abría Crawler. Algo similar, aunque mejor logrado en conjunto, ocurre con “Roy”: está claro que buscan un efecto similar al de “The Beachland Ballroom”, pero pese a la medianía de las estrofas, es imposible no emocionarse con la apasionada interpretación vocal de Talbot en el estribillo. En cambio, no se me ocurre ninguna otra canción en la discografía de los británicos que sea tan calmada como “A Gospel”. El piano, el xilófono y las cuerdas, todos tocados con contención y usados de forma juiciosa, arropan perfectamente el desolado relato de una ruptura. Este prodigio de sutileza sí que es un logro para IDLES.
... al menos es una composición completa, lo que demuestra que estos chicos no se han olvidado de cómo escribir una canción
Es una pena que “Monolith”, que intenta ir en esa misma línea de sutileza, pero con elementos sonoros algo diferentes, más atmosféricos, no tenga la solidez compositiva suficiente y suponga una conclusión algo anticlimática para el álbum. Algo parecido pasa con “Grace”. En ese sentido, un tema como “Jungle” es un alivio, pese a que no termine de ser redondo: al menos es una composición completa, lo que demuestra que estos chicos no se han olvidado de cómo escribir una canción. Con todo, la conclusión que me llevo tras escuchar TANGK es que IDLES tienen más clara su identidad a nivel de marketing que a nivel sonoro. Desprovista de la fuerza de las buenas canciones, su insistencia en los mensajes positivos complacientes, tanto en las letras (“Love is the fing”, repiten en varias canciones) como en la presentación pública del álbum (la nota de prensa habla de que este irradia “un sentimiento radical de empoderamiento desafiante”), está cerca de acabar convirtiendo a IDLES en un grupo de punk de azucarillo. Es una pena, porque realmente nos vendría bien que fueran capaces de seguir abanderando la alegría como forma de resistencia.